martes, 1 de diciembre de 2009

Misterios navideños (El Financiero 2004)

En estos tiempos navideños muchos son los misterios que para mí resultan absolutamente inescrutables. Hoy por ejemplo es 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes y ello supondría que esta colaboración fuera una broma ya que así se estila en nuestras tierras. El origen de la costumbre se remonta a 2000 años y se basa en la idea de que Herodes -un verdadero jijo de la tiznada que había asesinado a su esposa- mandó matar infantes para impedir el nacimiento del niño Jesús. Lo primero que habría que concluir es su falta enorme de sentido del timming porque si Jesús nació el 24 y él ejecutó su crimen cuatro días después, estaba frito. Pero lo más notable es que una cosa horrenda se celebre en nuestro país haciéndole bromas pendejas a la gente y diciéndole mamadencias como aquella de “inocente palomita...” ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Evidentemente nada, pero así es de bizarra la nación mexicana.
Una segunda tradición de estas fechas que tampoco tiene que ver con nada, es la de Santa Claus; como se sabe la iconografía tradicional representa a este señor como un gordo de barba blanca y un traje escandaloso que se mete muerto de risa por las chimeneas para depositar regalos que no caben por esa vía. Usa lentes y un trineo que vuela guiado por una nube de renos con nombres ridiculones que surcan el aire como B-52, nomás que pertenecientes al orden de los mamíferos. Pues bien, el origen de esta tradición se remonta al siglo IV y se basa en un obispo de nombre San Nicolás que nació en el Asia Menor (aparentemente en lo que hoy es Turquía). Parece ser que entre sus logros más destacados se cuenta habérsele aparecido en sueños al emperador Constantino (lo cual supone un esfuerzo onírico innecesario porque podría perfectamente haberlo visitado en persona ya que se conocían) para salvar la vida de tres señores que eran inocentes no se sabe de qué. Una segunda leyenda lo ubica salvando a tres doncellas en desgracia; aparentemente el padre, desesperado ante la falta de lana para aportar la dote y poderlas casar, decidió dedicarlas al noble arte de la prostitución. En ese momento San Nicolás –horrorizado por el destino profesional de las señoritas- tuvo la idea de meter dinero por la chimenea para evitar una decisión tan extrema y hasta ahí las cosas. Ahora bien, ¿Cómo un señor que es buena persona, nace lejísimos y seguramente se vestía como los obispos de la época (ignoro el atuendo pero estoy seguro que era sin gorrito rojo de borlita blanca) se puede convertir en un gordo gagá que vive en el Polo Norte rodeado de enanos que fabrican juguetes? No tengo la menor idea pero alguna pista se puede hallar en la oligofrenia comercial de nuestros días.
Sin embargo, el misterio de los misterios se lo llevan los tres reyes magos ya que la ambivalencia profesional de estos señores es notable. No conozco a un rey que tenga la necesidad de hacerse mago y difícilmente me puedo imaginar a Enrique VIII ofreciendo un mazo y diciéndole al gran chambelán de la corte: “escoge una carta, cualquier carta”. Pero lo anterior es lo de menos; el evangelio según San Mateo habla de dos, cuatro o seis magos, nunca de tres reyes magos. El siguiente enigma es que supuestamente los tres reyes son nietos de Moisés y en este caso habría que suponer que la variación genética de la época era notable ya que Melchor es rubio como Beckham, Gaspar está un poquito más oscuro y Baltasar es de plano negro como la noche. Supuestamente los reyes iban a dar ofrendas; oro, incienso y mirra (con la particularidad de que nadie sabe lo que es la mirra) para el nacimiento justamente el día 24, sin embargo, nadie sabe qué fue de ellos hasta que aparecen dos semanas después para regalarles más juguetes a los niños y ser testigos de cómo la gente se come un pan incomible mientras mastica muñequitos de a peso que luego se convertirán en tamales el día 2 de febrero.
Creo que preguntarse por qué en nuestras mañanitas aparece el rey David es ya un exceso navideño así que aquí la dejamos. Felicidades querido lector.