sábado, 31 de octubre de 2009

Cartas a la cigüeña (El Financiero 2007)

La evolución de la educación sexual ha sufrido cambios que considero francamente dramáticos desde que yo era niño (en el precámbrico) hasta nuestros días. En mis tiempos la ortodoxia sugería dar una explicación imbécil que más o menos decía que los niños venían de París (¿por qué de París y no de Ixcateopan? Misterio) a bordo de una cigüeña. Por supuesto cualquier infante que no fuera esencialmente pendejo podía deducir el tamaño de la mentira ya que una cigüeña es una ave zancuda cuyo peso oscila entre los dos y tres kilos y hasta el día de hoy no se tiene noticia de un avistamiento de este bicho cargando un trapo en el que va un infante del mismo peso. Mucho menos su llegada a un hogar (si a mi casa llegar una cigüeña, saldría corriendo en dirección contraria pegando de gritos). Por supuesto, la idea de la cigüeña se esfumó con los años y entonces se utilizaron metáforas botánicas francamente ilegibles. La que se me explicó a mí se basaba en la idea de que papá ponía una “semillita” en mamá y de esa semillita salía un bebé, asunto que me dejó durante años sumamente confuso ya que el proceso tenía deficiencias evidentes (nunca vi el riego, ni el fertilizante que permitieran a una semillita evolucionar en niño o niña).
Pasaron los años y entonces por la vía de los hechos me enteré de la verdad de una manera bastante dramática un día que entré por equivocación al cuarto de unos amigos de mis padres que en ese momento practicaban la posición treinta y cuatro del Kamasutra, de hecho creo que se asustaron más que yo, ya que pegaron un grito escalofriante mientras yo echaba la carrera tratando de recordar mentalmente la proeza física de la que acababa de ser testigo.
Hoy la cosa es infinitamente más llevadera ya que los niños modernos no se arredran ante nada y hablan con toda naturalidad del pene y la vagina, asunto que no me puede parecer más que saludable. Sin embargo, y aunque parezca increíble existen grupos con enorme poder que ofrecen “argumentos” para evitar la educación sexual buscando un regreso al pasado, concretamente al siglo XII.
Recientemente fuimos testigos de cómo el gobernador de Jalisco se refirió a los condones y la obligación pública de su reparto. El asunto sería muy gracioso si el autor de frases como las que se escucharon fuera Capulina, pero no, es el mandatario de uno de los Estados más importantes de la República y entonces uno se pregunta, con lágrimas en los ojos, si los votantes son débiles mentales o los gobernantes no tienen la irrigación sanguínea suficiente.
Hace no mucho se armó una polémica asociada a los nuevos libros de biología para la escuela secundaria. El hecho me consta de primera mano porque soy autor de uno de los siete textos autorizados por SEP para la enseñanza del tema. Durante el proceso fui el mudo testigo de la forma en que grupos conservadores presionaron con el fin de que los niños mexicanos no supieran que las relaciones sexuales las puede tener gente del mismo sexo y mucho menos que se enteraran de un concepto tenebroso llamado masturbación a través del cual el demonio posee los cuerpos débiles y los abandona a los placeres de la carne.
En algunos Estados los libros de plano no se repartieron ya que las buenas conciencias pensaron (lo anterior es un eufemismo) que la corrupción de menores empieza en la escuela y en otro (lo juro) se organizaron quemas de libros. Uno se pregunta si esta mocharía rampante tiene cabida en un país que cabalga en pleno siglo XXI y la triste respuesta es afirmativa. Es por ello que desde esta humilde tribuna propongo que realicemos una expedición masiva hacia Europa y Asia (el hábitat de la cigüeña blanca) capturemos algunas docenas de estos bichos y los entrenemos en el zoológico de Chapultepec para que se encarguen de llevar a niños recién nacidos a sus nuevos hogares. Será menester que estas criaturas nazcan por medio de probetas, para así evitar contactos sexuales en la población, que como se sabe son un pecado de los más mortales que existen. En fin.

viernes, 30 de octubre de 2009

Rituales y tradiciones (El Financiero 2003)

La etiqueta, es un concepto que me es tan familiar como las tradiciones reposteras del Alto Volta (si es que tal cosa existe). Nunca, lo que se dice nunca he sabido comportarme de acuerdo a estos rituales: de hecho en una ocasión fui a un restaurante elegante tratando de sentirme elegante y cuando se me inquirió acerca de cómo me gustaría el pescado respondí: “bien cocido”, lo cual no solo era una imbecilidad, sino un prodigio gastronómico, por lo que hice uno de los papelones más logrados de mi vida.
Las reglas de etiqueta suelen parecer redactadas por gente imbécil y en muchos casos son ilegibles, sin embargo, han caído en mi poder normativas sociales que me parecen extraordinarias y en consecuencia me dispongo a compartirlas con usted. En cursivas agregaré algunos comentarios editoriales que me parecen inevitables ante tanta notabilidad.
Dicen las conveniencias sociales que: “La correcta utilización de los cubiertos denota, en gran medida, la buena educación de una persona. Como regla general todos los cubiertos se cogen por el mango en su parte superior.. El tenedor, utilizado en solitario se coge con la mano derecha y con las púas hacia arriba. (Coger el tenedor por el otro lado supone el riesgo de quedarse sin dedo medio) Se utiliza para llevar los alimentos a la boca, (o para asesinar a la mamá del muerto) y para trocear alimentos blandos como verduras, tortillas y huevos. Si se utiliza con el cuchillo, el tenedor de coge con la mano izquierda y las púas hacia abajo, siendo su misión llevar los alimentos a la boca”. (Una noble misión a fe mía, aunque supongo que el que lo redactó imagina que la gente que lo lee sufre alguna forma benigna de retardo mental que le produzca ideas como que el tenedor tiene como meta pelar perros o descorchar botellas).
“La cuchara, se coge con la mano derecha (por supuesto zurdos abstenerse ya que como se ve son parias sociales) y la concavidad hacia arriba (utilizarla de otra manera supondría morir de inanición). Es utilizada para alimentos líquidos (sopas), pastosos (cremas, purés) y otros platos como legumbres y platos caldosos. El cuchillo se coge con la mano derecha y el filo hacia abajo. Y se utiliza haciendo una ligera presión con el dedo índice, por la parte opuesta al filo. El cuchillo nunca se lleva a la boca, ni se chupa ni se limpia (con la boca o la servilleta). La función del cuchillo es cortar o trocear los alimentos”.
“Aunque existen gran variedad de cubiertos, por regla general, se utilizan solamente los más básicos, no siendo necesarios la mayoría de los cubiertos "extraños" o poco utilizados (¿un cubierto extraño es el pelapapas?). En determinadas ocasiones, sobre todo en restaurantes, veremos que no se ponen todos los cubiertos en la mesa, sino que se van poniendo a medida que se cambian los platos. Es una práctica muy utilizada cuando son pocos los comensales, pues en caso contrario sería casi imposible hacerlo” (dado que la mesa se vencería por el peso de la cuchillería fina).
“Cuando estamos en la mesa y queremos hacer una pausa los cubiertos deben reposar en el plato y no, sobre el mantel o la servilleta. Se deben colocar en ángulo de 45º, el tenedor con las púas hacia abajo y el cuchillo con el filo hacia adentro (para lograr dicho ángulo, los platos tendrán que medir medio metro). Si terminamos y deseamos que nos retiren el plato, debemos colocar los cubiertos, colocados de forma paralela, a un lado del plato (haciendo la similitud con las agujas de un reloj, en la posición de las cuatro y veinte) (porque si hacemos la similitud con la una de la mañana, los meseros van a pensar que el restaurante ya cerró). Los alimentos se cortan a medida que se van comiendo y solamente se trocea entero un alimento a los niños y personas incapacitadas o muy mayores” (o la gente que es huevona).
La estupefacción que me produce este compendio, solo es superada por pensar que alguien lo siga al pie de la letra, sin embargo, ya nada me sorprende, así que lo dejo –querido lector- para ir a poner mis cubiertos a las cuatro y veinte (PM).

jueves, 29 de octubre de 2009

Ratings (El Financiero 1998)

Los mortales que no entendemos de marcadotecnia siempre hemos asumido que el rating es la cantidad de seres humanos que hacen un alto en su vida y se dedican a ver la televisión para comprar un champú, porque deja el pelo que es un contento, o porque los barros se van, y que ese rating es una función de lo atractiva que resulta una propuesta televisiva. En esta sección cultural nos podremos burlar, pero estoy seguro que con el rating de Paco Stanley, podría comprarse la edición completa de las obras de Xaviera Hollander, o de perdis una casa en Villas de la Hacienda... que ya es decir.
Recientemente el pueblo de México ha sido testigo de como dos empresas televisivas se han dedicado a darse en la madre alegremente ante la búsqueda de seguidores. Primero TV Azteca y su líder, un hombre de barbita de yuppie, sacó en los periódicos unos desplegados escandalosos en los que daba la impresión de que el que no los veía, era pendejo. Televisa replicó el domingo pasado presentando la lista de los 100 programas más vistos en la televisión durante 1996. El documento no deja de tener un valor antropológico que me interesa comentar con usted.
La ilusión sería de que los mexicanos en este año que termina nos dedicamos a oír conciertos de Mahler; la puesta en escena de Germán Robles donde el comendador es Pelayo; o ya de jodida un programa de Nexos en el que se habla de lo mucho que fallamos. Sin embargo, el rating es inexorable y nos dice que de los primeros diez programas que ocuparon nuestras preferencias en el año, seis fueron partidos de futbol, tres fueron telenovelas y lo que queda, es la controvertida película del Karate Kid cuando va a que le rompan la madre en Okinawa.
Las enseñanzas de esta estrategia publicitaria son múltiples, ¿tiene sentido en este país publicar una traducción de Pessoa o presentar en la Casa Lamm los últimos escritos de Kundera? La respuesta es que francamente no. Si uno se atiene a lo que la voz del rating (que es la voz de Dios) indica, de lo que se trata es de organizar un equipo que le gane a todos (que no hay), o de poner a una vieja bien buena que nació en el lugar equivocado -como una noruega que naciera en Tepito (María la del Barrio)- o finalmente pagarle un boleto a Ralph Macchio para ver de que lado masca la iguana.
Como este asunto genera depresión, podemos pasar a la siguiente veintena de programas más vistos y entonces nos daremos cuenta que el asunto ya se compuso; sólo dos telenovelas ocupan las preferencias de los mexicanos, luego cinco películas y finalmente tres partidos de futbol. Hagamos un análisis fino: la telenovelas son Retrato de Familia (de la cuál no tengo idea) y Acapulco Cuerpo y Alma, en la que salía Paty Manterola en bikini (mamacita), La películas son de cineteca: Terminator 2; Colmillo Blanco y Karate Kid 3 (dónde ya el karateka se cambió de sexo).
En la tercera decena de programas gustados destacan cuatro películas, tres programas de futbol y dos telenovelas; los filmes se titulan: Contacto sangriento 2, que no tuve oportunidad de ver, A volar joven; Peleador sin ley y Ganar o morir. En el segundo caso, parece ser una película del genial Mario Moreno, en el tercero una donde alguien le pone en la madre a dieciocho contricantes sin despeinarse y la cuarta suena como la de un jugador de cartas que cada que le matan un tercia de reyes al as, se pone loco. Las telenovelas Marisol y Morelia deben de tratar el controvertido tema de un muchacho que no se da cuenta que la mujer que está bien buena le quiere causar un perjuicio y que la bondadosa, que es ciega o le falta una pierna en realidad lo ama.
Si avanzamos hacia la cuarta decena el saldo es más o menos equivalente, lo que significa que este país se rige por el futbol y las películas de Bronco. Es por ello que propongo que la siguiente convocatoria del FONCA asuma la realidad y proponga en sus reglas: “ser lateral derecho, o por lo menos talla 32-C”... Que ya tendría su chiste.
Y dejarnos de jaladas...

miércoles, 28 de octubre de 2009

Las carreras (El Financiero 2008)

Ser veloz tiene sus ventajas aunque estas solo se manifiestan en circunstancias muy extremas, Me imagino a nuestros antepasados en formación de turba y pegando un carrerón para evitar que un tigre dientes de sable se los merendara. Supongo, también que si uno era pobre diablo y se dedicaba a traerle huachinango al rey Moctezuma, más le valía ser rápido ya que se corría el riesgo de que el emperador se nos muriera de septicemia. Sin embargo, dado que no vivimos en la selva y ya se inventó el tren es que me extraña mucho la idea de seguir corriendo por causas menos terrenales. Como se hace día con día en las escuelas, en las olimpiadas y en la mayoría de los eventos deportivos dominicales.
Cuenta la leyenda que la tradición de correr un maratón se inició cuando el soldado griego Filípides en el año 490 a.n.e corrió cuarenta kilómetros para anunciarle a sus compatriotas mujeres que se habían chingado a los persas, la leyenda también registra que no era el indicado para tal proeza pues cayó muerte después de decir “ganamos”. La razón para mandarlo en esta misión es que las damas de Grecia sabían de buena fuente que si los persas ganaban habían prometido violarlas y matar a sus hijos por lo que se les dijo que si no llegaban noticias ellas mismas matasen a sus criaturas. A partir de esa gesta se corre la prueba en los juegos olímpicos en un acto que me resulta profundamente incomprensible ya que no entiendo el motivo que tiene un ser humano para tales fatigas ni mucho menos la expectación que causa en las multitudes ver pasar a hombres flacos y extenuados que buscan llegar a la meta.
Las carreras de señores son solo una variante de esta idea ridiculona de ser el más veloz. Existen opciones diabólicas como la caminata (la única prueba que conozco en la que los deportistas no deben dar su máximo esfuerzo) que consiste en andar rápido provocando contorsiones que francamente no dan buen aspecto y en la que, por algún misterio, los mexicanos somos potencia aunque vivimos descalificados. Están también las carreras de coches, uno de los espectáculos más aburridos que registra la historia y en donde uno, si uno es espectador, será el orgulloso testigo de cómo pasan autos hechos la chingada mientras los de menos pericia se hacen moléculas en una curva mal tomada.
Un día fui a las carreras de caballos en el hipódromo de las Américas, me senté y observé fascinado como salían en estampida los equinos montados por enanitos multicolores que le iban arreando fuetazos a las pobres bestias. Entendí que para que el asunto tuviera chiste había que apostar. Sin embargo el sistema era tan sencillo como un acelerador de partículas; había “trifectas” y “chicas”. Nunca me enteré de a quién o en contra de quien había yo invertido dinero, que perdí de manera miserable. Todo esto en medio de una nube de gente con un aspecto deprimente que vivía ahí y solo salía para irse a bañar.
Los seres humanos, que somos artesanos de la imbecilidad, hemos diseñado carreras de tortugas, de ratones y de meseros con charola. Estos últimos pegan una carrera llevando la sopa del día y un agua de jamaica, mientras que un grupo de señoritas casaderas corren en tacones para ganarse veinte mil dólares. Hace poco me enteré que se organizan carreras en rascacielos para ver quien es el primero que llega a la azotea en bicicleta. Dios mío.
Todo esto viene a cuento porque hace unos días un amigo muy querido se me quedó viendo y dijo: “¿cuánto a que llego primero que tú?”, mientras señalaba la puerta de un lugar al que ambos íbamos a entrar. Es menester forzoso que aclare que mi amistad no tiene doce años, sino cuarenta y cinco, que no posee ninguna forma de retardo y tampoco se encontraba bajo los efectos de bebida embriagante alguna. Me le quedé viendo como se mira una esfinge y le dije escuetamente “eres un imbécil”. Sin embargo, el asunto me dejó reflexionando ante esta idea que tenemos de llegar primero a cualquier sitio, sin entender nunca que es el trayecto lo que cuenta y no, como piensan los seguidores de Ana Gabriela Guevara, la velocidad ni el destino.

martes, 27 de octubre de 2009

Guía vacacional (El Financiero 2008)

El período vacacional en la muy noble y leal ciudad de México está marcado por diversos ritos que nunca dejarán de sorprenderme pese a que se repiten inexorablemente año con año. En primer lugar las familias clasemedieras se enfrentan al problema de qué hacer con los infantes durante dos meses y entonces se recurre a una madre llamada “cursos de verano” que en estos tiempos empiezan a tener propósitos ligeramente delirantes. Uno esperaría que el niño entrara a un curso para jugar futbol, hacer macramé o lo que fuera, recordemos que se trata de mantenerlos ocupados y en manos de gente muy noble que los debe aguantar durante tres semanas diciendo cosas como: “¡Niños, no se orinen en los arriates!” o “¡Juanito, sácale esa vara de la oreja a Pao!”. Sin embargo, la nueva moda es meterlos a cursos de naturaleza indescifrable en los que se busca satisfacer aspiraciones, así por ejemplo los hay de “apreciación artística” o de “yoga para menores de ocho años”. Por supuesto si yo fuera un niño y mis padres me inscribieran en una cosa así, les metería una demanda penal que los dejaría ciegos.
Otra derivación asociada al período vacacional se centra en lo que los clásicos llaman “planeación estratégica”. En este caso conviene imaginarse a tres jefes de familia frente a un mapa lleno de leyendas buscando la mejor manera de llegar a algún lugar en casa de la chingada con el fin de aventurarse junto con la prole. En estas reuniones se dicen cosas como “me han dicho que los rápidos son una gran experiencia” o “es la playa más virgen posible”. Desgraciadamente lo que nadie les ha dicho es que en los rápidos la gente se ahoga o que justamente la virginidad de la playa se debe a que está infestada de moscos y pulgas de agua que le dejan a uno las nalgas como chirimoyas. Lo siguiente es determinar la forma de transporte y entonces se decide que para ahorrar gasolina todos se irán en la camionetota del tío Federico que es enorme. El problema es que por un principio físico conocido popularmente como “impenetrabilidad” es imposible que quince personas se suban a un vehículo automotor con todo y maletas, sin generar parálisis en las piernas, pérdida de riñón o pleitos a golpes en la parte trasera. Durante el viaje, siempre pasa algo; se poncha una llanta o alguien se olvida de la tienda de campaña. A las tres horas el interior del vehículo tiene el mismo aspecto que el del relleno sanitario del bordo poniente y los expedicionarios ya van de un humor de los demonios porque el pendejo del tío Federico no dio la vuelta en la desviación adecuada y fueron a dar a las grutas de Cacahuamilpa cuando en realidad querían ir a Chiconcuac.
Una opción que parece razonable es la de contratar un “paquete” de esos en los que todo está pagado y no hay que preocuparse de nada. En este caso la tragedia consiste en que la idea es tan buena que es emulada por una turba que llega exactamente el mismo día al mismo lugar. Las perversiones de esta conducta son múltiples; hay que bajar a las cuatro de la mañana para buscar camastro, en el desayuno los que se anticiparon ya no dejaron melón ni donas y a la hora de meterse a la alberca uno puede quedar embarazado, independientemente de su sexo, por el tumulto encontrado. En estos casos la gente que vacacionar se siente obligada a descansar a huevo y ello produce que uno sea testigo de un señor sentado en el piso pero leyendo o una señora que teje mientras hace cola para entrar a un restaurante que está atestado.
El regreso normalmente es una prefiguración del infierno; los noticieros con diligencia de temporal nos muestran las centrales camioneras, los aeropuertos y las casetas completamente llenas de gente con cara de espasmo que espera un camión o entrar a la ciudad durante cinco horas, seguramente pensando que el año que viene no amarrados repiten la experiencia. Lo fascinante es que este propósito no se cumple nunca y la historia se repita hasta el infinito, mostrando que nuestra tenacidad por el descanso no tiene límites.

lunes, 26 de octubre de 2009

De antologías e intelectuales (El Financiero 2008)


Hace ya varios años Malú Huacuja me mandó un correo en el que me pedía la autorización para publicar un texto de mi autoría en una página que ella había desarrollado y se llamaba “antilibros”. Seguramente, querido lector, usted se ha de estar preguntado ¿y eso a mí qué me importa? Sin embargo el asunto viene a cuento porque aquel artículo daba cuenta de una polémica que yo no entendía entre un señor que es crítico y se llama Christopher Domínguez y otro que no lo es, pero estaba muy molesto de nombre Víctor Manuel Mendiola.
Dado que no tengo el gusto de conocer a ninguno de los dos, gocé de envidiable neutralidad para cronicar la madriza que se pusieron a resultas de algo que Domínguez había publicado y que a Mendiola no le agradó. Hace unos días, en un ejercicio muy similar al del cometa Halley, la polémica regresó intacta y la he observado con cierta fascinación ya que me parece ilustra mucho del vodevil intelectual mexicano.
Los escritores en México tienen una cierta alma de primma donnas que los convierte en seres muy sensibles a los chingadazos y muy entusiastas ante los elogios. Andan en grupos y se les puede reconocer porque comen en cantinas, siempre traen un libro bajo el brazo, usan barba y se ríen de cosas que solo ellos entienden como: “¿Viste que le negaron al beca a fulanito…es un escritor muy menor, jaja”. Los escritores mexicanos viven marginalmente de lo que escriben y sustantivamente de alguna chamba editorial, una beca oportuna o un hueso en el gobierno corrigiendo discursos de políticos imbéciles. Se identifican a sí mismos por generaciones “pertenezco a la generación XXX” lo cuál es una pendejada ya que yo, por ejemplo soy de la generación del 59 y no se me ocurre andarlo repitiendo.
Otra característica distintiva de este noble gremio y que es la que destaco en esta colaboración, se relaciona con su tendencia a agruparse en clanes que son enemigos y se viven mentando la madre. El hecho de que hace años ya se haya gestado una disputa, que los argumentos sean más o menos idénticos y que los protagonistas sean los mismos, da cuenta de este peculiar fenómeno.
Veamos, todo empieza porque Mendiola le manda decir a Domínguez desde el periódico El Universal que su trabajo “Diccionario crítico de la literatura mexicana 1955-2005” no sirve para nada, que puso a puros cuates y desechó a otros de más valía, que el Fondo de Cultura Económica metió la pata y puso en tela de juicio su prestigio etcétera. Acto seguido Guillermo Samperio publica en las páginas de El Financiero una carta a la directora del Fondo en la que acusa a Domínguez de muchas cosas y argumenta, palabras más palabras menos, que si el texto se hubiera publicado en Alemania, Inglaterra o Austria (¿Austria?) a Domínguez “lo hubieran metido a la cárcel o lo hubieran expulsado del país” (imaginar a Domínguez expulsado del país).
El crítico defenesatrado sale en su propia defensa y responde que en principio el publicó a los autores que le gustan, es decir, los que le dan la gana y que ello no tiene nada de malo, como tampoco lo es que vuelva a usar textos ya utilizados. Además dice que el número de páginas dedicadas a cada autor no son sinónimos de su valía lo que por lo menos para mí no es tan claro.
La coda de este interesantísimo fenómeno la aporta la señorita Eve Gil, que descarga otro cañonazo hacia Domínguez mandándole decir que se deje de asumir como la “máxima autoridad de las letras del siglo XX” (imaginar, en este caso, a Domínguez en su papel de máxima autoridad) y la cosa sigue.
Sobre todo el desmadre anterior debo decir que estoy confuso pero, paradójicamente, cada vez entiendo más. Como en este país nadie está nunca contento (muy particularmente los escritores) sugiero una antología total de la literatura mexicana en donde quepa hasta yo. Habrá quien diga que es un ejercicio poco riguroso y seguramente las quejas serán de las glorias que no quieren verse al lado de pelagatos, pero seguramente evitaría la tinta invertida en estos menesteres….que es mucha tinta.

sábado, 24 de octubre de 2009

Las 10 mejores (Etcétera 1998)

¿Si estuvieras en una isla desierta en la que hubiera cocos, aborígenes y una videocasetera cuáles serían las diez películas que te llevarías? Solo esa situación extrema o una llamada de Marco Levario me harían pensar sobre el asunto y aquí estoy... pensando.
En el mundo del cine (como en todos los mundos) los mortales se dividen en dos categorías básicas; los que saben y los que no sabemos y que tenemos la única ventaja de ser mayoría aplastante. Los que saben tienen un catálogo de favoritas que se parece tanto al mío como un semáforo a una foca (un día iré a terapia para entender porque se me ocurren tales símiles); para ellos el Ciudadano Kane es una obra maestra, para mí es el recuerdo de un hombre obeso llorando no sé si por un trineo o un perro que se llamaba Rosebud. Los que saben veneran Un perro andaluz de Buñuel y su servidor simplemente evoca la sensación sobrecogedora de entender que un hombre en pleno uso de facultades filmara una retina de vaca y que una masa de otros hombres en pleno uso de facultades lo encontraran una obra maestra. Por supuesto hay más ejemplos Viscontifellinitruffatianos, en todos ellos recuerdo al salir del cine mi sentimiento de soledad intelectual: “soy un estúpido” pensaba, mientras todo mundo explicaba entusiasmado como el cuadro de la pared simbolizaba la relación edípica entre el protagonista y su señora madre.
Actualmente sigo siendo estúpido pera la diferencia es que ya no me da vergüenza y es por ello que quiero contraponer la débil oposición de un lego cinematográfico ante la aplastante mirada de los expertos, a los que mucho respeto pero con los cuáles no me iría a Ciudad Juárez en coche para hablar de cine en el camino. Una última advertencia: no es mi deseo jugar el juego de la simpatía hacia la ignorancia; el que crea que los que sí saben son los villanos se equivoca, como nos equivocamos todos cuando tratamos de imponer una preferencia en los demás.
Precisamente las preferencias siguen leyes darwinianas de evolución y me apresuro a decir que afortunadamente ya que, de otra manera, yo seguiría disfrutando las películas de Capulina. Se supone que la experiencia es una fuente en la que abreva la capacidad de discernir y que esta capacidad nos permite tomar una posición decidida ante las disyuntivas que ofrece la vida, sin embargo, la vida nos obliga, cada vez con mayor frecuencia a entrar en un terreno maniqueo en el que la opinión inmediata y definitiva es la única opción aceptable. Si ponemos atención nos daremos cuenta que el “déjeme pensar un poco” es un proceso en peligro de extinción. En este contexto la definición de diez películas es una tarea tan sencilla como afinar un reactor nuclear ya que son dos las alternativas elementales: determinar, por un lado, si uno al salir del cine expresa cosas como “que peliculón”, o, utiliza la expresión alternativa y ligeramente vulgar “es una mierda”. ¿Con qué películas quedarse? ¿Las que nos hicieron llorar? Pues entonces habría que tomar la imagen de “El Torito” calcinado o el momento en que Bambi pierde a su progenitora. ¿Las que hicieron brotar la adrenalina? No hay más que pensar en Michael Caine disfrazado de señora gozosa en "Vestida para matar", o ¿quizá los filmes (escribir filmes es un recurso literario que reconozco ridículo) que tuvieron un efecto didáctico? Es el caso de María Elena Marqués encerrando en un cuarto a un señor que, se supone, era Francisco González Bocanegra para escribir la letra del Himno Nacional (siempre supuse que el Himno tenía ese tinte bélico porque don Francisco no podía salir de la habitación).
Otro problema es el estado de animo con el que se entra a la sala. ¿Qué tal que el día que uno fue e ver Ocho y medio estaba de un humor de perros? ¿Quién nos asegura que la complacencia ante Rocky I no fue el producto del comercio carnal establecido antes de entrar al cine? Desde luego nadie.
Entiendo, de acuerdo a la encuesta recientemente publicada por este semanario, que existen películas que no pueden fallar en el Top Ten, entiendo también que ninguna de ellas se cuenta en mi propio Hit Parade, así que en este momento y hechas las reservas del caso, aventuro mi propia lista, con la misma sensación de seguridad que sintió el General Custer el día que le dijeron que los indios estaban un poco inquietos.
Alien
El esqueleto de la señora Morales
Toro Salvaje
1900
Derzu Uzala
Ciudad Cero
La última noche de Boris Grusensko
Sucedió una noche
El verdugo de Sevilla
Medtierráneo
Como puede verse es una lista gobernada por el eclecticismo y la esquizofrenia pero no podría ser de otra manera considerando mis naturales disfunciones. Si me preguntaran mañana seguramente la lista se modificaría lo cual me parece una de las ventajas de no ser un experto en absolutamente nada.

viernes, 23 de octubre de 2009

Fotogalería - Presentación de la Novela



Entrevista de Dalia Perkulis (en crudo)

Por Dalia Perkulis
D: Me gustó mucho la novela, tiene mojo, te felicito.
FCG: Francamente muy amable, me da gusto que te guste.
D: Se me va a hacer larga la espera de la próxima novela.
FCG: En eso estamos, justamente, en este momento estoy trabajando en la siguiente novela, ya veo la luz al final del túnel, ya se perfila el final. Es una novela diferente, con otro tiempo, pero marcada por un denominador común de mí que renuncia a entender que existe una cosa que se llama destino. Yo creo en el azar, creo en la necesidad y esta nueva novela juega un poco la misma idea que la anterior.
D: Perfecto. Soñé con Rocío Durcal: Se me figura como una road movie que es el trayecto un pretexto para un viaje introspectivo y en ese sentido me gustaría saber por qué elegiste el género de suspenso para hacer este viaje iniciático.
FCG: Me parecía que justo en este viaje al que haces referencia necesitaba un buen pretexto técnico para hacer converger historias que son absolutamente inverosímiles de converger. Si tú recuerdas la novela tiene dos registros: un registro contemporáneo, el Distrito Federal del siglo XXI; un registro histórico que tiene que ver con la invasión alemana a Francia durante la Segunda Guerra Mundial, entonces son dos asuntos que tienen absolutamente nada que ver y a mí me parecía que en este trayecto yo tenía que encontrar un género que le diera sentido e hiciera más o menos verosímil este trayecto y ese es el género que me pareció adecuado. Es decir, algo que se pierde hace más de 60 años tiene que ver con un pobre hombre que amanece un día crudo en su casa y esta idea justamente de un género que permite que juntes eso es lo que me ayudó a buscarle por ahí.
D: Me parece muy buena combinación tu arrojo, tu desenfado para ser tú mismo, me suenas muy a ti aunque no te conozco en voz del protagonista-narrador, en un tono muy amigable, muy informal como de plática de cuates y a la vez esa aparente improvisación de la vida contemporánea se contrarresta con una narración muy minuciosa de los hechos históricos en que parece todo muy real, muy estudiado. A la vez que fuiste muy tú mismo también hiciste tu chamba como novelista y te pusiste a imaginar y a crear situaciones muy literarias, me gusta mucho ese balance.
FCG: Fíjate que parte del chiste de esta novela tenía que ver con que me saliera un poco de mí, respecto a lo que he escrito que ha sido cuento, narraciones, crónica, etc. tienen mucho más que ver con este primer tono que tú descubres, que es un tono muy personal y muy ligero. Siempre creo que hay un falso dilema entre ligereza y profundidad, a mí me parece que hay escritos bien hechos y escritos mal hechos, no hay más que eso. Nadie gana con ser profundo, nadie gana con ser ligero, se gana si tienes una historia que contar y la cuentas principalmente. Me di cuenta de inmediato que la novela no aguantaría ese ritmo a lo largo de todo su desarrollo y entendí que tenía que haber un contrapunto que es un juego de espejos, este juego de espejos que tiene que ver con un registro absolutamente más obscuro, absolutamente menos lúdico, absolutamente más preciso, ahí sí se requiere cierta precisión histórica y es algo que me gusta hacer, de hecho pues yo soy científico, yo estudié ciencia, me gusta mucho investigar, me gusta mucho entender las cosas y esta parte documental, esta parte del juego de espejos debe ser lo más minuciosa posible y sí capté que eso era muy contrastante con ese tono ligero, desenfadado, irreverente, un poco casual del protagonista que es Javier Clausell.
D: Sin embargo eres genial para crear las anécdotas y los perfiles chuscos de los personajes, definitivamente entrañables, eso está súper bien logrado y tienes mucho ingenio y desparpajo también para delinearlos. Me fascinaron los antecedentes del abuelo de Nahui que mató a su sirvienta pedaleando con su artefacto volador y el abuelo de rosita, chiclero, que lo mordió una serpiente; me pudo fascinar cómo se hicieron amigos Javier y Guillermo en el festival que Guillermo interpretó a un venado y se le salió un huevo, Javier lo consoló y ya se quedaron amigos. Bueno, eres muy ingenioso y me encanta dentro del rigor de los antecedentes históricos, que los antecedentes y contextos de los personajes sean tan humorísticos, eres muy talentoso para eso.
FCG: Eres muy amable, en realidad justo de lo que se trata es de modelar personajes y tratar de que técnicamente por lo menos se mantengan en el registro que tú has creado. Y eso es parte de la talacha de un escritor; un escritor tiene que ser de pronto una joven alternativa como es Nahui o un medio yupi como es Javier, o un viejo que busca algo que ha perdido como es Bernal, o una secretaria que está loca como es Rosita, o un buen amigo, un gran amigo como es Guillermo, que son digamos los cinco personajes que están ahí rondando, más la madre, más el argentino que sale por ahí.
El asunto es justamente que tú como autor cuando terminas y cuando los vas moldeando te preguntes “este me cae bien, este me cae mal, éste está siendo consistente, éste me está fallando” y en esta construcción te vales de muchos recuerdos y memorias, toda esta construcción de anécdotas tiene que ver con la vida de uno mismo. Es muy difícil que uno se invente de la nada cosas y yo creo que dentro de las herramientas de cualquier escritor pues la memoria es quizá una de las más eficaces. Entonces efectivamente aquí el chiste, la gracia es lo que uno espera lograr, aunque nunca sabe si lo ha logrado, es que los personajes te jalen, te sean entrañables, queribles, porque de alguna manera de eso depende la atención del lector, si no hay esto lo que va a hacer es lo que hacen muchos: cerrar el libro en la página 15 y a leer otra cosa, que ese es el otro riesgo del escritor, que no lo lean, así de fácil.
D: El personaje de Rosita es mi favorito. El factor kitsch de Rosita es grandioso, deben venderla para llevar a domicilio porque yo quiero una por favor.
FCG: En realidad justamente se trata de jugar y provocar, el título en sí de la novela es una provocación. Y Rosita es una provocación porque todos los que se mueven en un medio como el de la publicidad saben perfectamente que las oficinas son aerodinámicas, que las secretarias son mujeres que se caen de buenas, que son un poco altivas, que están seguras de su belleza, pero en este caso justo el dardo de provocación es ése, que la secretaria de este hombre pues es una señora que está loca, que se pone sombreros con uvas de plástico, que es irreverente, que en realidad no le entiende nada a su jefe, y eso de alguna manera es una pista sobre Clausell (el protagonista), es decir una pista que no lo hemos perdido todavía, no ha renunciado a estos rasgos de humanidad que a veces renuncian estos jóvenes carnívoros (sobresaliente, nota de la reportera) de las agencias de publicidad que los hay exitosos o no pero normalmente son ligeramente estúpidos, a veces.
D: ¿Será que todos estamos a punto de la emancipación y que sólo necesitamos un empujoncito, sea un golpe de suerte, o abstraernos de la rutina, o un shot de adrenalina o… enamorarnos?
FCG: Parte de este recorrido al que haces alusión hace un rato, es decir, cuál es el mensaje central de la novela. Yo creo que hay dos, por lo menos yo percibo dos, aunque estoy seguro de que cada uno va a hallar el que más le convenga o el que mejor le signifique. Un primer mensaje tiene que ver con esto que yo te decía: no creo en el destino; creo en el azar y en la necesidad. Las cosas con destino me dan mucha flojera. Es fodongo pensar que existe un destino, es muy fodongo pensar que todo está ya terminado y tú eres más bien un títere que se mueve en ese escenario. Hay un mensaje que subyace a ese tema a lo largo de la novela. Y el segundo tiene que ver con la necesidad de tomar riesgos, de no asentarnos, de no pensar que ya está todo resuelto, justamente la metáfora de un publicista acomodado que no tiene absolutamente nada más que hacer y de pronto se ve envuelto en una cosa en la que no se quiere ver envuelto y eventualmente lo va a atrapando y lo va atrapando porque justo hay aventura, justo hay pasión, justo hay cosas de las que ha prescindido para lograr este nivel de confort. Entonces los estímulos para que tú te avientes al agua pueden ser esos que has mencionado: te puedes enamorar, te puede cambiar la fortuna, puedes ganar la lotería, te puedes quedar en las ruinas, es decir, las vueltas de tuerca ocurren a cada minuto en nuestra vida y esas vueltas de tuerca a veces no les damos oportunidad, estamos muy asentados. La gente de este siglo y de esta década tiende poco a tomar riesgos, a mí me parece que lo que hay que hacer justamente es, por lo menos novelísticamente, estimular a que la gente tome riesgos pues, no hay nada de malo en ello y a veces reditúa. En el caso del protagonista de la novela le reditúa mucho porque consigue a una mujer extraordinaria que no conseguiría de otra manera. A lo mejor se podría conseguir una modelo, una edecán, alguien quizá más banal, pero lo que logra al final de su vida es una amistad entrañable, es afianzar sus quereres y sobre todo hacerse pareja de una mujer que en la novela pues a mí me resulta extraordinaria.
D: De manera que aunque a veces reditúan y a veces no ¿hay que dejarse llevar por los arrebatos?
FCG: A mí me parece que sí, me parece que los arrebatos son eso, son arrebatos, son cosas que no están premeditadas. Y si bien uno no puede ir por la vida dando tumbos también es cierto que no lo puede premeditar todo, nuevamente es un poco aburrido. De pronto salta una liebre por ahí pues hay que ir por ella, hay que dejarse llevar por los arrebatos, a veces hay que confiar en el instinto, el instinto nos dice “arrebátate”. Si ese instinto funciona la cosa será redituable y si no no pues, no hay garantías, no hay seguros de vida, nadie puede asegurar que eso salga bien pero lo que sí se puede asegurar es que no va a salir nada si uno no se deja llevar de pronto por el instinto.
D: ¿El que no arriesga no gana?
FCG: Exactamente esa es la frase que resume todo lo que acabo de decir.
D: Y mi hermano que es actuario dice “ni pierde…”
FCG: (Risas) Sí, queda tablas, pero queda neutral y la palabra neutral es una palabra a la que yo le tengo particularmente cierta aversión.
D: Cómo no, qué miedo. La novela ni es sobre Rocío Dúrcal, ni es una novela tradicional de misterio –el hallazgo del tesoro no es el fin último de la novela-, ni el azar que tratas en tu introducción lo es todo, sí es el detonador y sí es determinante pero no lo es todo como pinta en la introducción -tu introducción sobre el azar es soberbia- ¿de modo que es una forma tuya de decir que las cosas no son lo que parecen?
FCG: De alguna manera sí. Dejárselo todo al azar sería tan torpe como dejárselo todo al destino. Por eso el remate del azar tiene que ser la necesidad, es decir, hay cosas que aparecen minuto a minuto en tu vida y tú tienes que tomar decisiones, esa es la necesidad. En la medida en que tomes las decisiones correctas tu vida será lo que tú quieres que sea; en ese sentido me parece que lo que confluye en este caso es azar y necesidad. De alguna manera Javier es arquitecto de su destino, es lo mismo que Nahui, pueden dejar pasar esto o lo podrían haber hecho y no lo hacen, ahí están tomando una decisión de un asunto completamente azaroso que tiene que ver con vivir en la misma ciudad que su vecino, vivir en el mismo edificio que el vecino al mismo tiempo histórico, eso es azar. Lo que es decisión es qué hacer con ese estímulo, es decir, qué hacer con ese sobre que se deslizó debajo de la puerta y lo que hacen pues va determinando nuevos azares, nuevas puertas a abrir o a cerrar, esa es un poco la idea de este asunto. Y, efectivamente, el tema no es qué es lo que estás buscando, el tema es el trayecto hacia, no la meta, la meta da un poco lo mismo, lo que es importante es la vida que viven caminando en la nueva dirección.
Son como los motivos que están ahí. En la introducción, un poco la reflexión que hace Javier es “Por qué estoy al lado de este señor en esta ciudad”, “infinidad de azares confluyeron para que yo estuviera aquí al lado de este hombre” y es un tema que me obsesiona mucho, me parece fascinante digamos.
D: Está increíble, eso queda muy claro, que el azar es el detonador de la historia porque es vecino del señor y luego se cierra increíble, muy incidentalmente, con el crucero de la mamá que se encontró al cuate que se salvó del avionazo, bueno es una novela redonda.
FCG: Eres la única lectora, y en eso va una felicitación, que advirtió eso hasta el día de hoy. Eres la única única.
D: Muchas gracias. Me encantó porque se cierra y no sólo eso sino que hay un efecto en cine que es muy trillado pero que a mí me sigue fascinando, no me importa lo choteado, cuando se termina una película y se aleja la cámara, vas viendo a la persona, la casa, luego la manzana, la colonia, el país, el planeta
FCG: (Interrumpe) …Sí, va aumentando la escala, digamos…
D: Aumentando la escala y no me canso de verlo que te dan a entender que esa historia que tú acabas de ver es una de miles pero cada quien ahí va deambulando por la vida con su historia azarosa por detrás, entonces me encanta que ahí va la mamá al crucero que llegó ahí por circunstancias, que se topó con sus circunstancias la señora, con las circunstancias del señor que se salvó del avionazo y bueno que ahí se retoma de esa forma así tan incidental, me encanta.
FCG: Creo que fue tan sutil que nadie se enteró pero tú sí.
D: (Risa) Bueno es para que la gente le dé una segunda lectura.
FCG: OK.
D: Recuerdo en nuestra plática previa a esta entrevista que te mencioné a dos comunicadoras que odiabas y sugerí si acaso no sería una cuestión misógina, aunque coincidí en que ninguna de las dos es gran persona, y respingaste con un “¡para nada!”, respondiste “si te fijas cuando leas mi novela, aunque el protagonista es hombre toda la acción dramática y todo el heroísmo recae en la mujer”. Y, efectivamente, el motor y la más entrañable es Nahui, me encantó, lo que detecté es que las mujeres en tu novela son excéntricas, tienen perfiles pintorescos y los hombres tienen la mayor carga melodramática. ¿Es esta tu experiencia?
FCG: En realidad he tratado de no guiarme por un prejuicio antes que nada, me molestan algunas cosas que las feministas reivindican, me molesta el tema de cuotas, por ejemplo. No entiendo por qué de 100 diputados tres tienen que ser indígenas, dos tienen que ser homosexuales, tantas tienen que ser mujeres. Y las 100 podrían ser mujeres porque podrían ser las mejores. Entonces yo nunca le he dado un valor o un anti valor a alguien por ser mujer, por ser homosexual, por ser negro, no, le doy un valor por lo que yo conozco de él. Me parece que es más sensato ver caso por caso que hacer gremios. Yo no creo que todos los (inaudible) sean estúpidos, por ejemplo, conozco a unos y otros no; no creo que todos los argentinos sean guapos, conozco a unos y a otros no; conozco mujeres entrañables y fascinantes y otras que no, que simplemente me caen muy mal, porque me parecen verborréicas o banales, lo mismo que muchos hombres, así hay comunicadores hombres, como a PFDC lo podría mandar matar; ERH o B los podría mandar matar. Me parecen tipos de una muy limitada ¿carga? (inaudible) intelectual.
Más que una experiencia genérica lo que tengo son los casos por trato y en este caso me parecía que era eficaz no renunciar a un tono de humor y me parece que las mujeres en esta novela, no necesariamente como una regla, funcionaban mejor con esta carga que aligeraba un poco el peso de la novela. Rosita al final es muy chistosa, la madre es una señora que está loca, Nahui es un dinamo, es una mujer llena de energía, a mí me encantaría conocer a una mujer así, yo me podría enamorar de una mujer así, de hecho lo hice en algún momento. Entonces no, no hay un prejuicio social, no hay ningún tema de misoginia, te digo yo creo que hay mujeres muy listas y mujeres muy estúpidas entonces uno tiene que calificar caso por caso, por eso siempre me he dado cuenta de este tema de las cuotas, jamás le he dado valor a alguien por el sólo hecho de ser indígena, no creo que eso lo califique para nada, lo califica su actuar diario, lo mismo que a un gay, lo mismo que a un negro o a un enano o a quien sea, los califica lo que hacen y lo que dicen, cómo obran, no su condición de origen.
D: Recuerdo a una sudafricana que conocí justo cuando se vino abajo el apartheid y se quejaba de las cuotas que había ahora para emplear en las empresas a personas negras y que parecía como el apartheid invertido. Pues no, las cuotas no.
FCG: Las cuotas no por eso, porque parecería como un acto de ¿protección? ¿contención? (inaudible) social un poco hipócrita, creo yo. Tiene que estar el que esté mejor calificado. Yo en ningún momento negaría que las mujeres no han recibido un rol participativo a lo largo de la historia, eso me queda claro, (fragmento confuso, transcrito lo más fiel posible) sin embargo no podemos caer en excesos redundantes. Y no hay misoginia en lo más mínimo, hay un punto de vista en el que si los 100 mejores son mujeres yo propongo que sean mujeres. Este rollo retórico, comercial político me trae harto de “todas y todos”, “niñas y niños”. Puede adaptarse un escrito que mejor digamos “niñas”, los hombres asumamos que eso nos agrupa a todos y no hay problema. No tiene que ser algo tan barroco, tiene que ser mucho más natural.
D: Es un legado de Fox, de lo único que dejó y sí es terrible. También veo que tienes talento para retratar nuestra cotidianidad defeña. A uno como lector, estarás de acuerdo conmigo, le gusta ver en el papel las cosas que uno ha pensado pero no ha articulado. Ese es para mí y creo que para muchos lectores el mayor mérito de que nos atraiga un libro y tú retratas Chapultepec, El Centro, La Condesa, Polanco, El Bazar del sábado y hasta Tepoztlán, que me encanta tu reflexión sobre los izquierdistas de Tepoztlán que critican desde la comodidad de su hogar. ¿Eres un bicho del D. F.?
FCG: Soy un bicho del D. F., soy un chilango, pero antes que nada soy un observador, soy como el burro que tocó la flauta, jamás tomé ningún taller ni me dediqué a estudiar letras ni nada, entonces me di cuenta que de forma natural lo que era yo era un cronista, comentaba lo que veía, comentaba cosas como lo que hacía la gente en las colas, por ejemplo, hace no mucho hice un artículo que se llama Anatomía de las colas, o en los bancos, o en los supermercados. Entonces, digamos los reseñistas que han seguido mi trabajo señalan eso como quizá un adorno, el hecho de ver cosas que todos vemos y escribirlas tal como las veo. Efectivamente, me llaman mucho la atención estos jóvenes de izquierda que tienen una casota y desde ahí están reclamando acerca de la lucha de clases. Es algo que llama mi atención y normalmente lo que hago es observar lo que pasa alrededor y tratar de escribirlo en el papel, a veces sale con eficacia, a veces no tanto pero esa es la labor de un cronista, es decir, retratar de alguna manera lo que estás viviendo. Efectivamente, pues yo tengo que retratar el D. F. porque soy un chilango que llevo aquí ya casi 50 años viviendo…
D: Es lo que conoces.
FCG: …Y conozco el D. F., efectivamente, tendría yo que estar muy mal para no conocer mi ciudad después de vivir toda mi vida aquí.
D: Lo haces muy bien, eres muy buen cronista. Mencionas algo como “la biodiversidad de los viajeros”, “la fauna del aeropuerto” o algo así. Yo sé que eres biólogo, ¿es cierto que todas las respuestas sobre el comportamiento humano están en la naturaleza?, escuché eso apenas.
FCG: No, es totalmente falso, por supuesto que no. El mejor ejemplo, el ejemplo fácil y evidente que tenemos es un hospital, en la naturaleza no hay hospital. Si nace un individuo que es ciego, en la naturaleza, su probabilidad de éxito de vida es de dos o tres días máximo, nadie lo va a cuidar, nadie lo va a curar, eso se llama selección natural y lo escribió Darwin. El hospital pues es un monumento anti selectivo porque tenemos compasión y cuidamos a nuestros enfermos. Eso no ocurre en la naturaleza, en consecuencia pensar en términos de determinismo biológico pues es simplemente pensar muy chiquito, porque nuevamente es como hablar del destino: si estamos determinados naturalmente a todo lo que hacemos pues qué flojera ¿no? Tenemos una cosa que se llama albedrío y ese albedrío no lo tienen los bichos. Entonces efectivamente estamos moldeados por genes, estamos moldeados por cuestiones selectivas pero nos hemos sustraído de muy diversas maneras, te puse el ejemplo del hospital pero también te puedo poner el ejemplo de la cultura, que son temas que no tienen nada que ver con nuestro origen natural.
D: Por esa respuesta te mando un beso.
FCG: (Risas)
D: Eres crudo en tu tono sarcástico, pero eres amoroso, eso le da un valor adicional a la novela. ¿Estás de acuerdo?
FCG: (Duda) ¿Estoy de acuerdo? Sí, sí estoy de acuerdo porque a pesar de que lo mío es más el tono crudo, digamos como ser humano, el sarcasmo está mucho más cerca de mí que el amor, (¡esta es la nota!, opina la reportera) también entiendo que la novela no es para que uno se ande retratando, la novela tiene eso, tiene que contar una historia y esta historia tiene que ver en alguna u otra manera con el amor, entonces ahí no cabe esta rudeza ni cabe esta ironía, cabe el tratar de hallar que los dos personajes se encuentren y se encuentren de una manera que suene, que sea plausible, o sea que no sea de esos casos así como “la vi y me enamoré”, pues no, que sea un proceso, porque el enamoramiento siempre es un proceso y en este caso me quedaba claro que por ahí teníamos que caminar y eso, insisto, es la labor de un escritor. El escritor tiene que plantear cosas, que le parezcan y otras que no le parezcan, plantear atrocidades sin que uno sea necesariamente atroz, plantear amor sin que uno necesariamente sea muy enamoradizo. En la novela, ahí sí percibo que hay este tono irónico, crudo tipo Dr. House por un lado; y por el otro pues hay una historia de amor, hay una historia en que dos amantes se encuentran de una manera muy venturosa.
D: Proveniente de una persona sarcástica y misántropa, un acto de amor tiene mucho más valor, es más genuino y es más auténtico. Ligarse a un tipo así da mucha ternura. Eso hace también al personaje principal más tierno, más entrañable, porque viniendo de un tipo desencantado, “arquitecto de su destino” como dices, con esa ironía, con ese sarcasmo y que de todos modos se encariñe es muy tierno.
FCG: De alguna manera sí, yo lo que supongo es que pues no hay armadura infranqueable, por supuesto que no y que a la gente –a ti, a mí y a muchos- nos gusta detectar de pronto vulnerabilidad, de pronto hendiduras en esa armadura y eso también sé que llama la atención. Sé que, efectivamente si alguien se mantiene en un tono misántropo puede ser rico ver que sale un poco de ese tono. De hecho una cantidad infinita de historias literarias-cinematográficas se han construido bajo esa premisa, del hombre que de pronto ablanda un poco, que afloja un poco, desde Dickens hasta el que tú quieras… Sí, yo sí creo que hay todo este tema al final asociado a que este cuate pues está enamorado ¿no?, no está en el cinismo este ya, sino al final el cuate se enamora y se quiere casar ¿no?, cosa que cae muy gorda en estos tiempos para los jóvenes treintañeros y cuarentañeros que le huyen a eso como a una plaga.
D: No perdió usted Dr. oportunidad de plasmar su inclinación científica y hablar sobre los relictos.
FCG: Los relictos, cómo no, una especie muy extraña. Efectivamente, fíjate que hay tres grandes obsesiones personales presentes: una tiene que ver con que de chico fui un ávido lector de novelas de misterio, yo leía a Poe, leía a Conan Doyle y a un montón de estos autores, eso tiene que ver con este tono de thriller que tiene la novela; la historia es otra de mis obsesiones que ahí está expresada y la ciencia es otra obsesión. Entonces de pronto ahí jugué con fórmulas únicas imposibles, o jugué, por el puro gusto de hacerlo, porque no le aporta ni le quita nada a la historia el que el consultor argentino tenga una empresa que se llame Relicto, como son los fósiles vivientes (cacho inaudible…) o por ejemplo una planta muy rara que se llama ginkgo biloba, o este bicho que aparece en la novela que se llama “________” (no la tengo a la mano).
D: Es un capricho, sí. Tampoco perdió usted Dr. oportunidad de aclarar que el milenio empezó con el año 2001.
FCG: (Carcajada) Esa es una discusión que mantuve probablemente décadas con diferentes amigos acerca de que, ellos decían, el milenio cambiaba al inicio del año 2000 y yo me obstinaba en decirles que esto no era así por supuesto porque no existe año cero. Entonces sí son apuntes personales que uno pone en boca de los protagonistas, a veces de manera ociosa, a veces de manera absolutamente innecesaria, pero son apuntes ¿no? Me queda claro que Guillermo pues es un hombre de ciencia.
D: Guillermo es un tipazo, también quiero uno para llevar. ¿Y era necesario escribir una novela para integrar estas aficiones, estas inquietudes personales?
FCG: Es al revés yo creo, era necesario escribir una novela porque me sentía listo para escribir una novela y la novela de alguna manera es el registro de mis obsesiones, entonces mis obsesiones no me llevaron a hacer la novela, es exactamente al revés. Es una novela y de inmediato me doy cuenta que van a aparecer mis obsesiones personales por aquí y por allá. Eso creo que es bastante común, de hecho en la novela que estoy ahora ya cerca de terminar hay un adolescente superdotado, pongo en su boca pues un montón de obsesiones personales que me han sucedido por aquí y por allá, pero no me lo planteé así, es decir, no usé a este personaje para eso, sino delineé al personaje y luego empiezan a salir ese tipo de cosas.
D: Suena a una terapia muy sana.
FCG: (Risas) No importa si la novela se lee o no se lee, es muy terapéutico hacer novelas.
D: Pero además son muy amigables, al menos tu primera. ¿También la que viene?
FCG: En la siguiente novela el protagonista se va a burlar de la gente que domina demasiada información. Yo me burlo de eso. Este joven adolescente va a tratar de describirse a sí mismo como lo más lejano a un freak, porque este joven es uno de los ¿12? (o algo así, no entiendo) IQs más altos del planeta, entonces él tiene un diario y en ese diario se auto describe, trata de escribir lo que es él y lo que no es, y lo que no es, justamente lo que dice, es “no soy un freak que se tiene que saber qué día murió Napoleón, porque esa información me da igual, no es el tipo de conocimiento que me interesa”, eso dice este joven adolescente justamente.
D: No lo hace emocionalmente más inteligente ni le aporta nada.
FCG: No, por supuesto que no. Él y su padre viven solos, tratan los dos de llevar una vida lo más normal posible y esto no es real …trata de ser lo más normal posible, no antisocial y en ese sentido es bastante sensato... (fragmento indescifrable). Equipara su condición de superdotado a la de nacer con un lunar: “yo no tengo ningún mérito de ser privilegiado, voy a tratar de vivir lo más normalmente posible” y así lo hace. Vive con su padre, los abandonó la madre y tiene una relación entre padre e hijo bastante ¿? El padre es un escritor treintañero que no le va muy bien… (Ibid)
D: Está curioso para variar porque en Soñé… estaba presente la madre y no el padre y ahora va a ser al revés.
FCG: Exactamente, de hecho la próxima es una novela en la que aparecen muy poco las mujeres. Al final aparece una protagonista femenina pero en general, aquí sí, es una novela de personajes eminentemente masculinos, no hay estos registros de la primera novela y tiene que ver también con las obsesiones de un hombre, un hombre que se obsesiona por algo y se asocia con esta pareja de padre e hijo para encontrar ese algo.
D: Esa relación me va a dar mucha curiosidad.

De toros y toreros (El Financiero2007)

Donde usted, querido lector, lee: “Zotoluco se llevó el gato al agua al meter en la canasta a un manso de solemnidad que terminó por meter la cara por ambos pitones entregado al poderío muleteril del espada chintololo, Cumplido llevó por nombre el burel al que Eulalio le cortó las orejas tras una faena recia, maciza, en la que a base de someter y cercar a su enemigo logró arrancarle muletazos de largo trazo e innegable temple. La estocada, aunque desprendida, fue suficiente para que doblara el quinto de la tarde por lo que la petición mayoritaria no se hizo esperar”, yo leo: XWRTGFR TRXWZX GRTUYIPIUYU. La crónica de Jorge Murrieta, podría estar escrita en alguna lengua muerta y su humilde servidor entendería lo mismo. En primero lugar lo de meter la cara por ambos pitones parece un albur que envidiarían Chaf y Queli, no sé qué carajo es chintololo pero suena como a idiota. Me parece temible que un señor le arranque las orejas a su enemigo (siempre que no se llame Atila el huno) y también ignoro que es una estocada desprendida aunque queda claro que por muy desprendida que sea, deja en calidad de fiambre al pobre animal.
Lo primero que llama mi atención acerca de los toros es justamente la pinche jerga que emplean los taurinos y que me parece de una mamonería ejemplar; que si patialzado, que burel, que chicuelinas… ¿por qué carajo un grupo de gente habla en clave? ¿para que el resto no entendamos? ¿Cómo una especie de código de los bufalos mojados? Misterio triple.
El segundo elemento de sorpresa tiene que ver con el aspecto de los que asisten a las plazas de toros y que parece ha emprendido una cruzada para vestirse como solo se viste aquella gente con total desprecio al que dirán. Algunos llevan sombreros como los que usaba David Reynoso, nomás que con un mecatito que cuelga por atrás. Otros llevan un atuendo como el del vocalista de los churumbeles de España con otro tipo de sombrero que tiene la particularidad de parecer un pastel al cual le cuelgan unas borlas y que es idéntico a los que los gringos creen que usábamos en tiempos del Zorro.
Un cuarto misterio tiene que ver con el momento en que la gente se emociona y le da por aventar su sombrero a lo que los entendidos llaman “ruedo”, aunque bien visto el asunto y a juzgar por la facha con la que uno luce al portarlo, yo también lo aventaría.
Descripción aparte merece el traje del torero que usa unas mallas temibles que deben provocarle orquitis, se pone medias rosas y unas zapatillas que solo le he visto a la Pavlova. También utiliza una corbata como la de los hombres de negro y un chaleco que a todas luces es tres tallas menor a la correspondiente. El sombrero (o “montera” para que no haya protestas) puede ser adquirido en un centro comercial, concretamente en la panadería ya que parece un pambazo de a peso nomás que negro. Hay otros señores que se ve que tocan en una estudiantina nomás que con sombrero de plumita (si uno fuera marciano sería plausible la hipótesis de que el primer requisito de la fiesta brava es portar sombreros de idiota).
La fiesta ¿por qué fiesta? Inicia y entonces sale el señor de las mallitas da unos pases para que luego venga un gordo a caballo que le clava una pica más larga que mis malos pensamientos al toro. Luego viene otro señor que se aproxima dando brinquitos y le clava unas banderillas a la bestia. Cuando uno está pensando seriamente en llamar al doctor Soberanes y denunciar el abuso, viene el torero y le clava un espadazo al animal y lo deja listo para un filete de aguayón. Si lo hizo competentemente recibirá un par de orejas (honestamente yo preferiría una medalla a un par de apéndices sanguinolentos y llenos de pelos). Luego da la vuelta al ruedo y si da el peso adecuado lo cargan unos señores en sus hombros y lo sacan de la plaza.
Por todo lo anterior es que los toros se han privado de mi presencia y si algún lector taurino se quiere tomar la molestia de explicarme, le suplico se abstenga; soy un hombre de ideas fijas.

jueves, 22 de octubre de 2009

Conferencias (El Financiero 2007)

Por algún motivo doblemente misterioso a alguien de pronto se le ocurre la idea de que tengo algo interesante que decir (no es así) y esta sensación de desencuentro se duplica en el momento que se asume que un grupo de personas acudirán en masa a escucharme. Al ver esto escrito me parece contundente como un martillo y sin embargo –dada mi endémica incomprensión de las cosas- acepté el pasado viernes dar una plática en Cancún por lo que me dirigí al aeropuerto rezando una Magnífica dado que, como he documentado ampliamente, me pasan cosas. Nada ocurrió aunque este es un buen momento para advertirle a la compañía Mexicana de Aviación que el lunch servido en el vuelo 340 fue diseñado por un militar; concretamente el doctor Mengele y que el sandwich de jamón que mastiqué será la prueba más contundente ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Si no recibo un millón de dólares será claro que no existe justicia en el mundo. El segundo motivo de queja se vincula con las expresiones mediáticas en el interior del avión; ahora resulta que uno se tiene que soplar un programa de televisión diseñado por un imbécil y dirigido a gente todavía más imbécil, aderezado por la proyección de anuncios comerciales en los que le explican a uno que el interés prendario de 12% anual es una iniciativa diseñada por la Madre Teresa de Calculta.
Cuando llegué a Cancún percibí de inmediato que mi abrigo de octogenario polar constituía un estupidez térmica, me lo quité y fui conducido a un hotel posmoderno, de esos en los que sirven la comida en raciones para colibrís y que en el bar cuentan con camas en lugar de mesas. A la hora acordada me presenté en el salón, que en ese momento y como me temía, estaba ocupado por una viejita en primera fila, un señor vestido como médico internista y un joven que acomodaba una bandeja de provisiones. Poco a poco la gente fue llegando y empezó el evento en el que señores muy sesudos empezaron a decir verdades del tamaño de una casa.
Inmediatamente me percaté de que una conferencia cuenta con una taxonomía elemental de tres tipos de asistentes, que procederé a describir a continuación:
En primer lugar se encuentran los desposeídos que ignoro como se enteran del evento y asisten como zopilotes a comer y tomar siguiendo el mexicanísimo principio de la gorra. Tuve el placer personal de ver a un gordo que en el tiempo olímpico de cuatro minutos se tragó tres marinas de mole y una coca (de dieta). Acto seguido se limpió las comisuras y salió fingiendo que iba al baño para nunca más volver.
Otro grupo de asistentes a conferencias es el de aquellos interesados en aprender de las cosas de la vida, estos normalmente no son muy lúcidos pero sí conspicuos; buscan las filas delanteras, toman notas y generalmente son extravagantes. Pueden usar gorros, llevar un libro no publicado de su autoría o abordar al conferencista después de que ha terminado para decirle: “Maestro” (¿por qué maestro?). Fíjese que lo que usted dijo es muy interesante y se vincula mucho con una organización que he fundado que se llama: (aquí caben varias posibilidades: “asociación de la luz eterna” o “Damas de Pichucalco por la defensa de nuestros valores”), nos gustaría mucho que usted nos apoyara”.
Finalmente están los que son conferencistas pero nadie los invita a compartir sus ideas y es por ello que van de sitio en sitio, esperando a que se abra la sesión de preguntas para luego intervenir: “No es pregunta, es comentario” –dicen- y acto seguido se arrancan con una disertación que no tiene nada que ver con nada. Toman quince minutos hasta que alguien prudente le pide que abrevie para “tener la oportunidad de escuchar más opiniones” el señor o señora en cuestión se enoja, el resto –dependiendo de su carisma- le aplaude o lo abuchea y entonces se acaba el numerito en el que por motivos variados y diversos se ha reunido la diversidad de personalidades que acabo de describir, lo cual no deja de ser notable.

Presentaciones

La presentación de un libro es lo más cercano a un festejo de quince años posible; que si alcanzará el chupe, que si el presentador viene ebrio, que si quién es ése buey, etcétera. La mía fue ayer y salió bastante bien. Llegaron los que tenían que llegar, todo mundo dijo sus palabritas (María mi hija se avergüenza si me elogian y cuando mencioné a Fedro mi hijo, adquirió el tono de un huachinango)y luego a la firmadera que es un trance doloroso, porque uno sabe que conoce a la persona que trae su libro a firma pero no recuerda su nombre y es momento de hacer el ridículo. Estuvieron amigos viejos y nuevos, aparte de gente que no tengo el gusto y avanzamos hacia terrenos de embriaguez olímpicos. Mención especial merece el equipo de Random, que hizo un cálculo muy menor de los libros que se venderían, cuando se acabaron un señor con cara de nada dijo "es que no traemos más"...ok.
En fin gracias a todos por su cariño
FCG

miércoles, 21 de octubre de 2009

Los consejos (Milenio, 2008)

Algún día un conocido mío dijo implacable: “México es un país que sería Jauja si no estuviera habitado por los mexicanos”. La frase se constituyó en una revelación, casi en una epifanía, que me acompaña día con día cuando confirmo sistemáticamente que la raza de bronce es lo que es.
Los mexicanos nos pasamos los altos, esquivamos las colas de la peor manera posible y consideramos que el claxon de un auto es una extensión del puño que uno blande a lo pendejo cuando en una calle simplemente no se puede pasar o un pobre hombre que es policía hace lo que puede. Por supuesto podría abundar, pero este no es el espacio ni el momento ya que cada que uno dice cosas como las que acabo de escribir, brincan una serie de personas que consideran que nomás ando agraviando y no “escribo sobre cosas positivas”. El problema de lo anterior es que hasta cuando se busca lo positivo las cosas no resultan y procederé a ilustrar mi aseveración con el ejemplo de los consejos.
A los mexicanos, por alguna razón inexplicable, nos da por opinar. No importa si el tema es el efecto del priapismo en la extinción del chotacabras o la subida en el mercado del precio de la papaya maradol. El efecto siempre es el mismo; alguien habla de cualquier tema y de inmediato se oyen voces en coro que dicen pendejadas como: “Elba Ester se casó en secreto con Fox vestida de china poblana” o “Me contaron que están esterilizando viejitos en los hospitales del seguro”. Lo anterior no sería un problema ya que uno aprende a inmunizarse de tales declaraciones y nomás pone cara de atención mientras piensa en qué momento se puede dar a la fuga. El verdadero problema viene a la hora de la aconsejadera, que es el segundo deporte nacional después del floreo de la reata.
Si uno está crudo y sintiendo que todo se derrumba de inmediato recibe en ráfaga las siguientes recomendaciones de gente solícita: a) “Lo que tienes que hacer es pelar diez limones, frotarlos sobre un huachinango y ponértelo en las nalgas, es infalible” b) “Lo que a mí me ha funcionado es pararme de cabeza y masticar achicoria”. Estos consejos suelen darse in situ en el preciso momento que uno busca a alguien que haga favor de decapitarlo, pero también se han refinado y ahora se emiten por televisión. Normalmente es una nube de viejas chotas las que salen en cadena nacional aconsejando sobre asuntos inverosímiles como el uso de una caja de zapatos para construir un buró o la mejor forma de empezar sexy el año por venir, a través de recomendaciones simplemente escalofriantes, porque escalofriante es que le digan a una “no esperes a tu marido en chanclas cuando llegue del trabajo”.
Sin embargo, los consejos más temidos son todos los relativos a las enfermedades. No existe la menor posibilidad de que uno estornude o tosa y de inmediato el coro griego se arranque con un conjunto de recetas que harían vomitar a un buitre y que deben ser obedecidas al pie de la letra si uno no quiere pasar a mejor vida. Destacan en esta categoría las relativas a ingerir cosas vomitivas como el aceite del niño Fidencio o la pomada para ubre de vaca (lo juro) que hay que untarse en la nariz para que ésta no se caiga.
A lo largo de mi vida he escuchado consejos extraordinarios, pero quizá el que se lleva las palmas y que me dejó reflexionando acerca de lo pendejo que siempre he sido, me lo recetó una empleada (mexicana) de Air France a la que después de reclamarle porque de mi maleta (cerrada con llave) había sido abierta y se habían clavado una cámara me dijo didáctica y con algo de compasión en la mirada: “Ay señor, yo le aconsejo que sus objetos de valor no los meta en la maleta, porque hay mucha gente mala”.
Pues sí.
Desde entonces en la maleta solo empaco periódicos viejos, mi colección de estampitas del santo niño Tarcisio y un grupo de calcetines huérfanos. El resto lo cargo a mano, lo que me confiere el aspecto del señor del costal…pero eso sí, bien aconsejado.

martes, 20 de octubre de 2009

Luminodependencia (El Financiero 2007) Este artículo prueba que soy un adelantado a mi época

Lunes 11:30 a.m..- Escribo un artículo y de pronto ¡paf! Se va la luz. Acostumbrado a vivir en una zona en la que me quedo a oscuras cada que alguien estornuda, miro al techo y espero un milagro. Pasa una hora, me levanto y veo que en el buzón hay una atenta nota que me informa amablemente sobre el corte del suministro eléctrico. Hablo con mi asistente quien me informa que pagó hace una semana y me da el recibo en prueba, mismo con el que me dirijo a luz y fuerza con cara de agravio.
En la sucursal Obregón hay dos opciones, la primera es desmoralizante; se saca una ficha como las de salchichonería del superama que puede ser la 370 (en ése momento se atiende al cliente insatisfecho número 120) y una turba se encuentra sentada emulando la terminal de camiones de Tejupilco el Chico. La segunda opción consiste en formarse en otra fila y llegar a una ventanilla. Me tocó en suerte la señorita Miryam. Una mujer que no tiene sangre en las venas, le expliqué, me miró como se mira a un ave del trópico y dijo “mañana lo reconectan”. Casi le beso los pies, pero nos separaba un vidrio blindado así que me fui a mi casa a leer con velas.
Martes 8:00 p.m..- Mientras prendía las velas reflexioné sobre mi alta dosis de imbecilidad ya que pasé todo el día esperando la camioneta, como los huicholes a las lluvias. Por supuesto no llegó y decidí sacar una botella para embriagarme en la penumbra de la noche.
Miércoles 8:10 a.m..- Llego con la señorita Miryam, me pide que espere a que atienda al resto de la cola que va a pagar. Le pregunto si me recuerda y pone cara de nada, en su descargo debo admitir que mi aspecto se ha modificado; traigo ojeras, baba en las comisuras y una quemadura de segundo grado en los pelos del antebrazo producida por cera de vela. “No sabría decirle” –espeta- y seguramente se arrepiente ya que pongo muy mala cara, entra a una covacha, sale y me informa triunfal que ahora sí “hoy lo reconectan, ya está la orden”. Esta vez decidí salir todo el día con la esperanza de que se hiciera la luz, por supuesto no fue así. Cuando llegué a mi hogar, prendí las velas, asumí posición fetal y empecé a rezar una Magnífica.
Jueves 8:00 a.m..- Del refrigerador empiezan a salir emanaciones tóxicas, lo abro con un tapabocas y me encuentro con un cuarto de kilo de jamón que murió después de muerto y un frasco de yogurt que produce unas burbujas sospechosas, por lo que lo envío al Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares en sobre cerrado. Llego a las 8:30 al estacionamiento y el señor que da los boletos ya me mira como a un viejo amigo. Miryam no se presentó a trabajar y soy atendido por uno de barbita que va por un papel, me muestra la dirección en la que vivo y me dice “hoy sin falta”. Por supuesto cuando llego en la noche la luz no ha regresado pero ya nada me arredra y empiezo a planear una venganza, el problema es que no se me ocurre nada.
Viernes 8:10 a.m..- Las cosas se complican; no solo no está Miryam, esta vez tampoco el de barbita. El único cajero –un joven de cachucha- estudió con los marines y me manda a sacar una ficha, es la 322. Regreso con él con mirada suplicante y dice “a la vuelta están los de las camionetas, a lo mejor le ayudan”. Marco el teléfono de esa sucursal desde mi agonizante celular y me atiende la secretaria del gerente, me indica que toque una puerta. Se trata de un bunker en el que se mira con cristales de una sola vía a la ciudadanía descontenta. La señorita me informa que hoy pasarán a reconectarme, pero seguramente pongo cara de duda metódica por lo que me tranquiliza: “ya el gerente dio la orden” Argumento que eso mismo me dijeron el martes y responde con una joya; “Si, pero ahora sí dio la orden”.
Salgo tambaleante y le cuento a una amistad quien me remata “eres un pendejo, le hubieras dado lana a los de la camioneta”.
En fin, no sé que pasará pero de cualquier manera aprovecho para decirle al señor director de luz y fuerza, que su servicio –dicho sea con todo respeto- apesta.

lunes, 19 de octubre de 2009

Soñé con Rocío Dúrcal

Les recuerdo amigos míos que este miércoles 21 a las 19:00 se presenta mi novela en el Bar Nuevo León (Nuevo León y Michoacán, Condesa). Ojalá me acompañen. Al respecto va una entrevista que se publica hoy en La Mosca en la red. http://www.lamosca.com.mx/portal/

Manifestaciones (Milenio 2009)

La primera (y desde luego, la última) vez que asistí a una manifestación estaba yo en la facultad y mi nivel de confusión cerebral era tal que no tengo la menor idea de lo que se manifestaba ni qué carajo hacía yo ahí. Éramos un grupo lamentable caminando por las calles de la gran ciudad con cartulinas decoradas con plumón y gritando cosas como “¡Fulanito de tal…amigo, el pueblo está contigo!” o “¡No pasarán!” (lo anterior en función a el motivo de la manifestación que podría haber sido la liberación de un señor o el alto a las cuotas, pero como ya expliqué, no lo recuerdo).
Los que vivimos en esta muy noble y leal ciudad de México somos seres curtidos en el arte de enfrentar las manifestaciones como los antiguos enfrentaban las siete plagas bíblicas. Va uno muy tranquilo sobre eje central cuando de pronto se aparece una turba comandada por algún luchador social que se interpone entre el auto y su destino mientras empieza a arengar a los manifestantes que normalmente son gente que no tiene la menor idea de lo que hace ahí pero sí la conciencia de que le conviene asistir so pena de perder una lana, una torta o el crédito de una casa. Tengo la impresión de que los motivos de los marchantes han perdido vigor ya que bastan veinte señores y señoras que están muy molestos porque se instalará una gasolinera o porque en su escuela la directora es una arpía para bloquear la lateral de periférico y exigir una solución. El libro de procedimientos gubernamentales es previsible como un meteorito y consiste en pedirle a los quejosos que formen una comisión que dialogará con la autoridad para “analizar el caso”, lo que sigue es una muestra de capote por parte del funcionario correspondiente, una nube de gente insolándose, policías observando el evento con cara de nada y cientos de automovilistas mentando madres.
Las reacciones también son predecibles y de una hueva infinita. Los legisladores dicen que “hay que regular las marchas” y no regulan (seamos castizos) una chingada, los líderes de opinión edulcorados argumentan que “las manifestaciones no deben violar los derechos de terceros” y los resguardatarios de derechos humanos exclaman que “hay que respetar el derecho a la libre manifestación”. El resultado es tan productivo como un encuentro intelectual con Capulina y las manifestaciones se multiplican como los panes, día con día.
Dentro de la tipologías de manifestantes se encuentran varias categorías. Los hay efectistas que arrastran reses hasta una secretaría de Estado para luego sacrificarlas, otros bloquean carreteras, algunos portan machetes y unos más tiene una capacidad logística digna de los boy scout que les permite en diez minutos llegar al zócalo instalar un camping, poner anafres, orinarse en los arriates y pernoctar durante semanas volviéndose parte del paisaje urbano, lo mismo que un pirul. Sin embargo los que me parecen insuperables son los señores y señoras de los cuatrocientos pueblos que comparten costumbres con Wanda Seux, esto es, encuerarse porque pasó la mosca. El espectáculo es notable, porque notable debe ser que uno vaya caminado por avenida de la Reforma a cambiar un cheque cuando al doblar la esquina y de la nada le salga un señor desnudo que quiere la justicia social.
Hace poco el doctor Mondragón y Kalb dijo lo que pensaba y que se resume en la siguiente frase “si de mí dependiera los sacaba a patadas”. De inmediato se produjo la mexicanísima reacción en cadena. “Que se disculpe” dijeron los políticamente correctos “tiene razón” pensaron los políticamente incorrectos y lo que vino después fue el papelón ese de salir al paso y decir cosas como “se me interpretó mal”, que es francamente una salida muy poco digna. El caso es que en esta ciudad vivimos las manifestaciones como un rasgo cotidiano y distintivo. Como no le veo remedio sugiero que nuestras autoridades de turismo, incorporen en sus planitos y rutas el tema de los marchantes explicando que esa gente encuerada, o la que trae machetes, o la que le mienta la madre a las injusticias de la vida, es parte de nuestros usos y costumbres y en consecuencia patrimonio capitalino. De esta manera creo que evitaremos frustraciones ¿o no?

sábado, 17 de octubre de 2009

La electricidad y yo (El Financiero 1995)

Mi primer contacto con la electricidad se produjo a través de una descarga de 40 megawatts que me dejó babeando y con los pelitos de los dedos completamente chamuscados. Estaba yo tratando de cambiar el canal de una tele de bulbos, en la que Capulina decía "jioti-jioti", cuándo pisé un charco de agua. Como no tenía zapatos, me convertí, de acuerdo con la ley de Ohm, en una especie de conductor gordito que llevó la electricidad desde mi colédoco hasta la punta de la coronilla. "Esto -- pensé-- es la última vez que me pasa."

El pronóstico no se cumplió, ya que para entrar a la casa de un amigo muy cercano era menester tocar un timbre de metal que dejaba pegado al visitante en tiempo de lluvias. En los últimos años mis experiencias han tenido un carácter -- digamos, moderno-- pero de iguales resultados. Por ejemplo, al tratar de conectar el módem de mi computadora a la línea telefónica obtuve el último contacto con una corriente de electrones (la uña me quedó negra y luego se cayó). Todo lo anterior me hizo reflexionar sobre la evolución de los aparatos eléctricos. Antes comprar un radio, enchufarlo y prenderlo, era más fácil que aplastar un merengue a sentones; ahora las cosas han cambiado. A continuación describiré algunas de las perversidades que -- me parece-- han generado esos cambios.

Por alguna razón -- que supongo a todo mundo le debe valer madre-- , las clavijas ortodoxas han pasado de los piquitos de metal plano a contar con la presencia de otro piquito de metal redondo que debe servir para muchas cosas menos para conectarse a una toma de corriente normal. Esto determina que haya que salir a las siete de la noche, en medio de la lluvia para comprar la cuchufleta que resuelva el problema: "Me da un adaptador trifásico" dice uno como baboso, sin entender lo que está pidiendo.

Otra variante del cambio tecnológico es la de los aparatos que utilizan clavijas que tienen, por un lado, un piquito normal y, por el otro, un componente acromegálico. Dicho cambio produce escenas profundamente indecorosas, por ejemplo la de un tipo hincado en el piso mentando madres, mientras le atiza con un martillo a una clavija para que entre a huevo.

Una degradación más de los tiempos que vivimos tiene que ver con la complejidad de los aparatos eléctricos. Cuando se compra -- digamos-- un equipo de sonido y se abre la caja, brota, como una plaga, una serie de cables que miden en su conjunto por lo menos seis metros. La utilidad de dichos cables (que se almacena en un cajón) es comprendida por el comprador cuando los bafles estallan sin remedio debido a que no se conectó el regulador de impedancia.

Los manuales, en los que antes el comprador se felicitaba por la sabiduría de su compra, se han convertido en documentos legibles con la condición de que se tenga un doctorado en la universidad de Harvard. Cuando uno ve las grafiquitas llenas de circuitos de colores que parecen la línea 3 del Metro no puedo sino sentir desaliento. Hace muy poco mi cuñado Alberto compró una cafetera ultramoderna, el día del estreno nos sentamos todos a la mesa llenos de expectativas. En el momento cumbre, en lugar de un chorro de café exprés brotó de las profundidades de la cafetera un sonido equivalente al que los coches emiten cuando se desbielan. Al abrir el manual nos percatamos que eran necesarios doce pasos previos que habíamos omitido. Es culpa de los alemanes, concluimos.

La última perversión de los aparatos eléctricos que se me ocurre tiene que ver con la demanda energética que requieren. Recientemente adquirimos una lavadora ultramoderna que manifestó su eficiencia el jueves por la noche, en el preciso instante que dejó a Sabina cantando como Antonio Badú y yo pensé que había perdido la vista. Cuando tratamos de entender qué sucedía, observamos (científicamente) que a cada vuelta de mi camisa en la lavadora, correspondía un apagón terrible.

Actualmente vivimos como refugiados en la guerra civil pero eso sí... bien limpiecitos.

Medio siglo...

Es la edad que estoy alcanzando el día de hoy. Madre mía.

viernes, 16 de octubre de 2009

14 000

Madre mía llegué a esa cifra y ni me enteré. Gracias a todos por seguir en este congal
FCG

Ídolos (La Mosca 2007)

La televisión es una fuente de imbecilidad profundamente inconmensurable. Uno puede encontrar a una señora que es señor y da el horóscopo para luego cambiar de canal y encontrarse con una gorda que modera un programa en el que los asistentes cuentan sus miserias emocionales y se agarran a madrazos porque pasó la mosca (en la pared). Solo en una pantalla de veintiun pulgadas uno puede hallar gente como el perro Bermudez que desde mi punto de vista es un crimen de lesa humanidad o a una nube de idiotas que dan brinquitos en una tabla simulando un circo para que una nube más amplia de idiotas aplaudan. En la tele también he visto a un señor que se llama Jaime Maussan cuyas características distintivas son las de tener un ojo chueco, hablar muy raro y anunciarnos que los ovnis nos visitan diariamente de tres a seis, lo que siempre me deja la duda de por qué solo los ve él y no el resto de los mortales. El misterio es que a través de estos “avistamientos” este buen hombre se ha hecho de un modo digno de vivir.
Muy bien, las reglas son esas y el que no las quiera aceptar puede simplemente no prender la televisión o fugarse al pico de Orizaba, como no es mi caso, de noche en noche prendo el aparato e invariablemente me quedo estupefacto de lo que veo. Esta vez me encontré con una madre que se llama “American Idol” cuyo formato es elemental, se trata de que una turba de señores y señoras que creen que cantan, se expongan ante un jurado que describiré a continuación: primero hay un gordo de color negro que se viste como se visten los padrotes de balneario y que por algún misterio semántico llama “dog” a los concursantes varones, luego está una señora que se peina con tubos, se llama Paula Abdul y, según me relatan mis fuentes, conoció en el sentido bíblico a uno de los concursantes. El tercero en discordia es un señor británico que tiene el pelo como las laderas del nevado de Toluca y tiene la virtud de ser mamoncísimo, se llama Simon y aparentemente todo mundo sabe lo que le espera al encontrarse con él.
El programa inicia con un jovenazo que es el presentador y que da entrada a los concursantes. Normalmente los proto cantantes son gente que debe vivir aislada en las montañas ya que cantan como la mamá del muerto a gritos y haciendo el ridículo. El siguiente paso es que los jurados los hagan mierda y salgan de un cuartito muy molestos. De vez en cuando hay uno o una que no lo hace tan mal y recibe un veredicto aprobatorio que le hace dar brincos, llorar y abrazar a su señora madre que espera afuera llena de ansiedad.
Los cantantes son eliminados como en la canción de los perritos y cuando ya queda una docena se le junta con algún señor que es famoso (el que a mí me toco en suerte observar se llama Barry Gibb o lo que queda de él). El famoso se pone al lado de un piano y les pide a la docena que canten sus canciones, los concursantes lo hacen y les da consejitos del tipo “cuando llegues a esta nota infla el pecho” y luego los elegidos van al salón de belleza y se presentan en un salón enorme con orquesta y todo. El público es netamente gringo, es decir gordo, y aplaude mientras un letrerito nos anuncia cosas como “familiares de fulanito de tal”. Uno de los participantes que era igualito a Mowgli y se llamaba Shamalaya, Shajualalua o algo así cantó algo espantoso y fue pasado por las armas por los miembros del jurado, lo que provocó un pleito entre el maestro de ceremonias y el del pelo como el nevado. Me quedé muy impresionado de ellos y de mí que tuve el temple de ver el programa completo y correr a escribir esta nota para que ustedes, queridos lectores, me digan si soy un pendejo que no entiende las cosas de la vida moderna.

jueves, 15 de octubre de 2009

Invitación oficial a la presentación de la novela "Soñé con Rocío Dúrcal"




No pueden faltar. . .

El juego del hombre (La Mosca 1996)

Cualquiera que no esa estúpido –y de ellos está empedrado el camino del infierno- podrá percatarse que un partido de futbol tiene reglas muy elementales; cada equipo salta a la cancha con once señores vestidos de pantalones cortos, uno de ellos trae una indumentaria diferente que, en algunos casos, recuerda el carnaval de Veracruz. Ése se coloca debajo de los postes y los demás se reparten en el campo. En el momento que otro señor vestido de negro sopla el pito (“sopla el pito” que maravilla), los que tienen el mismo uniforme patean la pelota en una dirección y los otros intentan lo mismo. Como se puede ver no es necesario ser una lumbrera para entender de qué se trata. Pues bien, algo tan elemental ha resultado ser el juego más popular del planeta y ello no puede sino ser una fuente de misterios. Las explicaciones de los sociólogos (que son gente mamona con título para ejercer) se centran justamente en la simpleza del deporte y en lo fácil que resulta que un grupo de escuintles se compre una pelota y se dediquen a patearla como Dios les dio a entender. Es probable, pero también insuficiente, porque ya puestos a elegir es mucho más elemental el boxeo, donde queda claro que el chiste es que uno tire más chingadazos que el otro, si se puede hasta dejarlo sin sentido o de plano medio muerto. Pese a esto, el box no es más popular que el futbol ¿Por qué será?
Otro problema con el futbol es la enorme diferencia en las condiciones que existen para quiénes lo practican profesionalmente y aquellos que son aficionados. Los primeros juegan en pastito, si les dan una madrazo reciben su masajito, ganan la cantidad equivalente para poner alumbrado público en Moroleón y comen tres veces al día. Los segundos practican su afición en canchas que en el mejor de los casos tienen nomás rocas sedimentarias, si se barren pueden olvidar el fémur en la media luna. Cuando se pegan son olvidados por sus compañeros hasta que acabe el partido y entonces son llevados con fractura expuesta a Xoco, donde los terminan de desgraciar. En lugar de recibir dinero, tienen que poner para el arbitraje y en muchos casos para las chelas que reúnen a todos después del juego. Uno pensaría que ante tales diferencias el asunto no debería contar con tantos aficionados y, sin embargo, ahí siguen los llaneros de panza y bigote rompiéndose la madre cada domingo.
El último misterio es quizá el más relevante: ¿por qué la gente se vuelve loca con un partido? Conozco señores que llevan una vida ordenada, le dan de comer a sus hijos y tienen 2.7 relaciones sexuales con su mujer por semana y apenas iniciadas las hostilidades, se pintan cosas en la cara, utilizan sombreros ridículos, salen a la calle mentando madres y con ganas de violar doncellas y enarbolan la bandera nacional con un patriotismo que su maestra de quinto de primaria nunca logró imbuir.
En fin, el futbol es un asunto metafísico que no se puede explicar racionalmente, por eso te digo mi querido chavo (siempre he asumido que los que leen este espacio son jóvenes medio cabronsones) que la próxima vez que tu equipo favorito llegue a la final, aprovecha para dar de gritos a lo buey, en lugar de intentar explicaciones de hueva como las que emprendí el día de hoy. Abur.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Los terminajos (La mosca 1996)

Existe gente cuya misión en la vida parece ser la de estar jodiendo al prójimo con la manera en que se expresan: que si no se dice “gentes”, que “lapso de tiempo” es una redundancia y demás mamadencias. Recuerdo un programa de Jorge Saldaña en el que invitaba a una nube de viejitos para explicar cosas tan fascinantes como el origen de la palabra “catatonia” y que se dedicaban a contarnos acerca de las costumbres sexuales de los mesopotamios. Sin embargo, esta opción -que parece diseñada por el marqués de Sade- era mucho mejor que oír cantar a Saldaña, cuyo timbre de voz era extrañamente parecido al del apareo de los chotacabras.
A mí en principio el asunto de si la gente habla bien, mal o regular me importa un pito. Sin embargo. he descubierto en nuestro lenguaje algunos términos que me parecen muy destacados porque cada que alguien los emite me quedo en blanco: hablemos de ellos.
Llegué a tu casa.- Cuándo alguien me dice la frase anterior sufro desconcierto; ¿llegó a mí casa? Entonces la siguiente pregunta es ¿a qué chingaos? Luego descubro que lo que quiere decirme es que en realidad llegó a su casa (que es también la mía). Una derivación posible es “tu pobre casa” que ya tiene un matiz socieconómico escalofriante ¿No es pendejísimo?
Pompis.- Difícilmente es posible hallar una palabra más siniestra que pompis o pompas. Esta la usan frecuentemente las viejas chotas para describir las nalgas “¡Hay chula! me di un sentón en las meras pompas”. La pregunta en este caso es ¿quién fue el imbécil que decidió que nalgas era algo innombrable? y ¿quién el estúpido que recurrió a pompis como alternativa? No lo sé. Algunas derivaciones colaterales de estos términos son palabras tales como “pajarito”, “pizarrín”, “pirinola” y “bubis”. Las tres primeras se refieren al pene (en castizo: “pito”) y la última (creo) a los pezones.
O sea ¿no?.- Esta es un frase que distingue al que la usa, y digo lo distingue porque lo señala como alguien profundamente pendejo. En su origen ha sido utilizada por adolescentes que se sienten noruegos para dirigirse a sus semejantes. Lo notable es que pese al pitorreo que ha generado el uso del vocablo, éste no ha disminuido. El otro día en el aeropuerto le conté catorce a una muchacha que estaba platicándole a un amigo lo importante que es el vestirse adecuadamente para no ir por el mundo dando malas impresiones.
Buga.- El otro día me explicaron que yo era un buga y me quedé mirando al cielo con cara de azoro. Acto seguido aprendí que “buga” es el término con el que los homosexuales designan a quienes no lo son. La frase no es babosa pero sí desconcertante ¿Por qué Buga? ¿Por bugambilio? ¿Por Buey Usted que Goza Alternativamente? la verdad es que no tengo la menor idea y me encantaría que alguien me diera una explicación.
Niña.- En principio la palabra niña (o niño) no tienen ningún problema ya que resulta claro que describe a seres humanos que no han cumplido los once años, que juegan con muñecas o se madrean como los Power rangers. Sin embargo, la modernidad ha definido que los adolescentes se refieran a una niña o a un niño como alguien que perfectamente puede tener treinta años y vello en las partes prudentes. “Conocí a una niña lindísima” dicen y entonces uno se los imagina relamiéndose los bigotes mientras esperan con un chicharrón en la mano afuera de una primaria federal, cuando en realidad la susodicha es secretaria bilingüe y tiene su cartilla para votar. Es pendejisísimo.
En fin, con esto de los términos no hay nada que hacer ya que desde luego la opción de ponerse a regañar a la gente me parece inaceptable, así que hagamos de tripas corazón y sigamos hablando como nos dé la gana que después de todo... no pasa nada.

martes, 13 de octubre de 2009

Pero al burro... (La Mosca 1997)

Una de las famas ganadas con mayor justicia que tenemos los mexicanos es la de ser buenos para los albures, esta virtud, que se podría comparar con otros atributos como ser alegres, huevones o de plano llevados de la mala vida, son las que seguramente han contribuido a construir la identidad nacional. Si, por ejemplo, vamos algún día caminando por el aeropuerto Rajaputra de Nueva Delhi y exclamamos algo como “el saco me quedó chico” habrá que afinar el oído y otear el horizonte; escuchar algunas de las siguientes frases nos permitirá identificar a un compatriota perdido en su viaje por Asia: a) medallas y llaveros”; b) “échame de menos”; c) “a travieso, nadie me gana” y d) “¿cómo?”.
La vida no me ha dado la imaginación suficiente para especular acerca del origen del albur. No sé si los españoles tenían éstas pretensiones de andarse jodiendo con chupadas y mechas en la punta. Ignoro, también, si el asunto se originó gracias al ingenio e imaginación de algún príncipe chichimeca que no sabía que uso darle a la palabra camote. Algún sociólogo de ésos que les gusta investigar cosas como los hábitos sexuales de los policías del siglo XIX en la meseta de Oaxaca, quizá ha encontrado que el albur es un producto del mestizaje y que algún azteca receloso decía “sí amo” en nahuatl cuando en realidad estaba diciendo “me agarras”. El hecho es que hoy en día uno debe hablar con la cautela de un adúltero para evitar que los amigotes lo agarren de su güey.
Todo este asunto viene a cuento porque el otro día soñé que una empleado de ventanilla en la Secretaría de Hacienda me masacraba a base de albures mientras yo le entregaba mi forma IS24567389”////. El tipo me decía refieriéndose a los palitos del final de la forma que: yo no había agarrado la onda y que él me iba a dar otra forma. Desperté entre sudores fríos y me dirigí inmediatamente al psicoanalista. Al entrar en el consultorio no pude evitar advertir que la recepcionista tenía más bigote que yo y que usaba un sombrerito que le confería el aspecto de una jaula de guacamayas. Cuando entré con el doctor y le expliqué mi problema me dijo: “mire amigo, lo que usted necesita es agarrar confianza en sí mismo. Siento que está muy rígido. así que ¿por qué no se sienta y me platica su problema?
Me senté.
El analista continuó: “su vida se vierte por un agujero, así que ponga atención y trate de recordar los momentos más cálidos de su vida. Seguramente usted de chico daba mucho de que hablar, se enfrascaba en constantes disputas y su madre no lo atendió como era debido. Para superar su problema es menester que descanse ¿Estamos?”
“Estamos” respondí.
“Bien, le voy a sugerir que acuda con el Dr. Martín Cholano y le cuente lo que a mí me ha contado, seguramente el le ofrecerá el consuelo que su alma necesita.”
Desperté por segunda vez y me juré no volver a cenar quesadillas de pápaloquelite. El asunto me ha funcionado pero sin embargo, sigo con inquietudes y es por eso, querido lector que me acojo a su comprensión para que cuando lea estas líneas comprenda que las escribe un hombre desesperado que probablemente se cosa la boca para evitar ir por la vida sufriendo el ingenio ajeno.