domingo, 19 de febrero de 2012

Cuatro caudillos (no sé dónde publiqué esto)

Conmemorar es un acto enormemente humano ¿cómo entender si no, nuestra proclividad a poner un perímetro de globos en el parque hundido y darle un pastelazo al niño Juanito? Supongo que la respuesta se basa en nuestro afán por la certeza; saber hace cuanto tiempo nacimos y festejar con exactitud milimétrica es producto de una herencia positivista en la que lo que se puede medir o pesar es superior a cualquier cosa con tufos a vaguedad.
Evidentemente cada año que pasa se podría festejar el paso de mil años porque a nuestro padre el tiempo le importan un verdadero pito las efemérides, sin embargo, aquí estamos: de cara al nuevo milenio preparando fiestecitas y fiestesotas y tratando de entender cuándo carajos termina esta centuria. Como se sabe el problema se originó en el siglo VI cuando un monje llamado Dionisio (un chaparrito de mote “el Exiguo”) preparó una cronología para el papa Juan I sustituyendo el 25 de diciembre del año 753 desde la fundación de Roma, por el año uno que coincidía con el octavo día desde el nacimiento de Cristo, es decir, el 1 de enero de 754. A Dionisio se le olvidó que en nuestros sistemas de medida existe el cero y que, en consecuencia cuando Jesús cumplió un año de edad estábamos a punto de entrar al año 2. El desmadre y el caos asociados no los imaginó Dionisio, pero no importa; las oportunidades para hacer recuentos siempre son bienvenidas y con toda franqueza, a pesar de que el siglo termina el último día del 2000 celebrarlo este año que termina tiene una connotación más cachondona.
¿Cuáles fueron los eventos cimeros en el desarrollo científico de este milenio que agoniza? La pregunta, si se abordara con rigor, daría para un ensayo de dos mil cuartillas que yo no escribiré por la misma razón que usted no lo leería, así que propongo concentrarnos en las cuestiones destacables o destacadas (la gravitación, la evolución, el psicoanálisis, la relatividad), siguiendo un principio Krauziano de acuerdo al cual la historia puede ser comprendida estudiando a sus caudillos y aceptando de inicio que este criterio es dudoso pero es el único que tengo y bajo el cual seguramente habrá omisiones que mientras usted no sea el susceptible tataranieto de alguien famoso no tienen la menor importancia.
En 1855 el historiador francés Jules Michelet empleó por primera vez un término cargado de significados: “renacimiento” con el fin de describir un “descubrimiento del mundo y del hombre”. El término rápidamente fue aceptado y ahora se usa sin ton ni son y de acuerdo a la sabiduría convencional significa el paso de la humanidad de una etapa donde era más bruta a otra donde lo vio todo claro. Esta reducción de la realidad es, por cierto, muy matizable; la Edad Media en realidad fue un precedente fundamental que sentó las bases de las conquistas renacentistas. La tradición monástica del copiado de viejos manuscritos en los scriptoria, permitió preservar los trabajos de Virgilio, Séneca y Cicerón. Aristóteles se convirtió en una especie de padre de la ciencia moderna ya que sus trabajos, plagados de ideas incorrectas, permitieron una fuente de contrastación para los nuevos descubrimientos. En el medioevo se desarrollaron también escuelas de medicina y la primera universidad fue fundada en Bologna en el siglo XIV. Los escritos de la escuela árabe fueron preservados y traducidos. En realidad el cambio sustancial entre estos dos procesos históricos (el medioevo y el renacimiento) está mediado por un cambio paradigmático de visión; la religión como un asunto público y rector de las líneas del desarrollo del conocimiento se vuelve privada y opcional y el vacío ideológico que se produce es ocupado por la racionalidad científica que a partir de ese momento inicia un desarrollo vertiginoso cuyas consecuencias vivimos hoy. En la modernidad renacentista subyace un concepto: el progreso y se asume entonces que la ciencia será la responsable de llevarnos a un mundo de mayor bienestar colectivo.
El universo es concebido entonces como una máquina mecánica y no es gratuito en consecuencia que las ciencias exactas se desarrollen pioneramente. Los trabajos en astronomía de Copérnico, Brache y Kepler sientan las bases para la comprensión de la dinámica esencial de los procesos estelares. Galileo desarrolla todo un cuerpo teórico sin precedentes e inclusive propone una serie de pasos que, para bien o para mal, consolidan los cimientos de una metodología científica que en su versión más burda se vuelve una especie de recetario metodológico que puede servir para generar nuevos descubrimientos o para cocinar un pescado empapelado. La imprenta –inventada en el siglo XVI- contribuye a globalizar y difundir las nuevas ideas, la geografía se desarrolla gracias a los esfuerzos colonizadores de los europeos occidentales que, además de descuartizar indígenas, hicieron aportaciones cartográficas de importancia innegable.
Sin duda el papá de los pollitos en esa época fue sir Issac Newton (1642-1727) un hombre acomplejado, envidioso y soberbio que a nadie le gustaría para invitado a cenar pero que sobre la base de su genio inventó el cálculo (de manera independiente a los trabajos de Leibniz con quien se dio hasta con la cubeta por la prioridad de la teoría), fundó la óptica moderna y derivó leyes que explicaban la gravitación universal en su texto Philosophiae Naturalis Principia Mathematica publicado en 1687, en el cuál explicaba que todos los cuerpos ejercen y sufren una fuerza de tracción a la que llamó gravedad. La publicación le ganó fama y prestigio además de una acusación de plagio por parte de Robert Hooke quien argumentó que las ideas centrales eran de él, incidente que contribuyó a que Newton reforzara su carácter de autista social hasta su muerte saboreando las mieles de la gloria.
Otro padre fundacional de la ciencia en el milenio fue también inglés y nació en Shrewsbury, su nombre fue Charles Darwin (1809-1882) y creció en el seno de una familia oligarca comandada por un médico con la personalidad de Fernando Soler en Cuando los hijos se van. El abuelo de Darwin –Erasmo- era una especie de viejo loco, por cierto fundador de una sociedad de nombre: Los lunáticos que propuso algunas ideas para entender la evolución de las especies, concepto que en esa época era ligeramente inescrutable. El joven Charles no fue un estudiante destacado y dejó –para la úlcera paterna- la escuela de medicina para hacerse cura. Sin embargo, su afición por la naturaleza lo llevó a treparse en 1821, en calidad de naturalista, al HMS Beagle un barquito que daría la vuelta al mundo. En el Beagle además de marearse Darwin realizó durante los casi cinco años que duró el viaje observaciones que le permitieron echar a andar la maquinaria cerebral y concebir una teoría sólida como una roca acerca de la transformación de las especies en el tiempo. Darwin también era un tipo peculiar y cauteloso, así que decidió postergar la difusión de sus ideas hasta un momento oportuno, que llegó en la forma de una carta enviada por Alfred R. Wallace y que recibió en 1858. La carta –palabras más, palabras menos- decía que Wallace había pensado en una teoría para explicar la evolución de las especies. La flema victoriana de sir Charles se fue al carajo: las ideas eran las suyas propias, así que después de un truculento proceso, se decidió a publicar el 24 de noviembre de 1859 el libro que funda la biología moderna: El origen de las especies que se agotó el mismo día y abrió el camino de la eternidad para Darwin. Sin duda su trabajo permitió el desarrollo de una disciplina que se encontraba en pañales ajena a un cuerpo teórico que le diera sentido conceptual por lo que no cabe duda que los hallazgos de Darwin pueden considerarse sin lugar a dudas revolucionarios.
Nuestro tercer revolucionario es Sigmund Freud (1856-1939) otro genio que parecía predestinado a ser un verdadero inútil ya que a los 25 años no tenía definida aún su vocación y se quedó en la escuela de medicina 3 años más de lo debido. Segismundo pasó tres años de práctica médica, estudió tratamientos hipnóticos en Francia con Charcot y en 1886 se estableció en Viena para iniciar su práctica profesional. Es perfectamente sabido que Freud utilizó esta experiencia para desarrollar su teoría psicoanalítica basada en la exploración del subconsciente y la interpretación de los sueños que adquirió identidad internacional con la fundación en 1910 de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Freud, un hombre que no dejaba patinar sola a su novia Martha, emigró en 1938 a Inglaterra donde murió al año siguiente. Sus trabajos permitieron una aproximación diferente y eficaz para entender la personalidad humana y le han dado chamba a señores profesionales que lo miran a uno fijamente a los ojos para preguntarle cosas inconfesables acerca de su señora madre, es decir, la de uno.
El último caudillo también parecía (que novedad) destinado a no dar golpe en la vida. En efecto Albert Einstein (1879-1955) habló hasta los tres años, fue calificado como idiota perdido por sus maestros en la escuela inicial. Para 1902 Einstein consiguió chamba en la oficina de patentes de Berna en donde seguramente revisó inventos como descarapeladores de papa y otras minucias. El tiempo libre que le dejaba su trabajo lo ocupó en algo muy simple: pensar. Para 1905 publicó tres trabajos con olor a piedra fundacional en la física de este siglo acerca del movimiento de las partículas, la naturaleza de la luz, en la que planteaba que ésta bajo ciertas circunstancias se podría considerar como partículas. Su tercer artículo introducía la teoría especial de la relatividad que ha proporcionado una lista de ejemplos notables para popularizarla en los que siempre hay un observador y un señor caminando en un tren y que sin embargo, son incomprensibles. Lo notable es que a pesar de que cualquiera de estos tres trabajos bastaría para ganar fama internacional, Einstein siguió trabajando con descarapeladores de papas hasta 1907, año en que ingresó a la Universidad de Zurich.
En 1921 ganó el premio Nóbel y su imagen –la de un viejito fachoso y encantador- se volvió una especie de ícono que competía con cantantes y actores. Eintsein capitalizó esta fama para difundir sus ideas políticas sobre el sionismo e inclusive rechazó la primera presidencia de Israel.
No tengo duda que estos cuatro caudillos modificaron la visión del ser humano acerca del mundo que lo rodea, nuestra tentación sería hacerles una estatua y pensar que la ciencia no es más que la acumulación de chispazos geniales de hombres que tienen un cerebro así de grande. No es así pero insisto: nos gustan las historias épicas. Nuestros cuatro fantásticos, fueron envidiosos o timoratos, celososos y acomplejados, lo cual no debería extrañar a nadie; al fin y al cabo fueron humanos.
Evidentemente el siglo XX ha estado permeado por descubrimientos que nos dan una sensación de vértigo espiritual. Si insistimos en destacar lo destacable habría que decir que en 1942 Enrico Fermi logró la primera reacción nuclear en cadena, cuyas implicaciones fueron descubiertas tres años más tarde por el mundo entero. En 1953 Watson y Crick (una especie de Batman y Robin científicos) dilucidaron la estructura del Acido Desoxiribonucleico lo que permitió entrar de lleno al territorio de la biología molecular y de la ciencia ficción a través de los recientes avances en el campo de la clonación. La ecología se convirtió en un saber público debido a la crisis ambiental que nos agobia y Stephen Hawking publicó sus trabajos acerca de los hoyos negros
Ha sido también un siglo tecnológico en el que los niños de ocho años no saben lo que es un tocadiscos y se asombran de que alguna vez uno se tuviera que levantar de la fodonguencia para cambiar el canal de la tele o empuñan un celular sin quedarse con la boca abierta.
Es pues este un milenio en el que los que no estamos a las puertas de la muerte podremos disfrutar el raro privilegio de vivir el reventón asociado a nuestros ánimos de jubileo, de hacer recuentos trascendentes e intrascendentes, de meternos en monasterios ante el advenimiento de una catástrofes o de entrar de lleno en un mundo cargado de confusiones milenaristas y de gente ensabanada que se rapa la cabeza... que así sea.