miércoles, 3 de marzo de 2010

Las cartas astrales (El Financiero 2003)

Estaba el otro día muy sentado comiendo con un par de amistades cuando una de ellas sacó una tarjeta de presentación -muy similar a la de unos que fueron a una fiesta de mi hija y eran payasos- y se la dio a mi otra conocencia mientras decía: “estos son los datos del astrólogo”. Supuse que había escuchado mal y que se referían a un “astrónomo” pero en diez segundos me di cuenta que la idea era más imbécil aún, porque no conozco a nadie que acuda al laboratorio del monte palomar con un especialista para preguntarle dónde carajo esta Ganímedes o si Alfa Centauro está por explotar.
El profesionista en cuestión se dedica a hacer cartas astrales por lo que muy intrigado le pregunté a mi amiga si usaba sombrero de cucurucho con lunas y estrellas y una bata de maternidad para recibir a sus clientes. Me miró muy ofendida y luego me explicó que absolutamente todo lo que este buen hombre le había dicho encajaba perfecto con su vida por lo que entonces pensé acerca de la necesidad de ir a ver a un profesional para que confirme lo que uno ya sabe, que es una buena forma de gastar el dinero. Por supuesto no sé lo que es la carta astral, ignoro cómo se produce una y lo que es peor me da lo mismo, sin embargo, la imagen que tengo es la de una especie de plano de la isla del tesoro en la que hay flechitas y flechotas y que nos orienta acerca de las decisiones a tomar en la vida que, como se sabe, están cargadas de riesgos. Lo anterior puede ser muy útil en situaciones extremas ya que uno puede justificar todas las metidas de pata culpando a los astros. De esta manera si uno, por ejemplo, se olvidó de cerrar la llave de la presa e inunda a San Juan de las Pitas, podrá establecer que como había conjunción en Marte lo que significa “mucho agua” no pudo resistir la fuerza del destino.
Otra alternativa para conocer lo que está oculto se encuentra en la tabla ouija, un tablero como del turista mundial que trae el alfabeto, los números del 1 al 10 y las palabras sí o no escritas para la ocasión. Se trata de sentarse alrededor de una mesa, apagar la luz para que se aparezca la mamá del muerto y luego buscar a alguien que tenga dotes para estos menesteres. Normalmente se ponen las puntas de los dedos sobre una madre cuyo nombre ignoro y se juega al acertijo; la pregunta más común para iniciar la sesión es ligeramente idiota: ¿estás ahí?, entonces las manos del médium se deslizan hacia el “sí” y la cosa se pone interesante. Se pueden invertir tres horas tratando de averiguar quién es el visitante y los invocadores rara vez se ponen de acuerdo. Una vez durante una sesión nunca supimos si el espíritu que se comunicaba con nosotros era el de un soldado francés del siglo XIX, el de Fanny Cano o el de la tía de uno que rea muy bruto y había propuesto el juego.
La tercera forma que conozco para averiguar el sino tiene que ver con las cartas, en este caso se trata de una barajota en la que hay una serie de personajes horrorosos y que al aparecer en cierto orden nos mandan mensajes. Así uno puede saber cosas como que la muerte anda rondando o que tendremos una experiencia amorosa ligeramente desastrosa. El problema es que cuando ello ocurre (la gente se muere a cada rato y todo mundo se divorcia) uno no culpa a los diecisiete wisquis que provocaron el choque que se llevó al difunto, o al hábito de comer rice krispis en la cama que generó la separación, sino a las pinches cartas que ya nos lo habían advertido.
Siempre he creído que la gente puede hacer de su vida un papalote y es por ello que a los astrales y quirománticos no los juzgo, nomás la describo para entender los complejos caminos que toma la mente humana ante la incertidumbre, que como puede apreciarse son, como los coyotes de Coahuila, complejos y misteriosos.