viernes, 30 de julio de 2010

Los Puestos (El Financiero 2001)

He explicado ya que una de mis rutinas favoritas consiste en caminar por mi colonia en la valiosa compañía de mis criaturas y el perro. El recorrido siempre es fuente de sorpresas de muy diversos calibres. Algunas veces hemos tropezado con psicópatas que son dueños de perros psicópatas cuya principal habilidad consiste en dejarse ir con los dientes abiertos y espuma en las comisuras para satisfacción de sus amos y vergüenza de la humanidad que produce gente tan pendeja.
Otra posibilidad es llegar al parque y observar a un grupo de señoras que han tomado la saludable iniciativa de hacer ejercicio, para cumplir tal propósito se enfundan en una especie de túnica que solo he visto con anterioridad en el National Geographic, y se ponen a caminar como poseídas por el demonio alrededor de las áreas verdes por medio de pasitos muy marciales. Una particularidad que llama mi atención son un par de pesas que llevan en cada mano y que suben y bajan al vaivén de la caminata, ignoro su función pero el resultado final que uno contempla es el de una mujer que está bailando una danza típica del Alto Volta.
Al pasar por las aceras podemos también encontrar señores en bata y pantuflas que son muy huevones, el adjetivo se deriva de su costumbre de regar, por medio de una manguera de propulsión a chorro, la acera de su casa para barrer la basura. Normalmente están fumando un cigarro y cuando uno pasa chacualeando entre el agua, disparan el chorro de la manguera en otra dirección (que puede ser la pared) para después continuar. Temo que algún día mi hija María (que es la de la conciencia social) lo regañe y a mí me rompan la cara por meterme en lo que no me importa pero asumo que esos son los riesgos que uno corre al tratar de distinguir con los retoños quienes son los héroes y villanos en este mundo matraca.
Si mis hijos están de vena proponen siempre celebrar una carrera, esto –que podría considerarse un bello acto de comunicación filial- se convierte invariablemente en la antesala del infierno ya que ellos desayunan cereal, comen frutas y verduras y tienen treinta años menos que un servidor, que no come ni cereales, ni fruta ni verduras y que fuma como chimenea y camina por el delgado camino del infarto. Mi lentitud produce que los dos me hayan bautizado como “la tortuga”, mote que me llevaré con todo orgullo a la tumba junto con mi caparazón.
El destino de nuestro recorrido es el puesto de periódicos en el que un par de muchachonas muy amables nos atienden. El puesto es un muestrario de las conductas humanas ya que uno puede, en función de los productos, ver la evolución de las preferencias periodísticas de la gente. Hay revistas adornadas con portadas de señores encuerados que se destinan a señores que se encueran cuando las leen, hay otras ilustradas por alguien que cree que la mujer ideal debe poseer unos senos del tamaño de una pelota de basquetbol. También existe la alternativa sensacional que normalmente lleva titulares como: “Se tragó una serpiente mazacuata y no sabe como” o “Fui violada por extraterrestres” (extraterrestres de muy mal gusto, agregaría yo a juzgar por el aspecto de la declarante). Asimismo hay revistas temáticas para todos aquellos que colecciona perros, timbres o les da por la horticultura. Destaca señaladamente una revista en la que se nos informa que fulanita de tal abre su casa para que la conozcamos (lo que me deja pensando a quién carajo le interesará tal hospitalidad) o que otro idiota le organizó una fiesta de despedida a Tavo de la noséquemadres que se va a veranear a Marbella.
En el muestrario editorial hay siempre novedades, por ejemplo la gustada colección: “Las batallas de la segunda guerra”. Por algún misterio a esta estrategia editorial se le llama de “fascículos coleccionables” y viene siempre acompañada de un descuentote y algún souvenir (que puede ser el tanque en el que el mariscal Rommel viajaba por el desierto, o un soldadito de plomo con la cara de Mc Arthur).
Una vez adquiridas las provisiones regresamos a casa cargados de periódicos y con el pero lleno de babas pero con una sensación que se aproxima mucho a lo que alguna vez me explicaron que era la felicidad.