sábado, 22 de junio de 2013

Manual de reglas para chatear (La Mosca 2007)

(A la señorita que paga en la caja de la Mosca que es una joya irrepetible) La gente que me conoce y tiene sentido de la mercadotecnia sabe a la perfección que soy ejemplarmente pendejo para aquello de la promoción personal, por lo que me recomendaron enfáticamente que “pusiera mi correo electrónico al firmar mis artículos” y una amiga más osada propuso, inclusive, una especie de página personal para que mis numerosos lectores supieran quién chingados era yo. Muy bien, sin pasar por alto el nada omitible hecho de que me considero un pelagatos, que no creo contar con más lectores que mi difunta madre y mi perro, es que caí en la trampa mercadotécnica y desde entonces mi correo aparece religiosamente al pie de esta página y del resto de los medios en que colaboro (lo de la página personal probablemente lo dejaremos para una vida posterior). Por supuesto esta decisión promocional tuvo varias consecuencias y siguiendo la ruta de mi destino Dios me castigó como se castiga al peor de sus hijos pecadores. Resulta que a través del correo los lectores de esta noble revista identifican mi chat e irrumpen en él siguiendo estrategias varias. Varios (señaladamente varias) piensan que soy un joven con alma de pandero, otros me consideran un oligofrénico y los más no entienden nada cuando yo mismo les explico que no entiendo nada. Se trata de un modo de comunicación lleno de misterios en el que siempre me ha parecido que del otro lado puede estar un sicópata chino que dice que se llama Paola o un pederasta irredento, Hace no mucho se me propuso un “free” asunto que me llevó al diccionario juvenil para enterarme que se trataba de sexo sin compromisos. El problema es que mi proponente no mandaba foto y mucho menos estado civil o de perdida género o especie. El caso es que a esta humilde computadora ha llegado de todo y ello me tiene muy preocupado. Ya sé que suena mamoncísimo, pero me parece necesario explicitar algún tipo de reglamento elemental para evitar desencuentros. Como desagravio anexo un ejemplo reciente con mis cumplidas disculpas para el autor o autora del siguiente texto que supongo nunca se imaginó que lo pondría como ejemplo (me apresuro a decir que “FC” soy yo). theKILLERS dice: olas FC dice: hola theKILLERS dice: que hases? FC dice: trabajo theKILLERS dice: mucho? FC dice: regular theKILLERS dice: y de qe escribes? theKILLERS dice: aora FC dice: te contesto luego ¿sale? estoy en medio de un artículo Muy bien como puede verse el diálogo anterior es un ejemplo notable de aquello que llamo una charla sin destino. Me imagino a un joven aburrido y huevoneando una tarde de domingo sentado enfrente de la computadora, viéndola como los Incas veían a su tesoro, del otro lado estoy yo muy sentado observando que “the killers” no tiene precisamente sentido de la plática y mucho menos capacidad de entender que cuando alguien contesta a monosílabos es que la cosa no promete. El desastre ortográfico no me preocupa tanto porque me he acostumbrado a que mis interlocutores pongan cosas como “kien”, “okas” o “viejo pendejo” de acuerdo a las circunstancias. En virtud del problema anterior propongo lineamientos elementales que permitan llevar a buen puerto el viejo arte de la conversación, renovado ahora por las técnicas del chat. Una primerísima regla es tener algo que decir: técnicas como el “¿qué haces?”, “¿ocupado?” o (mi favorita personal) “¿quién eres?”, son suicidas y solo deben aplicarse en caso de que uno tenga una navaja en la mano con propósitos suicidas y necesite charla. Una segunda es omitir pendejadas como “¿qué tipo de música te gusta?” o “¿tienes novia?” en este caso me niego a contestar. Por supuesto no se trata de recibir un diálogo como el siguiente “¿sabías que Felipe Calderón impulsa la inversión privada?”, en realidad es un asunto mucho más simple; ser sensato y pensar que del otro lado hay un desconocido maduro, neurótico y receloso que se niega a adentrarse a la modernidad y mucho menos cuando le dicen cosas como: “me gustaría que me llevaras en un corcel rumbo al horizonte” Dios mío.

miércoles, 19 de junio de 2013

Subastas (El Financiero 2001)

Siempre he pensado que las subastas son eventos a donde asiste gente muy rara y llena de conocimientos que el resto de los mortales no poseemos. Se me ocurre, por ejemplo, que están a la caza de gangas que nadie advierte o que buscan cosas que un servidor ni borracho adquiriría como una silla de cocina del siglo XVI o un frutero oriental de la dinastía Chung. A la hora fijada a parece un señor muy elegante de buena voz que lee algo como: “cinturón de castidad, siglo XIII, policromado, sin llave original”, mientras esto ocurre un edecán alza a la vista de todos una especie de casco vikingo lleno de herrumbe y entonces empiezan las pujas. De acuerdo a la ortodoxia uno no debe cometer la naquencia de alzar la mano (que es lo primero que se me ocurriría si estuviera interesado en tal artefacto), no, la elegancia recomienda la mayor sutileza en la oferta. De esta manera lo que un observador puede apreciar mientras transcurre la subasta es a un grupo de señores llenos de tics que se agarran el bigote o se hurgan la nariz. Al final el objeto subastado es asignado al mayor ofertante y todos le dan un aplausito.
Así las cosas el pasado martes me enteré al leer este periódico es que la empresa Chivas Regal celebra sus doscientos años y para tal acontecimiento ha tenido la saludable idea de hacer una subasta cuya recaudación se utilizará con fines benéficos en una especie de Teletón del primer mundo. Hasta ahí no tengo problema; que los ricos le den a los pobres si bien no soluciona nada, hace la diferencia para el pobre que recibe y para el rico que alivia su alma. El problema, en realidad, tiene que ver con los lotes a susbastar, algunos de los cuales procedo a analizar:
Visite el Vaticano con los Caballeros de Malta y tenga una audiencia con el papa. Lo primero que hay que decir es que con los Caballeros de Malta yo no iría ni a la esquina, no digamos al Vaticano, no me imagino de qué platicaríamos, a lo mejor yo le pregunto a un señor vestido como paje de la corte del rey Luis ¿y cómo se hizo Caballero de Malta? o ¿y dónde queda Malta? o ¿son de ustedes los perros malteses? En fin el asunto estaría irremediablemente destinado al fracaso.
Adquiera un baño de plata firmado por 25 celebridades de Glastonbury 200 incluyendo a Jo Whiley, Sara Cox y a Fat Boy Slim. A este asunto no le entro porque lo siento rodeado por misterios insondables ¿qué es un baño de plata? ¿Glastonbury 2000? ¿quién carajo es Jo Whiley o Fat Boy Slim? ¿Son cantantes? ¿toreros? No lo sé.
Tome parte en el campeonato mundial de polo sobre elefantes en Nepal. La idea desde luego es notable por donde se le quiera ver. Usar elefantes para jugar polo –me parece- es una de las iniciativas mas estúpidas que se me puedan ocurrir, afortunadamente no se me ocurrió a mí sino a alguien con creatividad. Me imagino también que ir sobre los lomos de un elefante que huelen justamente a eso y dando tumbos no es precisamente la idea que tengo e vivir plenamente la vida por lo que también en este caso me excusaría.
Viva una semana inolvidable con los indios ashaninka. ¿Y si a los indios ashaninka no les da la gana vivir una semana inolvidable con un servidor? La idea me parece tan buena como la que tienen todos aquellos que aterrizan en casa ajena y se apropian del baño y el refrigerador y se vuelven una peste a los tres días. Ignoro las costumbres de la tribu ashaninka, es más ignoro dónde viven pero dudo mucho que entre sus costumbres se encuentre la de recibir a extraños de camarita y bermudas que van a aprender sobre su cultura. A menos que estén completamente mediatizados y si es el caso ¿a qué carajo va uno?
Aparezca en la portada de la revista Complot acompañado de un top model. La pregunta relevante es cómo se va a ver un gordo como yo al lado de una buenona que sería la top model. Mi pronóstico es que muy mal.
Por las razones expuestas este servidor se excusa de participar en la subasta, a lo más me tomare un wisquito a la salud de los enfermos.
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miércoles, 12 de junio de 2013

Conocimientos (El Financiero 2001)

Estaba yo el otro día embriagándome con unas amistades mientras jugábamos maratón. El juego consiste, de manera esencial, en evidenciar los diversos grados de imbecilidad propia y ajena y se basa en responder preguntas del siguiente calibre: “diga usted cuál es la altura del monte Mc Kinley” o bien “¿qué significa el siguiente proverbio nahuatl?”: iztlicoatl, ahuejotl micanarotzoatl. Huelga decir que mientras el juego avanzaba, tuvimos la penosa sensación de que éramos un grupo tirado a la mala vida cuya cultura general se podía medir en miligramos. Sin embargo, esa no fue la reflexión final, sin el recuerdo escalofriante de las épocas escolares por las que todos pasamos y que se convirtió en un catártico recuento de agravios.
En mis tiempos, la educación se concebía bajo un principio universal que puede sintetizarse de la forma siguiente: “tómese el conocimiento universal en una materia (la geografía, por ejemplo) divídase en un año de estudios y preséntese ante un grupo de estudiantes de secundaria que seguramente estarán ávidos de tal información”. Ello derivaba, desde luego, en excesos escandalosos que todos tuvimos que padecer y que paso a citar en una modesta lista que es la que mi memoria me otorga.
Se empezaba, por ejemplo, por los nombres de los ríos y las capitales de asuntos tan significativos como el Asia menor, en ése preciso momento se nos explicaba que había un cuerpo acuático de determinada extensión cuyo nombre podía ser: “Nacodon” y que se encargaba de surtir agua a capitales tan importantes como Pnohm Pun y Treskatacan. Acto seguido se sacaba un mapa y se ubicaban las diferentes ciudades capitales del mundo con el fin de identificarlas. La estrategia era un factor de disolución familiar ya que obligaba a nuestros padres a decidir en un volado y con el divorcio de por medio quién carajo era el responsable de repasar con el pobre infante los nombres y apellidos de información tan relevante.
En biología, por ejemplo, se nos explicaba con todo detalle que el cuerpo se forma de 206 huesos y un montón de músculos cuyos nombres era necesario memorizar de tal manera que se supiera con toda claridad que hay una cosa que se llama (lo juro) esternocleidomastoideo y que la sínfisis púbica es algo que hay que cuidar como a la niña de los ojos. Es evidente que este ejercicio lo único que provocaba era el uso temporal (dos días) de un espacio neuronal, ya que lo que se hacía era aprender los chingados nombres la noche previa al examen, para desecharlos, como se desecha una cáscara de plátano inmediatamente después de la evaluación. ¿Tiene usted idea, querido lector, cuánta vida útil se nos fue en ese negocio?
Las que no tenían desperdicio eran la física y la química; los maestros explicaban, por ejemplo, la ley general del estado gaseoso un concepto que resulta tan claro como el informe de labores de la Comisión nacional del Cacao, se estilaba entonces llenar el pizarrón con fórmulas que la vida no me da para recordar y se explicaba que un señor de nombre tal había discernido que los gases a volumen y temperatura constante sufrían algo que no me resulta claro pero que podría ser la dilatación. En química se explicaba que el estroncio, el vanadio y el xenon eran elementos químicos y se nos obligaba a aprender su estructura, razón por la cuál gasté el papel equivalente al que existe en los árboles del Bosque de Tlalpan en dibujar circulitos (que eran órbitas) rodeadas de pelotitas (que eran electrones).
La clase de español estaba rodeada de nombres temibles, como acento circunflejo, diptongo compuesto o subordinación pasiva el anterior un nombre con enormes virtudes entre la grey que se dedica a los excesos carnales). Lo anterior implicaba escribir frases que solo a un idiota se le ocurrirían como: “Juan es un granjero que tiene cinco vacas” y tratar de partirlas, como se parte un bistec, en sus componentes gramaticales.
Con todo lo anterior no quiero decir que defiendo la especialización o el conocimiento útil, sin embargo, estoy plenamente convencido de que el esfuerzo educativo se debe basar en enseñarle a la gente aquello que sea pertinente y desechar lo que no. De esa manera se formarán personas que puedan vivir la vida sin necesitar para ello del conocimiento de la ley de Ohm.

domingo, 9 de junio de 2013

Los diarios (El Financiero 2004)

En estos tiempos que corren la imagen se ha hecho un asunto importante que predomina dictatorialmente sobre otras formas de comunicación. Con el advenimiento de los medios masivos se ha vuelto moneda corriente que las personas públicas vivan a salto de mata y con el Jesús en la boca por el miedo que produce que a uno lo agarren en cuestiones inconfesables.
No pienso gastar su tiempo y el mío recetándole un análisis sobre los sucesos de la semana pasada ya que de ello se han encargado absolutamente todos y el asunto está de hueva. Me parece más importante reflexionar sobre el peso que tiene una imagen y la forma de obtenerla que –como se sabe- es absolutamente ilegal.
Algunas entrevistas he concedido en mi vida, las menos por mi actividad literaria y el resto en mi calidad de burócrata profesional. En ellas me llama la atención el sentido de urgencia por lo que los reporteros llaman la nota. Muchas cosas se han proscrito en la modernidad creciente, quizá una de las más lamentables es nuestro derecho a reflexionar sobre lo que decimos. Nuestra propia avidez por saberlo todo y rápidamente ha convertido al ejercicio periodístico en una carrera desenfrenada y poco lúcida en pos de las noticias del mundo. La metáfora es extrema pero creo que justa, me imagino a los reporteros como una jauría en pos de la presa, solo en el momento que se obtiene un bocado (que puede ser insustancial) se abandona la persecución. Hace algunos meses observé maravillado como Adolfo Aguilar Zínzer luego de ser defenestrado en la Secretaría de Relaciones Exteriores hacía un alto ante la nube de reporteros que lo esperaban en la puerta. Los siguientes veinte minutos generaron diálogos extraordinarios en los que él argumentaba que lo sentía, que no iba a dar ninguna declaración. Cualquier persona sensata ante una respuesta tan claramente desalentadora daría la vuelta y probaría suerte en otro sitio pero no los reporteros que continuaron preguntando, inclusive provocándolo para sacarlo de sus casillas.
Esta tendencia –decía- condena la reflexión a un mundo de timoratos y dubitativos. Es necesario ante los hechos fijar posiciones rápidamente, manifestarse inequívocamente, los eclécticos son considerados una nueva plaga, también quienes no tienen opinión o desconocen la respuesta a una pregunta. Hay que ver las zozobras de muchos entrevistados cuando se les pide un dato, una cifra, una ley que desconocen. Lo más práctico sería simplemente contestar “no sé”. Sin embargo esto nunca ocurre por temores varios, el más conspicuo, recibir una reprimenda del algún gurú mediático.
La tendencia actual ha inscrito a los medios en una batalla mercantil llena de códigos más propios de compañías petroleras que del servicio social que supuestamente prestan. Es frecuente que un medio determinado, anuncie con orgullo que es “el único (o el primero) de informar de tal suceso”. Supongo que estas declaraciones van dirigidas a una masa anónima que seguramente reconocerá la eficacia y el profesionalismo de la empresa por sobre la ineptitud de otras. También es frecuente que una noticia sea roída hasta los huesos para que los medios sigan vendiendo tiempo triple A. No tengo la menor duda que los que toman las decisiones atizan el fuego cuando las notas se empiezan a extinguir. La intensidad mediática ha logrado paradojas notables –lo ha señalado ya Kapuscinski- el reportero que recorre el mundo y que se encuentra in situ en el lugar de los hechos, puede ser la persona menos informada de lo que está pasando. El 11 de septiembre Lourdes Ramos y Jorge Berry, desde un estudio en la ciudad de México, hicieron favor de informarle a su reportero en Nueva York que un segundo avión se había estrellado en las torres gemelas.
Sin embargo creo que la mayor paradoja periodística estriba en su impunidad. Una premisa básica de la prensa para hacerse de la información es condenar a la picota a quien se niegue a darla. Los argumentos estallan de inmediato: “complicidades, corrupción, algo se esconde etc.”. Sin embargo ¿que ocurre cuando un medio obtiene (ilegalmente) información escandalosa y la publica de nuevo ilegalmente? En muchos casos reputaciones personales son afectadas indeleblemente y en el momento de pedir cuentas los términos se modifican casi por arte de magia: “acoso, censura, hostigamiento a la libertad de expresión, etc”. Percibo esto como algo escandaloso, sin embargo la soledad de mis argumentos prueban también que puedo estar equivocado.

jueves, 6 de junio de 2013

A lo bestia (El Financiero 2001)

La rutina de martes y jueves implica abrir los ojos a las seis de la madrugada y asomarme para ver la luna del horario de verano. Por ahí de las siete es menester administrarle sales a los niños para que abran los ojos y entrar en una negociación (que debe tener muy respetables) antecedentes históricos para que se vistan y desayunen su huevo revuelto. Después aplacar los gallos del niño Frijol, los tres nos subimos a un coche y enfilamos rumbo a su escuela. Ellos haciendo preguntas del tipo: ¿por qué dicen que la Tierra es redonda si se ve plana? Y yo parpadeando lentamente mientras procuro salir dignamente del atolladero (cosa que ocurre muy rara vez).
Pues bien, el otro día un coche se le metió a una vieja loca -estado mental que deduzco de su reacción- la señora se puso lívida, y con los ojos desorbitados mentó a siete generaciones de ancestros del chofer que la bloqueaba, se pegó al claxon, como si le pagaran dinero por ello produciendo una postración nerviosa en su humilde servidor y sordera temprana en mis vástagos
La fauna capitalina ha desarrollado una serie de mutaciones que le permiten manejar un coche como alguien que además de imbécil, tiene el agravante de la psicopatía en esta noble y muy leal ciudad de México.
Lo primero que uno detecta es que el coche se considera como una extensión de la personalidad; los viejitos en convertibles me dan la impresión de alguien que se pone un bisoñé para engañar al tiempo. Las señoras en una camionetota que tiene como principal función recoger y llevar niños son la forma más sofisticada de la inequidad de género y los tarados que compran un coche que llega a 100 kilómetros por hora en dos segundos, me parece que representan una forma perversa de la imbecilidad humana, ya que, como se sabe, esa velocidad se puede desarrollar en nuestra capital un domingo a las tres de la mañana.
Que un capitalino suba a su coche es el equivalente moderno de un antiguo con armadura y una lanzota de miedo que se trepaba a un corcel para pasar a romperse la madre en unos duelos muy extraños que consistían en recorrer una verja para clavarle una especie de garrocha con pico a otro señor que caía muy descompuesto.
Lo primero que no se debe permitir cuando tomamos el volante, es que nadie obtenga ventajas de nosotros, y para lograrlo se aconsejan varias técnicas: a) si se detecta que el que viene en el cruce quiere pasar antes que uno, es menester acelerar echando lámina de tal manera que el idiota ese no logre su cometido, b) si un señor se detiene en doble fila con el propósito de bajar la silla de ruedas de su madre octogenaria, lo conveniente es cagarse en su abuela, es decir la madre de la viejita, bocinar y dar acelerones de tal manera que el proceso de desembarque se agilice, c) si el semáforo cambia al color verde y la persona que está delante de nosotros no acelera en la siguiente millonésima de segundo, lo recomendable es darle un claxonazo que le indique sin lugar a dudas que solo un imbécil tarda tanto, d) si se pone la luz roja y resulta evidente que ya no hay lugar para seguir avanzando y se interferirá un cruce, la ortodoxia recomienda taparlo de cualquier manera y poner cara de esfinge ante las mentadas de madre de los que no pudieron pasar.
¿Quién nos enseña estos modos? ¿Es genético? ¿Hay algún cromosoma chilango que nos orilla a ser esta especie de neanderthals al volante? La verdad es que no tengo ni idea y francamente veo el remedio tan cercano como una medalla de oro en halterofilia para el poderoso equipo de Aruba.
No escapará a su atención, querido lector, que evité referirme a los choferes de peseros, en ese caso me parece que la descripción escapa a cualquier magnitud posible. Si alguien me propusiera que relatara la forma en la que maneja una de estas ¿personas? me inscribiría en un curso de zoología básica para tratar de entender los misterios que guían el comportamiento del reino animal.

martes, 4 de junio de 2013

Los humos del alcohol (El Financiero 2001)

El otro día iba yo por la calle a las doce del día cuando vi a un señor que estaba llegando a su casa lo cual no tiene absolutamente nada de extraño. Sin embargo el tipo caminaba como si fuera en el Titanic a punto de hundirse y no una banqueta plana. Entonces me di cuenta que estaba borracho y no supe si sentir envidia o misericordia así que seguí mi camino pensando en los humos del alcohol.
Me imagino que el consumo del alcohol ha propiciado una de las industrias más boyantes del país y esta hipótesis la sustento en la cantidad de borrachos que veo los jueves y viernes en restaurantes y bares. Esta gente normalmente llega al mediodía y ya como a las siete de la noche avanza limpiamente hacia los terrenos de la catalepsia con síntomas conspicuos de desorden cerebral que se pueden manifestar mentándole la madre a su amigo del alma, mirando fija y vidriosamente hacia el techo o de plano negándose a pagar la cuenta porque se consideran víctimas de un robo ya que solo se tomaron nueve cubas y no diez como consigna la cuenta. El caso más reciente nos lo ofreció un diputado panista que se tomó “dos cervezas” y se le ocurrió (ligeramente descompuesto de aspecto y con la corbata chueca) mearse en los arriates de Reforma por lo que fue detenido y entonces: golpeó policías, gritó peladeces y luego fue subido a una patrulla en la que iba enseñando la charola. Desde luego si ese efecto le producen dos cervezas me imagino que con cinco se hubiera orinado en el ángel de la independencia o en los restos de los padres que nos dieron patria.
El asunto etílico ha cambiado de muchas maneras con la modernidad que nos rodea; en primer lugar está el factor de género (¿por qué se llama “de género?” Misterio de los misterios). Antes estaba muy mal visto que las señoras libaran al igual que los hombres y ello produjo un fenómeno curioso consistente en la producción de bebidas de menor calibre para que dichas señoras pudieran alternar en sociedad. Ello favoreció el consumo de una porquería llamada “medias de seda” y peor aún “la piña colada sin alcohol” que como se ha demostrado causa cáncer de colédoco. Las conquistas femeninas han llegado al terreno de los alcoholes y ahora las féminas navegan por los territorios del tequila y el wisqui como Pedro por su casa. Hace algunos días por ejemplo una conocencia femenina se tomó en mi presencia el equivalente en alcohol al consumido por un grupo de diputados plurinominales en una tarde de viernes y se fue a su casa sin consecuencias que lamentar. Lo anterior (me apresuro a opinar ante una posible reacción, me parece perfecto).
Otra fuente de cambio se percibe en las combinaciones de las bebidas modernas. Para entender cómo se producen estas nuevas alternativas, me imagino a un cantinero con el pelo alborotado que tiene enfrente vasos, botellas y frutas tropicales. Me lo imagino también mezclando cosas con el mismo rigor científico que tendría el Púas Olivares, por ejemplo: ¿y si echamos Tehuacan, un cuarto de kilo de papaya, medio limón sin pelar y una onza de angostura? El líquido final es consumido y si no lo manda al hospital será presentado como la novedad más reciente. Esto ha producido que el tequila se mezcle con el squirt o que a la cerveza se le agregue salsa Tabasco con las consecuencias que uno podría esperar de una mezcla tan bastarda.
Un último factor que advierto en el consumo de bebidas embriagantes tiene que ver con las mañas de la gente en el momento de solicitar su alipús. Así, por ejemplo, llega un señor y le dice al mesero cosas tan extrañas como: “quiero un wisqui puesto con un hielo y medio, aparte me traes una botella de agua, y rodajas de limón en un plato que tenga sal” o “un tequila derecho y un caballito de jugo de limón con una cuarta parte de salsa inglesa”. Los meseros que tienen virtudes bíblicas asienten imperturbables y se van al bar para trasmitir los caprichos del consumidor que por algún misterio cuando se enfrenta a su trago encuentra invariables defectos y se queja con sus amistades: “dije, salsa inglesa y no salsa maggie”… Puras idioteces.

sábado, 1 de junio de 2013

La opinadera (El Financiero 2002)

Entramos de lleno al mes patrio en medio de informes presidenciales y análisis infumables acerca de lo que este país merece. Alguna vez discrepé de un hombre que hasta ese momento consideraba yo muy listo que declaró su hartazgo de tanta opinión, hoy reconozco mi error y tengo la impresión de que, efectivamente, a todo mundo le da por abrir la boca y decir lo que piensa a la primera oportunidad. De la reflexión anterior me queda una preocupación, ya que opinar a lo baboso es lo que he venido haciendo los últimos años aunque debo aclarar que algunas veces he caído en el espinoso asunto del rendimiento de cuentas. De cualquier manera creo que el problema de la opinadera tiene que ver con cierta pereza por el análisis, lo que implica recibir digerido cualquier hecho y modelar opiniones propias que provienen de mentes ajenas, en algunos casos tan lúcidas como las de los hombres de negro que son pura lumbrera, o, en cambio, las de Britney Spears declarando que se había preparado para su más reciente filme tomando clases de actuación durante la friolera de 10 días.
Los mexicanos somos un pueblo al que le da por externar su punto de vista porque pasó la mosca, esta capacidad se manifiesta en muchos frentes; cuando un niño nace y se pone morado después de llorar tres horas vienen los comandos a decretar los remedios: “úntale un ajo en la entrepierna y verás como se alivia” dicen los herbolarios, “tiene un problema de ausencia de imagen paterna” argumentan los interesados en el psicoanálisis” o “es normal” dicen lo que a todos les vale madre. Lo mismo pasa en el momento que alguien se accidenta y se queda con el fémur de fuera en posición de decúbito prono. La gente que lo rodea de inmediato decide que no hay que moverlo o, por el contrario, que es necesario volverle a meter el hueso. El efecto final es contradictorio y ambiguo, como ambiguo es este país. Sin embargo, quizá la referencia más notable de nuestras ganas de dar un punto de vista se encuentra en la reciente tendencia de los programas de radio y televisión consultando a la ciudadanía sobre asuntos de enorme trascendencia. Evidentemente el que redacta la pregunta padece una forma benigna de retardo mental ya que realiza cuestionamiento del tipo: “¿usted cree que el mochaorejas debe ser liberado?”. La sorpresa es que miles de compatriotas corren a los teléfonos y expresan su particular punto de vista mientras yo me quedo pensando que en el asunto debe haber un buen negocio pero todavía no acierto a explicar cuál.
Lo que sigue en este mundo de opiniones se relaciona con la reciente reacción de ciertos intelectuales que impugnaron airados una selección realizada por la SEP y diversos especialistas en el sentido de elegir un grupo de libros para las aulas escolares. Advierto de antemano que un libro mío sobre los recursos naturales va en esa lista y que me apena mucho que en ella me encuentre al lado de José Luis Borgues (Fox dixit) o del maestro Robert L. Stevenson pero debo aclarar que ése no es mi problema, sino de quienes hicieron la lista de marras. Los argumentos impugnadores desgraciadamente dan ternura ya que no se analiza la pertinencia de la elección en cada caso, que es lo que habría que hacer, sino en al hecho de que “faltan autores mexicanos” o que se “benefició a editoriales extranjeras”. Me queda claro que –con Borges o sin Borges- cualquier lista es arbitraria y que siempre va a haber descontentos, el problema es que cuando los argumentos se basan en la idea de que lo hecho en México está bien hecho y que lo demás es invasión el asunto simplemente no tiene destino. Me recuerda una de las primeras categorías del Ariel que premiaba a “la película más mexicana” sin aclarar si gente que florea la reata y alburea al vecino calificaba para tal merecimiento.
El mes patrio discurre pues entre todos opinando y algunos de ellos dispuestos a inmolarse como Juan Escutia. Me imagino que el 16 si de veras queremos estar acordes con los tiempos habrá que salir a matar a los gachupines dueños de las editoriales extranjeras que nos están robando el pan de nuestros hijos ¿o no?