martes, 29 de mayo de 2018

Atavismos (Etcétera 2014)

En algún lado he contado que estaba yo, sentado sin hacerle daño a nadie, una mañana del lejanísimo año 1989 cuando recibí una epifanía y decidí hacer un artículo para el periódico. La decisión era extraña ya que no tenía noticia de nadie solicitando mis servicios y lo más que había escrito era la palabra “dicotiledónea” en un examen que reprobé. El caso es que lo hice y siguiendo un criterio cardinal, elegí el periódico Uno más Uno, que era el que estaba más cerca de mi casa y me presenté con Huberto Bátiz que por algún motivo que siembra dudas espirituales me publicó. Recuerdo que en aquellos tiempos que se han ido había una regla no escrita pero que todos imaginábamos cierta y clara; no se podía escribir contra la Virgen, contra la bandera ni contra el presidente, sin que uno tuviera elementos para entender qué tenía que ver una cosa con la otra. No me es claro si la cumplí porque es muy asombroso que la Virgen se le aparezca a un indígena y no al mundo, la bandera representa algo que nunca nadie ha visto; un águila devorando a una serpiente y posada en un nopal y los presidentes mexicanos nos han dado motivos para pitorrearnos no hace veinticinco, sino cien años. El caso es que en ello estaba pensando hoy en la mañana y lo asocié a la personalidad del mexicano. Recuerdo que en mi colaboración anterior me pareció asombroso que le gritáramos “¡putooo!” al portero contrario y estuviéramos a punto de declararle la guerra a Holanda por una bromita de Lufhtansa. Los 15 de septiembre de cada año en muchas ciudades gringas sale algunos compatriotas a los balcones de las alcaldías a dar el Grito ¿Se puede usted imaginar querido lector lo que pasaría si el cónsul norteamericano ondeara la bandera en Angangueo un 4 de julio? Yo también. Los mexicanos somos atávicos y muy raros, no sé si sea por la hipótesis, que me parece mamarracha, del trauma de la conquista, pero tenemos un sentido nacional francamente extraño y ello se ha manifestado de manera cabal en las recientes discusiones sobre la Reforma Energética. Lo poco que entiendo es que Pemex ha sido una empresa que se ha encargado de administrar la enorme abundancia petrolera de nuestro país y lo ha hecho bastante mal, tan mal que está prácticamente quebrada. Esto se debe a su sindicato, que es la cueva de Alí Babá, a la corrupción interna y al sangrado permanente del gobierno para realizar sus tareas. A mí en la escuela me enseñaron que algo que no funciona debe cambiar y esa fue justamente la propuesta. Los argumentos en contra, lejos de ser de naturaleza técnica o cierta lucidez fueron de risa loca: “el petróleo es nuestro y se lo van a regalar a los extranjeros” (imaginar “extranjeros” con los ojos inyectados). Hasta donde alcanzo a entender, nunca he recibido una sola muestra de que el petróleo sea mío, sí en cambio numerosas evidencias de que el asunto estaba de la chingada. Si cualquier Reforma ajusta a ladrones sindicales, genera más eficiencia y ello se traduce en mejoras en los servicios y un menor impacto ambiental, por mí pueden compartir riesgos con Atila el Huno. Sin embargo, los de siempre ya alzaron las voces y ahora están organizando cosas que serían chistosas si no fueran el fiel reflejo de los divididos que estamos. Fernández Noroña llama a la "desobediencia civil” para el primero de septiembre (imaginar, ahora, a este servidor negándose a pagar el impuesto de los triki trakes). Se propone también una “consulta” para que analicemos un tema que ya está legislado. Evidentemente se trata de golpes mediáticos atrapa votos y atrapa ingenuos. Lo que me parece grave es que sigamos manteniendo el discurso nacionalista ramplón y aldeano que tanto daño nos ha hecho a lo largo de los años. Yo no lo sé de cierto pero supongo, que la izquierda dividida y la derecha trepada en jolgorios de quebraditas le hacen un favor enorme al PRI que va en caballo de hacienda y ello lo percibo como una mala noticia…al tiempo.

viernes, 25 de mayo de 2018

Las vacaciones (El Financiero 1999)

En estos días la gente anda de vacaciones, yo mismo cuando usted lea estas líneas, querido lector, estaré a la muy confortable temperatura de quince bajo cero sufriendo un enfriamiento en las partes que los clásicos llaman “prudentes” y descongelando a mis niños para sacarlos a ver la iluminación. Normalmente, las vacaciones son planeadas con dos años de anticipación, lo que se sugiere es que un grupo de ciudadano se siente en una mesa y empiecen a darle vuelo a la hilacha: “vamos a recorrer Rusia en el Transiberiano” otros proponen cosas como recorrer a pie la Patagonia. El común denominador de este esquema de planeación es que es delirante y pese a ello recibe la adhesión de todos los presentes que se apuntan entusiastas. La realidad los devuelve a todos a su sitio y el transiberiano se convierte, en el mejor de los casos, en un fin de semana a Agua Hedionda. Uno espera las vacaciones como los campesinos la lluvia; durante la chinga laboral siempre se mira en el horizonte el calendario contando los días que faltan para terminar. Sin embargo, la gente hace cosas muy extrañas en el momento de quedar libre; en lugar de tirarse quince días en una cama con la misión de levantarse únicamente para lo que hay que levantarse, se meten en una camioneta de la que cuelgan cazuelas y una lancha inflable y se dirigen a la playa más cercana en la que hay tres millones de personas que tuvieron la misma idea. Ahí empiezan los problemas, porque en las playas normalmente hace un calor que se mastica, la arena le raya a uno hasta la vergüenza y no hay un lugar con sombrita porque los que lo obtuvieron se levantaron a las cuatro de la mañana para apartarlo. Por algún misterio metabólico los meseros de playa padecen una forma avanzada de la amnesia que se manifiesta en el momento de llevar ostiones por camarones o pescado empapelado en lugar de milanesa. Como cada plato tarda lo mismo que el parto del hipopótamo uno se come lo que llegue y se pone de un humor de los mil diablos. Lo que sigue es tumbarse en una silla que tiene una distancia de veinte centímetros con la del vecino por lo que uno oye la música del gordo de al lado, huele la crema de coco que se unta en la barriga y recibe un manazo cuando el otro se duerme. La playa es además un lugar donde la gente que vacaciona se viste de una forma –digamos- diferente. Los señores tienen varias alternativas, una es usar zapatos blancos sin ser doctores, no ponerse calcetines y usar camisas de miéntame la madre. Otros se deciden por una especie de calzones guangos de manga larga, playeras que tienen leyendas idiotas como: “yo me subí al parachute ride” y huaraches de llanta. A las señoras les parece muy natural ponerse un traje de baño que tiene a la altura de los senos un par de conos de cartón y colgarse de la cintura unas sábanas de colores que se amarran con nudo doble. En la cabeza se ponen una visera de cajero del hipódromo y unos lentes de mamá mosca. En el imaginario colectivo se asume que las playas son un lugar ideal para el romance. Mentira, entrar en lances amatorios sobre la arena puede producir disfunciones vertebrales o rozaduras estremecedoras, además cuando uno va caminando tomado de la mano invariablemente se da una empapada en las espinillas por la pleamar que llega a traición. Las vacaciones en la playa son –se supone- un lugar para salir de noche. El problema es que si uno tiene el aspecto del Benemérito no tendrá ninguna posibilidad de entrar, debido a que los porteros, que normalmente son unos animales, tienen la consigna de no dejar pasar a nadie que no luzca como el príncipe de Noruega. Pues bien, yo que estoy en el lugar más lejano posible de la playa, querido lector, le mando un abrazo quebrantahuesos esté donde esté y lo conmino a que no ande diciendo que se acabó el milenio aunque, pensándolo bien, haga usted lo que le nazca que de eso se trata la vida. Salud