martes, 26 de octubre de 2010

Disfraces (El Financiero 2005)

Conservo una foto de mi niñez en la que estoy en el jardín de mi casa, miro fijamente a la cámara igual que mi hermana Diana, en realidad ése no es el problema ya que me parece razonable que los padres retraten a sus hijos, la tragedia se expresa en que un servidor está disfrazado de conejito con una bolita de algodón en la cola y mi hermana de abejita portando unas mallas escalofriantes y una varita desconcertante ya que ignoraba que estos insectos fueran magos,
Que la gente se disfrace me parece completamente idiota y es por ello que tengo por norma no hacerlo así me paguen por ello. Por esta razón me pareció notable la nota que encontré hace poco en el periódico Reforma en la que se ofrecen una serie de consejitos sobre disfraces para las fiestas de Halloween por venir y que –considero respetuosamente- están dirigidos a los múltiples idiotas del planeta. Veamos:
1) Primero encuentra el lugar de preferencia que sea cerrado, pues octubre es un mes de pura lluvia y así la gente no tendrá que irse como esquimal para el festejo. Por supuesto solo alguien estúpido asiste a un lugar abierto semidesnudo, sin embargo el mayor misterio consiste en dar consejos meteorológicos sobre el mes equivocado ya que halloween se festeja en Noviembre.
2) Como en todo, no siempre todo mundo y hasta tus mismos amigos no van a ser los más entusiastas, así que espera los comentarios de "que flojera" o "ni al caso" con el tema del disfraz. Para que todo mundo coopere, debes poner varios gadgets: Puedes empezar por ofrecer un premio a los mejores tres disfraces o invitar al Club para forzarlos a que si no van vestidos como se indica quedarán en evidencia. Supongo que los amigos sin entusiasmo son los únicos lúcidos del grupo aunque en este caso el misterio es qué carajo es un gadget y la razón por la cual el anónimo autor del reportaje escribe como idiota. No es claro para mí cuál es la relación entre hacer el festejo en un club y que la gente quede en evidencia pero sí afirmo que poca gente diría para sus adentros “¡qué vergüenza! Mira a Paco de momia y yo sin disfraz”.
3) El punto más importante es hacer una cadena de "rumores" que diga que tu fiesta va a ser la mejor, que los disfraces de la mayoría de los invitados están cañones, para así fomentar un poco de competencia e interés. Que joya, ignoro como se hace una cadena de rumores pero me parece conmovedor el consejo. Imaginar en este momento a la señorita Fer hablando por teléfono con la señorita Camila mientras le dice: “mi fiesta va ser la mejor, corre la voz”, lo que ignoro es cómo carajo la señorita Fer se entera con anticipación de algo que se supone es secreto y se devela en el momento de abrir la puerta para encontrar a Tony disfrazado de pan tostado.
4) Acuérdate de invitar a ciertas personas que sabes que son muy buena onda, chistosas, entusiastas y aunque suene ridículo populares y guapos (as) para que tu fiesta sea un "must" para el fin de semana. Nunca he invitado a nadie a mi casa por su “entusiasmo” y en este caso el consejo asume un toque de autocrítica ya que –efectivamente- es ridículo invitar gente porque está buenona. La tragedia es que nuestro anónimo amigo sigue escribiendo como retardado (imaginar a un servidor pensando “quiero que mi fiesta sea un must”)
5) Calcula súper bien comida y bebida, son fatales las fiestas en las que de repente ya no hay ni hielo, generalmente en los lugares como La Europea te pueden calcular perfecto la cantidad, para que ni sobre ni falte. Y no hay que ser codos, la comida es buen punto pues con unas papas, olvídate de la cantidad de borrachos en una hora. A la comida le puedes agregar ítems del tema de la fiesta para que se vea más cool. Si bien hay tramos ilegibles, como el de la comida y las papas, este último consejo confirma mi percepción inicial; sobra la gente idiota, que en este caso es inclusive incapaz de calcular los víveres para una fiestecita. Pobres.

jueves, 21 de octubre de 2010

Chilangolandia (El Financiero 1996)

En principio, cuesta trabajo entender cómo un señor que nació en Anenecuilco el Alto puede odiar con toda su alma a su paisano de Anenecuilco el Bajo, nomás porque quiso el destino que los separara el Río de los Perros. Sin embargo, así sucede y, lo que es peor, la tendencia es mundial. Prácticamente en todo el planeta los terrícolas se han dedicado alegremente a darse en la madre con sus semejantes por motivos muy diversos que casi siempre tienen que ver con que no les da la gana integrarse. Las razones sobran: en España los catalanes reaccionaron a los vetos que les impuso ese gran cochino que fue el general Franco. En Estados Unidos les ha preocupado toda la vida que señores que no tienen los dientes rubios gocen de los privilegios del sueño americano... y así nos seguimos.
En México, más allá de nuestra --aparentemente inevitable-- tendencia a tratar a los pueblos indígenas como el cabo Rusty trataba a su mascota (o peor), el asunto tiene un peculiar matiz que es el de los chilangos. Un chilango (en la modesta opinión de nuestros vecinos de toda la República) es un ser gordo, soberbio y prepotente que llega a su región con una actitud equivalente a la de Hernán Cortés cuando visitaba sus feudos; todo le perece pueblo y se desespera porque no hay treinta cines y dieciocho estéticas caninas. En síntesis: es un mamonazo (que por cierto habla como Pepe el Toro).

Es muy probable que la visión sea justa. Sin embargo, no es pareja. Evidentemente todo aquel que crea que el nacer en la ciudad de México representa alguna superioridad sobre los demás no puede ser otra cosa que un pendejo, y el asumir que todos los chilangos lo somos me parecería un exceso (aunque tengo una lista bastante amplia de paisanos que efectivamente se manejan con una imbecilidad ejemplar).

El Distrito Federal es una ciudad que se llenó a base de inmigrantes, yo mismo soy hijo de un chiapaneco y una guatemalteca (a la que le mando un saludo) y este origen (creo) nos da una visión en la que nuestros compatriotas no son vistos como jijos de la mala vida. En cambio cuando uno viaja al interior de la República se encuentra con actitudes recelosas en el mejor de los casos, o de franca violencia en el peor. Ya he narrado en algún lugar cómo una vez, comiendo tacos de panza de perro con Javier Aguirre en la ciudad de Guadalajara, se nos acercaron dos judiciales con la saludable misión de ponernos en la madre nomás porque les caían gordos los nacidos en esta noble capital. Evitamos la madrina actuando con una actitud que en aquel momento juzgué rastrera (miramos fijamente al suelo como si ahí estuviera Demi Moore encuerada) pero hoy, con el asunto filtrado por la pátina del tiempo, sé que me permitió conservar los veinticuatro dientes que aún poseo.
El problema tiene su origen, además de la obvia asimetría en la distribución de bienes y servicios, en la enorme susceptibilidad con que se maneja la honra. El asunto consiste en defender al país, al estado, al municipio o a los colores del equipo de futbol de la tlapalería. Nos parece terrible, por ejemplo, que un senador gringo (en general un marranazo) diga que somos corruptos, que no es otra cosa que la verdad. Al mismo nivel y en otra escala es lo mismo que si alguien tiene la infeliz ocurrencia de declarar que San Juan de las Pitas es horrible o que fue a Jingüenécuaro y se comió una cochinita que lo dejó ciego. Podremos esperar los respectivos actos de desagravio, que en el último caso podrían consistir en una manifestación encabezada por puerquitos bien cebados.
¿A dónde nos lleva este encono? Evidentemente a ningún lado que no sea la sensación del ridículo ajeno cuando se observa que en el momento de mencionar el nombre del estado natal de algún señor, éste siente la imperiosa necesidad de gritar y aventar el sombrero para arriba (que es lo que hacemos los mexicanos en el extranjero).

Hago, pues, desde esta humilde tribuna un llamado a la reconciliación nacional, no movido por la hermandad sino por la necesidad que tengo de viajar con frecuencia y la comprensible expectativa de conservar la dentadura aunque sea hasta los cuarenta años.

viernes, 15 de octubre de 2010

Papelones (El Financiero 1994)

En este mundo traidor existen gentes llamadas a cumplir muy diversos propósitos; tenemos por ejemplo a los idiotas, grupo al que pertenecen las personas que cuando uno se va por una coladera preguntan: "¿te caístes?" Hay también Conciencias Nacionales que son aquellos que se meten en todo y parecen tener un genio de los mil demonios: ¿ qué fulanito ganó una beca?... caca, ¿ qué menganito tiene un nuevo libro?... caca, ¿ qué la gente lee a puro badulaque en lugar de a mí? (es decir a él)... caca. En esta gama de personas con destino, un gremio que me parece fascinante es el de aquellos que hemos sido convocados por el Altísimo para hacer papelones. Creo que es más fácil ejemplificar los papelones que definirlos, así que me permitiré ofrecer una lista de algunos de ellos, con la saludable intención, querido lector, de evitarle un momento que, estoy seguro, puede resultar lamentable.

El papelón funerario.-- Este tuvo lugar cuando murió mi abuela y la llevaron a velar. Sus dos hijas, es decir, mi madre y su hermana, entraron a la capilla ardiente a rezar una magnífica. Después de dos horas y cuando tenían chipotes en las rodillas, se pararon a despedirse de mi abuelita. Dentro del ataúd --y donde debería encontrarse una viejita de ochenta años-- encontraron un señor muy peripuesto de bigotes alacranados que las miraba desde el mas allá probablemente con gran agradecimiento, el equívoco produjo que mi madre tuviera un ataque de risa loca en plena capilla que generó en los deudos una impresión muy desfavorable.

El papelón del pajarito.-- El papelón del pajarito tuvo lugar cuando una amiga (o pariente política, no recuerdo) de mi hermana Diana, entró a su casa proveniente del supermercado y se encontró a su marido metido hasta la barriga abajo del fregadero. Siguiendo un impulso juguetón, la amiga, a la que llamaremos Mesalina, se agachó y tomó del pito a su cónyuge mientras decía: " ¿ De quién es este pajarito?". Se escuchó un sonido sordo (como aquél que se produce cuando el parietal hace contacto con una superficie metálica) y de abajo del fregadero salió la cabeza sangrante de un señor con aspecto de plomero madreado. Mesalina pegó un grito ultrasónico y el pobre hombre salió como endemoniado olvidando (para siempre) su herramienta.

El papelón pornográfico.-- En un momento de bonanza familiar y cuando cablevisión no se dignaba a llegar al rumbucho donde vivíamos, decidimos suscribirnos a Multivisión, pagamos nuestra suscripción y esperamos. A los 15 días se presentó un camión del cual bajaron tres muchachos, dos de ellos muy avispados, el comportamiento del tercero sugería, en cambio, un ligero retraso mental. Después de hora y media en la que los técnicos llenaron de cables la recámara y el retardado rompió un florero, todo estuvo listo; me mostraron que todos los canales funcionaban y accionaron la videocasetera, con tan mala pata que encontraron a un hombre y una mujer en posición de decubito prono fornicando alegremente, ambos, protagonistas principales de la película pornográfica que se había usado en la despedida de soltero de mi cuñado... Papelones.

El papelón del baño.-- Hace ya muchos años, mi tío Jacinto se presentó en casa de su novia para conocer a sus suegros (parece ser que el viejo era un temible y respetado hijo de la chingada y la señora un fiambre). El tío Jacinto tragó saliva y entró, fue recibido de manera cortante pero correcta, y como se venía meando pidió permiso para pasar al baño. Al levantar la tapa mi tío se encontró con dos enormes óbolos de mierda flotando en las aguas del excusado; aunque impresionado, decidió seguir adelante y liberó su riñón. En el momento de jalar la cadena, el desastre: el agua conteniendo la inmundicia y los orines de mi tío se desbordó de la taza con cierta violencia, el piso quedó hecho una porquería y mi pariente con unos gemiditos (que fueron malinterpretados) trató de pedir auxilio... Murió soltero.

lunes, 11 de octubre de 2010

¿Qué dice la Economía? (El Financiero 1996)

A pesar de escribir en un periódico que basa gran parte de su fortaleza en el análisis económico, mi dominio del tema es equivalente al que poseo sobre enfermedades urogenitales o cine hondureño. Sin embargo, querido lector, en un arrebato institucional quisiera compartir con usted un modesto balance de algunas noticias económicas que he revisado el día de ayer. A ver si la lectura entre líneas ayuda de algo.
1. Sería suicida reducir de 15 a 10% el IVA, según la Contaduría de la SHCP.- Esto lo dijo Gustavo Salinas, miembro de la Contaduría Mayor de la Cámara de Diputados argumentando que lo que hace falta son mayores ingresos. Será que uno es medio güey, pero no alcanzo a entender como se pueden tener mayores ingresos si se pagan más impuestos. En este caso la lectura es simple... ya valió madre.
2. Prevé Seminis, subsidiaria de La Moderna, ventas por 600 mdd en 96. ¿Qué coños es Seminis? No lo sé, uno intuiría que fabrican palitos para cerillos por su asociación con La Moderna. Sin embargo, el misterio se magnifica cuando se lee que parte de su excedente lo utilizarán para el mejoramiento de semillas. La imagen provocada es la siguiente: el director de Seminis hojea el diario en su mansión, abre los ojos y pega un grito “¡viejaaa salimos en el periódico!”... y ya.
4. Se perderían 500 mil empleos entre los horticultores de Sinaloa: Bátiz.- Bátiz es Raúl Bátiz Guillén (¿será pariente?). Si nos atenemos al censo, en 1990 el 36.7% de las personas en edad de trabajar en Sinaloa lo hacían en el campo y había poco más de dos millones de sinaloenses, podemos asumir que: a) Bátiz se encontraba en estado de ebriedad; b) la edad para trabajar en Sinaloa se redujo o c) la cerveza Pacífico estimula la fertilidad.
5. Pronostica Serfin bajas de Cetes en todos sus plazos la próxima semana.- Hasta donde entiendo (y no entiendo mucho) un Cete, es algo así como un papelito que le dan a un viejo gritón y que garantiza un rendimiento en determinado plazo. También sé que si los Cetes suben, se me cae el pelo porque la mensualidad de mi casa aumenta. Economía pura.
6. Abrirá Bancomer 80 sucursales es año; contratará 500 trabajadores.- Desde luego es una buena noticia para los 500 señores que contraten (me imagino a 250 señoritas vestidas como futbolistas brasileños y a 250 jóvenes de corbatita). Sin embargo, mi experiencia más reciente puede servir de ejemplo para categorizar el funcionamiento de una sucursal Bancomer. A las 8:30 antes meridiano, estimulado por presiones maritales y con lagañas en los ojos, me presenté a la sucursal de Bancomer que está en Insurgentes y Cedros. Como no había nadie formado en los pasillitos pasé directamente a una caja para hacer un depósito. La cajera me indicó que tenía que hacer el recorrido completo, es decir, regresar, entrar dar vueltas en el pasillito como carro de carreras (o como pendejo dada la soledad del lugar) y luego llegar a la caja. Por supuesto me negué y en la discutidera, la caja en la que dan las chequeras ya tenía cinco gentes esperando. El misterio es que en el resto de las cajas no había clientes. Pasado veinte minutos llegué a la meta, le di un papelito a la cajera que se fue y regresó diez minutos después (cuándo yo ya había contado todos los mosaicos del techo) diciéndome que mi chequera la entregaría la señorita Isabel. Tomé el papelito y llegué al escritorio de la funcionaria que estaba chacoteando con una amiga. Mi presencia le causó la misma impresión que la que causa un mendigo a las tres de la mañana y así nos quedamos: ellas dos en le desmadre y yo parado como tótem. Al rato llegó un señor muy amable que me atendió, tomó el papelito y regresó con la chequera después de un rato en el que pudo: a) haber ido por la chequera a la sucursal Lindavista; b) desayunar en el Vips; c) leer la edición dominical de Excélsior... salí del banco a las 9:40.

martes, 5 de octubre de 2010

Dos estampas burocráticas (El Financiero 2008)

Una de las enseñanzas más señaladas que he recibido en mi calidad de mexicano es que en este país la combinación de la burocracia con la ciudadanía genera un efecto perverso que se magnifica en la medida que cada quien hace su parte, es decir las autoridades son ineficientes y los ciudadanos unos quejicas. Veamos.
El día 4 de enero me sentí muy listo y acudí a tramitar mi licencia de manejo dado que la anterior venció en diciembre. No lo hice en los últimos días del mes pasado porque no soy imbécil y me enteré que había tumultos asociados a los dos factores con los que introduzco estas líneas. Por un lado y siguiendo criterios misteriosos nuestras autoridades decidieron hace tiempo que se podía obtener una licencia “permanente” lo cual, si bien es una idiotez sonaba jugoso. Por supuesto en el momento que alguien medianamente lúcido se percató de que la licencia permanente era una especie de patente de corzo se rectificó y entonces el anuncio fue en el sentido de que no más. Esta indecisión constituye el primer algoritmo de la ecuación catastrófica, el segundo lo aportamos los ciudadanos huevones que para variar lo dejamos todo a la última hora y colapsamos el servicio. Lo notable es que además repelamos y se arman motines. Tengo ante mí un “aviso urgente” de la Secretaría de Transportes y Vialidad en el que se hace una convocatoria ciudadana y se dicen cosas como: “Hacemos un llamado a la serenidad y responsabilidad, a efecto de evitar situaciones de riesgo, absolutamente indeseables para todos” o “La tranquilidad y la paz que debe privar en este tipo de trámites debe ser una prioridad fundamental de los propios usuarios y del Gobierno de la Ciudad de México” (en este momento me imagino a una turba con antorchas sitiando una oficina de licencias y a Fernández Noroña semi desnudo buscando un amparo de la justicia ante el atropello. También me imagino a un funcionario tomando clases de redacción para tratar de evitar repetir la palabra “debe”).
El problema es que para variar un servidor salió raspado. Como ya expliqué fui a tramitar mi licencia el viernes pasado suponiendo que esta idiotez había terminado. Pues no, la señorita amablemente me informó que no podía hacer el trámite ya que “estaban saturados”. La respuesta me deja fuera de la ley y sin licencia de conducir durante los próximos días lo que simplemente confirma mi prodigiosa capacidad para atraer desastres.
La segunda estampa inició el 11 de diciembre cuando recibí el recibo de luz por un monto de $2000.00. Es prudente aclarar que para gastar eso tendría que dejar prendidas las luces de toda la casa y el refrigerador abierto durante diecisiete días. Llamé al número que venía en el recibo y nadie respondió por lo que recordé que el licenciado Miguel Tirado Jefe de la Unidad de Relaciones Institucionales y Comunicación Social de Luz se había puesto a mis órdenes y sintiéndome muy listo (nuevamente) lo llame. Nos tuteamos muy cordialmente y me ofreció “investigar”. No volví a saber de él, lo cual a estas alturas no es anómalo sino normal. El día 19 y con el Jesús en la boca ya que era necesario pagar, le mandé un recordatorio que tampoco tuvo respuesta. Entonces le escribí al ingeniero Jorge Gutiérrez director general pero ya era tarde, o pagaba o me quedaba sin luz. El ingeniero Gutiérrez me respondió –amable- que investigaría. El caso es que el día de marras estuve tratando de entablar comunicación con algún ser humano y no lo logré. Cuando pregunté en la ventanilla me indicaron que si había un error se me “bonificaría” y pagué con la misma resignación de un tzeltal ante las injusticias del mundo.
Es la hora en que nadie me ha aclarado nada y pronostico que me dirán que “el cobro fue correcto”, lo que supone que gasté cuatro veces más luz de la que necesito. Pronostico también que nada podré hacer y que esta sensación de orfandad debe ser compartida por el resto de los ciudadanos, aunque ellos no tengan acceso a los teléfonos y correos de los altos funcionarios. En fin, cosas de la burocracia.

sábado, 2 de octubre de 2010

Artilugios (El Financiero 2001)

Fedro Carlos Guillén
Estaba yo ha ce unos meses fingiendo que soy gente importante por lo que decidí hacer una cita con mi interlocutor, para ello: a) le pedí prestado un lápiz al mesero, b) escribí los datos de la cita en la parte de atrás de un papel que anuncia la semana de la arrachera y c) le di mis datos a esta persona en un pedazo de servilleta. Él, a su vez, me dio una tarjeta de presentación elegantísima que traía el mismo número de sellos de la casa real española y luego sacó una cosa negra que abrió con mucha soltura, usó una pluma (que no era pluma) y se puso a escribir en una pantalla de cristal líquido. Supongo que puse la misma cara que puso un guerreo tlaxcalteca el día que conoció a su primer caballo ya que me miró (con cierta conmiseración) y dijo: “es una palm ¿no las conoces?” . Debí contestarle que en realidad me gustaría conocer a su señora madre pero callé por prudente y me quedé reflexionando sobre el hecho tangible de que no solo no era gente importante, sino que mi desactualización tecnológica era alarmante.
Desde ese día he visto a cientos de personas que sacan el mismo artilugio y –muy modernamente- establecen sus compromisos con el regocijo propio de alguien que está al último grito de la vanguardia. El asunto en principio me vale madre, pero llama mi atención el hecho de que logremos tales sofisticaciones (sustituir un pedazo de servilleta y una pluma de dos pesos, por un aparatito que vale la décima parte de mis riñones y usa un par de pilas AA) es notable.
En mis tiempos las cartas se mandaban por correo y en avión. Uno se sentaba, sacaba papel y pluma y daba el relato pertinente. Ahora cada que llega el cartero trae una carga de propaganda que me invita a un crucero gratis, me informa que mi nombre ha sido seleccionado para participar en la rifa de una lavadora o me ofrece de oferta una sala estilo Luis XV -que no compraría así fuera Luis XV- pero de cartas nada. Probablemente hace cinco años no recibo un sobre con timbres en el que alguien me ponga unas notas para explicarme que Madrid es muy bonito o que en África hay muchos leones ¿por qué? La respuesta a este misterio epistolar se basa en el correo electrónico, que además de ser instantáneo tiene la virtud de ser moderno. Sin embargo hay muchas desventajas: la primera es que cualquier pelado puede espiarlo y eso hace que uno no se explaye en manifestaciones poco ortodoxas como su afición a las luchas de lodo o las intimidades del vecino, otra es que no hay manera de guardar los mensajes, ponerles un listón y meterlos en el baúl para que la posteridad nos pase por la tabla como les ha sucedido a tantos que tenían la bendita costumbre de escribir cartas.
La vida moderna nos ha traído una enorme diversidad de opciones; el teléfono celular me parece el ejemplo más ilustrativo. Antes uno tomaba decisiones telefónicas con todo cuidado y moderación. “Le voy a hablar a fulanito para que me pague la lana que me debe”, entonces se tomaba el aparato y se cumplía puntualmente tal encomienda. Hoy, que es requisito indispensable traer esa especie de cencerro electrónico, la gente parece no poder vivir sin marcar cada diez minutos. Las llamadas telefónicas se han convertido en una forma de matar el tiempo y no en el mecanismo de comunicación que todos conocíamos. Es legendario el ejemplo del pendejazo que habla nomás porque no tenía mejor cosa que hacer y que pregunta ¿no te interrumpo? Cuando uno está en la regadera o practicando la quinta posición del kama sutra. El problema se agrava porque apagar el teléfono y no estar para nadie es un signo de mal agüero y genera un montón de suspicacias para las que luego hay que andar dando explicaciones.
En fin y como siempre, estas ideas reflejan cierta nostalgia del pasado y quizá cierta incapacidad congénita para adaptarse al signo de los tiempos. Desde luego es mi problema pero lo comparto con usted, querido lector, para que tenga conmiseración de mi pobre alma y (ay) me escriba a mi correo electrónico.