jueves, 22 de abril de 2010

Impuestos (El Financiero 2008)

Una de las formas defensivas de los mexicanos cuando se sienten acorralados consiste en replicar “yo pago mis impuestos”, declaración que no necesariamente es verdadera pero se esgrime como una suerte de inmunidad ganada a pulso. Lo anterior, por supuesto es una imbecilidad, es obvio que pagar impuestos se convierte en algo necesario para que a este país no se lo cargue el demonio más de lo que ya lo ha hecho. Sin embargo, el tema fiscal tiene derivaciones que me interesa compartir con usted, querido lector.
En primer lugar están los que no pagan por razones diversas. Lo más flagrantes son unos señores que se llaman ambulantes, viven en la vía pública, se clavan la luz, venden pirata y no pagan impuestos. Si usted es atento se dará cuenta de que en dos líneas se han acumulado cuatro delitos que bastarían para que si yo fuera el que los comete, me mandaran a la Isla del Diablo, desnudo y con chirimoyas por único alimento, pero en este caso simplemente no pasa nada. Los segundos delincuentes son los que evaden y para esta sencilla operación hay varias estrategias. Los vendedores de servicios, por ejemplo cuando uno pide una factura declaran bostezando que como no, que con mucho gusto nomás que el producto o servicio es 15% más caro, es decir nos transfieren sus impuestos como se transfiere la gripa y uno tiene que apechugar desconsolado. Otra derivación es la de deducir gastos inauditos bajo argumentos notables “este traje de seis mil pesos me lo compré porque es esencial para que haga mi chamba” se declara”. Y entonces uno que es menesteroso y vive con ropa de refugiado se queda pensando qué carajo deducir, mientras se llega a la conclusión que seis pares de calcetines por treinta pesos no impactarán nuestra salud fiscal.
Otro tema de los impuestos (impuestos) tiene que ver con la gente como usted y como yo que sí pagamos, entregamos facturas y tenemos gastos. Como ya he declarado profusamente mi vida es la misma que la de un campesino asiático pero mis gastos no lo son. La escuela de los niños María y Frijol cuesta lo que una vasectomía mal hecha, además de que las instituciones educativas privadas generan conceptos como “reinscripción”, “aportación voluntaria” o “fideicomiso” que hay que pagar a huevo. Se me argumentará que para eso están las escuelas públicas y en ese caso ya no argumentaré nada porque odio discutir con gente imbécil. Por supuesto ni las escuelas ni los camiones escolares ni nada es deducible de impuestos por lo que uno piensa en que se vive el peor de los mundos, que es el mundo de los aspirantes a algo.
Habría que discutir, también, lo que se paga y para qué se paga; me es inescrutable un impuesto como el predial ya que con muchos trabajos me hice de una casa por la que resulta ahora que debo pagar una cantidad simplemente estúpida debido a “ajustes fiscales”. El palo de cualquier manera está dado y entonces me entero que la ley de transparencia obligará a la presidencia a reportar el dinero que ha gastado en ajuarear al señor presidente y a su esposa con el dinero que usted y yo pagamos. Es decir que la corbata de la ceremonia de presentación de cartas credenciales del embajador de Fidji se ha adquirido con mi lana. Por supuesto que me opongo frontalmente a tal cosa, como me opongo a que los desayunos, los viajes del titular del INBA o todas las bellezas presupuestales se le carguen a la ciudadanía. Sin embargo, sé perfectamente que esta diatriba no tiene el menor destino, lo más probable es que me escriban los lectores diciendo “estoy de acuerdo” y me llegue un documento oficial en el que el licenciado fulanito de tal “agradece mi interés en el tema y me explica pacientemente que el predial es un impuesto local y no federal”. En fin, este pequeño exabrupto se origina porque mi contador acaba de hacerme el favor de informar que debo $17,000.00 de una cosa que se llama IETTU y que simplemente no entiendo ya que ni soy empresario, ni lo pienso ser jamás.
Así es la vida fiscal.