viernes, 20 de enero de 2012

Los insultos (El Financiero 2002)

La modernidad ha traído enormes cambios en el lenguaje, las palabras que antes eran de uso corriente se han ido difuminando por adjetivos menos sutiles e inequívocos que expresen a cabalidad la ira creciente de los capitalinos. Recuerdo, por ejemplo al Corsario Negro que cuando se enojaba decía cosas como: “voto a bríos” o le asestaba a sus adversarios términos como “insolente” o “miserable” para luego encajarlos con su espadota. También recuerdo las polémicas de nuestros hombres de letras que trataban de lucir muy elegantes cuando en realidad lo que querían era mandar a la tiznada a su interlocutor. Términos como “mequetrefe”, “ganapán” o “perdulario” han perdido el vigor de antaño y habría que reconocer que si alguien los utilizara provocarían pitorreo en el remoto caso del que los recibe entendiera su significado. Lo anterior, desde luego, puede ser entendido como un indicador de la creciente pobreza de recursos lingüísticos en el mundo pero esta idea solo puede ser defendida por el que vive con la permanente impresión de que todo tiempo pasado fue mejor, en lo personal creo que en la medida que una lengua expresa mejor lo que uno quiere expresar sin duda se puede decir que evoluciona y contra ello no puede ni debe haber antídoto. Si alguien por ejemplo quiere expresar su opinión sobre las capacidades del prójimo y le dice “tonto” no provocará más que ternura ya que el insulto en cuestión es hay que decirlo, de salva. En esos casos lo mejor es usar el sólido y moderno “pendejo” que se ha vuelto la forma más natural de adjetivar al que nos da un cerrón o a una nube de personajes públicos que día con día nos dan prueba de su lucidez.
Recuerdo que cuando era niño leí un poema de Ernesto Cardenal en el que hablaba de “perros, putas y poetas” y me quedé con una impresión terrible de que palabras tan gordas se pudieran poner en letras de imprenta y más aún que gente respetable las empleara. Por supuesto mi visión estaba troquelada por años d educación, maestras de catecismo y yerbas similares que lo único que lograron fue que entendiera las cosas de la vida tardíamente.
Por supuesto hay excepciones a esta nueva oleada de franqueza verbal, la más conspicua es la de la gente que se ha sumado a la ola de lo políticamente correcto que consiste esencialmente en matizar la crudeza de una palabra por medio de otras que evocan lo mismo pero suenan mejor a nuestros modernos oídos. En este caso se trata de no agraviar a gremios selectos por medio de florituras que parten del supuesto de que los nombres originales (por ejemplo “enano”) eran insultos, cosa que es absurda por donde se le quiera ver.
En estos tiempos el lenguaje se ha hecho infinitamente más descarnado y crudo cosa que por supuesto no me preocupa en lo más mínimo, siempre he considerado que es un poco idiota que la gente hable de formas diferentes de acuerdo a las circunstancias y que un gran paso se daría si en lugar de querer quedar bien en todo momento, nos ocupáramos de decir las cosas como son. Esto siempre suscita temores, hay buenas conciencias que consideran que esta apertura generará catástrofes varias en las nuevas generaciones (imaginar a mis hijos María y el fríjol hablando como hablaban Chaf y Queli), sin embargo esto es pura paranoia asociada a la idea, imbécil en sí misma, de que la calidad de una persona se mide por su parquedad y corrección en el uso del lenguaje. Mentira, hay gente con un uso del lenguaje inapelable que no vale nada y otros como el maestro Juan, carpintero de la colonia donde yo nací que hilvanaba carretadas de peladeces por segundo y era una de las mejores personas que he conocido en mi vida.
El caso es que las restricciones no se han ido del todo y como constancia de ello tengo a una señora que comenta la vida de las artistas y que dijo textualmente en su programa de radio: “Fulanita de tal se opero las bubis y las pompas y le quedaron muy en su lugar”. En ese momento sufrí un desmayo del que me repongo ahora para escribir este artículo y mandarle a la dama un diccionario para que comprenda el significado de la castiza palabra “nalgas”.

martes, 17 de enero de 2012

De regreso al cine (El Financiero 1998)

Hay sucesos que a uno lo dejan conmovido, ya he relatado en esta página algunos de ellos, como el día que se metió un camión en el aula de la escuela secundaria o cuando el Porky dejó ver un gran testículo mientras agonizaba bailando la danza del venado. Sin embargo, hoy pretendo hablar de cine y en consecuencia, de cómo algunas de las películas que he visto han marcado mi vida. Veamos:
Sin duda el primer filme que me conmocionó fue Mary Poppins; en él una señora (Julie Andrews) bajaba del cielo por medio de un paraguas y se metía de nana de unos niños que nadie quería. El primero sobresalto me lo llevé cuando el perico –que estaba en el mango del paraguas- habló y regañó a Julie. Durante años prefería agarrar una pulmonía que tomar un paraguas. Inmediatamente después, la nana se llevaba a los niños y se encontraban a un señor con un saco parecido al que usan los árbitros de futbol americano o las gentes que no tienen sentido de la moda (Dick van Dyke) y bailaban tap con unos pingüinos que eran caricaturas. No recuerdo ya el final, sin embargo la última escena en la que Mary se va volando me parece imborrable ya que deja a los niños que encandiló mientras se encamina al cielo. Durante muchos años ello me hizo desconfiar de los adultos.
La siguiente película en mi lista de conmociones era una de Drácula; no recuerdo quiénes eran los actores pero si tengo nítidamente claro que desde mi humilde opinión eran unos pendejazos que no entendían que un señor vestido de frac, con ojos de pacheco y colmillos de vampiro, tenía que ser un vampiro que se los quería chupar. Los protagonistas eran tan pendejos, que en lugar de ir a las diez de la mañana al castillo, decidían entrar a las once de la noche. Luego, a la hora de caminar por los corredores en lugar de ir como formación de rugby se separaban y de pronto al dar la vuelta se encontraban al conde que de un mordisco los dejaba jodidos. El único que no moría era un joven bien parecido que tenía la notable característica de llevar una estaca en el momento justo. Al terminar la película el único comentario posible era: “como hay gente bruta”.
Otra película que llamó mi atención fue de arte: por algún misterio estético decidí ir a la cineteca nacional cuando todavía estaba en Churubusco y entré a ver una cinta checa que la vida no me dará para recordar el nombre. En ella sucedía lo siguiente: un señor (el protagonista) salía de su casa vestido como usted y como yo, la escena cambiaba y el mismo señor caminaba pero ahora con una capa de los tres mosqueteros. Al llegar a la esquina, se dirigía a un transeúnte y su voz era similar a la de una de las hermanas de Lorenzo Antonio. En ese avatar y usando el tono soprano, explicaba que él era una visión y entonces la escena cambiaba a una granja en la que e estaba cenando una familia: El papá tenía cara de chivo, la mamá de vaca y los hijos se repartían el resto de los animales de la granja. En el momento que salí del cine escuché a un tipo de barbita que decía “es maravilloso” y entonces sentí que era yo un badulaque sin sensibilidad artística.
La última película la vi en la tele y trataba de los extraterrestres. En ella llega una nave del tamaño de mis malos pensamientos y desbarata muchas ciudades. Lo que ellos no sabían es que teníamos científicos muy chinguetas que se podían subir a naves de guerra y meterle un virus a su computadora. Hay una escena en la que el presidente gringo se trepa a un avión (¡el presidente!) y con cara de melosvoyachingar dispara unos cohetes. Al final el mundo se salva gracias al científico y a un señor negro que duerme en calzones.
Por todo lo anteriormente expuesto es que yo no veo cine para niños, ni películas de vampiros. Mucho menos me dejo atrapar por el cine de arte húngaro y lo único que sé es, que el día que nos caigan los extraterrestres, voy a esperar que Obama se trepe a una nave y salve mi vida. Ojalá

viernes, 6 de enero de 2012

Una de superhéroes

Héroes, lo que se dice héroes, eran los Tigres de Mompracem; ni más ni menos que Sandokan, príncipe de Borneo y el portugués renegado Yáñez de Gomara (el mismo que decía ¡voto a Júpiter!), que dedicaron su vida a ponerle madrizas ejemplares a los navíos ingleses y holandeses a su paso por el Indico. En esos tiempos todo se resolvía con cañones y espadazos ¿qué James Brooke se ponía flamenco? Un bombazo y a enjuagarse la chompeta ¿Qué los Thugs asaltaban la barcaza? Se sacaba la navaja y listo.
Esos eran hombres.
Con el advenimiento de la era tecnológica todo cambió; ya no bastaba con señores que escupieran clavos al hablar, se necesitaba algo más drástico, la sociedad lo exigía. Así por ejemplo, los modestos mercados donde a un tipo igualito al Benemérito lo llamaban güerito para que comprara un kilo de aguacates, se convirtieron en Supermercados de carrito y viejas chotas. Las añejas carreteras nomás aumentaron dos carriles y transmutaron su nombre: Supercarreteras y convirtieron, como por arte de magia, en un menesteroso a todo aquel que no las transitara.
Super-cali-fragi-listi-coes-pira-lido-so, dijo el baboso de Dick van Dyke y todos los niños de la era Super, aprendimos que lo actual, lo que rifaba, era el uso de ese terminajo infame.
Los héroes no resistieron esta oleada modernizadora; sus enemigos ya no eran profesores Moriartys, o ingleses llevados de la mala. Nada de eso, las fuerzas del mal evolucionaron hacia formas francamente alarmantes: marcianos de intenciones inconfesables, sabios fabricantes de pócimas endemoniadas que volvían estúpido a quien las probara o seres parecidos a los chongos zamoranos que se comían todo lo que encontraban a su paso. Ante esta oleada de grandes males se eligieron grandes remedios "que vengan los Superhéroes" dijo alguno.
Y ellos llegaron.
El ejemplo paradigmático de un Superhéroe era Kal-El, vulgarmente conocido como Supermán. La historia cuenta que a punto de estallar el Planeta Kriptón, Jor-El, un sabio muy chinguetas y padre de Kal, decidió salvar a su hijo y construyó una nave espacial en la que trepó al infante. En el recuento de hechos no se consigna la razón por la cuál el señor El (que era tan chinguetas) no le puso dos asientos más al vehículo, pero eso desde luego no importa.
La nave salió de Kriptón diecisiete segundos antes de la explosión y vino a dar a la Tierra, donde la encontraron una pareja de viejitos a los que se les había ponchado una llanta, eran Martha y Clark. El infante rápidamente dio evidencias de su notabilidad y levantó el coche para que Clark cambiara la llanta. Los Kent, en lugar de abrir un taller mecánico adoptaron al niño y le dieron su nombre. Pronto se dieron cuenta que el pequeño Clark, además de su fortaleza, volaba, podía freír huevos con su supervista y nada lo traspasaba... Supermán, señoras y señores.
Por alguna razón inexplicable, Supermán sólo podía ser Supermán en caso de emergencia. Esto determinó que adoptara la personalidad de Clark Kent, un tipo ejemplarmente estúpido que era reportero del diario El Planeta (en el que trabajaban una docena de tipos más estúpidos aún, ya que no se daban cuenta que Clark era igualito a Supermán nomás que sin lentes y calzones rojos). Los principales enemigos de Supermán eran: Lex Luthor un hombre que estaba furioso porque nuestro héroe lo había dejado calvo y el señor Mxwlpryzglm (o algo así), un enano que venía de la cuarta dimensión. Ellos sabían cuál era el lado flaco de Supermán; la kriptonita, una roca que -como los huevos divorciados- podía ser verde o roja. Si verde, debilitaba a Supermán y lo dejaba con la fuerza de un alfeñique. Si roja le ocasionaba severos trastornos de conducta que determinaran que hablara como tonto o que quisiera meterle mano a Luisa Lane.
Mi primer recuerdo de un Supermán televisivo es lamentable; veo a un señor francamente gordo que se faja los calzones hasta las tetillas y brinca por una ventana para luego suspenderse de unos hilos de nylon que se notan, mientras detrás del él pasa la misma nube sesenta y siete veces. A pesar de ello, en mi escala de valores de la Legión de la Justicia, Supermán era el incuestionable número uno, muy por encima de los inocuos Batman y Robin, cuya única gracia consistía en el uso continuo de Batimadres para combatir a los pillos. La tradición televisiva nos ha presentado a Batman y a Robin como un par de pendejos que dicen cosas como "recuerda Robin que los criminales han equivocado el camino" o "Santos gases asfixiantes Batman". Los enemigos del Dúo Dinámico eran de lo más variado; destacaba El Guasón (un tipo notablemente más simpático que Robin) y Gatubela, una señora que usaba antifaz, traje pegadito y que estaba muy buena.
Otra Superheroína era la Mujer Maravilla que se transportaba en un avión cuyo máximo chiste consistía en su invisibilidad. Marvila usaba un lazo mágico para atrapar maleantes y se vestía como prostituta de la Colonia Cuauhtemoc.
Estaban los Cuatro Fantásticos cuyos poderes eran muy diversos. Uno de ellos, el jefe, era elástico. Estaba la señora que se peinaba como Doris Day y tenía poderes mentales que le permitían crear campos de fuerza. Había otro que al grito de "¡llamas a mí!" (frase altamente recomendable en caso de un quemón), se convertía en una bola de fuego. El Guapo Ben cerraba el cuarteto. Sin duda de los cuatro amigos era el más notable; andaba en calzones, tenía cuerpo de piedra, boca de huachinango y era un patanazo.
Ya en el catálogo de los Superhéroes de pacotilla encontramos a Flash, un señor bastante baboso que corría a la velocidad del demonio y en las orejas traía las alas de Mercurio. Estaba también Birdman, el hombre pájaro y su amigo Vengador. Cada vez que Birdman necesitaba su traje de carácter, pegaba un grito escalofriante por lo agudo que le ponía los nervios de punta a los bandidos.
El sorprendente Hombre Araña era un pesado y usaba máscara de luchador. Hulk era tan bruto que no se daba cuenta de que cualquier coraje -digamos, un atorón en el Periférico- lo iba a desgraciar.
Ya en tiempos más recientes, los japoneses se dieron a la tarea de crear legiones de Superhéroes cuya característica distintiva son los ojos como de plato, los de moda se llaman Caballeros del Zodíaco y son tan cursis que lloran porque pasó la mosca.
En fin, cada quién que decida con que Superhéroe se queda. Yo por lo pronto me instalaré en un ejercicio mnemotécnico para tratar de identificar al autor de la famosísima frase: "¡A luchar por la Justicia!" porque francamente lo he olvidado ¿no es una pena?

domingo, 1 de enero de 2012

Ande yo caliente (El Financiero 1998)

Esta reflexión sobre la moda, se inició de un modo empírico hace unos días cuando me encontré a una amistad que venía vestida como la planta de la guanábana: ¿y ese modelito? pregunté siguiendo la mexicanísima costumbre de joder al prójimo “qué sabes tú, que te vistes como don Teofilito” -respondió la amistad devolviendo el golpe. El comentario fue -desgraciadamente- atinadísimo y me cerró la boca. Más tarde me quedé pensando acerca de la incapacidad congénita que poseo para establecer un vínculo conceptual con la compleja idea de “moda”.
En mi niñez, por ejemplo, bien podría haber sido considerado como un adelantado, ya que me ponía unos overoles de aviador que la gente empezó a utilizar veinte años después. El pelo me lo cortaba al estilo Paricutin, esto es, a rape en los parietales y largo en la coronilla, justo como hacen hoy los adolescentes oligofrénicos. En realidad nunca he podido establecer cuáles son los misteriosos procesos que orientan a un ser en pleno uso de facultades a ponerse un arete en el pezón o que determinan que se usen sombreritos como el que su majestad, la reina Isabel, uso ayer en la final de la eurocopa. Pero, como ya expliqué, quien soy yo para andar criticando.
La moda, desde luego, obedece a criterios cambiantes y entonces hay que adaptarse. Los verdaderos árbitros de la elegancia son aquellos que logran otear los vientos de la estética y estar siempre como don Ferruco en la Alameda, a esa categoría pertenece -según me explican- Carlos Fuentes. Otros nos conformamos con ir por la vida dando de que hablar. Ni modo.
Un breve paseo por la historia nos ofrece información aleccionadora; nuestros antepasados se vestían con plumas y son los pioneros del barroco temprano. Baste imaginar a Moctezuma recibiendo a las visitas con su penacho, que por cierto podrá ser muy bonito pero en la cabeza de un ser humano se ve horroroso, y el ejemplo lo han ofrecido históricamente nuestras representantes en concursos de belleza internacionales que con el penacho parecen artesanía de Olinalá. Los españoles trajeron las medias y unos pantalones bombachos de rayitas. Además impusieron la barba y el bigote. Se pueden reconocer en las litografías, porque usan un casco que parece carabela, pero al revés y por su inevitable tendencia a traer un indio arrastrado de los pelos.
Luego se pusieron de moda las patillas de taquero para los señores y el chongo para las damas. En el caso de los virreyes era muy bien visto utilizar una peluca con cairelitos y medallas en el saco, que podía ser azul rey o amarillo. Lo fascinante del asunto, según yo, no es como se veía la corregidora (por cierto, siempre de perfil), sino el momento en que alguna señora se soltaba el pelo y ensayaba una nueva opción ¿Qué pensaba? ¿Cuál era el primer efecto? No lo sé.
Los mexicanos, aparentemente, hemos mostrado muy poca iniciativa para diseñar nuestros propios modelitos y más bien hemos vivido a la espera de las últimas novedades para imitarlas rápidamente (el nacionalista que crea lo contrario, pregúntese a sí mismo cuando ha visto a una alemana vestida de china poblana en una calle de Munich).
En realidad lo que ha sucedido es que hemos decidido uniformarnos de acuerdo a nuestra condición gremial. Los intelectuales (no me refiero a los orgánicos que se visten en Robert´s) entran en la clasificación de “desarrapado” rápidamente, dado su gusto por prescindir de símbolos de esclavitud como las corbatas y entonces consideran un valor agregado el de vestirse con pana y fumar cigarros franceses. Los jóvenes ejecutivos utilizan trajes pastel y corbatas que parecen el arrecife de Cozumel. Para comer se guardan la corbata en la barriga. Los estudiantes -si son de Derecho- se visten como sus papás y en cambio si estudian artes plásticas, como si fueran a bailar la danza de los venados. Los académicos de la UNAM no pueden ser descritos porque no se quitan la bata... y así por el estilo.
Mi esquizofrenia ha determinado que no posea ninguna identidad gremial ¿que significa esto? que la moda y yo jamás nos entenderemos. Ni modo (again).