sábado, 12 de junio de 2010

Las buenas costumbres (El Financiero 2004)

Lo primero que llama la atención sobre los buenos modales es que parecen diseñados por alguien perverso que le encanta andar jodiéndole la vida a la gente. Parecería que todo aquello que es cómodo, subvierte las reglas y las buenas costumbres y entonces uno se vuelve un ezquizofrénico que vive una vida de leproso si es que quiere estar a las alturas de la etiqueta social que es lo más parecido a una armadura desde los andares de Enrique IV.
Pongamos el primer ejemplo; el arroz es un grano muy nutritivo que los mexicanos solemos comer con chicharitos y ejotes en diversas variedades, algunas de ellas muy caldosas. Evidentemente el instrumento más útil para comer este item es una cuchara ya que así se evita sacarle el ojo de un chicharazo al comensal vecino o dejarse la camisa como muestrario de productos del campo. Sin embargo, las reglas proponen que este difícil arte de comer arroz se haga con un tenedor que evidentemente no es un artefacto diseñado para ese efecto. El día que usé cuchara para comer arroz recibí cuatro miradas asesinas que me dejaron francamente apabullado, con la cola entre las patas y arroces en las comisuras.
Javier Marías es evidentemente un escritor notable que ha dado muestras consistentes de su calidad literaria. Lo anterior me parece inapelable y me cuento entre sus lectores más frecuentes. Sin embargo, hay algunos rasgos de este buen hombre que se dejan ver en entrevistas o en sus colaboraciones periodísticas que, me parece, delatan a un hombre intolerante y gruñón. Las más recientes muestras se han publicado en El País Semanal, la revista que acompaña los domingos al periódico del mismo nombre. Hace algunos números el señor Marías se le fue encima a todos los que utilizan un sombrero o cachucha y no se lo quitan en el momento de sentarse a una mesa. Al respecto diré que el asunto no solo me parece menor, sino me vale simplemente madre. De hecho los calvos del mundo utilizamos gorras para evitar que se nos ase la piel de la coronilla y nada veo de malo en sentarse en una mesa con nuestra cachucha, al contrario creo que de esa manera se evita el riesgo de un indeseable pelo en la sopa.
Pero Javier Marías continúa con esta batalla en defensa de las buenas costumbres y en una artículo reciente se refiere a la patanería y a una madre llamada “señoritismo”. Dice don Javier –aparentemente muy molesto: "Es posible que la prensa se ocupe sólo de las ocasiones bufas, pero, por lo que nos transmite, cada vez que un político está “distendido” o con el micrófono abierto cuando lo creíamos cerrado, asistimos a un despliegue de patanería. Vimos a Aznar quitarse la chaqueta en La Habana mientras el Rey, a su lado, aguantaba el calor con la suya puesta; luego, plantar los pies sobre una mesa en imitación de otro gárrulo de Texas; en imitación de sus señora, cruzar las piernas en audiencia con el Papa..."
Hasta aquí la cita. Entiendo que cuando la temperatura en un país tropical alcanza los cuarenta grados a la sombra, lo más natural –a menos que se padezca una forma benigna de retardo- es no solo quitarse la “chaqueta” sino encuerarse si es menester, que alguien tome como una patanería aligerarse de ropa cuando hay calor es simplemente barroco y poco saludable para nuestros humores corporales. Luego viene el asunto de subir las patotas en la mesa lo cual –de acuerdo a todos los angiólogos que conozco- es muy útil para favorecer la circulación sanguínea. Yo, que lo hago a cada rato, no puedo entender en qué consiste la ofensa pero supongo que se relaciona con alguna forma medieval que nos obliga no solo a no subirlas, sino por lo visto, tampoco a cruzarlas enfrente del Papa. Dudas varias: ¿se pueden cruzar las piernas con alguien que no sea el Papa? ¿por qué mantenerlas como señorita recatada, con el consecuente esfuerzo muscular, es mejor que pasar una por encima de la otra?. Misterio
Después de todo esto me queda claro que seguiré leyendo a Marías con la misma admiración de siempre pero en cuanto a sus consejos de etiqueta, me reservo el derecho a continuar mi vida en calidad de patán... pero contento.