lunes, 6 de diciembre de 2010

Acerca de los impuestos (El Financiero 1996)

Recientemente los capitalinos amanecimos con la noticia de que al director de un prominente periódico de este país (ese en el que vienen los teléfonos para pedir masajes tailandeses) lo iban a meter al bote. Efectivamente, el señor Ealy salió de su casa, se subió a su Mercedes y se presentó a las puertas de la Procuraduría para rendir su declaración. De todo esto me enteré gracias a los buenos oficios del señor Gutiérrez Vivo (¿o será "Fifó" dada la manera en que pronuncia la v?). Por la tarde don Francisco salió sonriente por la misma puerta que lo llevó al tambo al pagar una fianza de catorce millones de pesos --entonces entendí que si yo tuviera esa cantidad también me reiría de la señora madre del que inventó los impuestos--.

¿Qué posición mantener ante el asunto? En principio debo decir que mis simpatías no están precisamente en el sector hacendario; que el aumento del IVA me causó la misma sensación que cuando mataron a la mamá de Bambi; que los impuestos los pago un poquito a huevo y que tengo una incapacidad congénita para entender una forma fiscal. Sin embargo, también creo que los impuestos son como un calambre en un testículo o un chaparrón en la sección de sol del Estadio Azteca; cosas desagradables para las que no hay remedio y que, en algunos casos, sirven para algo útil. Cada que le hablo al contador no lo hago estimulado por un compromiso nacional o pensando en la bocota de la patria que salía en los libros de texto, sino en la terrenal idea de que es el tambo el que me espera. Por ello creo que si alguien se hace buey (y mucha gente se hace buey), pues no queda más remedio que cobrarle; sobre todo si es un oligarca.

Queda luego el asunto de la selectividad en el cobro; se argumenta que Ealy es algo así como un mártir de la libertad de prensa. Ante ello tengo una posición esquizofrénica: efectivamente creo que el gobierno no le cae a sus cuates y le pega a quienes no lo son. Sin embargo, también creo que si Ealy cambió de línea editorial ya podría haberlo hecho antes; que si alguien modifica de golpe su visión podemos ser mal pensados y asumir que lo hizo porque sentía que venía el agua y que finalmente el asunto no es para tanto y ya que lo único que tiene que hacer el director de El Universal es caerse con la lana que no ha pagado y mantener su línea independiente.

Pero más allá de este proceso de Grand Guignol queda el asunto de que los mexicanos no pagamos impuestos y ante ese problema me permito sugerir algunas soluciones muy elementales:

1.-- Se le darán estímulos fiscales a toda aquella persona que remita la filiación de priistas honestos a la Subsecretaría de Ingresos. Los requisitos podrían ser muy elementales, por ejemplo una licencia en la que venga el nombre y la dirección correctas o de perdida los testimonios de catorce mil personas que metan las manos al fuego por el susodicho.

2.-- El último día que sufrí pálpitos cardiacos inició con la revisión de la forma anual para declarar impuestos. En primer lugar decidí que no sabía si yo era una persona física (el único referente que tengo es el de que soy un gordo que se agita cuando sube las escaleras), o moral (el único referente es mi desordenada conducta etílica de los años recientes).

Cuando le pedí una explicación a alguien que se las sabe de todas todas, me dio una cátedra que me dejó con la sensación de que era yo un hombre muy pendejo. Ante ese problema sugiero que las formas de Hacienda traigan dos cuadritos: una que diga "acepto pagar" y otro que maneje la opción contraria. Si la opción que se eligió es la primera, se firmará y mandará en un sobre cerrado a las oficinas de Hacienda para que hagan las cuentas. Si la opción fue la segunda, es el momento de buscar un helicóptero para salir del país y refugiarse en Tahití, donde (me imagino) no se ponen tan roñosos.