jueves, 20 de agosto de 2009

Dobladitas de cine (Milenio 2009)

“El doblaje es casi un pecado” ha declarado recientemente el maestro David Lynch, refiriéndose a la maldita costumbre que se tiene en algunos lugares del mundo de transmutar la voz original de algunos actores por algún modelo autóctono.
El caso más dramático que he vivido ocurrió en España, porque dramático es observar a Orson Welles hablando como Juan Lejido el de Los Churumbeles o a Harrison Ford sugiriéndole a un replicante que se “vaya a tomar por culo”. Esta costumbre ibérica –arcaica y premoderna- no ha podido ser superada, es por ello que si usted, querido lector tiene la oportunidad (“tiene la oportunidad” es imbécil) de viajar a la Madre Patria, le sugiero encarecidamente que se aleje del cine como uno se aleja de una plaga de langostas. Sin embargo, en México no nos quedamos atrás; durante años he escuchado el reiteradísimo argumento de que, en materia de doblaje somos como nadie. Pues bien lo anterior me parece una desgracia irremediable que, para fines analíticos puede ser dividida en dos categorías.
Por un lado se encuentra la mexicana costumbre de doblar a alguien ¡en el mismo idioma! Esta técnica ha sido frecuentemente usada cuando los actores tienen voz de taquero o de chotacabras pero su presencia es imprescindible en la pantalla. Recuerdo, por ejemplo las películas de Santo, el enmascarado de plata, en las cuales un señor con mallas y máscara decía con voz de tenor cosas como: “debemos detenerlos antes de que destruyan al mundo”. Lo notable es que el doblaje era tan malo que daba la vaga impresión de que Santo era en realidad un ventrílocuo de Las Vegas ya que se lograba observar el prodigio de que hablara sin separar los labios. El doblaje, es por otro lado, una fuente de misterios semánticos que pueden troquelar a un niño pendejo (es mi triste caso). Durante años pensé que la frase “No le mate Hoss…déjeselo a la ley” era una forma natural de hablar hasta que reprobé dolorosamente la materia de español en cuarto de primaria.
El otro tipo de doblaje es el que se hace a cintas en idioma extranjero y que también está lleno de asuntos que son impenetrables para mí. Por ejemplo si uno asiste a una película china que –como consecuencia lógica se habla en chino- lo que se espera es que los actores digan sus diálogos en ése idioma y no en el propio de la colonia Portales. Peor aún, los encargados del doblaje consideran en este caso que lo idóneo es tratar de ofrecerle al respetable un español “chinizado” (me hago cargo del neologismo) y entonces hacen hablar al protagonista de la siguiente manera: “Wang Foo ha tlatado de entendel tu propuesta pelo se ha quedado en blanco”
Mierda.
El doblaje, supongo, nos enfrenta a retos intelectuales de carácter descomunal. Me imagino en este momento a un señor en Austria tratando de descifrar el acento de La India María en su gustada película “El miedo no anda en burro” y no tengo más que expresar mi solidaridad sin el menor regateo.
Son varias las hipótesis que permiten tratar de entender la “industria del doblaje” la más señalada –lo he escrito antes- es que obedece al nivel de analfabetismo de una nación. Supongo que es razonable pensar que un niño que no sabe leer puede ver al osito Pooh cantando que es una nubecita en español. Sin embargo ¿los adultos? Uno podría pensar que las opciones dobladas lo son para la gente analfabeta, sin embargo, no es absurdo –también lo he dicho ya- asumir que la gente en estas condiciones no es precisamente usuaria de los servicios de esos cuchitriles que responden al nombre de Cinemex.
Resulta evidente, hasta para alguien imbécil como yo, que cualquier propuesta cinematográfica o audiovisual debe ser respetada en su formato original y dejarse de mamadencias como colorearla o ponerle la voz del finado Víctor Alcocer. Pero parece una costumbre personal que yo navegue a contracorriente de gente lista que considera que Thalía en su controvertida personalidad de María la del Barrio aparezca en la provincia de Hunan hablando en chino mandarín, lo que dicho sea de paso, es una broma de muy mala madre.