jueves, 13 de septiembre de 2018

Los insultos (El Financiero 2002)

La modernidad ha traído enormes cambios en el lenguaje, las palabras que antes eran de uso corriente se han ido difuminando por adjetivos menos sutiles e inequívocos que expresen a cabalidad la ira creciente de los capitalinos. Recuerdo, por ejemplo al Corsario Negro que cuando se enojaba decía cosas como: “voto a bríos” o le asestaba a sus adversarios términos como “insolente” o “miserable” para luego encajarlos con su espadota. También recuerdo las polémicas de nuestros hombres de letras que trataban de lucir muy elegantes cuando en realidad lo que querían era mandar a la tiznada a su interlocutor. Términos como “mequetrefe”, “ganapán” o “perdulario” han perdido el vigor de antaño y habría que reconocer que si alguien los utilizara provocarían pitorreo en el remoto caso del que los recibe entendiera su significado. Lo anterior, desde luego, puede ser entendido como un indicador de la creciente pobreza de recursos lingüísticos en el mundo pero esta idea solo puede ser defendida por el que vive con la permanente impresión de que todo tiempo pasado fue mejor, en lo personal creo que en la medida que una lengua expresa mejor lo que uno quiere expresar sin duda se puede decir que evoluciona y contra ello no puede ni debe haber antídoto. Si alguien por ejemplo quiere expresar su opinión sobre las capacidades del prójimo y le dice “tonto” no provocará más que ternura ya que el insulto en cuestión es hay que decirlo, de salva. En esos casos lo mejor es usar el sólido y moderno “pendejo” que se ha vuelto la forma más natural de adjetivar al que nos da un cerrón o a una nube de personajes públicos que día con día nos dan prueba de su lucidez. Recuerdo que cuando era niño leí un poema de Ernesto Cardenal en el que hablaba de “perros, putas y poetas” y me quedé con una impresión terrible de que palabras tan gordas se pudieran poner en letras de imprenta y más aún que gente respetable las empleara. Por supuesto mi visión estaba troquelada por años d educación, maestras de catecismo y yerbas similares que lo único que lograron fue que entendiera las cosas de la vida tardíamente. Por supuesto hay excepciones a esta nueva oleada de franqueza verbal, la más conspicua es la de la gente que se ha sumado a la ola de lo políticamente correcto que consiste esencialmente en matizar la crudeza de una palabra por medio de otras que evocan lo mismo pero suenan mejor a nuestros modernos oídos. En este caso se trata de no agraviar a gremios selectos por medio de florituras que parten del supuesto de que los nombres originales (por ejemplo “enano”) eran insultos, cosa que es absurda por donde se le quiera ver. En estos tiempos el lenguaje se ha hecho infinitamente más descarnado y crudo cosa que por supuesto no me preocupa en lo más mínimo, siempre he considerado que es un poco idiota que la gente hable de formas diferentes de acuerdo a las circunstancias y que un gran paso se daría si en lugar de querer quedar bien en todo momento, nos ocupáramos de decir las cosas como son. Esto siempre suscita temores, hay buenas conciencias que consideran que esta apertura generará catástrofes varias en las nuevas generaciones (imaginar a mis hijos María y el fríjol hablando como hablaban Chaf y Queli), sin embargo esto es pura paranoia asociada a la idea, imbécil en sí misma, de que la calidad de una persona se mide por su parquedad y corrección en el uso del lenguaje. Mentira, hay gente con un uso del lenguaje inapelable que no vale nada y otros como el maestro Juan, carpintero de la colonia donde yo nací que hilvanaba carretadas de peladeces por segundo y era una de las mejores personas que he conocido en mi vida. El caso es que las restricciones no se han ido del todo y como constancia de ello tengo a una señora que comenta la vida de las artistas y que dijo textualmente en su programa de radio: “Fulanita de tal se opero las bubis y las pompas y le quedaron muy en su lugar”. En ese momento sufrí un desmayo del que me repongo ahora para escribir este artículo y mandarle a la dama un diccionario para que comprenda el significado de la castiza palabra “nalgas”.

martes, 11 de septiembre de 2018

Los humos del alcohol (El Financiero 2001)

El otro día iba yo por la calle a las doce del día cuando vi a un señor que estaba llegando a su casa lo cual no tiene absolutamente nada de extraño. Sin embargo el tipo caminaba como si fuera en el Titanic a punto de hundirse y no una banqueta plana. Entonces me di cuenta que estaba borracho y no supe si sentir envidia o misericordia así que seguí mi camino pensando en los humos del alcohol. Me imagino que el consumo del alcohol ha propiciado una de las industrias más boyantes del país y esta hipótesis la sustento en la cantidad de borrachos que veo los jueves y viernes en restaurantes y bares. Esta gente normalmente llega al mediodía y ya como a las siete de la noche avanza limpiamente hacia los terrenos de la catalepsia con síntomas conspicuos de desorden cerebral que se pueden manifestar mentándole la madre a su amigo del alma, mirando fija y vidriosamente hacia el techo o de plano negándose a pagar la cuenta porque se consideran víctimas de un robo ya que solo se tomaron nueve cubas y no diez como consigna la cuenta. El caso más reciente nos lo ofreció un diputado panista que se tomó “dos cervezas” y se le ocurrió (ligeramente descompuesto de aspecto y con la corbata chueca) mearse en los arriates de Reforma por lo que fue detenido y entonces: golpeó policías, gritó peladeces y luego fue subido a una patrulla en la que iba enseñando la charola. Desde luego si ese efecto le producen dos cervezas me imagino que con cinco se hubiera orinado en el ángel de la independencia o en los restos de los padres que nos dieron patria. El asunto etílico ha cambiado de muchas maneras con la modernidad que nos rodea; en primer lugar está el factor de género (¿por qué se llama “de género?” Misterio de los misterios). Antes estaba muy mal visto que las señoras libaran al igual que los hombres y ello produjo un fenómeno curioso consistente en la producción de bebidas de menor calibre para que dichas señoras pudieran alternar en sociedad. Ello favoreció el consumo de una porquería llamada “medias de seda” y peor aún “la piña colada sin alcohol” que como se ha demostrado causa cáncer de colédoco. Las conquistas femeninas han llegado al terreno de los alcoholes y ahora las féminas navegan por los territorios del tequila y el wisqui como Pedro por su casa. Hace algunos días por ejemplo una conocencia femenina se tomó en mi presencia el equivalente en alcohol al consumido por un grupo de diputados plurinominales en una tarde de viernes y se fue a su casa sin consecuencias que lamentar. Lo anterior (me apresuro a opinar ante una posible reacción, me parece perfecto). Otra fuente de cambio se percibe en las combinaciones de las bebidas modernas. Para entender cómo se producen estas nuevas alternativas, me imagino a un cantinero con el pelo alborotado que tiene enfrente vasos, botellas y frutas tropicales. Me lo imagino también mezclando cosas con el mismo rigor científico que tendría el Púas Olivares, por ejemplo: ¿y si echamos Tehuacan, un cuarto de kilo de papaya, medio limón sin pelar y una onza de angostura? El líquido final es consumido y si no lo manda al hospital será presentado como la novedad más reciente. Esto ha producido que el tequila se mezcle con el squirt o que a la cerveza se le agregue salsa Tabasco con las consecuencias que uno podría esperar de una mezcla tan bastarda. Un último factor que advierto en el consumo de bebidas embriagantes tiene que ver con las mañas de la gente en el momento de solicitar su alipús. Así, por ejemplo, llega un señor y le dice al mesero cosas tan extrañas como: “quiero un wisqui puesto con un hielo y medio, aparte me traes una botella de agua, y rodajas de limón en un plato que tenga sal” o “un tequila derecho y un caballito de jugo de limón con una cuarta parte de salsa inglesa”. Los meseros que tienen virtudes bíblicas asienten imperturbables y se van al bar para trasmitir los caprichos del consumidor que por algún misterio cuando se enfrenta a su trago encuentra invariables defectos y se queja con sus amistades: “dije, salsa inglesa y no salsa maggie”… Puras idioteces.