jueves, 6 de agosto de 2009

Perros (El Financiero 2001)

Supongo que el primer perro que se acercó a una fogata con la saludable intención de merendarse a un hombre primitivo se sorprendió cuando su cena, es decir el hombre primitivo, le aventó un pedazo de carne y de esa manera descubrió que era infinitamente más cómodo dejar que estos señores de taparrabos salieran en masa a exponer la piel frente a un mamut mientras él movía la cola. A partir de ése momento se generó una relación que con altas y bajas se mantiene constante y fraterna y nos ofrece múltiples enseñanzas sobre la vida humana.
Existe, por ejemplo, gente que le tiene miedo a los perros, normalmente la fobia se construye el día que alguien de cinco años que se llama Juanito está llenando una cubetita con lodo y de pronto se acerca un dogo siberiano y pega un ladrido a traición que en el mejor de los casos solo deja un miedo indeleble y en el peor produce impotencia y la caída del pelo..
Hace muchos años mi padre (un gran amante de los perros) llevó a casa a una perra que por algún misterio se llamaba Gigi (un nombre ligeramente idiota) con el fin de que nos hiciera compañía. Pues bien, la perra del nombre idiota tuvo a bien morirse y el veterinario (que era doblemente idiota que la difunta) no practicó la autopsia de rigor, ello determinó que hubiera la “ligera sospecha” de que mi hermana Claudia y un servidor podíamos tener rabia, sí, escribí “rabia”. Ante el temor de que a los tres días nos empezara a salir espuma por la boca se recomendó la vacunación. El tratamiento consistió en 14 vacunas en el estómago que dolían hasta el alma (en la primera aplicación le di una patada a la enfermera en un seno) y que nos provocaron una fobia no a los perros pero sí a las inyecciones y un odio muy explicable hacia la figura de Luis Pasteur.
La personalidad de la gente puede descubrirse por el tipo de perros que poseen, lo anterior, que parecería un lugar común, tiene pleno sustento ya que las evidencias de esta verdad científica son innumerables; están por ejemplo los que se sienten comandos justicieros. Estos normalmente se hacen acompañar de un perro doberman o equivalente que está perfectamente entrenado para morderle la yugular a una viejita en el parque. La gente que tiene estos perros usa el pelo corto y camisetas negras muy pegadas al cuerpo e invierte la mitad del día en adiestrar a su animal a base de palos. Huelga decir que entre el gremio de poseedores de perro, éste es el tipo más lamentable.
Otro grupo se dedica a adiestrar perro para competencias caninas, en este caso los canes tienen apelativos extrañísimos, ya que en lugar de que se les ponga Blackie o Nerón, se utilizan nombres como Rowslans Bassen Howladito III. Las competencias se realizan en un auditorio (que debe oler a excremento) y en ellas podemos ver a gente normalmente gorda que expone a sus perros enfrente de los jueces. El mejor momento de la tarde se alcanza cuando los hacen pegar una carrera para que se pueda evaluar su rendimiento, en estos casos los perros lo hacen con solvencia, pero los dueños normalmente van pegando brincos ya que el ritmo del trote no da para una carrerona ni para caminar. El efecto final resulta notabilísimo.
Un tercer tipo de tenedores de perros son aquellos que disfrutan a los animales dominados por la histeria, en estos casos se trata de perros que miden lo mismo que una rata grande y poseen un metabolismo propio de los adictos a la heroína. Estos perros brincan y brincan, lo babean a uno e intentan infructuosamente copular con la rótula de los invitados. Los dueños normalmente son gente muy bruta que le hablan al perro como solo un idiota le podría hablar a un perro: “mi quiquiiiiis, quién es la perritta consentidaaaa, etc”. Una tendencia particularmente perversa es vestirlos con algún tipo de abriguito y cachucha y sacarlos a la calle. Ignoro si los perros poseen el sentido del ridículo del que sus amos carecen pero el espectáculo es ligeramente lamentable y debería motivar a que todas las organizaciones protectoras de animales elevaran su más enérgica protesta en contra de quien resulte responsable.