martes, 29 de septiembre de 2009

Fragmento de la Sala Oscura (Paidós 2002)

En la pantalla se aprecia a Santo, el enmascarado de plata, hablando por teléfono. Con voz grave dice: “inspector, creo que debemos conocernos”. La escena cambia y se aprecia que del otro lado de la línea se encuentra el inspector, uno de bigotito y sombrero con pluma de perico australiano que contesta: “de acuerdo Santo, le propongo la iglesia de Coyoacán a las 12 de la noche”. El Santo, en lugar de responderle al inspector que no sea pendejo y que mejor se vean en una oficina a hora razonable, contesta “entendido” y cuelga el teléfono.
La siguiente escena nos muestra al inspector en una explanada desierta caminando en círculos y fumándose un cigarro. En ese momento llega un MG color plata del que baja pegando un brinco y no por la puerta, un señor sin camiseta y con las tetillas de fuera. Lleva además una capa plateada, unas botas plateadas y unas mallas de bailarina que se faja hasta el esternón. La cabeza va enfundada en una máscara también plateada. Camina dando brinquitos, llega con su interlocutor y pregunta: “¿inspector?”. La respuesta del inspector, me parece, ilustra la lucidez de mucho del cine mexicano: “¿es usted el Santo?”.
Mi primera conciencia de que el cine mexicano era defectuoso la adquirí el día que le vi el reloj a uno que se suponía era indio zacapoaxtla y descuartizaba franceses utilizando un machete de ferretería. Las confirmaciones posteriores fueron múltiples; vi a Alberto Vázquez confesar que era culpable a los gritos mientras su padre fílmico (don Fernando Soler) se mantenía impasible a pesar de que doña Amparo Rivelles le reiteraba lo bueno que era el muchacho, también descubrí que a Clavillazo lo querían perjudicar unos señores con cara de bacalaos noruegos, que provenían del espacio exterior y cantaban cha-cha-cha. En algún momento desesperado llegué a la dolorosa conclusión de que el asunto no tenía remedio y dejé de ver cine nacional durante más de diez años, sin que en ello mediara malinchismo alguno (siempre he creído que a un país no se le puede odiar o amar en abstracto a menos que a uno lo eduquen con tales valores que por ningún motivo son los míos). Afortunadamente las cosas han cambiado y hoy podríamos afirmar con cierto grado de certeza que todo marcha mejor, que la industria cinematográfica ha recobrado su aliento e inicia una lenta recuperación lo que aquí entre usted y yo me parece magnífico.