martes, 29 de noviembre de 2011

El soldado (Nexos 1994)

Todo empezó con el viaje a Cuba. “No es tan caro”, decíamos, “cosa de tomarse una semana”. Nuestros amigos libertarios hablaban de “acercarse a la Revolución, conocer la realidad cubana”, etc. Hasta allí todo bien, sin embargo había un pero... mi cartilla.
A los dieciocho terminé la preparatoria y Paco Rodríguez, que se iba a Europa, me invitó a viajar con él. Como no tenía cartilla, hice lo que todo joven de mi edad y posibilidades hacía: la obtuve chueca. El trámite fue truculento y se hizo por medio de un amigo de Paulina Lara apodado “el Pulga”.
–No te preocupes –decía el día anterior a la salida, cuando el único documento oficial que tenía era mi certificado de primaria.
Por uno de esos milagros que siembran dudas espirituales, todo se arregló y pude irme. Pero allí no paró la cosa, ya que la cartilla hay que resellarla (visar dicen los militares) cada diez años. Por supuesto, dado el procedimiento irregular que había seguido, decidí qué solo un arrebato de idiotez temprana me llevaría a cumplir el trámite. Hice algunos viajes y, en el último, al pasar por migración me pidieron el resello.
–No sale joven –dijo el funcionario de bigotito.
Cabe aclarar que iba yo cuidando siete niños de diez años con rumbo a Oregon y que quince minutos antes me había despedido de sus padres diciéndoles que todo iba a salir bien.
Me hinqué en el cajón del inspector, lloré y lo jalé de los pantalones. Finalmente se compadeció y me dejó pasar, pero advirtió:
–Reselle su cartilla.
Ahora, con la perspectiva cubana, las palabras del de bigotito retumbaban en mis oídos. Como yo había decidido no pasar nunca por un trago tan amargo otra vez, hice de tripas corazón y fui a la Defensa Nacional en un acto evidente de idiotez temprana. Recuerdo que al ver mi cartilla el militar encargado levantó la mirada y movió la cabeza de un lado a otro, “Listo”, pensé, “ya valió madre”. Pedí permiso para hablar por teléfono, le avisé a mi esposa y cuando regresé fui escoltado por dos soldados hasta un galerón donde el Sargento X me dijo que la cartilla era falsa, que ya ni chingaba, que eso era muy grave, etc. Acepté inmediatamente mi culpa, lo que tuvo un efecto positivo: “Lo felicito por su valor civil, no lo vuelva a repetir”, dijo mientras rompía la hojita de la liberación. “Vaya en febrero a reclutamiento y no se preocupe, a su edad ya no marcha”, añadió.
Cuando les conté a mis amigos la noticia, pasaron del desternillamiento a las palmaditas en el lomo, lo que francamente me dejó muy preocupado.
Luego entendí por qué.
En febrero me presenté en la alberca olímpica a recibir el estoconazo; tenía que estar el primer sábado de marzo en el Campo Militar número uno a las siete de la mañana con pantalón azul, zapato negro y camiseta blanca. La víspera no pude dormir pensando que formaba parte del 28 regimiento blindado.
Ahí estaba yo, con mis treinta años a cuestas, en medio de dos mil reclutas, cantando el himno nacional a las 7:15 de la mañana con un frío de pastorela, maldiciendo con toda mi alma el viaje a Cuba. Regresamos al regimiento y nos repartieron boinas verdes con una falta de tino envidiable. A nadie le quedaban, algunos se la encasquetaban hasta las sienes, parecían panaderos; otros eran tan cabezones que no lograban ajustar las cachuchas más allá de la coronilla, ésos recordaban a las colegialas de escuela de monjas.
Nos dividieron por escuadrones, los vejetes a la reserva. Aquí –dije para mis adentros– nos van a decir que podemos irnos y que regresemos en diciembre. Nada más equivocado. Liberaron a los anticipados que se fueron muertos de risa.
El resto del día fue una modesta prefiguración del infierno. Nos formaron para ins¬trucción, la cual se componía de tres modalidades, todas ellas con el sol a plomo:
a) El sargento explicaba qué es el honor, la lealtad o el patriotismo, conceptos que se fusilaba de un manual y que nos hacía repetir durante quince minutos:
–A ver tú, gordo, qué es el patriotismo.
–Entregarlo todo por nuestra patria –contestaba uno.
El sargento se daba por satisfecho y buscaba otro sustentante, le repetía la pregunta, se repetía la respuesta, etcétera.
b) Otro sargento nos formaba y nos instruía acerca del paso redoblado, el flanco derecho o la media vuelta. Como el campo era de tierra, al marchar levantábamos un terregal que nos dejaba escupiendo adobe.
c) La más diabólica de las tres opciones era la última, que con¬sistía en hacernos trotar a paso veloz durante media hora cantando canciones como hacen los gringos. Todo aquel que conozca el metabolismo humano sabe que correr y cantar son eventos incompatibles que al forzarse a convivir logran el prodigio de que se escupa la pleura a los tres kilómetros.
A las 10:30 y hasta las 11 se servían las tortas de queso de puerco sin rasurar, era el único momento en que nos podíamos sentar. A dos que se estaban aventando los llamaron al frente y los hicieron cachetearse, después del soplamocos, tenían que repetir: “Ja ja, no me dolió”.
Me deprimí.
Cuando llegué a mi casa tenía el aspecto de alguien que ha caminado desde Laredo sin parar.
Cada semana era terrible. A la altura del miércoles comenzaba la depresión, el viernes me ponía de un humor de los demonios y el sábado después de la milicia, que terminaba a la una, me iba a dormir y no despertaba hasta las 10 de la noche.
Dos factores contribuyeron a empeorar notablemente las cosas. Primero, el gobierno anunció a mediados de año que la cartilla no era ya necesaria para salir del país. El segundo factor fue de orden logístico, en junio nos repartieron unos mosquetes de 5 Kg. con los que había que marchar por los terregales. Cuando disparamos quedé sordo.
Había soldados razonablemente amigables, sin embargo otros eran estilo West Point, es decir, llevados de la mala vida, le hablaban a uno de cerca escupiendo en la cara o en la nuca y tenían una especial proclividad por las lagartijas, con la desventaja de que éramos los reclutas los encargados de ejecutarlas porque pasaba la mosca.
Aquello duró un año, al final nos llevaron al Campo Marte y a uno por uno nos repartieron las cartillas liberadas. Nunca he vuelto a ser tan feliz.
El 27 de diciembre salí para La Habana, en el avión iba yo recordando la canción del regimiento: “Mi mamá me lo decía, hijo no te hagas soldado, porque marchan noche y día”. Por supuesto, tenía razón.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Política y tuiter (Etcétera 2010)

Las llamadas “redes sociales” se han convertido en un fenómeno emergente que requiere cierto análisis. Es frecuente observar a señores de mi edad, es decir nacidos en el Pleistoceno, trabajando en su granjita de Facebook, o a psicópatas potenciales inundando la red con mensajes crípticos. Pero eso no es todo, las redes son canales de comunicación eficaces, que en tiempo real pueden lograr miles de impactos. Hace no mucho se acercó a mí una empresa para pedirme de manera literal “que hiciera publicidad en tuiter” el asunto me pareció ligeramente mamarracho (imaginarme diciendo “que buena está la coca light”) por lo que me negué, pero pensé de inmediato que en la propuesta se esconde una de las potencialidades de las redes, justamente su alcance.
Dado que no se necesita ser físico nuclear para llegar a la conclusión anterior es que muchos periodistas y hombres públicos han entrado a las redes con el fin de utilizarlas para ampliar su marco de resonancia. Gente como José Cárdenas, Raymundo Riva Palacio, Mario Campos o León Krauze se han convertido en activos usuarios que dialogan con sus escuchas en algunos casos en condiciones de igualdad que los medios tradicionales no permiten. A este fenómeno hay que agregar el de los políticos que ya advirtieron este potencial de comunicación y han entrado activamente en ellas. Se dice que Obama ganó la Presidencia gracias a esta estrategia (y a que tenía a un pelele por adversario, agregaría) y un estudio reciente publicado en El Universal da cuenta de que 135 Diputados de los quinientos existentes tienen cuenta en Tuiter y la usan de manera activa. El Presidente Calderón también lo hace (no con la mayor de las fortunas) y gente como Javier Lozano, Manuel Espino y Mony de Swann, andan por ahí dando algunos tumbos como procederé a exponer a continuación.
El día del informe Presidencial, Felipe Calderón mandó un mensaje a la red en el que decía que mandaría un “mensaje abusivo a la Nación”, considerando que la “l” y la “b” son letras distantes del teclado se trató de un lapsus que dio la vuelta a la red de manera instantánea y generó un pitorreo inmediato. Ese es el problema de mandar un mensaje instantáneo; no hay una turba de asesores que velen por su integridad y garanticen cierto control de daños. Hace poco también, Mony de Swann escribió de forma suicida un texto en el que decía –palabras más palabras menos- que estaba preparando su comparecencia en lugar de estar haciendo algo más divertido. La declaración anterior, imbécil en sí misma, de inmediato fue captada y este buen hombre con apellido de lateral derecho de Holanda, pasó por la picota.
Gente como Gerardo Fernández Noroña (la “Dama del buen decir”) utiliza Tuiter de manera permanente, de hecho en el mismo artículo de El Universal se le cita como el diputado federal con mayor número de seguidores con los que entabla diálogos de antología, ya que en la red no hay complacencias y frecuentemente entran sus adversarios a darle con todo. Sin embargo, el diputado Fernández demuestra que no está manco y escribe cosas como “animal” o “aprende ortografía” mientras lanza sus acostumbrados denuestos al Gobierno de la República. Javier Lozano, Secretario del Trabajo, es otro ente irascible al que se le cuestionó por la entrega de Centenarios y otras adquisiciones al personal sindicalizado y respondió burlándose mientras que su Oficial Mayor simplemente insultó a la persona que se había quejado de tal medida.
Esos son los saldos, que no son pocos, Tuiter, lo mismo que otras herramientas de comunicación modernas, desnudan a sus usuarios y los expone en sus niveles de intolerancia o de distracción. Es por ello que se ha generado una paradoja; los medios masivos de comunicación están buscando la nota, cada vez con más frecuencia, en las redes sociales en lugar de las fuentes tradicionales y estas expresiones dan cuenta de un universo que seguramente tendrá un efecto revolucionario en la forma de comunicar ideas.
Un servidor por lo pronto, seguirá valorando la idea de hacer publicidad en tuiter, siempre y cuando no me pidan que hable de unos tenis para gente imbécil que logran el prodigio de bajar 20 kilos con una caminadita de 10 minutos.