lunes, 24 de mayo de 2010

Mire al pajarito (El Financiero 2001)

Existe un número infinito de profesiones para las que no me siento calificado, entre las más destacadas se encuentran la de cobrador de casetas o la del señor que se para atrás del presidente en los informes presidenciales. Lo anterior se debe a una incompetencia congénita que se extiende hasta el territorio de la fotografía. Es por ello que cuando alguien me da la mano y detrás de ella una tarjeta que dice “fulanito de tal: fotógrafo infantil”, no puedo más que expresarle mi profunda admiración.
Me imagino las sesiones como una especie de martirilogio que inicia con la llegada de una señora (normalmente una vieja chota) cuyo deseo es que le tomen unas instantáneas a su hijo, el niño Juanito. Un primer problema se presenta si el infante es horroroso ya que las expectativas son que salga “muy bonito”, el segundo obstáculo se manifiesta si Juanito es un jijo de la tiznada que no se está quieto y se resiste a ser fotografiado. En ese momento el señor fotógrafo entra en un conflicto ya que internamente tiene ganas de atizarle un soplamocos al escuintle, pero se ríe de dientes para fuera y le dice a la señora madre pendejadas como: “pero que inquietito niño”.
Pero analicemos la resistencia de Juanito que, por cierto comparto desde el fondo del corazón. Supongo que a nadie en pleno uso de facultades (y un niño no es la excepción) le gusta que lo vistan de charro o de viejito michoacano y lo lleven a un lugar en el que lo sientan sobre una columna dórica con un fondo de nubes y lo hacen reírse a huevo.
Esta costumbre de retratar a la gente en condiciones ridículas me parece un misterio universal; hay idiotas que le ponen cuernos al fotografiado, otros le hacen gestos a la cámara y algunos más en lugar de mirar el foco enfocan su vista en el horizonte, como si en el horizonte sucediera algo interesante.
Después de que el niño ha pasado por el grado 3 de la PGR la señora lo lleva a su casa y vuelve al día siguiente por las fotos que pidió “con retoque”. Esta última técnica consiste esencialmente en tratar de que el fotografiado sea irreconocible ya que la tarea consiste en poner chapas donde no las hay y borrar granos donde los hay. La madre recibe las fotos e inmediatamente se dirige con el marquero que busca una propuesta ad hoc para las cinco fotografías de Juanito. Normalmente lo que se hace es ponerlas como juego de gato y colgarlas de la pared para futura vergüenza del niño y de sus amigotes.
El problema anterior se debe a las pretensiones de la gente que no asume el doloroso hecho de que si uno es horrible, horrible tendrá que aparecer. El asunto se resuelve con las fotos de las credenciales en las que nadie, que no sea imbécil, espera un resultado satisfactorio. En mi licencia, por ejemplo, parezco asesino serial, ello se debe a que mi aspecto es precisamente ése. Aunque debo decir en descargo de los compatriotas de buen aspecto que las fotos de las credenciales las hace un tipo que tiene prisa y es por ello que las tomas se hacen siempre a traición lo que produce que la gente en algunos casos salga bizca, en otras con los ojos entrecerrados, como si hubiera inhalado thíner o de plano volteando para otro lado.
Todo lo relacionado a la fotografía me es ajeno; las cámaras modernas me parecen más complicadas que el funcionamiento de un hidroavión, hay botones para neutralizar la luz, otros para hacer exactamente lo contrario y unos que reflejan la velocidad . Una vez durante un viaje, encontré a un par de turistas japoneses que me entregaron una cámara con el propósito de que les tomara una fotografía. Posaron con un monumento detrás y conmigo de frente. Sonrieron de oreja a oreja y yo disparé el obturador. En ese momento en lugar del ortodoxo “click” , se escuchó un violento “track” que les quitó la sonrisa a los japoneses y me motivó a aprovechar la confusión para devolverles la cámara (que hoy debe estar frente a un altar para recordar a mis antepasados). Cosas de la fotografía.