viernes, 30 de julio de 2010

Los Puestos (El Financiero 2001)

He explicado ya que una de mis rutinas favoritas consiste en caminar por mi colonia en la valiosa compañía de mis criaturas y el perro. El recorrido siempre es fuente de sorpresas de muy diversos calibres. Algunas veces hemos tropezado con psicópatas que son dueños de perros psicópatas cuya principal habilidad consiste en dejarse ir con los dientes abiertos y espuma en las comisuras para satisfacción de sus amos y vergüenza de la humanidad que produce gente tan pendeja.
Otra posibilidad es llegar al parque y observar a un grupo de señoras que han tomado la saludable iniciativa de hacer ejercicio, para cumplir tal propósito se enfundan en una especie de túnica que solo he visto con anterioridad en el National Geographic, y se ponen a caminar como poseídas por el demonio alrededor de las áreas verdes por medio de pasitos muy marciales. Una particularidad que llama mi atención son un par de pesas que llevan en cada mano y que suben y bajan al vaivén de la caminata, ignoro su función pero el resultado final que uno contempla es el de una mujer que está bailando una danza típica del Alto Volta.
Al pasar por las aceras podemos también encontrar señores en bata y pantuflas que son muy huevones, el adjetivo se deriva de su costumbre de regar, por medio de una manguera de propulsión a chorro, la acera de su casa para barrer la basura. Normalmente están fumando un cigarro y cuando uno pasa chacualeando entre el agua, disparan el chorro de la manguera en otra dirección (que puede ser la pared) para después continuar. Temo que algún día mi hija María (que es la de la conciencia social) lo regañe y a mí me rompan la cara por meterme en lo que no me importa pero asumo que esos son los riesgos que uno corre al tratar de distinguir con los retoños quienes son los héroes y villanos en este mundo matraca.
Si mis hijos están de vena proponen siempre celebrar una carrera, esto –que podría considerarse un bello acto de comunicación filial- se convierte invariablemente en la antesala del infierno ya que ellos desayunan cereal, comen frutas y verduras y tienen treinta años menos que un servidor, que no come ni cereales, ni fruta ni verduras y que fuma como chimenea y camina por el delgado camino del infarto. Mi lentitud produce que los dos me hayan bautizado como “la tortuga”, mote que me llevaré con todo orgullo a la tumba junto con mi caparazón.
El destino de nuestro recorrido es el puesto de periódicos en el que un par de muchachonas muy amables nos atienden. El puesto es un muestrario de las conductas humanas ya que uno puede, en función de los productos, ver la evolución de las preferencias periodísticas de la gente. Hay revistas adornadas con portadas de señores encuerados que se destinan a señores que se encueran cuando las leen, hay otras ilustradas por alguien que cree que la mujer ideal debe poseer unos senos del tamaño de una pelota de basquetbol. También existe la alternativa sensacional que normalmente lleva titulares como: “Se tragó una serpiente mazacuata y no sabe como” o “Fui violada por extraterrestres” (extraterrestres de muy mal gusto, agregaría yo a juzgar por el aspecto de la declarante). Asimismo hay revistas temáticas para todos aquellos que colecciona perros, timbres o les da por la horticultura. Destaca señaladamente una revista en la que se nos informa que fulanita de tal abre su casa para que la conozcamos (lo que me deja pensando a quién carajo le interesará tal hospitalidad) o que otro idiota le organizó una fiesta de despedida a Tavo de la noséquemadres que se va a veranear a Marbella.
En el muestrario editorial hay siempre novedades, por ejemplo la gustada colección: “Las batallas de la segunda guerra”. Por algún misterio a esta estrategia editorial se le llama de “fascículos coleccionables” y viene siempre acompañada de un descuentote y algún souvenir (que puede ser el tanque en el que el mariscal Rommel viajaba por el desierto, o un soldadito de plomo con la cara de Mc Arthur).
Una vez adquiridas las provisiones regresamos a casa cargados de periódicos y con el pero lleno de babas pero con una sensación que se aproxima mucho a lo que alguna vez me explicaron que era la felicidad.

martes, 27 de julio de 2010

De Babel (El Financiero 1996)

Regreso a México después de un viaje de dos semanas por tierras costarricenses y me encuentro con varias novedades; la más significativa para mí tiene que ver con el generalizado consenso acerca de la calidad del artículo de la semana pasada: "Es una mierda", fue el comentario más liviano. Releo lo que escribí y --efectivamente-- lo encuentro malísimo. ¿Será la edad?

Decía que estuve fuera y no es el caso de que explique a qué salí,asunto que no le interesa a nadie. Lo que realmente tiene valor(creo)es la crónica de mi encuentro con representantes de ocho países con los cuales estuve conviviendo durante esos días. Resulta que ninguna de las naciones representadas era de habla hispana,por lo que el idioma oficial fue el inglés. Esta determinación tuvo efectos perversos en los patrones de comunicación entre los hombres y las mujeres que llegamos a la reunión. Por ejemplo,la primera noche los organizadores armaron un reventón en el que se apareció todo mundo con sus mejores galas (cuando digo mejores galas es conveniente imaginarse a un nigeriano con un sombrerote o a una paquistaní vestida como la novicia voladora). Quiso mi negra suerte que quedara frente a frente con un chino, yo con mi wisqui y él quién sabe con qqué. En ese momento sentí el muy mexicano impulso de establecer una conversación cortés y empecé a preguntar pendejadas: "¿Muy largo el vviaje? ¿Cuántos chinos hay en China?", etcétera. El jovenazo respondió: "Mjuell lili pangon puntingan" que yo interpreté como: "En China tu mamá es un ave de presa". Los siguientes diez minutos se convirtieron en una modesta réplica del infierno, hasta que llegó la hora de cenar y los dos nos fuimos pensando cosas raras de nuestros congéneres.

La siguiente escena indecorosa la vivimos gracias a nuestro afán de aventura; los organizadores decidieron que sería divertido llevarnos a un río que se llama Reventazón (nadie se atrevió a traducir el significado a los visitantes extranjeros), treparnos a unas lanchas inflables y meternos durante dos horas en los rápidos. Se hicieron los arreglos, nos llevaron al río y nos pusieron un inquietante chaleco salvavidas, unos cascos que nos hacían lucir como estoperoles de traje de charro y finalmente nos dieron un remo. Luego nos dividieron en grupos. En el mío venía una nigeriana que no entendía nada, un indonesio que iba muerto de risa, una brasileña que no hablaba inglés, un canadiense que más tarde me hendiría las costillas con su remo, el guía y su servidor. Al entrar al agua sucedió lo que tenía que suceder; el guía dio la primera instrucción y todos nos quedamos como las estatuas de marfil; así permanecimos hasta que nos cayeron encima tres metros cúbicos de agua que nos dejaron como damnificados del Monzón.

Fue una tarde memorable, una lancha se volteó, el guía de una embarcación se fue de nalgas al río, una china vomitó y una hindú dejó la oreja en las selvas costarricenses. A mí me fue bien, sólo recibí un remazo y sufrí quemaduras de tercer grado en la calva debido a los orificios del casco, que me dejaron la cabeza como helado de choco chip.

Luego vinieron las fiestas. Se suponía que el asunto tenía que ser típico y esto determinó que en la de los indonesios no se bebiera alcohol, que en la de los brasileños una ucraniana bailara lambada en completo estado de ebriedad, que los mexicanos contratáramos una marimba para cantar "De la sierra moreeena" y que un hombre que jamás había probado el tequila perdiera la memoria a corto plazo.

La última consecuencia de esta hermandad entre los pueblos se dio a la hora de trabajar y darnos cuenta que el avance iba a estar más difícil que la reforma electoral. Un señor de Zimbawe inició una siestecita que terminó cuatro horas después, el chino se molestó y se fue a parar contra la pared, el nigeriano dijo algo que nadie entendió y la canadiense se puso a cantar una canción de su tierra.

Todavía no sé si me fue bien o mal, pero por lo pronto ya estoy inscrito en los cursos de verano de Harmon Hall. A ver si pega.

sábado, 24 de julio de 2010

La originalidad (El Financiero 2000)

La persona más original que he conocido en mi vida era un señor que se ponía sombrero, usaba clavel y bastón y a la menor provocación se ponía a recitar poesía propia (que era una mierda sin remedio) o a bailar, poniendo los ojos en blanco, el gustado tema típico “Qué chula es Puebla”. Dentro de su repertorio de originalidades se encontraba el connotado hecho de ser el inventor de un idioma el cual empezaba a hablar cada que estaba beodo y que consistía de una serie de pujidos. Este esfuerzo comunicativo era ligeramente estéril ya que como era el único que entendía tal lengua, no había manera de saber si estaba rezando, trabajando en ecuaciones diferenciales o mentándole a uno la madre. Estaré de acuerdo con usted, querido lector si me dice que el fulano de marras no era original sino pendejo, pero lo anterior me deja pensando en los esfuerzos que hacemos día con día con el fin de abrevar de las fuentes de las que nadie ha tomado agua y como tales empresas suelen terminar invariablemente mal.
Original es un señor que se cuelga una cacerola del pescuezo y sale a la calle o aquel que es capaz de beberse un jarrito de toronja por la nariz. El sendero de la idiotez está empedrado de cientos de personas que en un afán de distinguirse nos regalan cotidianamente con muestras prefabricadas ligeramente escalofriantes de una profunda imbecilidad. El que no me crea puede ir a leer la versión más actualizada del libro Guinnes en donde podemos encontrar al señor que se bañó por última vez el 14 de julio de 1974 o la señora que se recuesta en la recámara y el pelo le llega al garage. Otra opción es ver el programa de Ripley del cual fui testigo recientemente y en el que un señor levantaba con los dientes una mesa con todo y mantel y otro se metía una boa por la garganta en el acto más repugnante que he presenciado jamás (si descuento las expectoraciones que generaba un tío abuelo hace ya muchos años).
Desde chiquitos se nos impronta con la idea de que copiar es malo, al que agarran tomando ideas de sus compañeritos le cae la fuerza de la ley. Es por ello que los imitadores son una especie de leprosos de este mundo moderno y la razón por la cual nuestros progenitores buscan alternativas extraordinarias para nuestro futuro desarrollo profesional y digo extraordinarias por lo idiotas, como estudiar la tuba o aprender alguna lengua muerta que resulta muy útil cuando las reuniones sociales se ponen aburridas.
Y digo yo: ¿cuál es el mérito de ser originales? La Historia es filtro de proporciones implacables; a lo largo de cientos de años la gente inservible (con excepciones que probablemente nunca conoceremos) ha sido cribada y mandada a los fosos del olvido, mientras que las mejores influencias se han dejado sentir por aquí y por allá ¿cuál sería el problema de recibir su aroma? Búsquese una idea cualquiera y se encontrará siempre, de manera invariable algún antecedente cosa que, por cierto, me resulta profundamente normal. Sin embargo, dígasele a fulanito de tal que se percibe en su obra la influencia de sutanito y los siguiente que sucederá es que fulanito nos mandará a buscar la influencia de nuestra señora madre ya que seguramente se sentirá insultado.
Desde luego hay otros más vivos (o más brutos, según se quiera ver) que cuando les pregunta sobre sus grandes influencias contestan cosas como León Tolstoi u Octavio Paz. En ese caso lo que sigue es leer la obra del entrevistado para saber a qué atenerse con respecto al intelecto del declarante..
Es obvio (tan obvio que preocupa que se siga dicutiendo) que ninguna influencia puede ser mala por sí misma. Que si un señor nos hizo el favor de hacer bien las cosas para luego morir, tendríamos que ser muy brutos para no tomar su ejemplo. Es por ello que a partir de este momento me declaro públicamente influenciable y lo invito a que haga lo mismo. Ahora que si usted cede a los encantos de Jorge Ortiz de Pinedo será muy su problema.

miércoles, 21 de julio de 2010

De formas y fondos (El Financiero 1997)

El problema con este país -según yo- es que todo mundo apuesta por el fondo y no por la forma, cuándo es precisamente ésta última la que prevalece en la toma de decisiones de los mexicanos. A la gente -usemos un ejemplo exótico- le gustaría mucho más ver la foto de un candidato disfrazado de mariposita, que analizar su propuesta económica (aunque bien mirado el asunto, debe ser una foto notable). Los publicistas lo saben bien; no importa que el producto que desean vender sea una porquería y saque hongos en la entrepierna después de todo: ¿quién lee las recomendaciones de uso? Lo que realmente rifa es si el producto en cuestión nos deja una apariencia de hombres decididos capaces de sellar un negociazo para luego subir al Concorde y meterse a la cama con una mujer despampanante que se derrite nomás de olerlo a uno... forma señoras y señores.
Es el signo de los tiempos; lo que no le debería importar a nadie es lo que realmente importa. Ahí tenemos fotos de princesas encueradas o llamadas que son interferidas en las que señores que le decían palabrotas al éter son presentadas en cadena nacional. Ahí está el Reforma, presentando una foro de Raúl Salinas sentado en un yate con cara de pasárselo a toda madre, probablemente porque tiene sentada encima en posición de decúbito dorsal a una señora que hoy es su mortal enemiga. Ahí están las Patis Chapoyes y las Shanikes derramando lo que intelectualmente pueden (que es equivalente, usemos términos informáticos, a los bits que caben en un transistor) y en competencia con un programa sobre análisis de la oferta electoral ¿quién tendrá más televidentes?.
Y por ahí empieza la opereta, porque a mí me resulta elemental que si uno va a asistir a una cena con la crema y nata de la intelectualidad, tiene que machetearse a Proust y llevar preparado un discurso sobre lo que se piensa gastar en tubas para la sinfónica. Si el destinatario es el público estudiantil, entonces hay que saber cuantos aprueban, cuántos reprueban y quién se sienta en la fila de los burros. Sin embargo, en las próximas elecciones los que cortan el chicharrón y son mayoría se abanican en las tubas de la sinfónica y les vale un pito los índices de deserción ya que forman parte de ellos. Todo aquel que hable de la madurez política del pueblo mexicano simple y llanamente no sabe lo que está diciendo. Esa, mi querido lector, es la cruda realidad y lamento decirlo con esos aires de suficiencia, pero estoy seguro que en esta ciudad y en estos tiempos, la India María tiene más taquilla que un análisis de Lorenzo Meyer ( y esto lo digo con respeto para el maestro Meyer y también para la India María)
En consecuencia me parece que todo aquello que hagan los candidatos para llamar la atención tiene ése sentido; si se trepan a un caballo con riesgo de que les salgan juanetes en las nalgas nomás para que vean que son charros, si cargan niños que huelen a popó, si cantan boleros o declaran que quieren mucho a su mujer, todo ello deberá ser interpretado en el contexto del votante promedio para el que va dirigida la cabalgata (en algunos casos con saldos trágicos como el caso de Del Mazo que no supo meter un boleto en los torniquetes del Metro). Yo pregunto: ¿cuánto se ha discutido en los medios la propuesta específica de cada candidato? la respuesta es paupérrima, pero es también explicable: se trata de ganar no de convencer a la clase ilustrada, que por cierto está haciendo análisis medio mamonsones.
Así las cosas no queda más que esperar que los candidatos bailen la zandunga, revitalicen su relación con el pueblo, coman sopa de cabellitos de elote sin que les ganen los ascos y se sigan dando hasta con la cubeta hurgando entre las tinieblas del pasado de sus adversarios.
No recuerdo quién, pero alguien que seguramente era muy listo dijo una vez: La política es el arte de lograr que la gente no se meta en lo que sí le importa... Desgraciadamente, tenía razón

viernes, 16 de julio de 2010

Instrucciones para organizar una biblioteca (El Financiero 1996)

Para Georgina Madrid y Jesús Murillo, bibliotecónomos muy queridos
Desde mi muy modesta experiencia existen dos métodos para clasificar los libros que uno a lo largo de su vida y a costa de grandes esfuerzos (si se es un miserable) logra reunir para formar una biblioteca privada. El primero se debe a la inventiva y muy probablemente a la ociosidad de Melvil Dewey que evidentemente no tenía nada mejor que hacer. Según Dewey el conocimiento humano se podía dividir en un sistema decimal en que las primeras diez clases representaban asuntos como la filosofía o ciencia pura (lo que sea que esto signifique). Así, dentro del 000 al 099 se acomodan enciclopedias y del 600 al 699 tecnología. Estas categorías tienen a su vez diez divisiones cada una por lo que, por ejemplo del 830 al 839 es literatura alemana. Luego vienen los puntos decimales; hay que seguir hasta que a uno le de hueva. Dado que ese es el caso de un servidor paso directamente al segundo método que es mucho más elemental que el de Dewey: acomodar los libros como nos dé la gana.
Siguiendo esta premisa de libre albedrío es que una tarde de mudanzas nos encontramos mi concuño y yo en mi nueva casa frente a los siguientes elementos: un librero vacío, un banquito que se caía nomás de verlo, veinte cajas de libros, una botella de anís y un artefacto de limpieza con plumas que alguna vez pertenecieron a un guajolote. La mezcla de los diversos elementos produjo un efecto -digamos- ecléctico en nuestra conducta. La primera consecuencia fue la provocada por el anís y se manifestó por un leve reblandecimiento neuronal que determinó un método de acomodo muy simple: los libros se agruparían de acuerdo a categorías que iniciaron con una gran nobleza (literatura hispanoamericana) y terminaron vergonzosamente (varios). El chiste era organizar el librerío de acuerdo a los apellidos de los autores siguiendo un procedimiento elemental: Sergio se balanceaba en el banquito con su vaso de anís, yo me balanceaba en el suelo buscando el libro, le soplaba y luego le pasaba el plumero encima (al final el plumero se lo pasaba a Sergio) y lo entregaba con voz enérgica diciendo: “Leñero, Hispanoamérica, ele”. Sergio se paraba en el banquito (no sé como no se mato) y acomodaba el libro en la X, asunto que sugería un paso infructuoso por la escuela o una borrachera de órdago.
El asunto se fue llenando de sorpresas ya que encontré libros vergonzosos como el horóscopo erótico o los de Xaviera Hollander que se acomodaron en una nueva sección creada con el obscuro fina de compartimentalizar mis perversidades (estuvimos tentados a reunirlos con los de Henry Miller). También aparecieron libros que yo consideraba me habían robado y por los cuales perdí una amistad, así como libros que yo me había robado; ese es el caso de la Antología Mayor de Nicolas Guillén perteneciente a un tal José Luis Olmedo que probablemente se entere el día de hoy que su libro lo tengo yo. Salió también una colección completa de Horror y Misterio que representaba justamente eso: un misterio ya que no tengo la menor idea de como llegó a mi casa.
El resultado final fue desigual ya que logramos generar alrededor de dieciocho categorías entre las que se encontraba una de libros de texto de primaria, de esos en los que salía una mujer con boca de alcantarilla y una túnica de vestal romana.
Ahora mi criterio de acomodo ha producido prodigios tales como que Cabrera Infante se encuentre espalda con espalda con Carpentier; que Borges esté sobre Fuentes y que Krause con sus “Textos Heréticos” en los que elogia a un presidente (Salinas) tenga como vecino a Leduc que se pitorrea de la esposa de otro presidente (Díaz).
Sin embargo, la desgracia se abatió recientemente sobre el librero ya que Gaby -la muchacha que hace la limpieza- decidió, presa de un impulso renovador limpiar todo y no se percató del magnífico orden establecido. De esto me di cuenta el otro día que encontré a García Márquez al lado de Vargas Llosa, lo que representaba un prodigio que ni siquiera mi biblioteca podría lograr.

miércoles, 14 de julio de 2010

No se preocupe (El Financiero 2001)

Dicen que los mexicanos somos un pueblo escéptico y que recelamos porque pasó la mosca. Esta, que me parece una verdad del tamaño de una casa, tiene, según mi humilde opinión, explicaciones históricas directamente relacionadas con nuestra incapacidad congénita para transmitir certezas. Me pongo de humilde ejemplo; hace algunos meses viajé a la ciudad de Ensenada para asistir a un asunto binacional. Como no me daba la gana hacer el ridículo con mi inglés de la secundaria pedí unos audífonos y di a cambio mi credencial de elector. Este trueque no tuvo nada de notable, pero sí el hecho de que al llegar a Tijuana acompañado por un amigo me di cuenta que había olvidado mi maleta en el hotel, que la credencial de elector se encontraba exactamente a cien kilómetros de distancia y que en la bolsa derecha traía los audífonos de marras. La intención no es describir aquí mi estupidez congénita, sino sus consecuencias. Como ciudadano ejemplar que soy me dirigí al módulo del IFE de Churubusco y Universidad a las nueve de la mañana de un lunes. Ahí estaría todavía si un taquero samaritano no me hubiera explicado “que no llegaban a las nueve, sino a la hora que les da la gana”
Lo dicho... certezas.
“No se preocupe” la vida me ha enseñado de forma muy dolorosa que en el preciso momento que uno escucha la frase anterior hay que prepararse para lo peor. “No te preocupes, tomé clases de manejo” me dijo uno que era mi amigo cuando vio que el color abandonaba mi faz ante el inminente madrazo con un materialista, la siguiente escena de este drama se dio frente al ministerio público mientras mi amigo rendía declaración y le echaba la culpa a los frenos, después de haberse llevado por delante el portal de la casa de una familia respetable que recibió el sustazo de su vida.
“No se preocupe, a su edad ya no marcha” Me dijo un sargento del ejército mexicano al descubrir que había falsificado mi cartilla. Me sentí muy tranquilo y siguiendo sus indicaciones me presenté en la alberca olímpica con mi edad y mi optimismo. Lo siguiente que recuerdo es que todos los sábados de 1989 los pasé sirviendo al glorioso 28° regimiento blindado. Mis servicios a la patria consistieron en correr entre terregales, ponerme una boina de colegiala y desarmar un mosquetón que seguramente perteneció a don Francisco L. Urquizo.
“No te preocupes, pide tasa variable, el país está estable” Me dijo un experto financiero en diciembre de 1993, cuando un servidor, dando servicio a sus pretensiones pequeño burguesas, decidió comprar una casa. El servidor, es decir yo, que soy medio imbécil, hizo caso. Lo que siguió fue el infierno en chiquito; los intereses subieron tanto que decidí vender un riñón y convertirme al budismo, a ver si así salía de bruja, me creció la barba y empecé a hablar solo mientras iba por mis boletos del melate con la esperanza de que el Zacatepec hiciera la chica y venciera al Unión de Curtidores.
Mi último “no se preocupe” es más reciente y tiene que ver con las talachas domésticas. Resulta que el grifo de la regadera se desvencijó e hice lo que hace la gente que se asume inútil y que consiste en llamar al plomero. Después de analizar el caso, el hombre me dijo que no me preocupara, que era cosa de cambiar algo cuyo nombre no recuerdo. No me preocupé y procedí a pagarle, hizo lo que tenía que hacer y se fue después de elogiar una maceta que tengo en el patio. Al día siguiente me metí a la regadera y en el preciso momento de agarrar el grifo, recibí una descarga de cuatrocientos watts que me depiló las axilas y provocó baba en las comisuras... No se preocupe.
Por todo lo anterior es que creo firmemente que todos los muy mexicanos recelos y suspicacias son perfectamente explicables, que preferimos perecer a decirle a alguien que ya valió madre y que la cultura azteca nos ha heredado una muy inservible certeza: no preocuparse, que como se ha demostrado sirve lo mismo que una credencial de la Unión de saxofonistas de la delegación Miguel Hidalgo. Ni hablar.

lunes, 12 de julio de 2010

¿Qué dice la economía? (El Financiero 1995)

A pesar de escribir en un periódico que basa gran parte de su fortaleza en el análisis económico, mi dominio del tema es equivalente al que poseo sobre enfermedades urogenitales o cine hondureño. Sin embargo, querido lector, en un arrebato institucional quisiera compartir con usted un modesto balance de algunas noticias económicas que he revisado el día de ayer. A ver si la lectura entre líneas ayuda de algo.
1. "Sería suicida reducir de 15 a 10% el IVA, según la Contaduría de la SHCP".- Esto lo dijo Gustavo Salinas, miembro de la Contaduría Mayor de la Cámara de Diputados argumentando que lo que hace falta son mayores ingresos. Será que uno es medio güey, pero no alcanzo a entender como se pueden tener mayores ingresos si se pagan más impuestos. En este caso la lectura es simple... ya valió madre.
2. "Prevé Seminis, subsidiaria de La Moderna, ventas por 600 mdd en 96." ¿Qué coños es Seminis? No lo sé, uno intuiría que fabrican palitos para cerillos por su asociación con La Moderna. Sin embargo, el misterio se magnifica cuando se lee que parte de su excedente lo utilizarán para el mejoramiento de semillas. La imagen provocada es la siguiente: el director de Seminis hojea el diario en su mansión, abre los ojos y pega un grito “¡viejaaa salimos en el periódico!”... y ya.
3. "Se perderían 500 mil empleos entre los horticultores de Sinaloa: Bátiz".- Bátiz es Raúl Bátiz Guillén (¿será pariente?). Si nos atenemos al censo, en 1990 el 36.7% de las personas en edad de trabajar en Sinaloa lo hacían en el campo y había poco más de dos millones de sinaloenses, podemos asumir que: a) Bátiz se encontraba en estado de ebriedad; b) la edad para trabajar en Sinaloa se redujo o c) la cerveza Pacífico estimula la fertilidad.
4. "Pronostica Serfin bajas de Cetes en todos sus plazos la próxima semana".- Hasta donde entiendo (y no entiendo mucho) un Cete, es algo así como un papelito que le dan a un viejo gritón y que garantiza un rendimiento en determinado plazo. También sé que si los Cetes suben, se me cae el pelo porque la mensualidad de mi casa aumenta. Economía pura.
5. "Abrirá Bancomer 80 sucursales este año; contratará 500 trabajadores".- Desde luego es una buena noticia para los 500 señores que contraten (me imagino a 250 señoritas vestidas como futbolistas brasileños y a 250 jóvenes de corbatita). Sin embargo, mi experiencia más reciente puede servir de ejemplo para categorizar el funcionamiento de una sucursal Bancomer. A las 8:30 antes meridiano, estimulado por presiones maritales y con lagañas en los ojos, me presenté a la sucursal de Bancomer que está en Insurgentes y Cedros. Como no había nadie formado en los pasillitos pasé directamente a una caja para hacer un depósito. La cajera me indicó que tenía que hacer el recorrido completo, es decir, regresar, entrar dar vueltas en el pasillito como carro de carreras (o como pendejo dada la soledad del lugar) y luego llegar a la caja. Por supuesto me negué y en la discutidera, la caja en la que dan las chequeras ya tenía cinco gentes esperando. El misterio es que en el resto de las cajas no había clientes. Pasado veinte minutos llegué a la meta, le di un papelito a la cajera que se fue y regresó diez minutos después (cuándo yo ya había contado todos los mosaicos del techo) diciéndome que mi chequera la entregaría la señorita Isabel. Tomé el papelito y llegué al escritorio de la funcionaria que estaba chacoteando con una amiga. Mi presencia le causó la misma impresión que la que causa un mendigo a las tres de la mañana y así nos quedamos: ellas dos en le desmadre y yo parado como tótem. Al rato llegó un señor muy amable que me atendió, tomó el papelito y regresó con la chequera después de un rato en el que pudo: a) haber ido por la chequera a la sucursal Lindavista; b) desayunar en el Vips; c) leer la edición dominical de Excélsior... salí del banco a las 9:40.
Calidad total.

viernes, 9 de julio de 2010

La lengua española (El Financiero 1999)

Hablar del congreso de la lengua española en estos días, habla también de mi falta de sentido de la oportunidad periodística, pero dado que el tema me parece fascinante es que lo abordo el día de hoy, ofreciendo anticipadas disculpas para los que no estén de acuerdo y que luego mandan correos electrónicos plagados de peladeces como uno que yo conozco.
Asumo en primer lugar que al congreso asistieron una nube de viejitos pelones que representaban la posición conceptual de mi maestra de español que, a base de madrazos, nos imbuyó la idea de que hay que hablar y escribir correctamente. Para ello los estudiantes éramos obligados a distinguir entre la vaca (un mamífero rumiante que da leche) y el burro (otro mamífero que se destaca por características que no mencionaré por miedo a que mis críticos permanentes insistan en mi vulgaridad). El caso es que había que diferenciar y entonces los escuintles decíamos “vaca” trepando el labio inferior al maxilar superior en un gesto equivalente al de los huachinangos de la Comercial Mexicana, ese gesto, por cierto nadie lo usa hoy y los que lo hacen dan un mal aspecto terrible. Para decir “burro” la recomendación gestual era la de mandarle un beso al éter, so pena de recibir un reglazo. Venían luego los zapatos y las zanahorias, enfrentados a los sopes y los sacos, pasando por las ciruelas y las cerbatanas. Como en todos los casos la primera letra sonaba igual, uno suponía en su ingenuidad infantil que se tendrían que escribir de la misma manera; ¡cuán equivocados estábamos! Pero peor estaba la maestra que creyó, en su ingenuidad adulta, que bastaba que nos explicara para enmendar el asunto. Las sesiones escolares a las doce del día eran tan animadas como un velorio. Ahí estábamos treinta niños con un calor de la chingada y en medio de una nube de moscas, repitiendo que zapato se escribe con “z” para proceder en el examen a escribirlo con “s”, incapacidad conceptual que determinó la caída del cabello de la profesora Baltazar.
Más tarde en mi vida descubrí a otro grupo de gentes clonadas con la misma tijera y que invierten la mitad de su vida en andar jodiendo a sus semejantes con obsesiones tales como que “lapso de tiempo” es redundante o que “evento” no se debe aplicar para una peda entre cuates, etcétera. A mí francamente la imagen que me inspiran estos sacerdotes del culto al idioma es la misma que me producen los sacerdotes de cualquier culto. Los imagino con una vestimenta específica (que puede ser una túnica con un gorrito ridículo) sentados alrededor de una mesa y jalándose los pelos por las tonterías que los mortales dicen o escriben y pensando en estrategias correctivas que tiene su base invariablemente en el regaño. Ay que hueva.
Bien, pues el hecho de que esa nube de viejitos represente una posición del congreso ya me da razones para desconfiar. Sin embargo hay otros elementos desconcertantes, como encontrarme a figurones de la televisión metidos en las discusiones ¿qué habrán dicho? ¿a quién defenderían? Lo ignoro, a lo mejor respaldaron la posición de Capulina en su frase inmortal (“me ache achí”), que por cierto no criticaría por su sintaxis, sino por las terribles implicaciones de que una persona que usa bigote hable como tarado.
En la inaguración Gabriel García Márquez se paró enfrente del rey y del presidente y dijo cosas que sólo se pueden decir enfrente del rey y del presidente cuando se es García Márquez, el punto en realidad es que estoy de acuerdo plenamente con su posición, asunto que ya había manifestado por escrito en esta columna, pero como soy un pelagatos nadie me tiró un lazo, ojalá que ahora que lo dice nada menos que el Premio Nobel sirva de algo.
En fin, supongo que como en todo congreso respetable, los invitados bebieron y chuparon de gorra, algunos se pusieron incróspitos y fueron correteados por los perros de la madrugada zacatecana y otros llegaron a la cama acompañados por gentes que no eran sus parientes.
¿Qué deja el congreso? Seguramente a una empresa organizadora de eventos millonaria, muchas sillas vencidas por el peso de las ideas de sus ocupantes y una que otra estrategia para distinguir a los indistinguibles burros de las vacas. Que así sea.

miércoles, 7 de julio de 2010

El Juego del hombre (La Mosca en la Pared 1996)

Cualquiera que no esa estúpido –y de ellos está empedrado el camino del infierno- podrá percatarse que un partido de futbol tiene reglas muy elementales; cada equipo salta a la cancha con once señores vestidos de pantalones cortos, uno de ellos trae una indumentaria diferente que, en algunos casos, recuerda el carnaval de Veracruz. Ése se coloca debajo de los postes y los demás se reparten en el campo. En el momento que otro señor vestido de negro sopla el pito (“sopla el pito” que maravilla), los que tienen el mismo uniforme patean la pelota en una dirección y los otros intentan lo mismo. Como se puede ver no es necesario ser una lumbrera para entender de qué se trata. Pues bien, algo tan elemental ha resultado ser el juego más popular del planeta y ello no puede sino ser una fuente de misterios. Las explicaciones de los sociólogos (que son gente mamona con título para ejercer) se centran justamente en la simpleza del deporte y en lo fácil que resulta que un grupo de escuintles se compre una pelota y se dediquen a patearla como Dios les dio a entender. Es probable, pero también insuficiente, porque ya puestos a elegir es mucho más elemental el boxeo, donde queda claro que el chiste es que uno tire más chingadazos que el otro, si se puede hasta dejarlo sin sentido o de plano medio muerto. Pese a esto, el box no es más popular que el futbol ¿Por qué será?
Otro problema con el futbol es la enorme diferencia en las condiciones que existen para quiénes lo practican profesionalmente y aquellos que son aficionados. Los primeros juegan en pastito, si les dan una madrazo reciben su masajito, ganan la cantidad equivalente para poner alumbrado público en Moroleón y comen tres veces al día. Los segundos practican su afición en canchas que en el mejor de los casos tienen nomás rocas sedimentarias, si se barren pueden olvidar el fémur en la media luna. Cuando se pegan son olvidados por sus compañeros hasta que acabe el partido y entonces son llevados con fractura expuesta a Xoco, donde los terminan de desgraciar. En lugar de recibir dinero, tienen que poner para el arbitraje y en muchos casos para las chelas que reúnen a todos después del juego. Uno pensaría que ante tales diferencias el asunto no debería contar con tantos aficionados y, sin embargo, ahí siguen los llaneros de panza y bigote rompiéndose la madre cada domingo.
El último misterio es quizá el más relevante: ¿por qué la gente se vuelve loca con un partido? Conozco señores que llevan una vida ordenada, le dan de comer a sus hijos y tienen 2.7 relaciones sexuales con su mujer por semana y apenas iniciadas las hostilidades, se pintan cosas en la cara, utilizan sombreros ridículos, salen a la calle mentando madres y con ganas de violar doncellas y enarbolan la bandera nacional con un patriotismo que su maestra de quinto de primaria nunca logró imbuir.
En fin, el futbol es un asunto metafísico que no se puede explicar racionalmente, por eso te digo mi querido chavo (siempre he asumido que los que leen este espacio son jóvenes medio cabronsones) que la próxima vez que tu equipo favorito llegue a la final, aprovecha para dar de gritos a lo buey, en lugar de intentar explicaciones de hueva como las que emprendí el día de hoy. Abur.

lunes, 5 de julio de 2010

La ociosidad convertida en virtud (Nexos, 2008)

Que bonito es no hacer nada y después de no hacer nada descansar…Alex Lora y el Tri de México.
Las crónicas antiguas siempre me dejan una imagen de placidez envidiable. Imagino a nuestros antepasados gozando de il dolce far niente sin sofocos y en paz. Daría un dedo de mi mano izquierda por alojarme e Villa Diodati, como lo hizo Byron todo el verano de 1816 en la noble compañía de John Polidori, Percy y Mary Shelley para jugar a los cuentos de terror. Pero ya no es así…
Milán Kundera en su libro “La lentitud” nos regala una crónica que ilustra los demonios de la prisa moderna y describe como un conductor de ojos inyectados intenta rebasarlo en una carretera para llegar antes que él a algún destino anónimo. La frase maldita “la ociosidad es madre de todos los vicios” se convirtió en la premoderna filosofía de una nube empresarial vanguardista y bien peinada que considera al tiempo, oro, a la rapidez virtud y a todo aquel que pasa una tarde de descanso leyendo un libro una cigarra que merecerá el peor de los inviernos (e infiernos) posibles.
Encontrar alguna actividad -la que sea- en la cual simplemente no hacer nada se convierte en una estrategia de éxito es para mí equivalente al hallazgo del tesoro de Tutankamón y este hallazgo me lo acaba de brindar un ámbito impensable…el del futbol.
Seguramente los dioses del estadio estaban de un humor de los demonios con uno de sus hijos predilectos la noche del 4 de julio de 1999. Se enfrentaban Argentina y Colombia en la primera ronda de la copa América en Paraguay. Exactamente a los cinco minutos de juego se marcó un penal a favor de los albicelestes, Martín Palermo tomó la pelota con gesto torero y lanzó un disparo que se zarandeó el travesaño colombiano. Hasta ahí nada anómalo. Sin embargo, los hados estaban sueltos; el árbitro paraguayo Ubaldo Aquino decretó dos penales consecutivos en favor de Colombia, el primero se convirtió en gol y el segundo fue atajado por el portero Burgos…1-0. Nuevamente los colombianos cometieron un penal en la segunda parte del juego; Palermo, inspirado en el bueno, el malo y el feo y en plan Lee Van Cleff, tomó la pelota. Esta vez su disparo se fue muy por arriba de la portería. Los acontecimientos se precipitaron y Colombia liquidó el partido anotando un par de goles más. Sin embargo hasta los dioses tiene compasión y en el minuto noventa, se marcó el tercer tiro penal de la noche para Argentina. Palermo con un gesto ligeramente exasperado puso la pelota en el manchón de penalti y nadie protestó. Tomó impulso y disparó hacia la meta…por supuesto falló, esta vez debido a la intervención del guardameta, un viejo conocido de nombre Miguel Calero.
Hay quien dice que todo lo que nos rodea es una ciencia exacta, aparentemente el futbol y los penales no son la excepción. Diversos investigadores respetables han hecho mediciones varias para estimar cuáles son los factores que determinan el éxito o el fracaso del fusilamiento futbolístico. Los penaltis se cobran a una distancia de 36 pies (10.97 m) de la portería y en promedio alcanzan una velocidad de 100 kilómetros por hora, lo que le deja al portero dos décimas de segundo para reaccionar. Si a esto agregamos que la portería mide reglamentariamente 7.32m de ancho por 2.44m de alto, parecería entonces que hay que tener muy mala pata (tómese la frase anterior de manera literal) para fallar un disparo de castigo. Sin embargo el 20% de los penales cobrados son actos fallidos (o el 100% si se trata de una mala noche como la de Palermo).
Entre las variables que explican la probabilidad de que un penalti se acierte se encuentran algunas evidentes como la presión. No es lo mismo cobrar la pena máxima para definir un campeonato del mundo y fallar como lo hizo el italiano Roberto Baggio en la final de la copa del mundo de Estados Unidos, a ejecutar un penalti cuando el marcador nos favorece 4-0. Un segundo elemento se relaciona con la proporción en el cuerpo de oxígeno y ácido láctico (la sustancia que se produce por fatiga muscular). Influye también el rendimiento del jugador que dispara durante el partido (tendrá más presión si no ha sido muy acertado) y también la justicia en el cobro de la falta. El inglés Robbie Fowler, por ejemplo, durante un partido entre su equipo el Liverpool y el Arsenal le hizo ver al árbitro que el penalti que se había marcado en su favor era injusto, ante la negativa del nazareno por enmendar la falla, Fowler disparó un caracol deliberado a las manos del portero David Seaman y se ganó un espacio entre los emperadores del fair play.
Ofer Azar es profesor de la escuela de administración en la universidad Ben Gurion en Israel. Su especialidad es la toma de decisiones y recientemente publicó un artículo en la revista Journal of economic psichology cuyas conclusiones se pueden resumir de la siguiente manera. En el caso de un portero que enfrenta a un tirador la mejor estrategia es no hacer absolutamente nada y quedarse quieto ya que ello maximiza sus probabilidades de atajarlo. El profesor Azar –al que le interesan los factores que determinan una decisión determinada más que el futbol- preparó este trabajo para responder a las críticas de los economistas clásicos que frecuentemente cuestionan los experimentos acerca de la influencia de las emociones en la toma de decisiones financieras debido a que no involucran recompensas monetarias significativas. Al respecto de los cancerberos Azar comenta: “los porteros enfrentan cotidianamente tiros de penalti así que no solo son tomadores de decisiones altamente motivados, sino con mucha experiencia”
El trabajo es simple; los investigadores analizaron 311 penales de las principales ligas europeas y clasificaron a los porteros en los que se tiran a la derecha, a la izquierda o se quedan en el centro. Luego estimaron cuál opción maximizaba sus posibilidades de atajar el balón. Quedarse en el centro arrojó un sorprendente 33.3% contra 14.2% a la izquierda y 12.6% a la derecha. Sin embargo –y aquí entra la belleza del estudio- los porteros se quedaron en el centro solo 6.3% de las veces.
¿Por qué –se preguntaría uno con toda justicia- los guardametas se lanzan en contra de las probabilidades? La respuesta tiene que ver nuevamente con el castigo a la inamovilidad. Un portero que no se lanza en alguna dirección y recibe un gol es tachado como inepto o débil. Los mismos investigadores entrevistaron personalmente a 32 arqueros de la liga israelí y todos ellos declararon que se sentían muy mal ante los espectadores si les era anotado un gol sin que hicieran nada, uno de ellos dijo inclusive que “no quería parecer un tonto”. Después de todo nadie los va a culpar si la pelota entra y sí en cambio, si adoptan una actitud aparentemente pazguata, aunque esta sea su mejor probabilidad.
Los alcances del estudio son más amplios, por supuesto. Parece ser que la opción de la acción sobre la inacción juega un papel muy importante en las decisiones económicas; cuando la economía se encuentra a la baja muchos tomadores de decisiones prefieren tomar medidas riesgosas con el fin de generar la percepción de que “hicieron algo” así si las cosas salen mal ese podrá ser un atenuante, en cambio si no se hace nada y las cosas salen igual de mal vendrá una avalancha de críticas
Si revisamos con atención a nuestros políticos será evidente la sanción social asociada a la inacción. Miguel de la Madrid nunca se recuperó ante el pueblo de México de la imagen de hombre gris que sufrió un pasmo durante el terremoto de 1985. Felipe Calderón ha sido frecuentemente criticado por su falta de iniciativas y Miguel Mejía Barón llevará toda la vida la loza a cuestas de no realizar los cambios pertinentes en el mundial de futbol de Estados Unidos cuando la Nación rezaba por un gol ante Bulgaria. El mensaje parece ser claro y determinante: “hagan algo o renuncien”
Es pues un mundo desdichado en el que si uno no muestra determinación, rapidez para tomar decisiones, audacia y capacidad de riesgo estará condenado a las mazmorras de la mediocridad, por lo menos en la percepción del imaginario colectivo. Desde esas mazmorras lanzo este lamento renunciando a recomendarle a Memo Ochoa que en el próximo partido de la selección nacional y en el momento que Torrado (sería el más probable) cometa un penalti, se quede quieto… sé que no me hará caso.

sábado, 3 de julio de 2010

Las disculpas (El Financiero 2005) ¿Se acuerdan de este sainete?

Alguna vez cuando era infante, fui –a rastras- a casa del niño Juanito que era un verdadero hijo de la chingada. Mis padres me obligaban a convivir con él por motivos misteriosos ya que el infante era la reencarnación del conde Drácula. Aquella ocasión en el sorprendente lapso de 60 minutos Juanito logró las siguientes proezas: a) hizo mierda el vidrio delantero del auto de su señor padre por medio de un certero ladrillazo, b) torturó a una lagartija, c) se clavó 10 pesos (un Potosí) de la bolsa de su señora madre, d) le dio un balonazo en los testículos a un señor que era jardinero y e) me clavó un tubo de vidrio proveniente de su juego de química debajo de la lengua. La visión se me nubló y empecé a escupir pedazos de vidrio y tejido epitelial mientras la madre robada (que era muy pendeja) en lugar de llevarme al hospital, que era lo que correspondía, se puso a gritarle al niño “¡discúlpate! ¡discúlpate!”. Por supuesto para mí las pinches disculpas tenían la misma relevancia que el número de Avogadro. Sin embargo, lo notable nada tenía que ver con la estupidez congénita de la señora Juanito, sino con la respuesta que recibió de parte de su hijo: “ni madre” –dijo- con dignidad imperial dio la vuelta y se fue.
Hoy, a la luz de los años y con media lengua menos, descubro con sorpresa que estoy dispuesto a suscribir la negativa a disculparse de Juanito ya que me parece que el asunto de exigirla es completamente imbécil y me dispongo a documentar mi dicho en las siguientes líneas, querido lector.
Normalmente quién pide la satisfacción es alguien que está muy molesto por alguna razón definida, es frecuente también que el causante del agravio se niegue a hacerlo y si lo hace será con la boca chueca porque a nadie le gusta que lo anden acosando para echarle en cara sus errores. En consecuencia la disculpa acaba siendo un acto de mediación hipócrita en el que la parte ofendida recibe éter y la parte agresora no siente lo que expresa, pero en fin. En mi boda, por ejemplo, un amigo muy querido se orinó en los rododendros, al percatarme lo menos que se me ocurrió fue exigirle una satisfacción (asunto poco práctico y eficiente) lo que hice fue sacarlo a orinar a la calle y santas pascuas. Por todo lo anterior es que me parece notabilísima la más reciente disputa entre México y Venezuela.
En primer lugar está el tema de la piel sensible; el hecho de que un señor que a las leguas se ve que es muy ignorante, le diga a nuestro presidente “cachorro del imperio”, no solo es cursi, sino que me da poco menos que lo mismo. En cambio, la reacción de nuestro gobierno es ejemplarmente inepta; primero, no se reconoce que el ciudadano Fox lanzó la primera piedra, segundo, se argumenta histéricamente acerca de “un insulto al pueblo de México” (yo honestamente no me di por aludido), tercero, en lugar de mandar traer al embajador venezolano y decirle “haga favor de decirle a su presidente que no se lleve”, se exige una disculpa que cualquier idiota sabe que no llegará y posteriormente se logra el prodigio de que nos envíen doblemente al carajo mandándonos decir que ya podemos esperar sentados. El hecho de dar plazos perentorios de amenazar bravuconamente para luego recular, no son más que un par de botones de muestra de lo inútiles que somos para estas cosas.
¿Quién toma estas decisiones? ¿Quién las suscribe? En cinco años hemos logrado el prodigio de apestar relaciones con tres países y no lograr ni una migaja migratoria. Todo –me parece- por no seguir el precepto histórico de la política exterior mexicana que supone, de manera básica, no meterse en lo que no le importa a uno.
El asunto de la disculpa ya devino en vodevil y día con día las posiciones de los dos gobiernos reflejan la misma madurez con la que cuenta mi hijo, el niño Frijol, nomás que él tiene nueve años y es un poquito más listo que los talentos cazados para nuestra fatalidad por los head hunters a principios del sexenio.

jueves, 1 de julio de 2010

Nada de sexo por favor (El Financiero (2002)

En mis tiempos la clase relativa al sexo iniciaba invariablemente con un espermatozoide fecundando a un óvulo. El profesor Talamantes -que a lo largo de su carrera docente dio innumerables prendas de su pendejez- respiraba profundamente y nos decía cosas incomprensibles acerca del viaje del esperma, de las barreras químicas del óvulo y de la formación del cigoto; algo que se parecía a los tres días a una mora o a la cara del un señor cacarizo y que pasados nueve meses se convertía en un infante. En ese instante todos nos quedábamos demudados ante la certeza de un conocimiento terrible, sin embargo la pregunta era obligada: ¿cómo había llegado ese espermatozoide a la zona referida? Misterio. Dado que nadie se atrevió a preguntar, la respuesta a tan candente pregunta llegó en formas diversas: a) el niño Toño del Castillo se enteró cuando le cayó a sus padres en el acto; b) el niño Aréchiga en la visita familiar al rancho presenció a las fuerzas de la naturaleza manifestarse por medio de una cópula descomunal entre dos caballos y sacó sus propias conclusiones; c) la niña Marín se embarazó y d) un servidor se dio cuenta de que algo había cambiado el día que vio la telenovela Rubí y en ella los senos de Fanny Cano, que produjeron una respuesta hasta entonces desconocida.
El autodidactismo, señoras y señores.
Hoy los tiempos han cambiado y de los padres lo menos que se espera es que en el momento indicado traguen saliva y les expliquen a sus retoños que en este mundo traidor a la gente -salvo la excepción de algunos curas- le da por conocerse en el sentido bíblico y para que tan noble fin se cumpla han sido dotados de ciertas características. Hasta ahí todos de acuerdo, sin embargo, una reciente polémica ha llamado mi atención; existe gente dispuesta a darse de golpes para discutir si la iglesia debe dar orientación sexual y sobre el punto aportaré mi modestísima opinión.
En principio debo decir que me resulta muy difícil confiar de señores que usan túnicas y viven regañando al prójimo para que evite las tentaciones. El papel que la Iglesia ha tenido en el avance de las ideas y de las libertades es equivalente al de Pinochet en el terreno de los derechos humanos; ¿qué la tierra gira alrededor del sol? Madres ¿qué las especies evolucionan? Madres ¿qué las mujeres quieren evitar embarazos por medio de pastillas? Madres y recontramadres. Para tener un referente más moderno le contaré que hace unos días los estudiantes adolescentes de una escuela de Turín hicieron un referéndum para colocar una máquina expendedora de condones en su centro educativo y así evitar el sida. La respuesta del L´Osservatore Romano (órgano oficial del Vaticano) fue que esa idea era “un incentivo para ser esclavos del sexo”... Dios mío.
En este país hemos tenido ya bastantes muestras del desengrane neuronal que sufren algunos grupos ligados a la Iglesia. Recordemos por ejemplo a la muchacha de senos atónitos (García Márquez dixit) que fue obligada a vestirse por mandato de algún cabeza de chorlito (me gusta, cabeza de chorlito), o a los alcaldes babosos que prohíben minifaldas, o a las viejas chotas que se escandalizan cuando oyen la palabra condón (condón, condón, condón, para que sufran). En ese contexto, la propuesta del arzobispado de tratar temas de sexualidad la encuentro rarísima e incomprensible. Sin embargo, si uno no es llevado de la mala vida debería regocijarse de que los eclesiásticos se estén sacudiendo las telarañas medievales y se integren a una discusión que es impostergable. Porque un mundo en el que el sexo es para procrear, en el que no se puede voltear a ver al prójimo con cierta intensidad o en el que hay que sacudirse los malos pensamientos por el temor de que venga un tipo en calzones y patas de cabra a llevarnos al infierno, simplemente ya no existe... corrijo, existe sólo en la cabeza de un puñado de señores que, si pudieran, se reproducirían por esporulación. En fin, bienven(d)ida la propuesta y a ver que pasa.
Quiero hacer notar, finalmente, que en este artículo no critiqué a los tarados de Pro Vida para que luego no me anden reclamando. Abur.