viernes, 5 de marzo de 2010

Un país de burros (El Financiero 2008)

En un hecho periodístico de temporal, de cuando en cuando alguna entidad educativa internacional tiene a bien pasarnos por la tabla de manera inmisericorde lo que provoca titulares escandalosos en los que se consigna que somos un país analfabeto, que estamos en último lugar y que ya ni chingamos. Por supuesto y de inmediato se levantan voces que tratan de capear la tormenta diciendo idioteces como “no son exámenes estandarizados” o peor aún: “no hay apoyos para los maestros”. También hay quien argumenta que no tienen por qué andarnos revisarnos ya que ello viola nuestra soberanía educativa. Dios mío.
Veamos cualquiera que viva en este país y no sea pendejo se podrá dar cuenta que la institución educativa es desastrosa por diversas razones, la más conspicua es su sindicato en el que se agremian cientos de miles y que maneja los mismos niveles de honradez de los bandidos de Río Frío; las plazas se venden los líderes se corrompen y los maestros manejan información insólita “No jóvenes, los murciegalos no esisten en la cuidad”, decía mi maestro de biología sindicalizado.
De cuando en cuando uno se entera de perlas periodísticas como que la lana que se sacó de PEMEX se destinó a los aguinaldos de los profesores o que existen decenas de miles de maestros “comisionados” por lo que no se paran jamás enfrente de un grupo. (aunque esto, hay que decirlo, puede ser comprensible considerando la psicopatía de los adolescentes modernos). Ante la evidencia anterior nunca pasa nada, todo mundo se escandaliza se pega el grito en el cielo y la educación nacional sigue haciendo más agua que el Titanic.
El circo anterior está aderezado por la alta burocracia que ha sido elegida para dirigir los caminos educativos siguiendo criterios francamente misteriosos. Porque misterioso es que el yerno de la enemiga de la Secretaria sea el señor Subsecretario y más misteriosa aun es la reciente reforma educativa que ha permitido que las buenas conciencias interpelen los programas de biología ya que se comete el pecado de tratar de enseñarles a los niños que su pene no se llama pajarito y que la cigüeña es un ave zancuda y no un animal que trae a los bebés de París cargando una bolsa en el pico y con muchos trabajos.
Todo el desastre anterior se adereza con la combatividad de los maestros que cada mes de mayo deciden que sus salarios son miserables y toman por asalto la ciudad de México para realizar lo que los clásicos llaman un “plantón”. Se instalan en la calle, ponen unas lonas y se quedan dormidos todo el día hasta que sus líderes, que los arrean como se arrean las vacas, les dicen que ya consiguieron el cinco por ciento y entonces desarman la caravana y se regresan a sus casas a ponerles tarea a los niños que abandonaron por un mes.
Este panorama produce que las escuelas públicas sean tan confiables como Richard M. Nixon y nos obligan a los padres a buscar instituciones privadas en las que se cobran cuotas de tal calibre que podrían generarnos, sin la menor duda, expectativas de un Nobel de química y no de un niño recitando como tarabilla las tablas de multiplicar en la sala de la casa. Existen pagos “a la sociedad de padres” “al fideicomiso” y una madre que se llama “reinscripción” por medio de la cual uno inscribe a su retoño en un lugar al que ya estaba inscrito nomás que pagando once mil pesos. Las escuelas privadas tienen además el defecto de generar ciudadanos suecos y no mexicanos. Por lo menos eso es lo que uno observa cuando ve a un grupo de adolescentes de colegio marista hablando como idiotas, con celular en la mano y la actitud de la reina Cristina frente a sus súbditos.
Como puede verse el problema no tiene la menor solución; entre la OCDE, evaluándonos, la maestra con sus casas en San Diego, los maestros aguerridos, las autoridades pasmadas y las escuelas privadas esquilmando al que se deje, parecería que lo mejor es iniciar la ruta del autodidactismo. Ya Juan José Arreola y Tito Monterroso lo hicieron y no parece haberles ido mal.