miércoles, 30 de diciembre de 2009

Bigotonas (El Financiero 2006)

El otro día leí muy azorado en un periódico el siguiente titular: “Desprecia Tiziano a las mujeres mexicanas”. Me quedé estupefacto ya que al único señor que responde a ese nombre y que yo conozco es un pintor cuyas obras maestras deben ser muy buenas pero inescrutables para mí y que a estas alturas del partido solo pudo haber emitido tal comentario por medio de la tabla ouija ya que tiene trescientos años en calidad de fiambre.
Todo se aclaró cuando continué mi lectura y me enteré que el susodicho es un cantante italiano que además se apellida Ferro (un nombre digno de demanda penal) y que en una entrevista de televisión dijo lo siguiente (apostillado en cursivas por su humilde servidor): “No puedo decir que se come bien en Bélgica (si el referente son las coles de Bruselas, estoy de acuerdo), no puedo decir que adoro el clima de Bruselas (se necesita ser idiota para adorar a un clima en específico). Del mismo modo que es imposible decir que en México están las mujeres más bellas del mundo, con todos mis respetos (ya se sabe que cuando alguien dice “con todos mis respetos el asunto se fue al carajo). Tienen bigotes. Se necesita valor para… ¡Lo siento!... Pero ellas lo saben, ¡Tal vez Salma Hayek!, aseguró Ferro ante el estupor del público (Imaginar público con estupor) y la indignación del presentador del programa Fabio Fazio (otro nombre escalofriante), quien pidió perdón por las declaraciones de su invitado (no entiendo la razón por la cual un presentador de televisión se tiene que andar disculpando porque sus invitados metan la pata).
Muy bien, vayamos por partes; lo primero que hay que decir es que el joven Tiziano tiene la misma lucidez que un triciclo, porque me parece muy evidente que andar diciendo esas cosas, puede provocar la lesión irreversible en la susceptibilidad de los mexicanos que, como se sabe, solo es superada por nuestra afición a las tortillas con guacamole. Cualquier asesor razonable tendría que haberle dicho: “Tiziano, no seas pendejo, ¿Qué no ves que se nos pueden molestar?, recuerda que tu club de fans ha sido muy leal contigo”. Sin embargo el cantante cavó su tumba generando un escenario nada prometedor que supone un linchamiento colectivo el día que se le ocurra pisar el aeropuerto internacional Benito Juárez y que es tan predecible como un meteorito.
Sin embargo, la parte interesante del asunto tiene que ver con la indignación colectiva ante el comentario de marras. Hoy escuché a un señor que decía cosas tan idiotas como que estaban insultando a su madre y a su hija (la esposa debe tener bigote). Una conductora de televisión que está buenona, se puso bigotes postizos y en general lo que la gente imbécil llama “la familia artística” unió filas en torno a la defensa de la belleza nacional.
El asunto, por supuesto, tiene huecos; mi maestra de catecismo tenía más bigote que yo y el otro día en un restaurante tuve el raro privilegio de observar a la mujer más fea del mundo. Una señora que se había peinado simulando un nido de golondrinas, tenía triple papada y se había decorado la cara siguiendo la escuela impresionista. Me resulta evidente que cuando alguien dice “la mujer mexicana” está hablando de una variedad infinita en la que caben verdaderos monumentos y viejas chotas. Eso es normal y a nadie debería sorprender. El problema es que resulta absurda una generalización tanto del joven cantante: “las mexicanas están pal gato”, como de nuestros connacionales” las mexicanas son muy hermosas”. Cualquiera que se suba al metro un día domingo sabe de lo que estoy hablando.
Lo que yo propongo para salir del atolladero es simple, vayamos caso, por caso y contemos. Podemos utilizar las próximas elecciones y agregar a los funcionarios de casilla a un señor o señora (recordemos el enfoque de género) que evalúe las propiedades capilares de las damas que asistan a votar; si están bigotonas pondrá una palomita y en caso contrario un tache. De esta manera elemental sabremos si el joven Tiziano nos debe una disculpa o si en cambio, somos nosotros los que debemos desagraviarlo porque tenía razón.