tag:blogger.com,1999:blog-30389241759143410022024-03-19T03:32:21.899-06:00LitóbolosEl blog de Fedro Carlos GuillénFedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.comBlogger417125tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-24788859163250077972018-09-13T10:55:00.002-05:002018-09-13T10:55:44.005-05:00Los insultos (El Financiero 2002) La modernidad ha traído enormes cambios en el lenguaje, las palabras que antes eran de uso corriente se han ido difuminando por adjetivos menos sutiles e inequívocos que expresen a cabalidad la ira creciente de los capitalinos. Recuerdo, por ejemplo al Corsario Negro que cuando se enojaba decía cosas como: “voto a bríos” o le asestaba a sus adversarios términos como “insolente” o “miserable” para luego encajarlos con su espadota. También recuerdo las polémicas de nuestros hombres de letras que trataban de lucir muy elegantes cuando en realidad lo que querían era mandar a la tiznada a su interlocutor. Términos como “mequetrefe”, “ganapán” o “perdulario” han perdido el vigor de antaño y habría que reconocer que si alguien los utilizara provocarían pitorreo en el remoto caso del que los recibe entendiera su significado. Lo anterior, desde luego, puede ser entendido como un indicador de la creciente pobreza de recursos lingüísticos en el mundo pero esta idea solo puede ser defendida por el que vive con la permanente impresión de que todo tiempo pasado fue mejor, en lo personal creo que en la medida que una lengua expresa mejor lo que uno quiere expresar sin duda se puede decir que evoluciona y contra ello no puede ni debe haber antídoto. Si alguien por ejemplo quiere expresar su opinión sobre las capacidades del prójimo y le dice “tonto” no provocará más que ternura ya que el insulto en cuestión es hay que decirlo, de salva. En esos casos lo mejor es usar el sólido y moderno “pendejo” que se ha vuelto la forma más natural de adjetivar al que nos da un cerrón o a una nube de personajes públicos que día con día nos dan prueba de su lucidez.
Recuerdo que cuando era niño leí un poema de Ernesto Cardenal en el que hablaba de “perros, putas y poetas” y me quedé con una impresión terrible de que palabras tan gordas se pudieran poner en letras de imprenta y más aún que gente respetable las empleara. Por supuesto mi visión estaba troquelada por años d educación, maestras de catecismo y yerbas similares que lo único que lograron fue que entendiera las cosas de la vida tardíamente.
Por supuesto hay excepciones a esta nueva oleada de franqueza verbal, la más conspicua es la de la gente que se ha sumado a la ola de lo políticamente correcto que consiste esencialmente en matizar la crudeza de una palabra por medio de otras que evocan lo mismo pero suenan mejor a nuestros modernos oídos. En este caso se trata de no agraviar a gremios selectos por medio de florituras que parten del supuesto de que los nombres originales (por ejemplo “enano”) eran insultos, cosa que es absurda por donde se le quiera ver.
En estos tiempos el lenguaje se ha hecho infinitamente más descarnado y crudo cosa que por supuesto no me preocupa en lo más mínimo, siempre he considerado que es un poco idiota que la gente hable de formas diferentes de acuerdo a las circunstancias y que un gran paso se daría si en lugar de querer quedar bien en todo momento, nos ocupáramos de decir las cosas como son. Esto siempre suscita temores, hay buenas conciencias que consideran que esta apertura generará catástrofes varias en las nuevas generaciones (imaginar a mis hijos María y el fríjol hablando como hablaban Chaf y Queli), sin embargo esto es pura paranoia asociada a la idea, imbécil en sí misma, de que la calidad de una persona se mide por su parquedad y corrección en el uso del lenguaje. Mentira, hay gente con un uso del lenguaje inapelable que no vale nada y otros como el maestro Juan, carpintero de la colonia donde yo nací que hilvanaba carretadas de peladeces por segundo y era una de las mejores personas que he conocido en mi vida.
El caso es que las restricciones no se han ido del todo y como constancia de ello tengo a una señora que comenta la vida de las artistas y que dijo textualmente en su programa de radio: “Fulanita de tal se opero las bubis y las pompas y le quedaron muy en su lugar”. En ese momento sufrí un desmayo del que me repongo ahora para escribir este artículo y mandarle a la dama un diccionario para que comprenda el significado de la castiza palabra “nalgas”.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-43020888065545302722018-09-11T14:00:00.002-05:002018-09-11T14:00:46.045-05:00Los humos del alcohol (El Financiero 2001)El otro día iba yo por la calle a las doce del día cuando vi a un señor que estaba llegando a su casa lo cual no tiene absolutamente nada de extraño. Sin embargo el tipo caminaba como si fuera en el Titanic a punto de hundirse y no una banqueta plana. Entonces me di cuenta que estaba borracho y no supe si sentir envidia o misericordia así que seguí mi camino pensando en los humos del alcohol.
Me imagino que el consumo del alcohol ha propiciado una de las industrias más boyantes del país y esta hipótesis la sustento en la cantidad de borrachos que veo los jueves y viernes en restaurantes y bares. Esta gente normalmente llega al mediodía y ya como a las siete de la noche avanza limpiamente hacia los terrenos de la catalepsia con síntomas conspicuos de desorden cerebral que se pueden manifestar mentándole la madre a su amigo del alma, mirando fija y vidriosamente hacia el techo o de plano negándose a pagar la cuenta porque se consideran víctimas de un robo ya que solo se tomaron nueve cubas y no diez como consigna la cuenta. El caso más reciente nos lo ofreció un diputado panista que se tomó “dos cervezas” y se le ocurrió (ligeramente descompuesto de aspecto y con la corbata chueca) mearse en los arriates de Reforma por lo que fue detenido y entonces: golpeó policías, gritó peladeces y luego fue subido a una patrulla en la que iba enseñando la charola. Desde luego si ese efecto le producen dos cervezas me imagino que con cinco se hubiera orinado en el ángel de la independencia o en los restos de los padres que nos dieron patria.
El asunto etílico ha cambiado de muchas maneras con la modernidad que nos rodea; en primer lugar está el factor de género (¿por qué se llama “de género?” Misterio de los misterios). Antes estaba muy mal visto que las señoras libaran al igual que los hombres y ello produjo un fenómeno curioso consistente en la producción de bebidas de menor calibre para que dichas señoras pudieran alternar en sociedad. Ello favoreció el consumo de una porquería llamada “medias de seda” y peor aún “la piña colada sin alcohol” que como se ha demostrado causa cáncer de colédoco. Las conquistas femeninas han llegado al terreno de los alcoholes y ahora las féminas navegan por los territorios del tequila y el wisqui como Pedro por su casa. Hace algunos días por ejemplo una conocencia femenina se tomó en mi presencia el equivalente en alcohol al consumido por un grupo de diputados plurinominales en una tarde de viernes y se fue a su casa sin consecuencias que lamentar. Lo anterior (me apresuro a opinar ante una posible reacción, me parece perfecto).
Otra fuente de cambio se percibe en las combinaciones de las bebidas modernas. Para entender cómo se producen estas nuevas alternativas, me imagino a un cantinero con el pelo alborotado que tiene enfrente vasos, botellas y frutas tropicales. Me lo imagino también mezclando cosas con el mismo rigor científico que tendría el Púas Olivares, por ejemplo: ¿y si echamos Tehuacan, un cuarto de kilo de papaya, medio limón sin pelar y una onza de angostura? El líquido final es consumido y si no lo manda al hospital será presentado como la novedad más reciente. Esto ha producido que el tequila se mezcle con el squirt o que a la cerveza se le agregue salsa Tabasco con las consecuencias que uno podría esperar de una mezcla tan bastarda.
Un último factor que advierto en el consumo de bebidas embriagantes tiene que ver con las mañas de la gente en el momento de solicitar su alipús. Así, por ejemplo, llega un señor y le dice al mesero cosas tan extrañas como: “quiero un wisqui puesto con un hielo y medio, aparte me traes una botella de agua, y rodajas de limón en un plato que tenga sal” o “un tequila derecho y un caballito de jugo de limón con una cuarta parte de salsa inglesa”. Los meseros que tienen virtudes bíblicas asienten imperturbables y se van al bar para trasmitir los caprichos del consumidor que por algún misterio cuando se enfrenta a su trago encuentra invariables defectos y se queja con sus amistades: “dije, salsa inglesa y no salsa maggie”… Puras idioteces.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-657415250691480922018-05-29T11:44:00.001-05:002018-05-29T11:44:37.879-05:00Atavismos (Etcétera 2014)En algún lado he contado que estaba yo, sentado sin hacerle daño a nadie, una mañana del lejanísimo año 1989 cuando recibí una epifanía y decidí hacer un artículo para el periódico. La decisión era extraña ya que no tenía noticia de nadie solicitando mis servicios y lo más que había escrito era la palabra “dicotiledónea” en un examen que reprobé. El caso es que lo hice y siguiendo un criterio cardinal, elegí el periódico Uno más Uno, que era el que estaba más cerca de mi casa y me presenté con Huberto Bátiz que por algún motivo que siembra dudas espirituales me publicó.
Recuerdo que en aquellos tiempos que se han ido había una regla no escrita pero que todos imaginábamos cierta y clara; no se podía escribir contra la Virgen, contra la bandera ni contra el presidente, sin que uno tuviera elementos para entender qué tenía que ver una cosa con la otra. No me es claro si la cumplí porque es muy asombroso que la Virgen se le aparezca a un indígena y no al mundo, la bandera representa algo que nunca nadie ha visto; un águila devorando a una serpiente y posada en un nopal y los presidentes mexicanos nos han dado motivos para pitorrearnos no hace veinticinco, sino cien años.
El caso es que en ello estaba pensando hoy en la mañana y lo asocié a la personalidad del mexicano. Recuerdo que en mi colaboración anterior me pareció asombroso que le gritáramos “¡putooo!” al portero contrario y estuviéramos a punto de declararle la guerra a Holanda por una bromita de Lufhtansa. Los 15 de septiembre de cada año en muchas ciudades gringas sale algunos compatriotas a los balcones de las alcaldías a dar el Grito ¿Se puede usted imaginar querido lector lo que pasaría si el cónsul norteamericano ondeara la bandera en Angangueo un 4 de julio? Yo también.
Los mexicanos somos atávicos y muy raros, no sé si sea por la hipótesis, que me parece mamarracha, del trauma de la conquista, pero tenemos un sentido nacional francamente extraño y ello se ha manifestado de manera cabal en las recientes discusiones sobre la Reforma Energética.
Lo poco que entiendo es que Pemex ha sido una empresa que se ha encargado de administrar la enorme abundancia petrolera de nuestro país y lo ha hecho bastante mal, tan mal que está prácticamente quebrada. Esto se debe a su sindicato, que es la cueva de Alí Babá, a la corrupción interna y al sangrado permanente del gobierno para realizar sus tareas. A mí en la escuela me enseñaron que algo que no funciona debe cambiar y esa fue justamente la propuesta. Los argumentos en contra, lejos de ser de naturaleza técnica o cierta lucidez fueron de risa loca: “el petróleo es nuestro y se lo van a regalar a los extranjeros” (imaginar “extranjeros” con los ojos inyectados).
Hasta donde alcanzo a entender, nunca he recibido una sola muestra de que el petróleo sea mío, sí en cambio numerosas evidencias de que el asunto estaba de la chingada. Si cualquier Reforma ajusta a ladrones sindicales, genera más eficiencia y ello se traduce en mejoras en los servicios y un menor impacto ambiental, por mí pueden compartir riesgos con Atila el Huno. Sin embargo, los de siempre ya alzaron las voces y ahora están organizando cosas que serían chistosas si no fueran el fiel reflejo de los divididos que estamos. Fernández Noroña llama a la "desobediencia civil” para el primero de septiembre (imaginar, ahora, a este servidor negándose a pagar el impuesto de los triki trakes). Se propone también una “consulta” para que analicemos un tema que ya está legislado. Evidentemente se trata de golpes mediáticos atrapa votos y atrapa ingenuos. Lo que me parece grave es que sigamos manteniendo el discurso nacionalista ramplón y aldeano que tanto daño nos ha hecho a lo largo de los años.
Yo no lo sé de cierto pero supongo, que la izquierda dividida y la derecha trepada en jolgorios de quebraditas le hacen un favor enorme al PRI que va en caballo de hacienda y ello lo percibo como una mala noticia…al tiempo.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-82034073503651285192018-05-25T12:42:00.003-05:002018-05-25T12:43:02.307-05:00Las vacaciones (El Financiero 1999)
En estos días la gente anda de vacaciones, yo mismo cuando usted lea estas líneas, querido lector, estaré a la muy confortable temperatura de quince bajo cero sufriendo un enfriamiento en las partes que los clásicos llaman “prudentes” y descongelando a mis niños para sacarlos a ver la iluminación.
Normalmente, las vacaciones son planeadas con dos años de anticipación, lo que se sugiere es que un grupo de ciudadano se siente en una mesa y empiecen a darle vuelo a la hilacha: “vamos a recorrer Rusia en el Transiberiano” otros proponen cosas como recorrer a pie la Patagonia. El común denominador de este esquema de planeación es que es delirante y pese a ello recibe la adhesión de todos los presentes que se apuntan entusiastas. La realidad los devuelve a todos a su sitio y el transiberiano se convierte, en el mejor de los casos, en un fin de semana a Agua Hedionda.
Uno espera las vacaciones como los campesinos la lluvia; durante la chinga laboral siempre se mira en el horizonte el calendario contando los días que faltan para terminar. Sin embargo, la gente hace cosas muy extrañas en el momento de quedar libre; en lugar de tirarse quince días en una cama con la misión de levantarse únicamente para lo que hay que levantarse, se meten en una camioneta de la que cuelgan cazuelas y una lancha inflable y se dirigen a la playa más cercana en la que hay tres millones de personas que tuvieron la misma idea. Ahí empiezan los problemas, porque en las playas normalmente hace un calor que se mastica, la arena le raya a uno hasta la vergüenza y no hay un lugar con sombrita porque los que lo obtuvieron se levantaron a las cuatro de la mañana para apartarlo. Por algún misterio metabólico los meseros de playa padecen una forma avanzada de la amnesia que se manifiesta en el momento de llevar ostiones por camarones o pescado empapelado en lugar de milanesa. Como cada plato tarda lo mismo que el parto del hipopótamo uno se come lo que llegue y se pone de un humor de los mil diablos. Lo que sigue es tumbarse en una silla que tiene una distancia de veinte centímetros con la del vecino por lo que uno oye la música del gordo de al lado, huele la crema de coco que se unta en la barriga y recibe un manazo cuando el otro se duerme.
La playa es además un lugar donde la gente que vacaciona se viste de una forma –digamos- diferente. Los señores tienen varias alternativas, una es usar zapatos blancos sin ser doctores, no ponerse calcetines y usar camisas de miéntame la madre. Otros se deciden por una especie de calzones guangos de manga larga, playeras que tienen leyendas idiotas como: “yo me subí al parachute ride” y huaraches de llanta. A las señoras les parece muy natural ponerse un traje de baño que tiene a la altura de los senos un par de conos de cartón y colgarse de la cintura unas sábanas de colores que se amarran con nudo doble. En la cabeza se ponen una visera de cajero del hipódromo y unos lentes de mamá mosca.
En el imaginario colectivo se asume que las playas son un lugar ideal para el romance. Mentira, entrar en lances amatorios sobre la arena puede producir disfunciones vertebrales o rozaduras estremecedoras, además cuando uno va caminando tomado de la mano invariablemente se da una empapada en las espinillas por la pleamar que llega a traición. Las vacaciones en la playa son –se supone- un lugar para salir de noche. El problema es que si uno tiene el aspecto del Benemérito no tendrá ninguna posibilidad de entrar, debido a que los porteros, que normalmente son unos animales, tienen la consigna de no dejar pasar a nadie que no luzca como el príncipe de Noruega.
Pues bien, yo que estoy en el lugar más lejano posible de la playa, querido lector, le mando un abrazo quebrantahuesos esté donde esté y lo conmino a que no ande diciendo que se acabó el milenio aunque, pensándolo bien, haga usted lo que le nazca que de eso se trata la vida.
Salud
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-74530932577859535332018-04-30T12:14:00.002-05:002018-04-30T12:14:58.160-05:00Tiempos de cine (Etcétera 2007)Cuando yo era menor, ir al cine era un rito misterioso que suponía cambiarse de ropa y entrar en una sala más grande que mis malos pensamientos a ver el estreno correspondiente (normalmente un churrazo). Había “permanencia voluntaria” lo que suponía que uno podía llegar a la hora que le diera la gana y quedarse a voluntad para volver a ver la película (opción ligeramente imbécil) o la parte no vista debido a que se había arribado a la mitad. Sospecho que varios señores de mediana edad fueron concebidos a la luz de Los tres huastecos ya que frecuentemente las parejas con urgencias amorosas se refugiaban en la última butaca en posición de decubito prono a practicar una suerte de kamasutra chilango. En la entrada había un señor con una lámpara de 1 watt cuya función consistía en acompañar al respetable a la butaca alumbrando el camino. Estaba claro que era una forma parásita de trabajo ya que la luz de la pantallota iluminaba perfectamente todo y es por ello que desapareció esta noble profesión. En una sala ubicada en lo profundo del cine vivía un señor de apellido “cácaro” que era el que pasaba la película y al que se le mentaba la madre en caso de algún desperfecto técnico.
Desde entonces nunca he perdido el gusto por asistir a la sala oscura y ello me coloca en una condición privilegiada para testimoniar los cambios que ha sufrido esta centenaria costumbre. El primero y más obvio es el tamaño de las salas; los genios del marketing entendieron que es mejor acomodar pocos cristianos en muchas salas que tener que vender un cine vació y es por ello que dividieron el espacio correspondiente en diez cuartitos. Ello ha producido algunos efectos perversos, como el de que nunca haya lugar si no se llega con dos horas de anticipación o que los lugares disponibles se encuentre debajo de las amígdalas de James Bond, esto –como se sabe- produce retinitis.
Un segundo efecto asociado con este hacinamiento es el del mexicano previsor que se siente muy listo y entonces marca el 52 57 69 69 para reservar boletos. En ese momento inicia un vía crucis ya que una señorita que es grabadora empieza a hacer preguntas para las que yo por lo menos nunca tengo respuestas (con excepción de la zona de la ciudad). “clasificación de la película”; “complejo” (siempre me he sentido tentado a responder: “de inferioridad”); “horario” etcétera- A los quince minutos y cuando tengo la oreja de color bermellón decido colgar pensando que el teléfono y las grabadoras son como la Tía Paca de Mafalda…puntos en contra de la humanidad.
El concepto “cortos” es predecible como un meteorito. Primero sale una animación hecha por el doctor Mengele para producir epilepsia en los asistentes y que no ha cambiado en 10 años, luego vienen los anuncios (que no pagué por ver) y luego aparece una liga ¡una liga! Que baila junto con una pelota. El mayor misterio de todos y que siempre me ha dejado muy sorprendido es la razón –inescrutable para mí- por la cual el telón se cierra e inmediatamente después se vuelve a abrir.
Si uno tiene la ocurrencia de comer algo es menester llevar la hipoteca de la casa ya que una cuenta elemental bastará para entender que mis dos hijos, cuyo metabolismo es similar al de una musaraña, me pueden dejar en la calle con dos visitas al cine en una semana. Los hot dogs, son dignos de una demanda penal y las palomitas (“por 2 pesos se lleva las grandes”) contienen la cantidad de calorías necesario para que le dé un infarto a un buey amizclero. Los refrescos de máquina saben a refrescos de máquina y si uno tiene la ocurrencia de meter en un itacate una torta de huevo, recibirá dos castigos; el primero en el círculo cercano y familiar dada la naquencia de la idea y el segundo de los guardias del cine que explicarán, con cierta parsimonia, que las reglas del mercado no admiten tales conductas.
Me gusta el cine, pero no en esas condiciones. Añoro los tiempos que se han ido que en éste caso y solo en éste…fueron mejores
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-47011115862328806452018-04-27T13:55:00.002-05:002018-04-27T13:55:46.074-05:00Semánticas electoralesRecuerdo que en mis años mozos las elecciones servían nomás para saber por cuántos votos ganaría el PRI, lo realmente interesante era el proceso de averiguar quién era el candidato. La gente con aspiraciones rezaba Magníficas y pasaba horas muy valiosas al lado del teléfono esperando la llamada del ungido para saber si había entrado a las glorias del presupuesto. Las campañas eran a lomo de tren o camión y los candidatos ofrecían hasta una hermana bajo la máxima de que prometer no empobrece, cumplir es lo que aniquila.
Recuerdo que López Portillo no tuvo rival en las elecciones y aun así hizo campaña en compañía de su distinguida esposa que dicen que era una fiera para el piano y una fiera, así a secas. El PRI, esa “dictablanda” como la llamó Vargas Llosa, provocando la ira bastante ridícula de Octavio Paz, se fue debilitando paso a paso lo cual sería una buena noticia si sus contrincantes hubieran tenido una altura intelectual mayor a la de un burro de planchar cosa que, como se sabe, no ocurrió.
Con el paso del tiempo las cosas se fueron complicando y resultaron tres Partidos dominantes rodeados de una turba de cascajo que pedían y siguen pidiendo prerrogativas a cambio del 3% de sus votos que imagino fueron promulgados por gente que considero imbécil.
Ante todos estos cambios llama mi atención el uso de un par de palabras que en el diccionario político tienen un significado diferente al que un servidor les daría, pero eso a lo mejor se debe a que un servidor nunca entiende nada.
“Pueblo” para mí es un lugar de tamaño pequeño en el que hay una iglesia, una plaza con arcos donde venden quesadillas y un camión con altavoces en el que se anuncia que el mago Pastelín se presentará el viernes por la noche. Me hago cargo que también designa a un grupo de personas pero nada más. Sin embargo, en estos tiempos políticos se ha usado en el discurso, señaladamente de López Obrador, el término para tratar de describir lo que sigue: un ciudadano impoluto, generoso, bueno y señaladamente pobre. La oposición natural a esta caracterización adjetiva sería la del empresario sabandija, ladrón y explotador del pueblo antes descrito. Bien, los mexicanos no somos dados a un análisis complejo, vivimos las reglas del todo o nada y lo hacemos a rajatabla lo que explica que un uso semántico tan idiota como el antes descrito tenga un efecto en millones de personas que viven la lucha de clases instalados en el siglo XIX. Lo he dicho antes, hay pobres que son una desgracia y ricos que también lo son, la misma regla aplica en viceversa pero insisto la complejidad no es cosa nuestra,
Un segundo término que llama mi atención es el de “ciudadano” que de acuerdo a la venerable academia se define como “natural o vecino de una ciudad” y a menos que se trate de un extraterrestre, de esos que ve Maussán cuando no se toma su medicina, todos somos ciudadanos. Los políticos han empleado este término por el desprestigio que los acorrala. Dado que en este país ser político es casi casi equivalente a ser un asco, pretenden “ciudadanizar” sus propuestas para ganar halos de pureza que no merecen. En este caso me refiero al mal llamado “Frente ciudadano”.
Mi último ejemplo se refiere al término castizo “puto” que, como es sabido le grita la gente al portero rival cuando despeja y que fue utilizado por cuatro diputadas para incordiar a un señor no muy lúcido que estaba en la tribuna. Bien, “puto” es un insulto y esa era la intención pero cuando vieron el vendaval enfrente utilizaron a mexicana costumbre de hacerse pendejas (enfatizo que escribí “pendejas” y no “bandejas) y alegaron que en realidad habían gritado “bruto” lo que me dejó con la vaga sensación que tiende a inundarme desde la noche de los tiempos; ya no sé si son imbéciles que creen que somos imbéciles o el imbécil soy yo por creer todo lo anterior.
En fin, para las próximas elecciones ya tengo mi bunker y tapones para los oídos, se los recomiendo.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-17924029468091677852017-05-07T12:25:00.002-05:002017-05-07T12:25:48.001-05:00Maldiciones hidráulicas (Milenio 2007)Leí con mucho azoro que un grupo de jovenazos con una capacidad cerebral equivalente a la de la podadora de pasto que hay en mi casa, se apersonaron en una inauguración de Marcelo Ebrard, le arrebataron el micrófono (imaginar jóvenes arrebatando micrófonos) y protestaron por la visita del señor Gore a nuestras tierras bajo el sorprendente argumento de que “el cambio climático es una falacia”.
Muy bien, no pienso discutir con esta nube de idiotas lo que es evidente día a día. Hoy que prendí la televisión me encontré a una viejita arrastrada en una especie de colchoneta inflable surcando las aguas del Támesis, nomás que en la ciudad de Oxford. Acto seguido me enteré que en China Nuevo León (un nombre misterioso) el agua se les metió a traición en las viviendas y dejó salas y comedores oliendo a albañal. Luego fui el mudo testigo de que en La Paz Bolivia cayó una nevada inédita. En este caso, las imágenes nos mostraban a un señor con alma de niño, es decir un mamonazo, que hacía piruetas con un copo de nieve en la cabeza y a una niña que descerebraba a su probable padre de un bolazo en el parietal. La última nota era de unos señores turcos que estaban tomando helado mientras el locutor anunciaba que las temperaturas oscilaban (¿por qué dicen “oscilaban”?) en los 41 grados.
Sin embargo, estas escenas no se comparan en lo más mínimo con las que uno vive en carne propia en esta noble y leal ciudad de México cada que cae el agua como ha caído en fechas recientes. Mi casa por ejemplo, es un espacio en el que los conceptos H2O y electricidad son profundamente excluyentes. Nomás veo la primera gota y me apresuro a salvar la información de la computadora, sacar las velas y ponerme unas botas ridículas pero eficaces. Acto seguido se va la luz por medio minuto, regresa para luego abandonarme de manera definitiva las siguientes dos horas. En ese momento me trato de imaginar esperanzado a un señor de luz y fuerza luchando contra la furia de los elementos mientras intenta reconectar el cable de mi casa y luego me quedo dormido.
Los capitalinos enfrentamos las lluvias con la misma resignación que lo señores que viven en Kansas los tornados que se llevan sus casas con rumbo a la chingada. Cuando empieza la temporada salen como hormigas unos señores con iniciativa comercial que venden paraguas de a diez pesos y que tiene la particularidad de desfondarse al primer embate. Otros siguen una técnica sorprendente ya que empiezan a correr por lo que supongo que ellos suponen que así se mojarán menos. Otra extravagancia hidráulica es la de poner la palma de la mano extendida hacia el cielo para determinar si está lloviendo lo que muestra que en materia de iniciativa nuestra raza mexica es incomparable.
En el Distrito Federal las aguas acarrean desgracias múltiples, dentro de las más señaladas está la caída de unos eucaliptos así de grandes que normalmente hacen mierda un auto vacío o el tinaco de la casa del vecino en el mejor de los casos. También se puede apreciar el prodigio de una coladera que se convierte –paradoja de paradojas- en fuente que lanza al aire un chorro de agua aderezado con lo que los clásicos llaman “coliformes fecales” que no son otra cosa que caca Finalmente las imágenes televisivas nos presentan ad nauseaum a gente menesterosa que lo ha perdido todo y que se queja de que las autoridades no los apoyan, mientras sacan unos colchones mojados que deben pesar lo mismo que un tsuru sedán.
En fin, aparentemente vivimos en la paradoja milenaria de una ciudad que se inunda porque pasó la mosca mientras en Iztapalapa reciben agua por medio del tandeo cada que Dios quiere, yo, que soy ejemplarmente pendejo para estas cuestiones, no entiendo la razón por la cual a nadie se le ha ocurrido recolectar estos diluvios y utilizarlos de nuevo, pero ello se debe esencialmente a que mi capacidad analítica desfallece cuando no hay luz, evento que ocurrirá en exactamente medio minuto, así que salvaré esta colaboración mientras me despido de usted.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-39141224340617072712017-05-04T10:43:00.002-05:002017-05-04T10:43:39.742-05:00Publicidad (Etcétera 2011)Publicidad
Fedro Carlos Guillén
La publicidad mueve al mundo y en muchos casos a los medios masivos que hacen y deshacen porque los anunciantes acudan en turba a sus puertas. Por supuesto es un negocio de cientos de millones y como tal determina diversas disfunciones que me interesa comentar en su compañía, querido lector. Lo primero que hay que decir es que la publicidad como la hemos conocido durante años cede paso a pautas emergentes de lucidez desigual. Hace no mucho tiempo. El ejecutivo de un despacho al que no tengo el gusto, me envió un correo en el que me invitaba a hacer publicidad en tuiter a cambio de un dinerillo. Me quedé muy asombrado de qué existiera tal cosa y me negué amablemente, solo para constatar que existe gente que hace favor de informar en tuiter cosas como: “qué antojo de unas barritas Marinela” o “Los tacos del Chupacabras son insuperables”. Otra forma advenediza en esto de la publicidad se vincula con unos camiones rectangulares que pasean por la ciudad en formación de fila india y que llevan un anuncio por costado. En este caso se trata de emitir toneladas de CO2 y entorpecer más aún la circulación con el noble fin de que nos enteremos que Viana vende barato o que las enchiladas en Sanborn´s están al dos por uno, lo que me parece de una imbecilidad ejemplar.
Están también los anuncios chatarra, esos que se hacen con un presupuesto de ciento cincuenta pesos y que nos son asestados a mansalva cada vez con mayor frecuencia. Este es un caso fascinante que tiene varias aristas, la primera es de carácter legal ya que muchos de ellos presentan las virtudes de productos milagro que a todas luces son un fraude. Durante años he venido oyendo sobre la necesidad de regularlos pero lo que efectivamente parecería un milagro es que alguien lo hiciera. En esta categoría podemos ver fajas, unos polvitos a los que se les echa agua y te permiten bajar 14 kilos en 3 semanas y una plataforma vibradora que debe causar próstata hendida. El segundo punto se vincula con los códigos de los medios. Cualquiera que se tome la molestia de ver el canal 2 durante el noticiero de Loret podrá comprobar que prácticamente la totalidad de los anuncios son de ése tipo. Uno se pregunta (con ingenuidad) ¿los medios no deberían tener un código que impidiera hacer negocio por medio de la estafa al consumidor? La evidente respuesta por supuesto es negativa. El tercer y último punto es el relativo a la capacidad de análisis de los destinatarios de esta basura. La OCDE bien podría cancelar las pruebas educativas y con esta evidencia concluir que somos un país de una enorme precariedad intelectual.
La última forma comercial que me interesa analizar es la de las inserciones pagadas. Hoy en la mañana, por ejemplo, me encontré al señor Gobernador de Jalisco (el mismo al que le dan “asquito” los gays) hablando de los juegos Panamericanos, justamente en el programa de Loret. La cámara lo enfoca, y aparece muy aliñadito en algo que parece una nota periodística que empieza a ser sospechosa cuando se reitera día con día y en la que queda claro que se necesitaría ser muy pendejo para no votar por ese pedazo de Estadista que es Emilio González. Entonces queda claro que los impuestos que usted y yo pagamos sirven para la promoción personal de alguien impresentable y que nuevamente los medios se prestan a esta farsa con el fin de engordar sus arcas con la falta de saciedad de una musaraña.
¿Qué se puede hacer? Aparentemente nada, porque la capacidad regulatoria del Estado es la misma que la que tiene México para poner un hombre en Marte y el juego de intereses es muy alto. Por ello las empresas de comunicación tienen cabilderos e inclusive legisladores que velan pos sus intereses con la misma moralidad de una mora. Creo que sería buen momento de iniciar una revisión sobre el tema, el problema es que yo no pienso hacerlo ya que no encabezo ni a mis hijos y muchos de los “líderes de opinión” están ya cooptados por algunas empresas por lo que no las cuestionan ni con el pétalo de un comentario. Ni hablar.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-37489790845834495552015-08-13T14:00:00.000-05:002015-08-13T14:00:02.870-05:00Fotografías (El Financiero 1996)Existen fotografías notables; la primera que me viene a la mente es una que fue tomada durante una reunión de académicos muy serios en el instante preciso que el afamado doctor (cambiaré el nombre por pudor) Juan de Letrán -un tipo que se sentía Clark Gable- estornudaba. La notabilidad consistió en que la instantánea fue tan oportuna que capturó al peluquín del doctor de Letrán arriba del puente nasal y no en la coronilla que era donde debía estar. El fotógrafo del congreso hizo su agosto y nos vendió copias a todos los asistentes. El doctor de Letrán no salió de su cuarto durante los dos días siguientes.
El efecto devastador de una fotografía es un asunto que nunca dejará de sorprenderme ya que pone de manifiesto -indeleblemente- alguna peculiaridad de la condición humana. El caso de la foto notable es un ejemplo: no había ser humano que ignorara el hecho de que el doctor de Letrán usaba un peluquín que le confería el aspecto de alguien que trae un gato persa en la cabeza. Sin embargo la fotografía de marras se convirtió en el testimonio histórico acerca de un viejo canijo que un día hizo un papelón mientras hablaba de la fauna de las Antillas... y eso no se cura con nada.
Los héroes nacionales, por ejemplo, han sufrido la falta de tecnología que nos pudiera ilustrar acerca de su aspecto. Así los señores Allende, Aldama y Abasolo que seguramente eran tan diferentes como Muñoz Ledo, Oñate y Calderón, no tienen más remedio que ser confundidos en las estampitas que los representan con el cuello alzado lleno de garigoleos y patillas de taquero. Así también todo señor de pelo entrecano con corbatita de lazo y levita, puede entrar limpiamente en el espectro comprendido entre don Andrés Quintana Roo y Enrique Rébsamen, con el agravante de que nadie sabe a ciencia cierta que es lo que hizo cada uno... cosas de no tomarse la foto.
La necesidad de tomarse fotos en los tiempos modernos puede obedecer a razones muy variadas. El viaje a París por ejemplo, entonces el señor que se siente Enrique Bostelman, pone a la señora a posar frente a la torre Eiffel mientras prepara una toma efectista. Cuando se revelan las fotos el resultado invariablemente es siniestro y a la vieja -que salió del tamaño de una hormiga- hay que señalarla con una flechita para luego mostrar los resultados a un grupo de amigos. Eso -invitar amistades a una sesión de fotos- es un acto que tiene connotaciones de sadismo extremo. Los anfitriones le piden a sus invitados que se pongan cómodos, sacan el proyector de transparencias y se dedican las siguientes tres horas a presentar setecientas catorce fotografías del palacio de justicia en Colonia, luego cuentan anécdotas (ay gordo, aquí es donde nos cayó mal la comida) y se ríen solos. Terrible.
Otra derivación monstruosa que tiene la fotografía la encontramos en las credenciales. Por algún misterio estético indescifrable para mí, en el momento que uno se sienta en el banquito y recibe la instrucción de no parpadear, el asunto ya valió madre. El fotografiado puede ser Robert Redford que no importa, invariablemente saldrá con los mismos ojos que tiene alguien que acaba de recibir una descarga de 20 megawatts, o con baba en las comisuras. Luego están las fotografías de estudio, en las que ponen a una quinceañera o a un niño baboso arriba de un pedestal desempeñando actividades que nadie emprendería en su sano juicio, como tocar una lira o dar un pasito de minuet.
El último gran problema es la fotogenia. Recientemente me tomaron una fotografías con el sano propósito de que la mejor de ellas ilustre un libro por venir. Llegó el fotógrafo en medio de una reunión en que la mitad de mis invitados estaban ebrios. Me pidió que me asomara por un balcón o que viera al horizonte. Cuándo hablé con el joven editor Andrés Ramírez y le pregunté por las fotos contestó: “pareces asesino serial”. El otro día vi las fotos y efectivamente... parezco asesino serial. ¿Será?
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-84346747054163793182015-08-11T14:19:00.000-05:002015-08-11T14:19:28.166-05:00Ande yo caliente El Financiero 1996Esta reflexión sobre la moda, se inició de un modo empírico hace unos días cuando me encontré a una amistad que venía vestida como la planta de la guanábana: ¿y ese modelito? pregunté siguiendo la mexicanísima costumbre de joder al prójimo “qué sabes tú, que te vistes como don Teofilito” -respondió la amistad devolviendo el golpe. El comentario fue -desgraciadamente- atinadísimo y me cerró la boca. Más tarde me quedé pensando acerca de la incapacidad congénita que poseo para establecer un vínculo conceptual con la compleja idea de “moda”.
En mi niñez, por ejemplo, bien podría haber sido considerado como un adelantado, ya que me ponía unos overoles de aviador que la gente empezó a utilizar veinte años después. El pelo me lo cortaba al estilo Paricutin, esto es, a rape en los parietales y largo en la coronilla, justo como hacen hoy los adolescentes oligofrénicos. En realidad nunca he podido establecer cuáles son los misteriosos procesos que orientan a un ser en pleno uso de facultades a ponerse un arete en el pezón o que determinan que se usen sombreritos como el que su majestad, la reina Isabel, uso ayer en la final de la eurocopa. Pero, como ya expliqué, quien soy yo para andar criticando.
La moda, desde luego, obedece a criterios cambiantes y entonces hay que adaptarse. Los verdaderos árbitros de la elegancia son aquellos que logran otear los vientos de la estética y estar siempre como don Ferruco en la Alameda, a esa categoría pertenece -según me explican- Carlos Fuentes. Otros nos conformamos con ir por la vida dando de que hablar. Ni modo.
Un breve paseo por la historia nos ofrece información aleccionadora; nuestros antepasados se vestían con plumas y son los pioneros del barroco temprano. Baste imaginar a Moctezuma recibiendo a las visitas con su penacho, que por cierto podrá ser muy bonito pero en la cabeza de un ser humano se ve horroroso, y el ejemplo lo han ofrecido históricamente nuestras representantes en concursos de belleza internacionales que con el penacho parecen artesanía de Olinalá. Los españoles trajeron las medias y unos pantalones bombachos de rayitas. Además impusieron la barba y el bigote. Se pueden reconocer en las litografías, porque usan un casco que parece carabela, pero al revés y por su inevitable tendencia a traer un indio arrastrado de los pelos.
Luego se pusieron de moda las patillas de taquero para los señores y el chongo para las damas. En el caso de los virreyes era muy bien visto utilizar una peluca con cairelitos y medallas en el saco, que podía ser azul rey o amarillo. Lo fascinante del asunto, según yo, no es como se veía la corregidora (por cierto, siempre de perfil), sino el momento en que alguna señora se soltaba el pelo y ensayaba una nueva opción ¿Qué pensaba? ¿Cuál era el primer efecto? No lo sé.
Los mexicanos, aparentemente, hemos mostrado muy poca iniciativa para diseñar nuestros propios modelitos y más bien hemos vivido a la espera de las últimas novedades para imitarlas rápidamente (el nacionalista que crea lo contrario, pregúntese a sí mismo cuando ha visto a una alemana vestida de china poblana en una calle de Munich).
En realidad lo que ha sucedido es que hemos decidido uniformarnos de acuerdo a nuestra condición gremial. Los intelectuales (no me refiero a los orgánicos que se visten en Robert´s) entran en la clasificación de “desarrapado” rápidamente, dado su gusto por prescindir de símbolos de esclavitud como las corbatas y entonces consideran un valor agregado el de vestirse con pana y fumar cigarros franceses. Los jóvenes ejecutivos utilizan trajes pastel y corbatas que parecen el arrecife de Cozumel. Para comer se guardan la corbata en la barriga. Los estudiantes -si son de Derecho- se visten como sus papás y en cambio si estudian artes plásticas, como si fueran a bailar la danza de los venados. Los académicos de la UNAM no pueden ser descritos porque no se quitan la bata... y así por el estilo.
Mi esquizofrenia ha determinado que no posea ninguna identidad gremial ¿que significa esto? que la moda y yo jamás nos entenderemos. Ni modo (again).
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-3608201001206763102014-11-17T13:08:00.002-06:002014-11-17T13:08:12.607-06:00Leí con cierto sobresalto que el buen Eusebio Ruvalcaba se había apersonado para dar una conferencia en Almoloya (imaginar al Mochaorejas entre la concurrencia) y que aparentemente la pasó razonablemente bien aunque relata que algunos los veían fijamente y con mucha agresividad, lo que en mi caso hubiera sido causal suficiente para abandonar el ruedo y regresarme corriendo a la ciudad de México. El caso es que no quiero hablar de Eusebio o su capacidad, sino de las conferencias en sí mismas ya que me parecen un acto social digno de mucha atención.
Se asume normalmente que para que tal evento ocurra es necesaria una conjunción en la que haya un señor dispuesto a hablar y un par de docenas con ganas de oírlo lo cual es muy saludable pare a veces lleno de agujeros como veremos más adelante. Este paso en ocasiones es simplemente incumplible lo que produce que los organizadores del evento inviten al señor de la luz y al que barre para que se sienten en las butacas y acompañen en su soledad al conferencista mientras le explican que “es mal día” o “que con este tráfico seguramente la gente se retrasó”.
Lo primero de lo primero es elegir un tema medianamente legible y esto tampoco es cosa fácil ya que en algunos casos los conferencistas son especialistas a la novena potencia en un tema que, desgraciadamente, solo les interesa a ellos lo que produce invitaciones a escuchar cosas como: “El uso de condimentos en la cocina poblana del siglo XVI” o “El maltrato doméstico en la tribu Huicaxostle: un preludio de modernidad”. En estos casos si el que da la conferencia no cuenta con una familia numerosa el asunto estará destinado al más irremediable fracaso y el evento se transformará en tertulia.
Otra opción tiene que ver con temas técnicos, al respecto me remito a la página 11 de El Financiero publicado ayer en la que se promociona la asistencia a un panel para conocer las “Estructuras financieras en proyectos de infraestructura del sector privado” en la que el público en general se podrá beneficiar de tan invaluable aporte por solo $2,100.00 más IVA. En este caso supongo que deben existir seres humanos capaces de informarnos qué carajo es una estructura financiera y como esta colabora con los proyectos de infraestructura, asumo también que los asistentes no son idiotas por lo que consideran que el dinero gastado es pura inversión que les permitirá acrecentar sus ganancias o revender la información a alguien menos preparado.
Una tercera opción más escalofriante aún es la de los señores que recetan autoayuda y que le explican al resto de sus congéneres cosas como la forma de hacerse rico, de ser feliz o de enfrentar los problemas del mundo. En este caso se trata de un señor normalmente muy listo que ha encontrado una fórmula de ayuda que aplica indiscriminadamente a una nube de gente que claramente no es tan lista y que acude en masa y pagando a aprender técnicas de asertividad que le permitan regresar el plato de ejotes en un restaurante si no está a la temperatura adecuada. Los campeones mundiales en esta categoría son un señor que se llama Miguel Ángel Cornejo que le enseña a la gente a ser excelente y otro que se llama Jaime Maussan cuyas charlas versan sobre presencias extraterrestres en el planeta lo que resulta notable (nunca he entendido por qué los extraterrestres son tan misteriosos y no descienden a las 12 del día un domingo en el zócalo en lugar de andársele apareciendo a gente que probablemente como consecuencia causal de tan honrosa visita sufre reblandecimiento cerebral) porque de hecho hay gente que asiste y hasta lleva sus videos en los que aparece un objeto volador no identificado sobrevolando la colonia Barrio Camisetas..
En todas las conferencias a las que he asistido (que no son muchas) siempre hay un baboso que quiere evidenciar al ponente y le pone toritos que empiezan invariablemente diciendo cosas como: “Discrepo de su idea en el sentido de que el coronel Jodl fue el culpable del fracaso en la voladura del puente en la batalla de Marengo”. Si el conferencista es listo lo deja hablando solo pero en caso contrario se arma un diálogo que termina con los dos con las venas saltadas y gritándose peladeces mientras la organizadora del evento llama a la cordura.
Conferencias.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-90825047603443467882014-10-12T16:33:00.000-05:002014-10-12T16:33:03.828-05:00El lado positivoNo soporto a la gente positiva, ésa que cuando alguien se petatea utiliza como herramienta solidaria frases del tipo: “Mejor así, que descanse” o a aquellos que después que el huracán le derrumbó la vivienda, entonan un himno de esperanza mientras remueven el cascajo en el que se encuentran las posesiones de toda su vida. Me he enterado entre escalofríos que existe un gremio llamado “club de los optimistas” que deben ser un grupo de infumables (imaginar en este momento a su servilleta en un sofá rodeado por optimistas que cantan una canción). Alguna vez me senté en la misma mesa que una a la que descubrí idiota en el preciso momento que, después que yo le contara una serie de plagas interminables que amenazaban mi estabilidad emocional, sugirió entre guiños: “regálame una sonrisa”. Por supuesto no le regalé ni un llavero y salí pitando convencido de que tendría que ser más cuidadoso en la elección de mis amistades futuras.
El problema es que tampoco soporto a los que se quejan de todo lo habido y por haber y tengo la dolorosa impresión de que los mexicanos somos una raza que ha hecho de la queja una forma de vida. Ignoro si ello se debe a que nos conquistaron o a que hemos perdido todas las guerras posibles pero eso es lo de menos. Pasemos a los ejemplos: las autoridades recientemente decidieron cambiar el pavimento de la colonia en la que vivo por lo que las calles se han convertido en verdaderas trincheras de la primera guerra. Por supuesto que todo es un desmadre; hoy que llevaba a mis hijos a la escuela quedamos en calidad de polvorón debido a los imbéciles que consideran adecuado acelerar en medio de un terregal. Para salir en la dirección correcta es menester que tome la incorrecta y dé una vuelta de ocho kilómetros, sin embargo me queda claro que a menos que la ingeniería civil nacional se reforme no hay de otra por lo que conviene apechugar. Sin embargo, ya los vecinos se están organizando para protestar por el desgarriate lo que me haría suponer que en este momento algún funcionario ha de estar recibiendo la queja y reflexionando acerca de no volver a dedicar presupuesto a una colonia de susceptibles que se enojan porque pasó la mosca. El problema es canijo ya que el otro día al salir de mi casa me encontré a un señor que llevaba una libreta de firmas en la que pedía que la repavimentación no solo se aplicara en ciertas calles sino en la suya también porque era injusto que solo algunos se beneficiaran y entonces ya no entendí nada.
Las cartas que mandan las personas a los periódicos normalmente se redactan diciendo cosas como: “es cierto que no pagué, pero es no les da derecho…” o “reconozco que llegué veinte minutos tarde pero ¿no dejarme subir al avión?” Lo que quiere decir que somos una nube de tira piedras que prácticamente nunca estamos dispuestos a asumir ninguna responsabilidad pero sí descargarla en otros. En una comida hace poco me senté al lado de un señor que se decidió tres horas a explicar que desde su punto de vista (era dentista) los segundos pisos eran una de las decisiones más idiotas de los últimos tiempos, varias veces intentamos cambiar de tema, que si las lluvias que si Hugo Sánchez y nanay, el sacamuelas terco con la vialidad. De pronto uno que también estaba hasta la madre le preguntó ¿y vas a votar? La respuesta es antologable: “no, porque ello implicaría validar el proceso”. Ahora resulta que si la gente es fodonga y no va a votar no es culpa de ella. Lo lamento pero el argumento me parece inaceptable.
Nos quejamos del clima, del gobierno, de la corrupción y de las mafias de todos los tipos, de las marchas y la basura. También de que en México no se lee y que estamos rodeados de sátrapas. De acuerdo, México es un país que da para que uno se enoje mucho, pero la neurosis colectiva alcanza ya niveles que de pronto hacen que uno añore a los optimistas y la verdad es que no se trata de eso.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-57025159214713790562014-10-04T15:11:00.001-05:002014-10-04T15:11:16.490-05:00De títulos y profesiones (El Financiero)El otro día estaba yo muy sentadito y en estado de coma oyendo una plática en un lugar público cuando escuché algo que me regresó a este mundo: de cada mil estudiantes que ingresan a la primaria, sólo doce obtienen un título profesional. ¿Por qué? Supongo que hay respuestas obvias como la de que muchos estudiantes no pueden continuar por la necesidad imperativa de encontrar trabajo. Sin embargo, no estoy pensando en ellos al escribir este artículo, sino en todos los que logran acabar la carrera y nunca se titulan. En esos casos -descartando por supuesto a los que son huevones legítimos- el asunto es de procedimiento. Veamos un ejemplo concretito.
Cuando acabé la carrera emprendí un viaje de juventud en el que además de conocer mundo, el suceso más notable fue el de un negro que intentó besarme en la noche de Navidad. A mi regreso me embarqué en la aventura de la (pinche) tesis, evento del que todavía no me repongo.
Dos eran las variables que hicieron el asunto diabólico; la primera es que yo era un muchacho bastante huevón que pasaba las tardes lamentándose de no avanzar en su trabajo, la segunda variable era mi asesor: un señor que no tenía pelos en la lengua y era más estricto que el señor Scrooge. Yo le entregaba cada solsticio una versión y él me la devolvía llena de rayones que me deprimían un mes. Una vez me lo encontré en el cine y me escondí atrás de una butaca para no darle la cara.
Finalmente terminé y entonces inicié los trámites administrativos que son tan sencillos como el funcionamiento del motor stearling. Lo primero era agarrar a cinco incautos que: a) quisieran leer la tesis; b) la corrigieran; c) firmaran 214 copias y d) tuvieran el suficiente humor para ir al examen. Desde luego no fue fácil pero finalmente lo logré. El siguiente paso era que las autoridades universitarias hicieran mi revisión de estudios. Por algún misterio que debe tener que ver con el sindicato, el trámite duraba dos meses... y dos meses duró. En la constancia mi nombre estaba incorrectamente escrito por lo que hubo que esperar otros veinte días a que el estúpido que creía que me llamaba Pedro, pusiera una F en lugar de la P.
Luego se les perdió la foto de mi certificado de secundaria, en consecuencia tuve que regresar a la escuela, saludar a los maestros que yo había visto jovenazos y ya eran unos viejitos llenos de recuerdos, como el del día que el maestro de Radio se tragó un diente, y llevar una fotografía reciente por lo que en el documento oficial resultante se hizo constar que terminé la secundaria a los quince años y como prueba de ello se agregó la imagen de un hombre de bigote y pelón.
El siguiente trámite fue más sencillo, simplemente tenía que ir a las bibliotecas, central y de mi facultad, a pedir un vale de no adeudo de libros. Digo que era sencillo porque la única vez que visité ambos recintos fue para pedir dichos documentos.
Luego, hubo que mandar a imprimir la tesis. Fui a República del Salvador que era más barato y encargué veinte ejemplares, de los cuales hubo que entregar uno a cada sinodal, uno a las bibliotecas y uno a todo aquel inocente que se dejara. Era muy divertido encontrar a la gente en la calle y preguntar ¿qué te pareció la tesis?.
El último trago amargo fue el examen al que se presentaron los sinodales, me hicieron preguntas que ellos consideraban interesantes y yo causales de infarto. Tiré la pantalla donde proyectaba mis transparencias y me fui a mi casa a festejar.
¿Que se titulan doce estudiantes de cada mil? Pues el asunto no cambiará si los criterios universitarios no entienden que los egresados van por un papelito y no a ganar la batalla de Guadalcanal. He dicho (por segunda vez).
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-23866830974822219382014-09-27T15:27:00.001-05:002014-09-27T15:27:53.162-05:00Con diez cañones por banda (El Financiero 1996)AYER POR LA MAÑANA ME DIRIGíA yo a cumplir con la noble tarea del trabajo, cuando sintonicé una estación en la que reconocí de inmediato la voz de Flor Berenguer, una mujer que le encanta opinar acerca de todo aquel asunto que se ponga a su alcance. La señorita Berenguer anunció la presencia de Alejandro Aura, quien, en su muy gustado estilo, disertó acerca de la importancia de que los programas de estudio estimulen la lectura; además presentó una teoría de la cual es autor en la que señala que el propósito "perverso" de las autoridades educativas es el de generar mano de obra barata e iletrada (o algo así) y remató explicándole a la conductora y a los millones de radioescuchas el poema aquel donde se escabechan a los niños héroes que dice: "Como renuevos cuyos aliños, un viento helado...".
Lo notable del asunto no es la presentación de tales ideas, ni siquiera de la explicación de los versitos que mucho agradezco, sino de que el argumento principal para cuestionar la política educativa en cuanto al español se refiere, se centraba (esa fue una aportación de Berenguer) en el hecho de que en las escuelas ya no se declama, ni los niños recitan poemas como antes. Pues bien, resulta que no estoy de acuerdo y debería agregar que si efectivamente en las escuelas ya no se declama (cosa de la que no estoy seguro) es algo que hay que agradecerle al Todopoderoso y que el avance más importante en la dinámica del aula (después de la sustitución de un reglazo por un regaño) debería ser el de evitar que los escuintles canijos se paren frente a sus compañeros y reciten a Darío haciendo gestos y ademanes epilépticos.
Pocas cosas hay en la vida más siniestras que un niño que llega a la reunión adulta con cara de palo y es presentado como "Juanito"; el siguiente peldaño en esta escalera del terror es que la mamá, el papá o alguien con la suficiente dosis de imbecilidad sugiera que se escuche a Juanito declamar. El niño se pone muy serio y de pronto se arranca con voz de pito a recitar "Por qué me quité del vicio"; sube la voz, baja la voz y lo más terrible es que llora en el momento que el papá del poema, que es un pedote, se encuentra a su hijo chupando. En ese momento uno sonríe y aplaude dándole palmadas de perro al niño, que luego interviene en la conversación para hablar de política.
El problema es que para la enseñanza de estos poemas cursiluchos y sangrones se emplea el mismo método didáctico que para enseñar el himno, esto es: de memoria y a madrazos; los niños repiten como pericos las estrofas y luego el más desenfadado (que se convertirá algunos años después en líder de las juventudes priistas) se presenta en el festival y dice que se llama Paquito y no hará travesuras. ¿En qué se beneficia el escuintle? Por supuesto en nada. Miento, se convierte en el borracho que cada fiesta le da por recitar o (con algo de suerte y el suficiente carisma) en un gordo de la televisión que declama mamadencias.
La que habla es la voz de la experiencia, ya que el que esto escribe (esta estupidez la escribí para paliar las críticas de los que dicen que abuso de la primera persona) fue sujeto de una dinámica que bien podríamos clasificar como pavloviana en la que entre una serie de indignidades (como bailar una danza polinesia en calzones) se me obligó a aprenderme unos 18 poemas que la vida no me ha enfrentado a la necesidad de usar.
¿Que los niños lean en las escuelas? Sí. ¿Que lo hagan a través de piezas oratorias ridículas? No. Y por supuesto, que se considere que la pérdida de esa cultura de tertulia de beatas es algo que debamos lamentar, no es más que una de las manifestaciones que representan el infinito desacuerdo que he establecido con el manejo de los medios radiofónicos.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-90812218235187193842014-09-23T12:39:00.000-05:002014-09-23T12:39:40.603-05:00De VacacionesEn estos días la gente anda de vacaciones, yo mismo cuando usted lea estas líneas, querido lector, estaré a la muy confortable temperatura de quince bajo cero sufriendo un enfriamiento en las partes que los clásicos llaman “prudentes” y descongelando a mis niños para sacarlos a ver la iluminación.
Normalmente, las vacaciones son planeadas con dos años de anticipación, lo que se sugiere es que un grupo de ciudadano se siente en una mesa y empiecen a darle vuelo a la hilacha: “vamos a recorrer Rusia en el Transiberiano” otros proponen cosas como recorrer a pie la Patagonia. El común denominador de este esquema de planeación es que es delirante y pese a ello recibe la adhesión de todos los presentes que se apuntan entusiastas. La realidad los devuelve a todos a su sitio y el transiberiano se convierte, en el mejor de los casos, en un fin de semana a Agua Hedionda.
Uno espera las vacaciones como los campesinos la lluvia; durante la chinga laboral siempre se mira en el horizonte el calendario contando los días que faltan para terminar. Sin embargo, la gente hace cosas muy extrañas en el momento de quedar libre; en lugar de tirarse quince días en una cama con la misión de levantarse únicamente para lo que hay que levantarse, se meten en una camioneta de la que cuelgan cazuelas y una lancha inflable y se dirigen a la playa más cercana en la que hay tres millones de personas que tuvieron la misma idea. Ahí empiezan los problemas, porque en las playas normalmente hace un calor que se mastica, la arena le raya a uno hasta la vergüenza y no hay un lugar con sombrita porque los que lo obtuvieron se levantaron a las cuatro de la mañana para apartarlo. Por algún misterio metabólico los meseros de playa padecen una forma avanzada de la amnesia que se manifiesta en el momento de llevar ostiones por camarones o pescado empapelado en lugar de milanesa. Como cada plato tarda lo mismo que el parto del hipopótamo uno se come lo que llegue y se pone de un humor de los mil diablos. Lo que sigue es tumbarse en una silla que tiene una distancia de veinte centímetros con la del vecino por lo que uno oye la música del gordo de al lado, huele la crema de coco que se unta en la barriga y recibe un manazo cuando el otro se duerme.
La playa es además un lugar donde la gente que vacaciona se viste de una forma –digamos- diferente. Los señores tienen varias alternativas, una es usar zapatos blancos sin ser doctores, no ponerse calcetines y usar camisas de miéntame la madre. Otros se deciden por una especie de calzones guangos de manga larga, playeras que tienen leyendas idiotas como: “yo me subí al parachute ride” y huaraches de llanta. A las señoras les parece muy natural ponerse un traje de baño que tiene a la altura de los senos un par de conos de cartón y colgarse de la cintura unas sábanas de colores que se amarran con nudo doble. En la cabeza se ponen una visera de cajero del hipódromo y unos lentes de mamá mosca.
En el imaginario colectivo se asume que las playas son un lugar ideal para el romance. Mentira, entrar en lances amatorios sobre la arena puede producir disfunciones vertebrales o rozaduras estremecedoras, además cuando uno va caminando tomado de la mano invariablemente se da una empapada en las espinillas por la pleamar que llega a traición. Las vacaciones en la playa son –se supone- un lugar para salir de noche. El problema es que si uno tiene el aspecto del Benemérito no tendrá ninguna posibilidad de entrar, debido a que los porteros, que normalmente son unos animales, tienen la consigna de no dejar pasar a nadie que no luzca como el príncipe de Noruega.
Pues bien, yo que estoy en el lugar más lejano posible de la playa, querido lector, le mando un abrazo quebrantahuesos esté donde esté y lo conmino a que no ande diciendo que se acabó el milenio aunque, pensándolo bien, haga usted lo que le nazca que de eso se trata la vida.
Salud
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-71386074868361430362013-07-14T19:24:00.002-05:002013-07-14T19:24:11.445-05:00Las lluvias (El Financiero 2003)Resulta que ahora que me cambié de casa brotaron historias extrañas acerca de espíritus; parece ser que a uno que es fantasma le dio por bajar las escaleras de mi nuevo hogar y les puso un sustazo de la mismísima madre a los trabajadores que se ocupaban de la remodelación, quienes (me cuentan) pegaron una carrera que haría la envidia de nuestra querida Anita Guevara. Este antecedente es muy importante para entender lo que pasó el sábado por la noche como se verá a continuación. Aproximadamente a las siete de la noche empezó a caer un aguacero como los que solo he visto en las películas de la selva, exactamente a las 19:15 se fue la luz lo que provocó que a) me pusiera a jugar “basta” con mis hijos para descubrir que no existe flor o fruto con la letra “I”, ni país con “O”, b) que me fuera a la cama a las nueve de la noche con una vela c) que a consecuencia del hecho anterior abriera los ojos a las cuatro de la mañana y me bajara a la sala para leer con la misma vela el nuevo libro de Cebrian. En ésas estaba cuando escuché un ruido proveniente de las escaleras mientras que la llama de la vela se empezó a agitar, por supuesto envejecí veinte años con la experiencia y me subí de inmediato porque simplemente no me daba la gana encontrarme con la mamá del muerto, cuando conté la aventura al día siguiente todo mundo me miró como se mira a un idiota y es por eso que hoy la comparto con usted, querido lector, nomás por amor propio.
Pero el caso es que no quiero hablar de fantasmas sino de las lluvias y sus efectos catastróficos, el más conspicuo sin duda es el de que uno se moje porque no trae paraguas. Lo anterior es un indicador de la falta de previsión que tenemos los mexicanos. La semana pasada fui a un seminario que se ofrecía en el Colegio de México, al igual que todos dejé mi auto a tres kilómetros de la entada y también al igual que todos no llevé sombrilla. Por supuesto que el servicio meteorológico había pronosticado un huracán, sin embargo ninguno de nosotros lo recordó hasta que a la hora de salir tuvimos que esperar dos horas como refugiados a que pasara el temporal.
Las opciones en estos casos son lamentables ya que suponen echar una carrera en medio de charcos y con algo en la cabeza que puede ser un periódico o el portafolio que queda inservible, a nadie se le ocurre que la tarea de abrir el carro toma por lo menos diez segundos que son –por algún misterio psicológico- en los que uno siente que se moja más.
Otra desgracia asociada a estos temporales tiene que ver con la inundación de las calles que de pronto se convierten en vías navegables. En estos casos los felices poseedores de camionetotas libran los escollos con bastante solvencia y algunos hasta aceleran provocando unas olas que hacen naufragar a los carros más pequeños. Cuando uno intenta atravesar el charco no sabe si acelerar o ir más despacio mientras va rezando una Magnífica para que el motor no se apague. Si esto ocurre es menester salir del auto por una ventana y subirse al techo para esperar auxilio. No se sabe a ciencia cierta qué es lo que cae del cielo sin embargo existen terribles sospechas cuando uno mira el cofre de su coche y se encuentra con marcas de polvo y lodito y empiezan las suspicacias de que eso tiene que ser cancerígeno.
Alguna vez conocí a una señora que le daba por mojarse y encontraba el hecho “muy romántico”. Estábamos en un café y cuando empezaba a llover me arrastraba, como se arrastra a una res, con el fin de que nos mojáramos en un parque contiguo. La idea me parecía magnífica para que nos cayera un rayo o contrajéramos pulmonía, razones de sobra para que nuestro amor no prosperara.
En fin, creo que el único efecto positivo de la lluvia consiste en que nos brinda una inmejorable excusa para llegar tarde a citas y reuniones ya que siempre se puede argüir que con el clima era peligroso salir o que al coche se le mojaron las bujías. Alguna ventaja tendría que tener la furia de Tlaloc ¿no?
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-76993064689001118822013-07-09T12:11:00.000-05:002013-07-09T12:11:22.437-05:00La corrupción (El Financiero 2004)El primer acto de corrupción que cometí en mi vida, consistió en sentarme en una silla enfrente de un examen, mientras que en el regazo mantenía abierto un libro con láminas de artrópodos (unos animales igualitos a Alien, nomás que no comían gente) cuyos nombres científicos ignoraba y que eran materia del cuestionario que yo enfrentaba. Era yo tan pendejo que no solo no copié un solo nombre, sino tampoco me percaté de que el maestro (un hombre igualito a Tsekub Baloyan) estaba parado detrás de mí lo que me generó uno de los papelazos más logrados de mi vida. La segunda (y última) corruptela salió todavía peor, ya que obtuve una cartilla militar más chueca que mis malos pensamientos que me permitió viajar por el mundo hasta que me cacharon a los 30 años y un teniente de bigotito rompió mi hija de liberación en las oficinas de la Secretaría de la Defensa. Entonces se me abrieron dos opciones; no salir del país durante diez años o marchar un año en el campo militar número uno. En un alarde escandaloso de imbecilidad me incliné por la última opción y quedé troquelado para cumplir actividad física alguna por el resto de mis días ya que corrí entre terregales días enteros de mi vida, armado con un mosquete de don Porfirio. Desde entonces he sido recto como una vara.
La corrupción parecería un mal endémico de los mexicanos. Se asume siempre que la honestidad es una forma atenuada de estupidez y que solo los idiotas se comportan con rectitud. Siempre me he imaginado qué pasaría en este país si un día las leyes se cumplieran al pie de la letra y me decepcionante conclusión es que se colapsaría.
No conozco ningún ámbito de la vida nacional en el que no se cuelen diversas formas de deshonestidad. Desde la vieja (o el viejo) huevón que se estacionan en triple fila porque les da pereza caminar para dejar a sus niños en la escuela, pasando por abarroteros que venden kilos de 900 gramos o editores que ofertan un premio a señores escritores previamente seleccionados, todos absolutamente todos son víctimas de este síndrome que ha generado el prodigio de que nos parezca muy normal que estas cosas pasen.
El otro día me quedé muy sorprendido viendo un partido de futbol en el que un señor que llevaba la pelota la alargó más allá de su propio alcance y al sentir la proximidad de un rival se tiró al piso sin que mediara contacto alguno. El árbitro no marcó nada (lo cual era correcto), la repetición dio cuenta cabal de que aquello era una farsa y sin embargo el farsante fingió un golpe inexistente, salió en camilla y cuando regresó tuvo la caradura de reclamar por la falta. En ese momento el comentarista dijo algo como que “le estaba poniendo experiencia y malicia” en lugar de mandar mentarle la madre por tramposo y estafador.
Tengo una conocencia al que califico como “cleptómano” su costumbre es robarse libros de grandes tiendas, por lo que usa un gabán temible en el que guarda el producto de sus robos. Es tan hábil que se podría volar una enciclopedia si le diera la gana. Un día en una reunión lo reconvení y me miró con ternura. Me explicó que era un acto de justicia social por “lo caros que eran los libros”. Lo sorpresivo no fue el argumento, sino que la mayoría de los asistentes lo secundó por lo que me quedé con la sensación de que era un huérfano y además un pinche metiche así que me callé la boca.
Así nomás no hay manera; los niños que estamos formando seguramente sufrirán severos brotes de esquizofrenia, porque uno se la vive jodiéndolos con la idea de que hay que ser honestos, mientras que las evidencias que perciben van exactamente en el sentido opuesto. Hace no mucho me percaté de que el niño Frijol después de haber sido conminado a lavarse las manos salió muy molesto. Regresó a los ocho segundos argumentando que ya lo había hecho y detecté entonces la primera mentira en su corta historia. Me quedé muy preocupado y decidí escribir este artículo como una forma de terapia familiar. Cosas de los padres.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-77770461725487981552013-07-05T11:41:00.001-05:002013-07-05T11:41:24.530-05:00Estatuas (El Financiero 2004)Sospecho que cuando era niño padecí una forma atenuada de imbecilidad que me hacía proclive a varias rutinas lúdicas entre las que destacaba la de reunirme con mis amigos para jugar a ser fusilados con una pelota de esponja (no éramos muy creativos). Otro juego de mi infancia que hoy me avergüenza suponía bailar tomados de la mano como una turba de estúpidos mientras cantábamos “Las estatuas de marfil, uno, dos y tres así, el que se mueva baila twist”. El asunto era literal, si alguien movía los parados después del cantito era obligado a bailar el pavoroso ritmo twistero para divertimento de la concurrencia.
La gente que destaca a lo largo de su vida recibe diversos homenajes que pueden variar de calibre y dimensiones. Los más modestos consisten en que un viejito se retire y sus compañeros de trabajo le organicen una merienda en la que se le regala un reconocimiento firmado en medio de los aplausos de más viejitos y de la familia entera del galardonado. Gente más notable cede su nombre para las calles de la ciudad. De esta manera podemos enterarnos que hubo un señor Miguel Laurent, otro Ángel Urraza y uno más Enrique Rébsamen, sin que sea claro en qué carajo consistieron sus talentos. Sin embargo el mayor homenaje posible es que a uno le manden hacer una estatua de bronce ya que para ello se requieren dos factores, el primero consiste en haber realizado algún servicio patrio (con la honrosa excepción de los presidentes que se mandan a hacer sus propias estatuas como López Portillo que era el hombre mejor pagado de sí mismo que he conocido) y el segundo que haya alguien interesado en rendir tal homenaje. Ese es el momento en que se junta un grupo de gente que pueden ser los caballeros de Colón, la orden de la legión de honor o algún gremio equivalente y lanzan la propuesta ante las autoridades correspondientes. En ese momento se manda traer a un escultor que puede ser bueno o malo de acuerdo al presupuesto y se le encarga la obra.
No tengo ni la más pálida idea de cómo se hace una escultura asunto que dicho sea de paso, me vale madre, pero si una amplia experiencia contemplando todas aquellas que nos ha legado el pasado y mi impresión sobre el asunto es bastante negativa.
En primer lugar se encuentra el problema del parecido; si el homenajeado no es un hombre con algún sello distintivo como el pelo de rodete de Hidalgo o con paliacate como el cura Morelos, el asunto ya valió madre porque no habrá manera de reconocer al prócer. La única manera es acercarse y leer un letrerito que dice “Juan Nepomuceno Almonte por sus servicios a la Patria”. Una segunda perversidad se relaciona con las iniciativas del escultor que a veces acompaña a nuestro héroe con señores y señoras que seguramente no tuvo el gusto de conocer como querubines, ángeles o personas gimiendo. Estoy seguro que si el señor de la estatua abrirá los ojos se llevaría un sustazo de la misma madre ante tal escolta fantástica.
Existe, también, un problema de proporciones, si usted, querido lector, se toma la molestia de transitar por la avenida Insurgentes a la altura del parque hundido se encontrará a un señor a caballo que no sé si es Guerrero, Aldama o alguien equivalente. El prócer en cuestión va uniformado y con un sable que debe pesar más que mis malos pensamientos. El detalle es que el corcel que monta, mide lo mismo que mi perro Isidro por lo que el efecto final es el de un señor adulto montado en un caballito de miriñaque, posición que por supuesto le resta grandeza a la obra y hace suponer que al escultor se le acabó el bronce.
Sin duda el reino que más agradece la construcción de estatuas es el animal, concretamente las palomas ya que en las esculturas colosales se encuentra un lugar magnífico para anidar, cagarse en la vía publica y percharse para cumplir fines copulatorios. No sé si eso sea honorable pero es el destino justo para una idea tan mala como la de inmortalizar a nuestros ancestros de esa manera.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-86166787121883194712013-07-01T11:43:00.001-05:002013-07-01T11:43:52.602-05:00Tecnosexuales (El Financiero 2004)Me queda claro que la dilución de roles es uno de los signos que vivimos; antes era común que una familia se compusiera de una mamá un papá y tres criaturas que eran criadas ortodoxamente con el fin de perpetuar la especie. La señora no trabajaba, se dedicaba “al hogar” lo que suponía cocinar, fregar, planchar y enseñarle la tabla del dos a su prole. Esta señora se ponía un trapo en la cabeza para la brega diaria y se maquillaba para salir al cine. El esposo trabajaba, llegaba muerto en la noche, fumaba y veía el futbol con las patotas sobre la mesa de la sala.
Lo anterior es una reliquia histórica, hoy –como se sabe- las parejas pueden ser del mismo sexo e inclusive de diferente especie (como es el caso de una vieja estúpida que ha pedido la mano de su perro en matrimonio en Estados Unidos). El matrimonio no es necesario y mucho menos la generación de descendencia. Las niñas bien siguen modelos como los establecidos en un programa que se llama Sex and the city donde las cuatro protagonistas se cogen hasta al camarógrafo con plena liberalidad y los hombres jóvenes que se respetan, han encontrado una definición: metrosexual, que es el nuevo Grial por perseguir. Se me explica con toda paciencia (ya se sabe que soy un pendejo) que los metrosexuales no son violadores del subterráneo, sino en cambio, hombres que viven en grandes ciudades, invierten la mitad de su tiempo y su dinero en el cuidado corporal, son innovadores (lo que quiera que lo anterior signifique) y usan cremas y afeites para lucir rozagantes y lozanos.
Yo con todo lo anterior tengo mucha simpatía, siempre he sostenido que cada quién es libre de hacer lo que le dé la gana y si los homosexuales se quieren casar o un grupo de señores tienen interés en untarse el tarro de lancome pues santas pascuas. No creo que hagan falta más argumentos ni justificaciones. Hasta ahí estaríamos de no ser por una entrevista que tuve la oportunidad de leer con un señor que es artista y se llama Valentino Lanus en la que declara abiertamente que es tecnosexual.
Como me da mucha curiosidad saber qué chingados es eso, me devoré el interrogatorio hecho por Katy Díaz a la que imagino joven y exactamente con la lucidez , necesaria para el trabajo que desempeña.
Según esto los tecnosexuales son “aquellos hombres heterosexuales que tienen estilo, porte, buena condición física y que tienen como vicio estar al tanto de los últimos adelantos tecnológicos”
Valentino tiene una teoría (que leí con lágrimas en los ojos) para explicar su supuesta tecnosexualidad: “...la razón por la que a muchos hombres nos gusta estar pendientes de la tecnología es porque tenemos el complejo de que no podemos crear como lo hace la mujer. Es decir, las mujeres crean vida y nosotros buscamos alguna forma de crear, de inventar, yo creo que por eso nos clavamos tanto con la tecnología”.
Pucha –digo yo- completamente en la lona ante la contundencia del argumento, supongo entonces que nuestra incapacidad de traer criaturas al mundo (asunto que nunca dejaré de agradecerle a la naturaleza) explica la razón para comprar un adaptador trifásico, sin que me quede claro que tiene que ver una cosa con la otra. Nuestra incapacidad de crear vida nos orilla entonces a buscar una pentiun y una palm pilot capaz de darnos el horóscopo chino ¿es así? Francamente lo dudo pero en mi casa me enseñaron a respetar las ideas ajenas lo cual resulta un reto casi imposible cuando continúo leyendo (de la mano de la entrevistadora que nos explica que a Valentino le gusta observar con detenimiento las estrellas y por eso tiene un sofisticado telescopio): “fíjate que soy muy romántico, me encanta la astronomía, me encanta escribir, ver atardeceres y de hecho así empezó mi pasión por la fotografía, porque cuando veía un atardecer decía: ¿por qué se tiene que ir esto, por qué no se puede quedar?
Imaginándome el romanticismo de Galileo Galilei y de Copérnico me quedo reflexionando sobre mi incapacidad congénita para la vida moderna y lo único que me queda claro es que además de la pasión por la tecnología necesitan de una amplia dosis de imbecilidad que en este caso ha sido debidamente acreditada (para todos aquellos que se interesan en los vaivenes de la moda).
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-47370304918795779742013-06-22T18:57:00.003-05:002013-07-01T11:31:34.405-05:00Manual de reglas para chatear (La Mosca 2007)(A la señorita que paga en la caja de la Mosca que es una joya irrepetible)
La gente que me conoce y tiene sentido de la mercadotecnia sabe a la perfección que soy ejemplarmente pendejo para aquello de la promoción personal, por lo que me recomendaron enfáticamente que “pusiera mi correo electrónico al firmar mis artículos” y una amiga más osada propuso, inclusive, una especie de página personal para que mis numerosos lectores supieran quién chingados era yo. Muy bien, sin pasar por alto el nada omitible hecho de que me considero un pelagatos, que no creo contar con más lectores que mi difunta madre y mi perro, es que caí en la trampa mercadotécnica y desde entonces mi correo aparece religiosamente al pie de esta página y del resto de los medios en que colaboro (lo de la página personal probablemente lo dejaremos para una vida posterior). Por supuesto esta decisión promocional tuvo varias consecuencias y siguiendo la ruta de mi destino Dios me castigó como se castiga al peor de sus hijos pecadores.
Resulta que a través del correo los lectores de esta noble revista identifican mi chat e irrumpen en él siguiendo estrategias varias. Varios (señaladamente varias) piensan que soy un joven con alma de pandero, otros me consideran un oligofrénico y los más no entienden nada cuando yo mismo les explico que no entiendo nada. Se trata de un modo de comunicación lleno de misterios en el que siempre me ha parecido que del otro lado puede estar un sicópata chino que dice que se llama Paola o un pederasta irredento, Hace no mucho se me propuso un “free” asunto que me llevó al diccionario juvenil para enterarme que se trataba de sexo sin compromisos. El problema es que mi proponente no mandaba foto y mucho menos estado civil o de perdida género o especie. El caso es que a esta humilde computadora ha llegado de todo y ello me tiene muy preocupado. Ya sé que suena mamoncísimo, pero me parece necesario explicitar algún tipo de reglamento elemental para evitar desencuentros. Como desagravio anexo un ejemplo reciente con mis cumplidas disculpas para el autor o autora del siguiente texto que supongo nunca se imaginó que lo pondría como ejemplo (me apresuro a decir que “FC” soy yo).
theKILLERS dice:
olas
FC dice:
hola
theKILLERS dice:
que hases?
FC dice:
trabajo
theKILLERS dice:
mucho?
FC dice:
regular
theKILLERS dice:
y de qe escribes?
theKILLERS dice:
aora
FC dice:
te contesto luego ¿sale? estoy en medio de un artículo
Muy bien como puede verse el diálogo anterior es un ejemplo notable de aquello que llamo una charla sin destino. Me imagino a un joven aburrido y huevoneando una tarde de domingo sentado enfrente de la computadora, viéndola como los Incas veían a su tesoro, del otro lado estoy yo muy sentado observando que “the killers” no tiene precisamente sentido de la plática y mucho menos capacidad de entender que cuando alguien contesta a monosílabos es que la cosa no promete. El desastre ortográfico no me preocupa tanto porque me he acostumbrado a que mis interlocutores pongan cosas como “kien”, “okas” o “viejo pendejo” de acuerdo a las circunstancias.
En virtud del problema anterior propongo lineamientos elementales que permitan llevar a buen puerto el viejo arte de la conversación, renovado ahora por las técnicas del chat. Una primerísima regla es tener algo que decir: técnicas como el “¿qué haces?”, “¿ocupado?” o (mi favorita personal) “¿quién eres?”, son suicidas y solo deben aplicarse en caso de que uno tenga una navaja en la mano con propósitos suicidas y necesite charla. Una segunda es omitir pendejadas como “¿qué tipo de música te gusta?” o “¿tienes novia?” en este caso me niego a contestar.
Por supuesto no se trata de recibir un diálogo como el siguiente “¿sabías que Felipe Calderón impulsa la inversión privada?”, en realidad es un asunto mucho más simple; ser sensato y pensar que del otro lado hay un desconocido maduro, neurótico y receloso que se niega a adentrarse a la modernidad y mucho menos cuando le dicen cosas como: “me gustaría que me llevaras en un corcel rumbo al horizonte”
Dios mío.
Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-72457920114293851162013-06-19T11:22:00.000-05:002013-06-19T11:22:24.730-05:00Subastas (El Financiero 2001)Siempre he pensado que las subastas son eventos a donde asiste gente muy rara y llena de conocimientos que el resto de los mortales no poseemos. Se me ocurre, por ejemplo, que están a la caza de gangas que nadie advierte o que buscan cosas que un servidor ni borracho adquiriría como una silla de cocina del siglo XVI o un frutero oriental de la dinastía Chung. A la hora fijada a parece un señor muy elegante de buena voz que lee algo como: “cinturón de castidad, siglo XIII, policromado, sin llave original”, mientras esto ocurre un edecán alza a la vista de todos una especie de casco vikingo lleno de herrumbe y entonces empiezan las pujas. De acuerdo a la ortodoxia uno no debe cometer la naquencia de alzar la mano (que es lo primero que se me ocurriría si estuviera interesado en tal artefacto), no, la elegancia recomienda la mayor sutileza en la oferta. De esta manera lo que un observador puede apreciar mientras transcurre la subasta es a un grupo de señores llenos de tics que se agarran el bigote o se hurgan la nariz. Al final el objeto subastado es asignado al mayor ofertante y todos le dan un aplausito.
<br /> Así las cosas el pasado martes me enteré al leer este periódico es que la empresa Chivas Regal celebra sus doscientos años y para tal acontecimiento ha tenido la saludable idea de hacer una subasta cuya recaudación se utilizará con fines benéficos en una especie de Teletón del primer mundo. Hasta ahí no tengo problema; que los ricos le den a los pobres si bien no soluciona nada, hace la diferencia para el pobre que recibe y para el rico que alivia su alma. El problema, en realidad, tiene que ver con los lotes a susbastar, algunos de los cuales procedo a analizar:
<br /> <em>Visite el Vaticano con los Caballeros de Malta y tenga una audiencia con el papa</em>. Lo primero que hay que decir es que con los Caballeros de Malta yo no iría ni a la esquina, no digamos al Vaticano, no me imagino de qué platicaríamos, a lo mejor yo le pregunto a un señor vestido como paje de la corte del rey Luis ¿y cómo se hizo Caballero de Malta? o ¿y dónde queda Malta? o ¿son de ustedes los perros malteses? En fin el asunto estaría irremediablemente destinado al fracaso.
<br /> Adquiera un baño de plata firmado por 25 celebridades de Glastonbury 200 incluyendo a Jo Whiley, Sara Cox y a Fat Boy Slim. A este asunto no le entro porque lo siento rodeado por misterios insondables ¿qué es un baño de plata? ¿Glastonbury 2000? ¿quién carajo es Jo Whiley o Fat Boy Slim? ¿Son cantantes? ¿toreros? No lo sé.
<br /> Tome parte en el campeonato mundial de polo sobre elefantes en Nepal. La idea desde luego es notable por donde se le quiera ver. Usar elefantes para jugar polo –me parece- es una de las iniciativas mas estúpidas que se me puedan ocurrir, afortunadamente no se me ocurrió a mí sino a alguien con creatividad. Me imagino también que ir sobre los lomos de un elefante que huelen justamente a eso y dando tumbos no es precisamente la idea que tengo e vivir plenamente la vida por lo que también en este caso me excusaría.
<br /> Viva una semana inolvidable con los indios ashaninka. ¿Y si a los indios ashaninka no les da la gana vivir una semana inolvidable con un servidor? La idea me parece tan buena como la que tienen todos aquellos que aterrizan en casa ajena y se apropian del baño y el refrigerador y se vuelven una peste a los tres días. Ignoro las costumbres de la tribu ashaninka, es más ignoro dónde viven pero dudo mucho que entre sus costumbres se encuentre la de recibir a extraños de camarita y bermudas que van a aprender sobre su cultura. A menos que estén completamente mediatizados y si es el caso ¿a qué carajo va uno?
<br /> Aparezca en la portada de la revista Complot acompañado de un top model. La pregunta relevante es cómo se va a ver un gordo como yo al lado de una buenona que sería la top model. Mi pronóstico es que muy mal.
<br /> Por las razones expuestas este servidor se excusa de participar en la subasta, a lo más me tomare un wisquito a la salud de los enfermos.
<br />3230f2&type=website&embeds=true"></script>Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-51389664126350902962013-06-12T11:47:00.000-05:002013-06-12T11:47:59.117-05:00Conocimientos (El Financiero 2001)Estaba yo el otro día embriagándome con unas amistades mientras jugábamos maratón. El juego consiste, de manera esencial, en evidenciar los diversos grados de imbecilidad propia y ajena y se basa en responder preguntas del siguiente calibre: “diga usted cuál es la altura del monte Mc Kinley” o bien “¿qué significa el siguiente proverbio nahuatl?”: iztlicoatl, ahuejotl micanarotzoatl. Huelga decir que mientras el juego avanzaba, tuvimos la penosa sensación de que éramos un grupo tirado a la mala vida cuya cultura general se podía medir en miligramos. Sin embargo, esa no fue la reflexión final, sin el recuerdo escalofriante de las épocas escolares por las que todos pasamos y que se convirtió en un catártico recuento de agravios.<br />
En mis tiempos, la educación se concebía bajo un principio universal que puede sintetizarse de la forma siguiente: “tómese el conocimiento universal en una materia (la geografía, por ejemplo) divídase en un año de estudios y preséntese ante un grupo de estudiantes de secundaria que seguramente estarán ávidos de tal información”. Ello derivaba, desde luego, en excesos escandalosos que todos tuvimos que padecer y que paso a citar en una modesta lista que es la que mi memoria me otorga.<br />
Se empezaba, por ejemplo, por los nombres de los ríos y las capitales de asuntos tan significativos como el Asia menor, en ése preciso momento se nos explicaba que había un cuerpo acuático de determinada extensión cuyo nombre podía ser: “Nacodon” y que se encargaba de surtir agua a capitales tan importantes como Pnohm Pun y Treskatacan. Acto seguido se sacaba un mapa y se ubicaban las diferentes ciudades capitales del mundo con el fin de identificarlas. La estrategia era un factor de disolución familiar ya que obligaba a nuestros padres a decidir en un volado y con el divorcio de por medio quién carajo era el responsable de repasar con el pobre infante los nombres y apellidos de información tan relevante.<br />
En biología, por ejemplo, se nos explicaba con todo detalle que el cuerpo se forma de 206 huesos y un montón de músculos cuyos nombres era necesario memorizar de tal manera que se supiera con toda claridad que hay una cosa que se llama (lo juro) esternocleidomastoideo y que la sínfisis púbica es algo que hay que cuidar como a la niña de los ojos. Es evidente que este ejercicio lo único que provocaba era el uso temporal (dos días) de un espacio neuronal, ya que lo que se hacía era aprender los chingados nombres la noche previa al examen, para desecharlos, como se desecha una cáscara de plátano inmediatamente después de la evaluación. ¿Tiene usted idea, querido lector, cuánta vida útil se nos fue en ese negocio?<br />
Las que no tenían desperdicio eran la física y la química; los maestros explicaban, por ejemplo, la ley general del estado gaseoso un concepto que resulta tan claro como el informe de labores de la Comisión nacional del Cacao, se estilaba entonces llenar el pizarrón con fórmulas que la vida no me da para recordar y se explicaba que un señor de nombre tal había discernido que los gases a volumen y temperatura constante sufrían algo que no me resulta claro pero que podría ser la dilatación. En química se explicaba que el estroncio, el vanadio y el xenon eran elementos químicos y se nos obligaba a aprender su estructura, razón por la cuál gasté el papel equivalente al que existe en los árboles del Bosque de Tlalpan en dibujar circulitos (que eran órbitas) rodeadas de pelotitas (que eran electrones). <br />
La clase de español estaba rodeada de nombres temibles, como acento circunflejo, diptongo compuesto o subordinación pasiva el anterior un nombre con enormes virtudes entre la grey que se dedica a los excesos carnales). Lo anterior implicaba escribir frases que solo a un idiota se le ocurrirían como: “Juan es un granjero que tiene cinco vacas” y tratar de partirlas, como se parte un bistec, en sus componentes gramaticales.<br />
Con todo lo anterior no quiero decir que defiendo la especialización o el conocimiento útil, sin embargo, estoy plenamente convencido de que el esfuerzo educativo se debe basar en enseñarle a la gente aquello que sea pertinente y desechar lo que no. De esa manera se formarán personas que puedan vivir la vida sin necesitar para ello del conocimiento de la ley de Ohm.Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-52401835449647608712013-06-09T13:52:00.000-05:002013-06-09T13:52:39.635-05:00Los diarios (El Financiero 2004)En estos tiempos que corren la imagen se ha hecho un asunto importante que predomina dictatorialmente sobre otras formas de comunicación. Con el advenimiento de los medios masivos se ha vuelto moneda corriente que las personas públicas vivan a salto de mata y con el Jesús en la boca por el miedo que produce que a uno lo agarren en cuestiones inconfesables.<br />
No pienso gastar su tiempo y el mío recetándole un análisis sobre los sucesos de la semana pasada ya que de ello se han encargado absolutamente todos y el asunto está de hueva. Me parece más importante reflexionar sobre el peso que tiene una imagen y la forma de obtenerla que –como se sabe- es absolutamente ilegal.<br />
Algunas entrevistas he concedido en mi vida, las menos por mi actividad literaria y el resto en mi calidad de burócrata profesional. En ellas me llama la atención el sentido de urgencia por lo que los reporteros llaman la nota. Muchas cosas se han proscrito en la modernidad creciente, quizá una de las más lamentables es nuestro derecho a reflexionar sobre lo que decimos. Nuestra propia avidez por saberlo todo y rápidamente ha convertido al ejercicio periodístico en una carrera desenfrenada y poco lúcida en pos de las noticias del mundo. La metáfora es extrema pero creo que justa, me imagino a los reporteros como una jauría en pos de la presa, solo en el momento que se obtiene un bocado (que puede ser insustancial) se abandona la persecución. Hace algunos meses observé maravillado como Adolfo Aguilar Zínzer luego de ser defenestrado en la Secretaría de Relaciones Exteriores hacía un alto ante la nube de reporteros que lo esperaban en la puerta. Los siguientes veinte minutos generaron diálogos extraordinarios en los que él argumentaba que lo sentía, que no iba a dar ninguna declaración. Cualquier persona sensata ante una respuesta tan claramente desalentadora daría la vuelta y probaría suerte en otro sitio pero no los reporteros que continuaron preguntando, inclusive provocándolo para sacarlo de sus casillas.<br />
Esta tendencia –decía- condena la reflexión a un mundo de timoratos y dubitativos. Es necesario ante los hechos fijar posiciones rápidamente, manifestarse inequívocamente, los eclécticos son considerados una nueva plaga, también quienes no tienen opinión o desconocen la respuesta a una pregunta. Hay que ver las zozobras de muchos entrevistados cuando se les pide un dato, una cifra, una ley que desconocen. Lo más práctico sería simplemente contestar “no sé”. Sin embargo esto nunca ocurre por temores varios, el más conspicuo, recibir una reprimenda del algún gurú mediático.<br />
La tendencia actual ha inscrito a los medios en una batalla mercantil llena de códigos más propios de compañías petroleras que del servicio social que supuestamente prestan. Es frecuente que un medio determinado, anuncie con orgullo que es “el único (o el primero) de informar de tal suceso”. Supongo que estas declaraciones van dirigidas a una masa anónima que seguramente reconocerá la eficacia y el profesionalismo de la empresa por sobre la ineptitud de otras. También es frecuente que una noticia sea roída hasta los huesos para que los medios sigan vendiendo tiempo triple A. No tengo la menor duda que los que toman las decisiones atizan el fuego cuando las notas se empiezan a extinguir. La intensidad mediática ha logrado paradojas notables –lo ha señalado ya Kapuscinski- el reportero que recorre el mundo y que se encuentra in situ en el lugar de los hechos, puede ser la persona menos informada de lo que está pasando. El 11 de septiembre Lourdes Ramos y Jorge Berry, desde un estudio en la ciudad de México, hicieron favor de informarle a su reportero en Nueva York que un segundo avión se había estrellado en las torres gemelas.<br />
Sin embargo creo que la mayor paradoja periodística estriba en su impunidad. Una premisa básica de la prensa para hacerse de la información es condenar a la picota a quien se niegue a darla. Los argumentos estallan de inmediato: “complicidades, corrupción, algo se esconde etc.”. Sin embargo ¿que ocurre cuando un medio obtiene (ilegalmente) información escandalosa y la publica de nuevo ilegalmente? En muchos casos reputaciones personales son afectadas indeleblemente y en el momento de pedir cuentas los términos se modifican casi por arte de magia: “acoso, censura, hostigamiento a la libertad de expresión, etc”. Percibo esto como algo escandaloso, sin embargo la soledad de mis argumentos prueban también que puedo estar equivocado.Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-27990717834245367252013-06-06T13:08:00.000-05:002013-06-06T13:08:00.637-05:00A lo bestia (El Financiero 2001)La rutina de martes y jueves implica abrir los ojos a las seis de la madrugada y asomarme para ver la luna del horario de verano. Por ahí de las siete es menester administrarle sales a los niños para que abran los ojos y entrar en una negociación (que debe tener muy respetables) antecedentes históricos para que se vistan y desayunen su huevo revuelto. Después aplacar los gallos del niño Frijol, los tres nos subimos a un coche y enfilamos rumbo a su escuela. Ellos haciendo preguntas del tipo: ¿por qué dicen que la Tierra es redonda si se ve plana? Y yo parpadeando lentamente mientras procuro salir dignamente del atolladero (cosa que ocurre muy rara vez). <br />
Pues bien, el otro día un coche se le metió a una vieja loca -estado mental que deduzco de su reacción- la señora se puso lívida, y con los ojos desorbitados mentó a siete generaciones de ancestros del chofer que la bloqueaba, se pegó al claxon, como si le pagaran dinero por ello produciendo una postración nerviosa en su humilde servidor y sordera temprana en mis vástagos<br />
La fauna capitalina ha desarrollado una serie de mutaciones que le permiten manejar un coche como alguien que además de imbécil, tiene el agravante de la psicopatía en esta noble y muy leal ciudad de México.<br />
Lo primero que uno detecta es que el coche se considera como una extensión de la personalidad; los viejitos en convertibles me dan la impresión de alguien que se pone un bisoñé para engañar al tiempo. Las señoras en una camionetota que tiene como principal función recoger y llevar niños son la forma más sofisticada de la inequidad de género y los tarados que compran un coche que llega a 100 kilómetros por hora en dos segundos, me parece que representan una forma perversa de la imbecilidad humana, ya que, como se sabe, esa velocidad se puede desarrollar en nuestra capital un domingo a las tres de la mañana.<br />
Que un capitalino suba a su coche es el equivalente moderno de un antiguo con armadura y una lanzota de miedo que se trepaba a un corcel para pasar a romperse la madre en unos duelos muy extraños que consistían en recorrer una verja para clavarle una especie de garrocha con pico a otro señor que caía muy descompuesto. <br />
Lo primero que no se debe permitir cuando tomamos el volante, es que nadie obtenga ventajas de nosotros, y para lograrlo se aconsejan varias técnicas: a) si se detecta que el que viene en el cruce quiere pasar antes que uno, es menester acelerar echando lámina de tal manera que el idiota ese no logre su cometido, b) si un señor se detiene en doble fila con el propósito de bajar la silla de ruedas de su madre octogenaria, lo conveniente es cagarse en su abuela, es decir la madre de la viejita, bocinar y dar acelerones de tal manera que el proceso de desembarque se agilice, c) si el semáforo cambia al color verde y la persona que está delante de nosotros no acelera en la siguiente millonésima de segundo, lo recomendable es darle un claxonazo que le indique sin lugar a dudas que solo un imbécil tarda tanto, d) si se pone la luz roja y resulta evidente que ya no hay lugar para seguir avanzando y se interferirá un cruce, la ortodoxia recomienda taparlo de cualquier manera y poner cara de esfinge ante las mentadas de madre de los que no pudieron pasar.<br />
¿Quién nos enseña estos modos? ¿Es genético? ¿Hay algún cromosoma chilango que nos orilla a ser esta especie de neanderthals al volante? La verdad es que no tengo ni idea y francamente veo el remedio tan cercano como una medalla de oro en halterofilia para el poderoso equipo de Aruba.<br />
No escapará a su atención, querido lector, que evité referirme a los choferes de peseros, en ese caso me parece que la descripción escapa a cualquier magnitud posible. Si alguien me propusiera que relatara la forma en la que maneja una de estas ¿personas? me inscribiría en un curso de zoología básica para tratar de entender los misterios que guían el comportamiento del reino animal.Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3038924175914341002.post-56638024771080854092013-06-04T12:28:00.000-05:002013-06-04T12:28:11.621-05:00Los humos del alcohol (El Financiero 2001)El otro día iba yo por la calle a las doce del día cuando vi a un señor que estaba llegando a su casa lo cual no tiene absolutamente nada de extraño. Sin embargo el tipo caminaba como si fuera en el Titanic a punto de hundirse y no una banqueta plana. Entonces me di cuenta que estaba borracho y no supe si sentir envidia o misericordia así que seguí mi camino pensando en los humos del alcohol. <br />
Me imagino que el consumo del alcohol ha propiciado una de las industrias más boyantes del país y esta hipótesis la sustento en la cantidad de borrachos que veo los jueves y viernes en restaurantes y bares. Esta gente normalmente llega al mediodía y ya como a las siete de la noche avanza limpiamente hacia los terrenos de la catalepsia con síntomas conspicuos de desorden cerebral que se pueden manifestar mentándole la madre a su amigo del alma, mirando fija y vidriosamente hacia el techo o de plano negándose a pagar la cuenta porque se consideran víctimas de un robo ya que solo se tomaron nueve cubas y no diez como consigna la cuenta. El caso más reciente nos lo ofreció un diputado panista que se tomó “dos cervezas” y se le ocurrió (ligeramente descompuesto de aspecto y con la corbata chueca) mearse en los arriates de Reforma por lo que fue detenido y entonces: golpeó policías, gritó peladeces y luego fue subido a una patrulla en la que iba enseñando la charola. Desde luego si ese efecto le producen dos cervezas me imagino que con cinco se hubiera orinado en el ángel de la independencia o en los restos de los padres que nos dieron patria.<br />
El asunto etílico ha cambiado de muchas maneras con la modernidad que nos rodea; en primer lugar está el factor de género (¿por qué se llama “de género?” Misterio de los misterios). Antes estaba muy mal visto que las señoras libaran al igual que los hombres y ello produjo un fenómeno curioso consistente en la producción de bebidas de menor calibre para que dichas señoras pudieran alternar en sociedad. Ello favoreció el consumo de una porquería llamada “medias de seda” y peor aún “la piña colada sin alcohol” que como se ha demostrado causa cáncer de colédoco. Las conquistas femeninas han llegado al terreno de los alcoholes y ahora las féminas navegan por los territorios del tequila y el wisqui como Pedro por su casa. Hace algunos días por ejemplo una conocencia femenina se tomó en mi presencia el equivalente en alcohol al consumido por un grupo de diputados plurinominales en una tarde de viernes y se fue a su casa sin consecuencias que lamentar. Lo anterior (me apresuro a opinar ante una posible reacción, me parece perfecto).<br />
Otra fuente de cambio se percibe en las combinaciones de las bebidas modernas. Para entender cómo se producen estas nuevas alternativas, me imagino a un cantinero con el pelo alborotado que tiene enfrente vasos, botellas y frutas tropicales. Me lo imagino también mezclando cosas con el mismo rigor científico que tendría el Púas Olivares, por ejemplo: ¿y si echamos Tehuacan, un cuarto de kilo de papaya, medio limón sin pelar y una onza de angostura? El líquido final es consumido y si no lo manda al hospital será presentado como la novedad más reciente. Esto ha producido que el tequila se mezcle con el squirt o que a la cerveza se le agregue salsa Tabasco con las consecuencias que uno podría esperar de una mezcla tan bastarda.<br />
Un último factor que advierto en el consumo de bebidas embriagantes tiene que ver con las mañas de la gente en el momento de solicitar su alipús. Así, por ejemplo, llega un señor y le dice al mesero cosas tan extrañas como: “quiero un wisqui puesto con un hielo y medio, aparte me traes una botella de agua, y rodajas de limón en un plato que tenga sal” o “un tequila derecho y un caballito de jugo de limón con una cuarta parte de salsa inglesa”. Los meseros que tienen virtudes bíblicas asienten imperturbables y se van al bar para trasmitir los caprichos del consumidor que por algún misterio cuando se enfrenta a su trago encuentra invariables defectos y se queja con sus amistades: “dije, salsa inglesa y no salsa maggie”… Puras idioteces.Fedro Carlos Guillénhttp://www.blogger.com/profile/18201853632015669093noreply@blogger.com1