lunes, 7 de diciembre de 2009

El cambio que viene (Equilibrio 2009)

No podemos dejar que el consumo ilimitado de los seres humanos decida qué suerte correrá la naturaleza. Después de todo, es nuestra propia suerte.
Tsetsegee Munkhbayar, ganador mongol del Premio Ambiental Goldman de 2007

El cambio climático es el equivalente ambiental de Waterloo, el lugar en que fue derrotado Napoleón el 18 de junio de 1815; todo mundo ha escuchado el término pero pocos lo comprenden a cabalidad (lo mismo que pocas personas saben que el sitio de la famosa batalla se encuentra en Bélgica).
No es desmedido afirmar que la idea del cambio climático es percibida globalmente como una amenaza que, sin embargo, no ha desencadenado el nivel de respuesta deseable. Ello probablemente se deba a varios factores entre los que destacan la renuencia de naciones poderosas a “sacrificar su desarrollo o el bienestar de su pueblo” ante medidas ambientales; un segundo elemento es de lobby; existen partes interesadas en que este concepto se perciba como “natural” y no como el resultado de presiones antopogénicas. Existen líderes de opinión que con toda seriedad niegan la evidencia científica, que cada vez es más aplastante. Finalmente encontramos el problema de la legibilidad; a pesar de la enorme difusión del concepto pocos esfuerzos se han hecho para explicarle a la sociedad los efectos directos e indirectos de esta amenaza que sin duda es la mayor que enfrentarán los ciudadanos del siglo XXI.

¿Qué es el cambio climático?
En el lejano año de 1992 la Convención Marco de las Naciones Unidas para el cambio climático definió a este fenómeno como: un cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables.
Esta definición parte de varios hechos que convergen en el aumento gradual de la temperatura del planeta. Por un lado la industrialización creciente de los sectores productivos utilizando combustibles fósiles genera millones de toneladas de contaminantes señaladamente de Bióxido de Carbono o CO2, que son liberadas a la atmósfera. Por otro, factores como la ganaderización y el cambio de uso de suelo ha arrasado de manera masiva con superficies forestales que, de esta manera dejan de prestar el servicio ambiental de convertir al CO2 en oxígeno a través del proceso biológico de la fotosíntesis. El efecto en la interacción de estos dos componentes (más emisiones y menos masa forestal) es que los volúmenes de bióxido de carbono y de otros gases como el metano y el óxido nitroso aumenten y generan que parte de la radiación solar que debería salir de la atmósfera permanezca en ella creando lo que se conoce popularmente como “efecto invernadero”. Este efecto produce un aumento gradual de la temperatura planetaria y con ello un escenario terriblemente preocupante para los habitantes del mundo en el que nos tocó vivir.

¿Por qué significa un costo para el país?
No es infrecuente escuchar comentarios como: “hace años no llovía de esa manera” o “nunca había sentido este calor”. Estas observaciones –anecdóticas e intuitivas- sin embargo, nos permiten perfilar los escenarios asociados al cambio climático. Cualquier prospectiva conservadora prevé modificaciones muy importantes del clima entre las que se cuentan veranos más cálidos, cambios en los regímenes de lluvias, aumento de sequías, huracanes de mayor magnitud y mayor frecuencia de eventos como El Niño. Se pronostica también que el aumento de la temperatura derrita las capas de hielo en los polos y en las montañas más altas aumentando el nivel del mar con la consecuente inundación de zonas costeras. No es necesario ser un científico para entender que los costos asociados a estas variaciones serían simplemente altísimos. La movilización de personas, la alteración de la producción de alimentos así como la destrucción asociada representan un abanico futuro de costos exorbitantes. La conclusión del informe Stern y del informe Galindo –que detallaremos más adelante- son idénticas, el costo de adaptarse al cambio climático será significativamente superior al de las tareas que se puedan realizar para evitarlo.
El uso del sentido común en este, como en prácticamente todos los problemas que enfrentamos, supondría seguir esta premisa basada en el prevenir antes que lamentar. Sin embargo, en muchos casos los ciudadanos sienten esta amenaza como algo que les es ajeno y a la que difícilmente podrían ayudar a mitigar. Esto es cierto y no lo es, los que se dedican a cuestiones ambientales han hablado ya desde hace años de “responsabilidades compartidas pero diferenciadas” y los ciudadanos tenemos varias formas de contribuir a la disminución del problema ¿la ruta? Nuestros patrones de consumo.
Durante años se ha discutido si nuestro planeta tiene una capacidad de carga, es decir si hay un número límite de individuos que pueda soportar sin colapsarse. La obvia respuesta es que depende de la forma en que consumimos. Resulta intuitivamente claro que el nacimiento de un niño en Estados Unidos tiene un costo ambiental mayor al de otro que nazca en Bután en la misma fecha… veinte veces más para ser exactos. Esto supone que la única forma en la que podemos contribuir desde la sociedad a disminuir los efectos del calentamiento es por la vía de moderar nuestros consumos de energía y para ello existen una gran cantidad de alternativas entres las que se cuenta el uso del transporte público o la adopción de dispositivos ahorradores de energía en el hogar.

El informe Stern
El lunes 30 de octubre de 2006 se publicó en internet el informe Stern llamado genéricamente de esa manera por el apellido de su autor: Sir Nicholas Stern por encargo del tesoro Británico. El documento –cuyo nombre formal es “el informe Stern sobre la economía del cambio climático”- es un voluminoso documento de setecientas páginas que da una cuenta pormenorizada y minuciosa de los escenarios económicos asociados al cambio climático. Este trabajo de inmediato se constituyó en un referente muy importante y fuente de debate mundial ya que algunos círculos cuestionaban el hecho de que Stern había puesto énfasis en aspectos de carácter político por sobre los científicos. La discusión en este caso- es bizantina. Todo asunto ambiental es a su vez un asunto con componentes políticos y ambos factores son simplemente indisolubles por lo que el mérito del trabajo es poner los botones de alerta sobre la necesidad de actuar más tarde que temprano, no solo por motivos de corrección política, sino usando poderosos argumentos de costos económicos.
De acuerdo al informe si no se toman medidas de corto plazo la temperatura global podría aumentar entre 2 y 3 grados centígrados en los próximos cincuenta años lo que acarrearía los saldos negativos que hemos revisado más arriba como sequías, hambrunas, migraciones masivas e inundaciones costeras. Los países que serían más afectados por este fenómeno serían los de menor desarrollo y esto es una paradoja ya que son los de menor responsabilidad en la emisión de gases de efecto invernadero.
De acuerdo al informe el costo de no actuar supone aproximadamente una caída del 20% del PIB mundial, aunque estudios más recientes ajustan este valor en el 15%. De cualquier manera es una cantidad formidable que me daría miedo escribir por temor a que agote con ceros el resto de esta colaboración. En contraste el informe presupone que los costos de actuación actual representan el 1% del PIB global por lo que la recomendación que subyace a las 700 páginas de Stern se puede resumir en una sola frase “hay que actuar ahora”.
Entre las medidas que el multicitado informe propone para la prevención y mitigación se cuentan la mejora en la eficiencia del uso de energía, cambios en la conducta de los consumidores optando por productos de bajas emisiones, reducción de las tasas de deforestación y adopción de tecnologías limpias. Quizá la recomendación que más peso tenga es la de operar una visión compartida que rompa las inercias de cada nación por cuidar sus propios intereses siguiendo el conocido adagio de que “se haga el cambio climático en el territorio de mi compadre”, lo que, por otro lado, sería imposible ya que los efectos del calentamiento evidentemente no reconocen fronteras políticas.

El caso mexicano
El 5 de junio de este año el Presidente Calderón presentó la versión mexicana del informe Stern, un estudio que fue conducido por Luis Miguel Galindo y que contó con las aportaciones del Banco Mundial, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el gobierno Británico y la Semarnat. Durante la ceremonia el titular de la Semarnat –tratando de ilustrar la importancia de una acción oportuna- informó que el costo de los impactos generados por el huracán Wilma, ocurrido en 2005, fueron el 0.6% del PIB. Para dimensionar este dato baste saber que esta cantidad supera el presupuesto anual de la Semarnat y es el doble de lo que el gobierno asigna a ciencia y tecnología en un año fiscal.
El estudio analiza los efectos económicos que tendría el calentamiento en cuerpos acuáticos, la biodiversidad mexicana –una de las más ricas del planeta- el sector agrícola el forestal y las costas entre otros. Los resultados son ciertamente preocupantes y se ubican en la misma dirección que los de Stern. De acuerdo a los cálculos del equipo de investigadores los efectos económicos del cambio climático en el año 2100 si no se actúa en el corto plazo equivalen al 6.1% del PIB, mientras que la actuación inmediata le costaría a nuestra nación entre el 0.7% y el 2.2% del PIB.
El escenario que prefigura el informe es implemente apocalíptico; la extinción de entre el 2% y el 18% de mamíferos, 2$ a 8% de aves, la desaparición de los bosques tropicales y las amenazas a los manglares y arrecifes, pondrían en riesgo a las miles de especies que habitan en estos sistemas. Por otro lado casi la mitad de nuestras costas serían susceptibles de ascenso en los niveles oceánicos, así como sequías prolongadas en el norte de la República, la zona que ya la que dispone de menos agua en el país.

¿Hacia dónde?
En general las decisiones de política pública son complejas y es razonable que así sean. En este caso nos enfrentamos a una disyuntiva más bien simple: actuar o no hacerlo. Desgraciadamente nuestros políticos –al igual que muchos de nosotros- no orientan sus decisiones pensando en plazos largos ya que es más redituable trabajar bajo el mexicano principio de “aquí y ahora”. Llevamos años siendo advertidos del tema de la escasez del agua y el problema ya se nos vino encima. Decisiones como las de invertir mayores recursos en tecnologías que se basan en la explotación de combustibles fósiles –como la nueva Refinería- parecen advertirnos que seguimos siendo guiados por esta visión de corto alcance que puede traer consecuencias devastadoras. Es evidente que se debe pasar de discursos retóricos y monotemáticos como “la importancia de las energías alternativas” a los hechos acreditables en nuestro gasto público. “Prioridad sin presupuesto, no es prioridad”, sabemos perfectamente los que hemos trabajado en instituciones de Gobierno y en esta caso aparentemente el tema del calentamiento no lo ha sido.
Aún hay tiempo… pero se está agotando.

Kioto y Copenhague (Equilibrio 2009)

Se ha documentado de manera suficiente e inequívoca que la creciente emisión de gases de efecto invernadero tiene un efecto atmosférico por medio del cuál se incrementa la temperatura planetaria. Se ha demostrado también que las consecuencias de esta elevación gradual de la temperatura pueden ser desastrosamente negativas en términos humanos, ambientales y económicos. Si se aceptan estas premisas básicas entonces se podrá convenir que uno de los eventos climáticos (en el amplio sentido de las palabras) más importantes para nuestro futuro se llevó a cabo en la ciudad de Kioto, Japón en el mes de diciembre de 1995. En dicha ciudad un grupo de países industrializados pactó un acuerdo, que tendría que ser ratificado años después, por medio del cuál un grupo de Naciones industrializadas se comprometían a reducir por lo menos un 5% las emisiones de seis gases (señaladamente CO2 y Metano) en el período comprendido entre 2008 y 2012. El 100% referente era la cantidad de emisiones de 1990.
Este compromiso se pactó bajo el “principio de responsabilidades compartidas” pero diferenciadas y es por ello que la meta de reducción excluyó a países en desarrollo y no fue la misma para los desarrollados. Con el paso de los años algunos países adquirieron posiciones radicales obre el tema; concretamente Estados Unidos; los presidentes Clinton y Bush se negaron a ratificar el Protocolo argumentando que no detendrían el crecimiento económico norteamericano y su desacuerdo a que países emisores como India y China no signara compromiso alguno.
La meta para ratificar el Protocolo de Kioto requería de un número de países emisores que completara el 55% de las emisiones totales. Ello ocurrió en el año 2004 cuando el gobierno ruso accedió a ratificarlo. El Protocolo entró en vigor, con la firma de México y de más de 100 países, en febrero de 2005.
Varios son los saldos de Kioto, quizá el menos desdeñable es la firma de cumplimientos vinculantes -a diferencia del catálogo de buenas intenciones derivadas de la Cumbre de Río. Gracias al encuentro en Japón se activó el mercado de bonos de carbono, un mecanismo que otorga incentivos económicos para detener las emisiones y los Mecanismos de Desarrollo Limpio, a través de los cuales los países industrializados transfieren tecnología limpia a naciones en proceso de desarrollo.
Se han realizado varias reuniones internacionales a partir de Kioto pero sin lugar a dudas una de las más importantes es la que se celebrará en la ciudad de Copenhague del 7 al 18 de diciembre de este año. Esta reunión es particularmente importante ya que en ella se ha propuesto el objetivo explícito de generar "la conclusión de un acuerdo jurídicamente vinculante sobre el clima, válido en todo el mundo, que se aplica a partir de 2012 ". En otras palabras los acuerdos de Copenhague suceden a los de Kioto ya que estos terminan justamente en 2012 y definen el rumbo que tomarán las políticas de reducción de emisiones en el mundo. La importancia de este futuro acuerdo puede ser evaluado por el hecho de que al momento 65 líderes de Estado han confirmado su participación y entre ellos se encuentran las naciones más poderosas del mundo
Para dar cuenta de este evento Equilibrio se ha dado a la tarea de consultar a profesionales y estudiosos en la materia con el fin de que compartan con nuestros lectores su opinión ante las propuestas mexicanas en el próximo mes de diciembre. Se han hecho básicamente dos preguntas: ¿Qué opina de las propuestas que hará México en Conpenhague? y Desde su punto de vista ¿cuáles serían las propuestas ideales?. Estamos seguros que las aportaciones de este grupo experto resultarán de su interés.

Los editores de la revista me han pedido asimismo,mi opinión. Pues bien esta no es esperanzadora. México se adhirió al Protocolo en febrero de 2005 bajo el mandato de Fox. El discurso alusivo hablaba de lo obvio y evidente; transitar hacia el uso de tecnologías más limpias, buscar una tasa de deforestación cero y fomentar el uso de fuentes energéticas no contaminantes como la eólica o la solar para limitar nuestra dependencia al uso de hidrocarburos, que se están terminando.

Más de cuatro años después los resultados son profundamente magros. Se está planeando una Refinería obsoleta y el catálogo de acciones expresadas por el gobierno mexicano sigue siendo un ramillete de buenas intenciones sin los estímulos y las políticas que permitan su desarrollo. Con buenas intenciones ciertamente (Fox dixit) llegaremos a Copenhague por el camino trasero.