viernes, 27 de abril de 2018

Semánticas electorales

Recuerdo que en mis años mozos las elecciones servían nomás para saber por cuántos votos ganaría el PRI, lo realmente interesante era el proceso de averiguar quién era el candidato. La gente con aspiraciones rezaba Magníficas y pasaba horas muy valiosas al lado del teléfono esperando la llamada del ungido para saber si había entrado a las glorias del presupuesto. Las campañas eran a lomo de tren o camión y los candidatos ofrecían hasta una hermana bajo la máxima de que prometer no empobrece, cumplir es lo que aniquila. Recuerdo que López Portillo no tuvo rival en las elecciones y aun así hizo campaña en compañía de su distinguida esposa que dicen que era una fiera para el piano y una fiera, así a secas. El PRI, esa “dictablanda” como la llamó Vargas Llosa, provocando la ira bastante ridícula de Octavio Paz, se fue debilitando paso a paso lo cual sería una buena noticia si sus contrincantes hubieran tenido una altura intelectual mayor a la de un burro de planchar cosa que, como se sabe, no ocurrió. Con el paso del tiempo las cosas se fueron complicando y resultaron tres Partidos dominantes rodeados de una turba de cascajo que pedían y siguen pidiendo prerrogativas a cambio del 3% de sus votos que imagino fueron promulgados por gente que considero imbécil. Ante todos estos cambios llama mi atención el uso de un par de palabras que en el diccionario político tienen un significado diferente al que un servidor les daría, pero eso a lo mejor se debe a que un servidor nunca entiende nada. “Pueblo” para mí es un lugar de tamaño pequeño en el que hay una iglesia, una plaza con arcos donde venden quesadillas y un camión con altavoces en el que se anuncia que el mago Pastelín se presentará el viernes por la noche. Me hago cargo que también designa a un grupo de personas pero nada más. Sin embargo, en estos tiempos políticos se ha usado en el discurso, señaladamente de López Obrador, el término para tratar de describir lo que sigue: un ciudadano impoluto, generoso, bueno y señaladamente pobre. La oposición natural a esta caracterización adjetiva sería la del empresario sabandija, ladrón y explotador del pueblo antes descrito. Bien, los mexicanos no somos dados a un análisis complejo, vivimos las reglas del todo o nada y lo hacemos a rajatabla lo que explica que un uso semántico tan idiota como el antes descrito tenga un efecto en millones de personas que viven la lucha de clases instalados en el siglo XIX. Lo he dicho antes, hay pobres que son una desgracia y ricos que también lo son, la misma regla aplica en viceversa pero insisto la complejidad no es cosa nuestra, Un segundo término que llama mi atención es el de “ciudadano” que de acuerdo a la venerable academia se define como “natural o vecino de una ciudad” y a menos que se trate de un extraterrestre, de esos que ve Maussán cuando no se toma su medicina, todos somos ciudadanos. Los políticos han empleado este término por el desprestigio que los acorrala. Dado que en este país ser político es casi casi equivalente a ser un asco, pretenden “ciudadanizar” sus propuestas para ganar halos de pureza que no merecen. En este caso me refiero al mal llamado “Frente ciudadano”. Mi último ejemplo se refiere al término castizo “puto” que, como es sabido le grita la gente al portero rival cuando despeja y que fue utilizado por cuatro diputadas para incordiar a un señor no muy lúcido que estaba en la tribuna. Bien, “puto” es un insulto y esa era la intención pero cuando vieron el vendaval enfrente utilizaron a mexicana costumbre de hacerse pendejas (enfatizo que escribí “pendejas” y no “bandejas) y alegaron que en realidad habían gritado “bruto” lo que me dejó con la vaga sensación que tiende a inundarme desde la noche de los tiempos; ya no sé si son imbéciles que creen que somos imbéciles o el imbécil soy yo por creer todo lo anterior. En fin, para las próximas elecciones ya tengo mi bunker y tapones para los oídos, se los recomiendo.