viernes, 2 de octubre de 2009

Presentación de mi novela "Soñé con Rocío Dúrcal"

Jóvenes...los espero el 21 de octubre 19:00 en el Bar Nuevo León. Nuevo León 95 esquina Michoacán. Hay chupe de gorra.
Presentan Eduardo Antonio Parra, Rafael Pérez Gay y Anamari Gomís
Allá nos vemos
Fedro

Los chicos de la prensa (Digresiones con resortera, Lectorum 2004)

A veces me imagino a un editor de periódico, como una especie de energúmeno que se para enfrente de un grupo de jóvenes reporteros asustados y grita: “¡la nota, quiero la nota!”. Como en estos tiempos lo que se considera “nota” es la de un señor mentándole la madre a otro o la de un funcionario público orinándose en la misma vía, es decir, la pública, se provoca un efecto que a mi juicio es terriblemente perverso y que trataré de desenhebrar en esta colaboración.
Un día, llegó una buenona, que ignoro si es Salma Hayek, Cristina Aguilera o una tenista rubia cuyo nombre no recuerdo pero cuya principal virtud consiste en algo que me da vergüenza comentar con usted. El hecho es que al bajar del avión, la asaltó algo que el diccionario enciclopédico podría calificar como “turba” que: a) le metió 64 micrófonos debajo de la barbilla, b) probablemente también le metió mano y c) le preguntó idioteces como: “qué se siente llegar a México?” o “¿qué opinas de los mexicanos?” (me gustaría que algún día alguien respondiera: “que son una nube de pendejos”, a ver qué pasa). La respuesta esperable y comprensible consistió en la aparición de tres animalotes que en medio de madrazos, sacó a la diva con rumbo a su camioneta. Al día siguiente todos los
medios registraron que fulanita de tal era una mamonaza , que sus gorilas eran unos animales y que México no debería recibir a personas así.
Se tenía la nota.
Desde luego a nadie se le ocurrió reflexionar sobre la posibilidad de que a la buenona no le diera la gana ofrecer una declaración, que le asustara la masa o que el ataque fuera tipificado por la convención de Ginebra como una violación tumultuaria ¿por qué? Por la enorme sensación de impunidad que genera el tener una tribuna en la que se le puede arrear al prójimo de manera permanente sin una posibilidad de respuesta equivalente.
Una primera pregunta muy pertinente tiene que ver con lo que se considera un asunto público, y no se me ocurre como la figura de Raúl Salinas en posición de decúbito prono con una española buenona en un yate veraniego, pueda serlo. ¿Es eso una noticia? ¿de qué tipo? Probablemente de que el señor Salinas tiene los medios y las posibilidades de hacer algo que ya quisieran para un día de fiesta 9 de cada 10 mexicanos, pero eso, asumo, solo le debería interesar a la señora Bernal, a Salinas y al dueño del yate y no convertirse en la primera plana de un periódico nacional cuyos directivos probablemente tienen sus propios yates y sus propias buenonas. Todo lo anterior ha derivado en el penoso hecho de que los hombres y mujeres públicos se conviertan en una imagen amplificada de San
Francisco de Asís con el fin de evitar que los agarren en la maroma, en lugar de decirle a la prensa de que se ocupe de sus asuntos.
Entiendo que par que alguien que se siente ofendido por algún exceso periodístico pueda prosperar en su demanda, se necesita acreditar una cosa que se llama dolo cuya demostración científica requiere de una inspección cerebral del agresor con el fin de encontrar una zona en la que aparezca un letrero que dice: “si, me lo quería chingar”. Como tal cosa es imposible, la legislación en la materia es una especie de letra muerta y cuando a alguien se le ocurre actualizarla y pedir algo que se nos pide a todos, es decir, que las cuentas se rindan, de inmediato se presenta una reacción en la que se invoca que la censura es algo que este país ya superó y que las reformas son inaceptables.
Los medios se han convertido en una especie de catapulta en la que el que tiene posibilidades influencia o dinero, deposita sus piedrotas con el fin de sorrajarle la cabeza al enemigo. Esta especie de picota pública no parece tener remedio, es por ello que mi consejo a personajes relevantes es que si tienen decidido meterse en un jacuzi con su contraparte en la sierra Tarahumara y encuerados, se cuiden de que no hay telefotos a la redonda.