miércoles, 12 de mayo de 2010

De groserías (El Financiero 2001)

Parece que la Real Academia de la Lengua (cuando escribo lo anterior me imagino a un puñado de viejitos que se pasan discutiendo llenos de ademanes si se dice “no hay nadie” y cosas de tan grueso calibre) nos ha hecho el favor de admitir un montón de términos que en México son clasificados genéricamente como “malas palabras” o bien “groserías”. De ello me enteré a través de las noticias que consignaban al presidente Fox cambiándole el nombre a Borges (por supuesto no es su culpa, sino de quien le pone a leer cosas que no entiende). En fin, el asunto es que en el terreno de las palabras incorrectas me considero sin ninguna modestia una autoridad nacional y por primera vez en muchos años considero que sé de lo que hablo al abordar este candente tema.
Muchos conductores de radio y televisión retomaron el asunto y se regodearon con la nota lo que supuso varias enseñanzas; la primera es que aquellos que tienen menores ratings fueron más a fondo y se despacharon por primera vez diciendo al aire palabras como chingada, nalgas y jodido. Otros fueron más cautos y algunos como Froylán López Narváez de plano diciendo “chifladeras” por chingaderas (forma eufemizante que siempre me ha parecido lamentable).
Una de las misiones educativas que los padres emprenden con mayor ahínco es la de dotar a los hijos de un equipaje de costumbres sociales que sigue invariablemente las mismas reglas; cuando los infantes son menores a cinco años es aceptado e inclusive se celebra que digan cosas como “tú caca” o “me duele la pirinola” acto seguido se entra en un proceso represivo que le vuela los dientes al menor si al referirse a su hermano lo llama imbécil o estúpido y si de plano sale con palabrotas como “puto” la familia entra en crisis y se realiza una exhaustiva investigación en la escuela y con los primos para saber de dónde saca el niño tanta grosería.
En la adolescencia los jóvenes suelen adoptar un lenguaje que envidiaría un carretonero y lo utilizan siempre sin ninguna mesura. Se adquieren en ése momento términos tan saludables como “te cojo”, “me la pelas” y demás yerbas. La vida adulta nos indica que tales términos son perfectamente aceptables en privado y con las conocencias pero nunca en público frente a desconocidos. La única excepción a la regla que conozco es la del gobernador Juan Sabines que en un discurso público y aparentemente hasta las manitas les dijo a sus enemigos políticos que hicieran favor de ir a chingar a su madre, es decir la de sus enemigos.
Estas reglas han sido particularmente seguidas en los medios de comunicación ya que las autoridades parten de una premisa (idiota) en el sentido de que permitir a los periodistas y demás miembros del sistema mediático que hablen con palabrotas es incitar a los oyentes a que hagan lo mismo. Por supuesto lo anterior es falso e inclusive ligeramente hipócrita ya que lo único que favorece es que la gente tenga que adquirir una personalidad como la del doctor Jekyll y mister Hyde y que hable de una forma hipocritona. Es por ello que las recientes noticias traen un soplo de are fresco a la vida pública y pueden ser las llaves que abran la cerradura que durante años nos han impuesto los señores de las buenas costumbres. ¿Ventajas? Muchas imagine usted, querido lector, por ejemplo que en las notas bursátiles el reportero dice, “la bolsa de valores perdió 6 puntos, ello se debe a los inversionistas hijos de la chingada que se llevaron sus capitales especulativos” o bien “el ausentismo en la cámara alcanza una cifra record gracias a que la huevonería de los señores legisladores ha aumentado de manera exponencial los últimos años”. El ejercicio anterior podría permitir sacar de la jugada a términos que acusan ya cierto desgaste como “vándalos”, “multitud enfurecida” y “el diputado fulanito de tal (si, ése que usted piensa) estaba bajo los efectos del alcohol” y sustituirlos por “ojetes” una turba encabronadísima” y “estaba que se caía de pedo”. No veo que de malo podría haber en ello y si percibo que las modificaciones (ya con el aval de los viejitos de la Real Academia” nos permitirían ser más sinceros, lo cual es en sí mismo un logro nada desdeñable ¿o no?