viernes, 19 de marzo de 2010

Aserejé (El Financiero 2001)

Los ritmos se modifican con los tiempos y eso no tiene remedio; lo que para algunos tiene valor en cierto momento se diluye irremediablemente y se modifica por nuevos aires musicales. Las excepciones (que siempre son las menos) se llaman –de acuerdo a los entendidos- “clásicos”. Este fenómeno de durabilidad es notable por varias razones la primera y más conspicua es que debe haber varios cientos de miles de melodías que se han perdido en la noche de los tiempos, lo mismo que las personas que la interpretaban, esto supone un desperdicio de corcheas que se ha ido acentuando día con día por medio de música que para todo fin práctico puede ser considerada desechable, es decir de óigase y tírese.
El otro día escuché por ejemplo una canción llamada “seasons in the sun” que puede ser calificada limpiamente como una mierda. El misterio es que esta melodía (en la que un badulaque le dice a su papa que rece por él) era de mis favoritas cuando tenía corta edad lo que sugiere varias cosas vergonzosas entre las que destaca el hecho de que yo era un imbécil perdido. El asunto es que este hecho generacional también sugiere que los gustos se modifican para bien o para mal y que además la música moderna se ha convertido en una suerte de kleenex por medio del que se suenan los particulares miembros de una generación.
Los que se resisten a esta suerte de destino forman una nube ligeramente patética que busca espacios para recordar los tiempos perdidos. Es por eso que existen lugares especializados en proveer a los cuarentones y cincuentones de la música que se ha ido y que les recuerda su juventud. El otro día por ejemplo me invitaron a una discoteca para oír “música de nuestros tiempos” la invitación me atrajo lo mismo que me atraería una cena privada con Pati Chapoy y me negué rotundamente mientras me imaginaba a mis congéneres bailando disco sobre una pista que se prende y se apaga.
Por supuesto un problema asociado es replicar las taras de nuestros mayores y decir que todo lo nuevo es una porquería (en este momento recuerdo a una persona mayor que le daba bastonazos a una bocina bajo el argumento de que eso no era música sino puro tamborazo). El problema objetivo es que efectivamente lo que he escuchado como novedades me parecen simplemente impresentables y para muestra procederé a dar dos botones: Hace poco fui a una boda, de ésas en las que los comensales se sientan, comen de gorra y a la hora apropiada se lanzan a la pista para dar zapatazos. En algún momento mi hija María (ocho años) sintió que los dioses de la danza la poseían y sacó a su avejentado padre a mover lo que los clásicos llama “el bote”. La canción que propuso para bailar se llamaba “aserejé” o algo así y me fue explicado que la interpreta un trío de muchachonas. El tema dice más o menos así: “asereje ku dejaja la quicola matro meco mimorre” lo cual en principio resulta notable pero lo es más aún la técnica para bailarlo consistente en agitar los brazos frente a la cara en un gesto que solo he visto en la gente que es atacada por una nube de abejas y se las quiere sacudir a manotazos. Supuse que las chicas eran finlandesas y por ello no entendía yo nada, hasta que alguien con la debida modernidad me explicó paternalmente que en realidad eran españolas y se consideraba altamente probable que la letra de marras tuviera un mensaje satánico (imaginar a Guillén bailando con la niña Guillén a manotazos un ritmo diabólico). Acto seguido vino otra canción acerca de la mayonesa también con una ortodoxia propia que en este caso se basa en mover los brazos como si uno estuviera batiendo los huevos del rompope mientras balancea las caderas en un movimiento que todavía recuerdo entre estremecimientos y sudoraciones varias.
Mi incompetencia fue tal que supongo que hice pasar una vergüenza a la heredera que me liberó aliviada y me mandó a sentar entre la nube de borrachos que simplemente no entendemos que los tiempos cambian.
Para bien o para mal.