viernes, 31 de julio de 2009

Leprosos (Milenio 2008)

De los primeros leprosos que tuve noticia son los que aparecen en Ben Hur; los recuerdo confinados en un valle de miedo mientras perdían la nariz de un estornudo. En este tragedión la madre y la hermana de Ben Hur han contraído la enfermedad y él va a buscarlas en una escena que aun recuerdo entre pesadillas. Cuando pregunté la razón de este aislamiento se me explicó didácticamente que “la lepra era una cosa de mucho contagio” y di por bueno el razonamiento, aunque años después me surgió la duda de si no habría formas más humanitarias de tratar a esta pobre gente.
El problema es que en estos tiempos modernos he adquirido una condición similar a la de un leproso y procederé a explicarme. Estaba yo el otro día escribiendo algo que no me importa ni a mí en un agradable salón que utilizo hace algunos años, cuando de la nada apareció una señora de 115 años que me puso un sustazo a traición. Venía acompañada de una empleada y me preguntó por la espalda: “¿ya no está fumando?”. Un servidor que en ese momento tenía las dos manos en el teclado elevé los ojos al cielo, me repuse de la taquicardia y sintiéndome muy listo respondí: “es evidente que no”. Acto seguido la vieja decrépita y la empleada procedieron a explicarme que de acuerdo a la nueva ley estaba prohibido fumar en ese espacio y que por favor lo dejara de hacer ya que “dañaba su salud y era una inconciencia”. La tentación era mucha para mandarlas a la chingada pero soy un hombre prudente, así que decidí retirarme de un lugar que me es grato y al que no pienso volver.
Veamos, se argumenta que la gente que fuma es una especie de asesina silenciosa nomás que con colillas en la mano. Los mojigatos del mundo han emprendido una cruzada bajo el ostensible argumento de que los no fumadores no tienen por que inhalar tanta porquería y que sus derechos deben ser respetados. No soy tan idiota para negar cierta razón al argumento, sin embargo las medidas cautelares empleadas reducen todo a una proscripción leprosa que ayuda poco a la ya de por si vapuleada convivencia en esta ciudad. Utilizando un argumento similar yo podría decir que los camiones de ruta (del gobierno) me emiten CO2 en la cara y además de dejarme tiznado me llevan a una muerte temprana. Argumentaría también que la clase dorada, que se va en avión a mamadencias como Vail está emitiendo, vía el aeroplano en el que viaja, una cantidad de sustancias que me son nocivas pero –lo expliqué ya- no soy tan idiota para pedir que se prohíban los vuelos comerciales. Podría también decir que le hecho de que las licencias de conducir se den de “buena fe” produce mucho idiota al volante con la capacidad de dañar la salud del prójimo debido a un atropellamiento masivo o que la venta de alcohol genera que a la gente se le desarmen las entendederas y se quiera madrear con el prójimo (lo que también daña la salud).
La gente que no fuma se encuentra empoderada; uno lo advierte cada que saca un cigarro y los no fumadores nos observan como se observa a una plaga de langostas o menean las manos espasmódicamente para evitar que el humo entre en su nariz. Son inconfundibles mirándonos con una mezcla que media entre el desprecio y la conmiseración. Aparentemente nadie advierte que estamos dividiendo a la sociedad (una vez más) en opresores y oprimidos. No tengo la menor duda que la corrección política (esa lacra postmoderna) en un rato permitirá que la gente presente demandas porque su vecino usa celular y las ondas electromagnéticas son las responsables de un tumor cerebral, créanme no tardamos en llegar a tal imbecilidad
Los que fumamos entendemos que hacerlo es un placer al que es difícil renunciar y asumo que nos atenemos a las consecuencias. Mi atenta súplica es que nos den un poco de aire (o nicotina, quizá) no sea que iniciemos una revolución bajo el lema de que los pulmones son de quien los trabaja y de nadie más.

jueves, 30 de julio de 2009

Arte Urbano (La Mosca en la pared 2008)

Hace unos días iba yo en el carro con mis hijos –el niño Frijol y la niña María- cuando nos detuvimos en un semáforo. Al voltear a la izquierda encontramos un lote baldío en el que un gordo vestido de ninja aplicaba en ese momento spray sobre una pared dibujando una madre monstruosamente horrible. Acto seguido guardó su bote se trepó por una cerca de alambre con sorprendente agilidad considerando que pesaba lo mismo que una ternera en pie y tomó camino seguramente muy orgulloso de su obra.
Existen ritos adolescentes que me son ajenos. Por ejemplo, en este instante acabo de recibir una madre enviada por un tal Constantino en la que me dice: “Hola, yo quisiera añadirte a mi red de amigos de hi5. Tú debes confirmar que nosotros somos amigo(a)s y de esta manera cada uno de nosotros puede conocer a más”. Por supuesto que en una situación así lo único que se me ocurre es apagar la máquina y quedarme pensando quién carajo será este muchacho? ¿de dónde sacará que somos amigos? Y sobre todo ¿por qué se le ocurre que quiero conocer más? Asunto que me parece tan atractivo como bailar la polka con la reina Isabel. Misterio triple.
Entiendo que esta revista es consumida por juventudes irreverentes que ser pasan por los huevos cualquier convención social, nada tengo en contra de ello así que hasta el momento estamos en paz. ¿Se quieren horadar el ombligo? Perfecto ¿tatuarse una pareja copulando en el antebrazo? No hay problema ¿Vestirse como se vestía Ivonne de Carlo en la gustada serie de Los Monster? Santas pascuas. Sin embargo, contra lo que tengo una cruzada personal es con la nube de descerebrados que consideran buena idea gastar su dinero en la adquisición de pintura del tres con el fin de desgraciar la propiedad ajena.
Por principio de cuentas nos enfrentamos a un problema de legibilidad. Los grafitis urbanos no solo son horrendos sino inescrutables. Lo que yo leo cuando voy en la calle es algo como “%//&T&%%% &/(((((“#$%#” y me imagino entonces que el texto debe decir algo como “que chinguen a su madre los de la calle Bolívar” o “el mastuerzo se la come a mordidas”. Bien, este tipo de mensajes respetables y privados me encabronan sobremanera ya que me dan información que sencillamente me vale madre y se ve espantosa. Me imagino a un grupo de jóvenes en edad de merecer acechando la inauguración de cualquier obra pública en espera de que se vayan los burócratas y entonces se lanzan en pos de las paredes limpias para hacerlas mierda de manera irremediable. Todo aquel que tenga la fortuna de pasar por el eje 3 constatará lo que digo y si alguien sale en defensa de esta forma artística le diré que está dolorosamente jodido. Es por ello que me apresuro a aclarar que todos aquellos que se sientan agraviados no me escriban tratándome de explicar estas manifestaciones porque de antemano diré que estamos en lados opuestos de la mesa.
El otro día fui a casa de mi hermana y en lugar de su puerta me encontré un mural que parecía pintado por alguien que sufre de alguna enfermedad mental. La encontré resignada ya que ha pintado tres veces y al día siguiente el grupo de artistas la jode de nuevo. Por supuesto se podrá argumentar que soy un viejo pendejo y obsoleto que no entiende las formas de manifestar la rebeldía juvenil. Es probable, pero tampoco entiendo por qué estos idiotas no van a pintar (dicho sea con todo respeto) la casa de su chingada madre.
El fenómeno, que por cierto ha sido estudiado por sociólogos de barbita, ha producido actitudes bastante idiotas por parte de nuestros gobernantes, quienes en un arrebato comprensivo y generoso han ofrecido paredes en blanco para que nuestros jóvenes pintores se expresen. Cualquier persona que no sea imbécil se dará cuenta que dicha iniciativa está condenada al más profundo de los fracasos ya que así el asunto pierde chiste y adrenalina. Me imagino a los más pendejos de la banda aceptando tal propuesta mientras los que cortan el chicharrón se burlan y salen en clandestinidad a expresar su ira social. En fin.

miércoles, 29 de julio de 2009

De monstruos, villanos y malosos (El Financiero 1995)

Las madres que eran madres en mis tiempos, amenazaban a los escuincles canijos utilizando diversos métodos; la cosa podía ir desde quedarse sin cenar (castigo en sí mismo baboso) hasta ser llevados por el señor del costal. A mí francamente el asunto del costal me tenía sin cuidado ya que el ropavejero que visitaba la cuadra era un señor de 156 años, sin dientes, que caminaba dando unos pasitos como de muñeca Lilí. Probablemente la experiencia me marcó, ya que a partir de ese momento siempre consideré a los monstruos y villanos como gente muy pendeja a la que se podía vencer con facilidad.
El primer villano al que conocí, propiamente dicho, tenía un nombre idiota: se llamaba Fanfarrón y era un señor con sombrero de cucurucho, barbas de muestrario y una capa indescriptible. Era el maloso de Cachirulo y pretendía arruinarle la vida a una princesa muy guapa que se llamaba Beatriz, nomás que era tan bruto que se escondía detrás de un pirul donde lo veíamos todos los niños y a veces hasta Cachirulo.
Luego me enfrenté a los thugs del maestro Salgari. El jefe era un villanazo al que le decía el manti y hablaba muy raro. Sus últimas palabras fueron las siguientes: ¡ Matadlos! ¡ Deshacedlos! ¡ El paraíso de Kali para el que muera..., para el que...!
Y se murió (fácilmente) de un balazo disparado por Sandokan. Entraron en mi vida entonces los monstruos hollywoodenses. Frankestein el primero. Lo único impresionante era su aspecto: medía dos metros, se peinaba con serrucho, traía un par de bujías en el cuello y usaba ropa tres tallas más chica que la que le correspondía. No representaba ningún peligro ya que avanzaba con los brazos estirados a paso de tortuga y bastaba con correr más rápido para quitárselo de encima.

El conde Drácula era otra cosa; sólo los pendejos que salían en las películas de vampiros y que nunca habían visto una de vampiros, no se percataban de que un tipo vestido como capitán de meseros, con un colguije amarrado con listón, peinado relamido, que nunca bajaba a desayunar y tenía acento rumano tenía que ser el conde Drácula. Evitarlo era muy simple: bastaba con no meterse en un castillo a las doce de la noche. Para despacharlo tomaba uno su estaca y entraba a mediodía en el castillo como Pedro por su casa, abría el ataúd y ¡ zaz!

Al Hombre Lobo se le descubría porque lo había mordido un animal, tenía más pelos en las orejas que el resto de los mortales y en su presencia los animales armaban una escandalera. Era normal casi todo el mes, pero con la luna llena se volvía un indeseable. Ningunos de sus enemigos se daba cuenta que el chiste era agarrarlo en cuarto menguante y dispararle con una bala de plata. En cambio todos accionaban la pistola cuando el animalón ya venía en el aire con los dientes escurriendo baba.

Bruta que es la gente.

Lo anterior, creo, demuestra que en este mundo los monstruos y villanos están llenos de deficiencias y su mediano éxito se debe a que la gente es tan babosa que no se echa a correr o anda abriendo ataúdes a las tres de la mañana.

Sin embargo, un hecho reciente llamó mi atención; la reaparición del término "malosos" que según yo sólo se aplicaba en el contexto del villano Fanfarrón o como adjetivo para describir a los Raiders de Oakland. ¿ Quiénes serán los malosos posmodernos? Ensayemos una respuesta.
El maloso de los noventa tiene barriga, piochita, usa botines de charol y carga pistola. Porta un uniforme más feo que el de Fanfarrón y se dedica a extorsionar a la gente. Estudios de la Universidad de Maryland han demostrado que su inteligencia y capacidad de análisis es equivalente a la del gusano de maguey. Suele andar acompañado por alguien igual a él y recientemente le fue conferida la facultad de identificar sospechosos. Sus métodos disuatorios son algo primitivos pero funcionan. Como en su caso no hay antídoto, es temible y hay que evitarlo. El monstruo perfecto... un policía.

martes, 28 de julio de 2009

La ociosidad convertida en virtud (Nexos 2008)

Que bonito es no hacer nada y después de no hacer nada descansar…Alex Lora y el Tri de México.
Las crónicas antiguas siempre me dejan una imagen de placidez envidiable. Imagino a nuestros antepasados gozando de il dolce far niente sin sofocos y en paz. Daría un dedo de mi mano izquierda por alojarme e Villa Diodati, como lo hizo Byron todo el verano de 1816 en la noble compañía de John Polidori, Percy y Mary Shelley para jugar a los cuentos de terror. Pero ya no es así…
Milán Kundera en su libro “La lentitud” nos regala una crónica que ilustra los demonios de la prisa moderna y describe como un conductor de ojos inyectados intenta rebasarlo en una carretera para llegar antes que él a algún destino anónimo. La frase maldita “la ociosidad es madre de todos los vicios” se convirtió en la premoderna filosofía de una nube empresarial vanguardista y bien peinada que considera al tiempo, oro, a la rapidez virtud y a todo aquel que pasa una tarde de descanso leyendo un libro una cigarra que merecerá el peor de los inviernos (e infiernos) posibles.
Encontrar alguna actividad -la que sea- en la cual simplemente no hacer nada se convierte en una estrategia de éxito es para mí equivalente al hallazgo del tesoro de Tutankamón y este hallazgo me lo acaba de brindar un ámbito impensable…el del futbol.
Seguramente los dioses del estadio estaban de un humor de los demonios con uno de sus hijos predilectos la noche del 4 de julio de 1999. Se enfrentaban Argentina y Colombia en la primera ronda de la copa América en Paraguay. Exactamente a los cinco minutos de juego se marcó un penal a favor de los albicelestes, Martín Palermo tomó la pelota con gesto torero y lanzó un disparo que se zarandeó el travesaño colombiano. Hasta ahí nada anómalo. Sin embargo, los hados estaban sueltos; el árbitro paraguayo Ubaldo Aquino decretó dos penales consecutivos en favor de Colombia, el primero se convirtió en gol y el segundo fue atajado por el portero Burgos…1-0. Nuevamente los colombianos cometieron un penal en la segunda parte del juego; Palermo, inspirado en el bueno, el malo y el feo y en plan Lee Van Cleff, tomó la pelota. Esta vez su disparo se fue muy por arriba de la portería. Los acontecimientos se precipitaron y Colombia liquidó el partido anotando un par de goles más. Sin embargo hasta los dioses tiene compasión y en el minuto noventa, se marcó el tercer tiro penal de la noche para Argentina. Palermo con un gesto ligeramente exasperado puso la pelota en el manchón de penalti y nadie protestó. Tomó impulso y disparó hacia la meta…por supuesto falló, esta vez debido a la intervención del guardameta, un viejo conocido de nombre Miguel Calero.
Hay quien dice que todo lo que nos rodea es una ciencia exacta, aparentemente el futbol y los penales no son la excepción. Diversos investigadores respetables han hecho mediciones varias para estimar cuáles son los factores que determinan el éxito o el fracaso del fusilamiento futbolístico. Los penaltis se cobran a una distancia de 36 pies (10.97 m) de la portería y en promedio alcanzan una velocidad de 100 kilómetros por hora, lo que le deja al portero dos décimas de segundo para reaccionar. Si a esto agregamos que la portería mide reglamentariamente 7.32m de ancho por 2.44m de alto, parecería entonces que hay que tener muy mala pata (tómese la frase anterior de manera literal) para fallar un disparo de castigo. Sin embargo el 20% de los penales cobrados son actos fallidos (o el 100% si se trata de una mala noche como la de Palermo).
Entre las variables que explican la probabilidad de que un penalti se acierte se encuentran algunas evidentes como la presión. No es lo mismo cobrar la pena máxima para definir un campeonato del mundo y fallar como lo hizo el italiano Roberto Baggio en la final de la copa del mundo de Estados Unidos, a ejecutar un penalti cuando el marcador nos favorece 4-0. Un segundo elemento se relaciona con la proporción en el cuerpo de oxígeno y ácido láctico (la sustancia que se produce por fatiga muscular). Influye también el rendimiento del jugador que dispara durante el partido (tendrá más presión si no ha sido muy acertado) y también la justicia en el cobro de la falta. El inglés Robbie Fowler, por ejemplo, durante un partido entre su equipo el Liverpool y el Arsenal le hizo ver al árbitro que el penalti que se había marcado en su favor era injusto, ante la negativa del nazareno por enmendar la falla, Fowler disparó un caracol deliberado a las manos del portero David Seaman y se ganó un espacio entre los emperadores del fair play.
Ofer Azar es profesor de la escuela de administración en la universidad Ben Gurion en Israel. Su especialidad es la toma de decisiones y recientemente publicó un artículo en la revista Journal of economic psichology cuyas conclusiones se pueden resumir de la siguiente manera. En el caso de un portero que enfrenta a un tirador la mejor estrategia es no hacer absolutamente nada y quedarse quieto ya que ello maximiza sus probabilidades de atajarlo. El profesor Azar –al que le interesan los factores que determinan una decisión determinada más que el futbol- preparó este trabajo para responder a las críticas de los economistas clásicos que frecuentemente cuestionan los experimentos acerca de la influencia de las emociones en la toma de decisiones financieras debido a que no involucran recompensas monetarias significativas. Al respecto de los cancerberos Azar comenta: “los porteros enfrentan cotidianamente tiros de penalti así que no solo son tomadores de decisiones altamente motivados, sino con mucha experiencia”
El trabajo es simple; los investigadores analizaron 311 penales de las principales ligas europeas y clasificaron a los porteros en los que se tiran a la derecha, a la izquierda o se quedan en el centro. Luego estimaron cuál opción maximizaba sus posibilidades de atajar el balón. Quedarse en el centro arrojó un sorprendente 33.3% contra 14.2% a la izquierda y 12.6% a la derecha. Sin embargo –y aquí entra la belleza del estudio- los porteros se quedaron en el centro solo 6.3% de las veces.
¿Por qué –se preguntaría uno con toda justicia- los guardametas se lanzan en contra de las probabilidades? La respuesta tiene que ver nuevamente con el castigo a la inamovilidad. Un portero que no se lanza en alguna dirección y recibe un gol es tachado como inepto o débil. Los mismos investigadores entrevistaron personalmente a 32 arqueros de la liga israelí y todos ellos declararon que se sentían muy mal ante los espectadores si les era anotado un gol sin que hicieran nada, uno de ellos dijo inclusive que “no quería parecer un tonto”. Después de todo nadie los va a culpar si la pelota entra y sí en cambio, si adoptan una actitud aparentemente pazguata, aunque esta sea su mejor probabilidad.
Los alcances del estudio son más amplios, por supuesto. Parece ser que la opción de la acción sobre la inacción juega un papel muy importante en las decisiones económicas; cuando la economía se encuentra a la baja muchos tomadores de decisiones prefieren tomar medidas riesgosas con el fin de generar la percepción de que “hicieron algo” así si las cosas salen mal ese podrá ser un atenuante, en cambio si no se hace nada y las cosas salen igual de mal vendrá una avalancha de críticas
Si revisamos con atención a nuestros políticos será evidente la sanción social asociada a la inacción. Miguel de la Madrid nunca se recuperó ante el pueblo de México de la imagen de hombre gris que sufrió un pasmo durante el terremoto de 1985. Felipe Calderón ha sido frecuentemente criticado por su falta de iniciativas y Miguel Mejía Barón llevará toda la vida la loza a cuestas de no realizar los cambios pertinentes en el mundial de futbol de Estados Unidos cuando la Nación rezaba por un gol ante Bulgaria. El mensaje parece ser claro y determinante: “hagan algo o renuncien”
Es pues un mundo desdichado en el que si uno no muestra determinación, rapidez para tomar decisiones, audacia y capacidad de riesgo estará condenado a las mazmorras de la mediocridad, por lo menos en la percepción del imaginario colectivo. Desde esas mazmorras lanzo este lamento renunciando a recomendarle a Memo Ochoa que en el próximo partido de la selección nacional y en el momento que Torrado (sería el más probable) cometa un penalti, se quede quieto… sé que no me hará caso.

domingo, 26 de julio de 2009

Un viernes como cualquier otro (El Financiero 1994)

Cuando uno es de esas personas que en Semana Santa se rehusa a salir de la capital para visitar lugares llenos de gordos en trusa y niños subnormales, la opción ideal es quedarse en casa, no deshacer la cama en tres días hasta que parezca un nido de chotacabras y ver televisión como un idiota. ¿ Podría haber algo mejor? Sin embargo, esta vez fue diferente.

Exactamente a las 9:36 antes meridiano del viernes 1 de abril, desperté con un susto terrible; el vecino de arriba se dedicaba a azotar en el piso algo que podría ser: A) un tren eléctrico, b) una vajilla de Bavaria o c) a su chingada madre. El caso es que el ruido arruinó mis planes de dormir hasta las doce. A las 10:03, cuando veía en la televisión cómo una Presa reventaba se fue la luz. Este es el momento de aclarar que detesto que esto ocurra porque ello implica que: baje tres pisos en pantuflas, con un desarmador, mueva con profundo terror la palanquita, meta la mano para sacar los fusibles e invariablemente reciba una descarga eléctrica que me traba la mandíbula 20 minutos. A las 10:12, me di un toque que me trabó la mandíbula, grité una peladez enfrente del niño de los vecinos de abajo que nomás se rió. A las 11:04 sonó el teléfono; era Toño Penella, que si quería ir a ver a Valenzuela en el parque del Seguro Social, acepté. A las 11:18 emergió de las tinieblas un rescoldo de juventud, me puse unos tenis y salí hacia los Viveros de Coyoacán con la intención de dar una vuelta. Tenía tanta hueva que antes de entrar al circuito me dediqué a ver el futbol. Jugaban dos equipos extraordinariamente incompetentes que se gritaban entre sí (¡ agárrala güey!; ¡ pinchi pendejooo!, etcétera), el espectáculo era delicioso; al portero de uno de los equipos le dieron un balonazo en los testículos, la bola rebotó y en lugar de atender al infeliz que estaba tirado en el suelo, el delantero volvió a tirar, esta vez le dio en la cara y lo dejó cataléptico. Cuando el juego terminó fui a las canchas de basquet. Estaba viendo el partido cuando se apareció Lali, un compañero de la infancia al que le decíamos así porque parecía Lalibélula bigotona. Platicamos de todo lo que pueden platicar dos personas que no se han visto en 20 años. Se fue porque le tocaba jugar, ofrecí verlo un rato, le pusieron una putiza escandalosa. Finalmente me animé a correr, cuando iniciaba se cruzó en mi camino Paulina Lara con un niño, su aspecto era el de alguien al que le acaba de explotar el boiler en la cara, el infante se veía normal. "Es que corrí dos vueltas dijo". Luego me explicó que su esposo estaba trotando con la mamá del niño, ella a su vez corría con el esposo de la mamá del niño. El hijo de Paulina sólo dios sabe dónde estaba. Me preguntó que cómo iba mi segundo matrimonio. Le pregunté, a mi vez, si estaba ebria porque yo nomás me he casado una vez. Nos despedimos, corrí una vuelta y salí con la lengua de corbata hacia mi casa.

A las 13:34 llamé a mi hermana Diana y la felicité porque era su cumpleaños, le ofrecí regalo, evento sorprendente si se considera que ella nunca regala nada. A las 15:43 llegamos al Parque del Seguro Social, estaba hasta la madre. Cómo no ha había un lugar en sombra decidimos irnos a sol. Compramos boletos de reventa (pinches revendedores) y nos metimos dentro de un tumulto siniestro. El mejor lugar que encontramos estaba en el jardín central, Valenzuela era un puntito gordo a lo lejos, "qué suerte que traje la gorra, porque el sol está muy fuerte" comenté como un idiota (como se verá más adelante). El partido inició, hicimos la ola, comimos tacos de frijoles y tomamos cervezas. En lo mejor del juego, el destino en forma de un aguacero miserable nos sacó empapados del parque;"es que es viernes santo" dijo una viejita.

Al salir había un señor orinando en dirección al viaducto. Decidimos terminar nuestro día en el cine. Otro tumulto, atrás de mí había una pareja criticando las fachas de todos. Cuando los vi entendí muchas cosas: ella iba vestida como una prostituta tailandesa y él llevaba un chaleco de billarista de Las Vegas, botas de serpiente y unos pantalones rayados.

Salí del cine pensando que el año próximo me voy a Acapulco.

sábado, 25 de julio de 2009

De paparazzis (Etcétera 2007)

Nunca he sido correteado por una turba de paparazzis y ello se explica fácilmente dada mi condición de pelagatos. No es el caso de las celebridades que día con día sufren el acoso de esta nube de vividores con un trabajo que a mí me parece simplemente inexplicable. La escena es predecible como un meteorito; algún famoso o famosa sale de un lugar determinado que puede ser un restaurante, la sala de su casa o el Aurrerá de Mixcoac, la siguiente etapa depende del nivel de celebridad del susodicho. Si es un peso pesado irá acompañado de cuatro señores con cuerpo de ropero que van tirando madrazos a diestra y siniestra mientras intentan tapar los objetivos de las cámaras, para que al día siguiente en los noticieros se quejen los animadores de las agresiones a la prensa. En cambio, si se es de menor importancia habrá que lidiar en soledad con esta masa que ejerce el trabajo periodístico poniendo el obturador en los pómulos y el micrófono en las amígdalas.
Para entender este fenómeno hay que buscar varias aristas; en primerísimo lugar está el mercado generado por los consumidores –a quienes imagino idiotas y babeantes- que reclaman a gritos conocer el rostro del hijo de Luis Miguel o el beso que se dio una buenona con uno que no es su pareja. Convendrá conmigo –querido lector- que no se trata de asuntos de Estado y sin embargo, los tirajes de las revistas en que se exhiben estas miserias son muy superiores a los de aquellas que se dedican al análisis nacional. Un segundo elemento se vincula con la ausencia total de regulaciones en la materia. Frecuentemente se invoca sin ningún matiz sobre “el derecho a saber”. De acuerdo, los ciudadanos tenemos ese derecho, señaladamente en el caso de las decisiones públicas. Sin embargo si tal o cual ministro decide encuerarse en la privacidad de su hogar y ponerse una piel de oso encima para bailar la polka, el asunto pierde por completo tal interés público y en consecuencia los ciudadanos nuestro derecho a saberlo.
El asunto adquiere gravedad por los medios a través de los cuáles se obtiene esta información; telefotos, helicópteros, cámaras escondidas, motocicletas con un camarógrafo voraz y espionaje telefónico son solo algunas de las estrategias que se siguen para llevarle al noble pueblo mexicano instantáneas de la señora Bolocco desnuda (en la supuesta soledad de su hogar) o a la señorita Spears (que por cierto, no es precisamente una lumbrera) dejándose la cabeza como huevo de pascua. Hasta donde sé nunca ha prosperado en este país una demanda contra nadie y sí inmensos reparos de los medios de comunicación que de inmediato se quejan de atentados contra la libertad de prensa y el derecho de la gente a estar informado. De hecho en un acto inverosímil trasladan la responsabilidad sobre la gente acosada con un concepto que se podría resumir con la siguiente frase: “quién le manda a ser famoso, si no quiere que lo fotografíen que no salga de su casa”.
Un ingrediente aditivo tiene que ver con el valor de una nota; mientras más escandalosa es mejor, así, por ejemplo si una famosa se va a cenar a un restaurante y se logra una imagen en la que tiene un tenedor con lasaña, la fotografía será mucho menos costosa que aquella en la que la capten escupiendo dicha lasaña, estornudando en la cara de su interlocutor o regresando la sopa de cabellitos de elote. Este fenómeno propicia que a los paparazzis les convenga comercialmente que sus presas se intoxiquen con alcohol o que prescindan de ropa interior y en ello hay un mensaje simplemente lamentable.
Supongo que este es el signo de los tiempos y nada se puede hacer ante este fenómeno. Aparentemente nadie está dispuesto a legislar sobre la materia y el poder mediático es tan grande que difícilmente se podrá evitar este fisgoneo permanente. La gente tampoco cambiará y seguirá buscando con avidez notas obtenidas de mala manera pero que le permiten –aunque sea por un minuto- formar parte de la vida de los bellos y de los famosos, que, por cierto, es una forma pobre de vivir.

Cruceros (La mosca en la pared 2007)

La primera imagen que tengo de un crucero me la trajo una serie precámbrica llamadas justamente “el crucero del amor”, en ella se relataba la saga de unos señores que eran pendejísimos y se trepaban a un crucero cuya tripulación era la siguiente: a) el capitán era un hombre con cabeza de rodilla, usaba calcetines blancos hasta los meniscos (igual que el portero del América) y unas bermudas que solo le he visto a Agallón Mafafas. Se trataba de un viejo huevón que vivía en cocteles mientras uno se preguntaba quién carajo estaba piloteando el barco b) un cantinero negro (no afroamericano por favor) con dientes de peineta española que se vestía como coronel salvadoreño c) uno que nunca supe su cargo ya que realizaba tareas misteriosas d) un médico que se suponía seductor medio calvo y de lentes, características físicas que le permitían ligarse a pura vieja chota y finalmente, una señorita que pesaba catorce kilos y era la anfitriona, de esas que organizan la vida de los viajeros.
Recuerdo que después de ver el programa me quedé muy asombrado de que hubiera esos barcotes y peor aún, gente dispuesta a treparse a la mar océano en formación de turba para pasar las vacaciones. Dentro de mis prejuicios (que son incontables) la sola idea de subirme a una madre de esas me produce sudoraciones inguinales por lo que trataré de explica por qué.
En primero lugar y dados los costos del viaje uno puede calcular que la edad promedio de los viajeros es de 90 años cumplidos y los divertimentos que se organizan en su honor resultan normalmente lamentables. Se encuentra por ejemplo un juego cuyo nombre ignoro en que se utiliza un trapeador para darle a una especie de mina antipersonal que se desliza por el piso con la intención de atinarle a un triángulo en el piso, esta versión yuppie de la rayuela se aprecia –debo decirlo- tan dinámica como el canal del congreso. Otra perversión es organizar concursos de disfraces que –como se sabe- es la forma más idiota de concurso posible después de las mamadencias esas del circo de las estrellas. Me imagino a dos pasajeros en su camarote haciendo un turbante con papel del baño o usando las toallas para producir la túnica de la emperatriz Cleopatra e invariablemente me veo sometido a una profunda depresión. Existe, además, un rito llamado “cena con el capitán” que se me antoja tanto (dicho sea con todo respeto) como una ida al zoológico con Capulina. Se trata de vestirse de gala con corbatita de moño y frac y departir con un anciano al que no se tiene el gusto, mientras la orquesta toca a los Bee Gees. No tengo idea que le preguntaría pero seguramente serían cosas pendejas para salir del paso como: “¿y dígame capitán, conoce usted el nudo de lazo de cochino?” o “¿Si Juan se encuentra a estribor y José a babor, cuál es el que se halla más cerca del trópico de Cáncer? En fin, paso sin ver.
La última perversión en esta diversión posmoderna nos la proporcionan una nube de buenones pero idiotas que se dedican a ponerle alegría a la zona de alberca. Una de sus actividades preferidas es juntar a los viejitos obesos, meterlos en la piscina, programar una música escalofriante y ponerlos a bailar el espectáculo se vuelve una especie de ballet surrealista que podría perfectamente convertirse en performance y ser presentado por algún intelectual mamón en el festival de cine alternativo.
Tengo un amigo que alguna vez me dijo que se iba a un crucero “para ligar”. Lo he de haber visto con alguna dosis de compasión porque se fue muy ofendido y cuando regresó me invitó a su casa, sacó un carrusel de transparencias y me enseñó todo lo que he descrito anteriormente, incluyendo a su conquista, una jovenaza que confundí con el capitán de primera impresión.
Por todo lo expuesto es que yo a un crucero no me subo así me aten. Recientemente me llamaron por teléfono a mi casa para decirme que me había ganado un boleto doble para trepar al “Príncipe de las Mareas” no sabían que su evidente fraude se toparía con alguien como yo que me considero, a estas alturas, completamente inmune a la atracción por la mar océano.

De gente pequeña y afroamericanos (Milenio 2008)

Son malos tiempos para hablar claro, la última década nos ha traído una oleada de puritanismo y corrección política que se empieza a expandir como una plaga creciente e irremediable. Parecería que las viejas batallas de activistas combatientes que se enfrentaban con la policía montada se han transmutado en grupos de gente ociosa que vive pendiente de que se hable y se diga lo que la corrección política dicta y no lo que uno piensa. La primera vez que leí “tod@s”, por ejemplo, pensé que se trataba de una errata, pero me di cuenta de inmediato que solo un imbécil se equivocaría de tal manera dado que la “o” y la @ se encuentran en las antípodas del teclado. Mas tarde se me explicó, como se le explica a un idiota que nada entiende, que la razón de la arrova en la palabra era un intento ingeniosón por expresar sintéticamente “todos y todas” y entonces me quedé muy sorprendido de que hubiera gente con el tiempo y la paciencia suficiente para tales mamadencias.
Los paranoicos del mundo (que son una turba) normalmente asumen que absolutamente todo lo que ocurre, se dice o se hace está diseñado para joderlos y entonces buscan signos de agravio con la misma obsesión que Colón a las Indias. Normalmente se empieza por el bulto y entonces se edulcoran los términos que supuestamente son las mayores ofensas en un ejercicio de cierto candor. El razonamiento es el siguiente: “Negro (a pesar de ser un bello color) es algo muy feo de decirle a una persona (no importa que sea negra) y es por ello que hay que buscar una palabra sin esta carga adjetiva”. Acto seguido alguien se devana los sesos y sugiere “afroamericano”, término que se extiende triunfante y se le aplica, por ejemplo, a un negro que nació en Holanda o en China y que nada tiene que ver con estos ajos. Lo mismo pasa ahora con las personas que sufren alguna enfermedad y que ahora se llaman “con capacidades diferentes”. Si bien el término es inapelable, también es cierto que es vago y confuso ya que no orienta en lo más mínimo acerca de lo que se quiere describir.
En esta avalancha los enanos se han convertido en gente pequeña y la cruz roja ahora ya no podrá ser cruz debido a las protestas de los no cristianos en el sentido de que simboliza el valor de una religión y no de todas. Asimismo los indios, a los que uno se imagina con penacho de pluma y un peto de huesos en el plexo solar han dejado de serlo para convertirse en “nativos americanos”, un término tan exacto que permite que en él quepan más de mil millones de personas, entres ellas usted y yo, querido lector…Ay que hueva.
Me imagino a los neólogos sentados en concilio alrededor de una mesa, muy serios y circunspectos y con una lista de palabras que deben ser modificadas para que nos entendamos mejor. Así por ejemplo alguien propone “albino” y todos acuerdan que es un término incorrecto y probablemente despectivo. Entonces el de mayor iniciativa propone “persona desmelanizada”, se vota y todos tan contentos. El caso más triste en este destino de corrección le corresponderá a Kal El, el legendario Superman, que próximamente será bautizado como Superperson, no sea que las feministas se nos vayan a molestar.
A quien lea en estás líneas alguna tentación machista le puedo informar que está equivocad@, es simplemente un llamado a la economía del lenguaje. Si todos nos ponemos a hablar como Fox vamos a tener que duplicar el tiempo invertido en las charlas, que ya es demasiado. Uno no puede ir por la vida diciendo “alumnas y alumnos” o “chiquillos y chiquillas” sin que se le desgaste la traquea. Para hacerla fácil sugiero que empecemos a hablar en femenino, así “ellas” albergará a hombres y mujeres, lo mismo que “bienvenidas”. Con esta simple modificación mataremos como quince pájaros de un tiro. Por un lado quienes alegan acerca del sexismo del lenguaje quedarán satisfechos, por otro, los neuróticos como yo que no entendemos estas imposturas de la vida moderna también lo haremos y entonces viviremos en feliz coincidencia todas y todos o lo que es lo mismo todo@s

viernes, 24 de julio de 2009

Chateando (El Financiero 2003)

Escribía en mi computadora asuntos que no me interesan ni a mí cuando de pronto apareció, como por hechizo, un recuadro en la parte inferior derecha de la pantalla acompañado del siguiente mensaje: “¿quieres platicar?”, como existía la posibilidad de que el remitente fuera Dios, no tuve valor para negarme y me las ingenié para contestar afirmativamente. Pasados tres minutos adiviné que mi interlocutora era una adolescente oligofrénica que estaba triste porque su novio se había ido con la mejor amiga y lo más sensato que se le ocurrió fue contárselo por vía electrónica a un desconocido con la edad suficiente para ser su padre y que en ese momento ponía la misma cara que usó San Sebastián cuando lo cocieron a flechazos. Por supuesto la aburrí de inmediato y me abandonó miserablemente dejándome con una sensación de orfandad cibernética pero muy maravillado de que fuera posible establecer tales contactos.
En mis tiempos el arte de la conversación, si bien iniciaba un proceso irreversible de naufragio, se cultivaba aún con cierto esmero. La gente al conocerse decía idioteces como: “mucho gusto” y luego se embarcaba en una plática que podía buena o mala de acuerdo a la capacidad de los circunstantes. No se requería más de una hora para saber si el que estaba enfrente era un bulto irremediable o la mujer de los sueños y ello generaba estrategias de diálogo para acomodar las cosas de acuerdo a lo deseado. Esta práctica dejaba pocas cosas a la imaginación: timbres de voz, estatura, aspecto físico eran revelados in situ y sin engaños. Alguna vez por ejemplo, me fue presentado un señor que carecía de apéndice nasal y decidí que el asunto me superaba por lo que huí de esa plática como se huye de una plaga sin importarme un pepino que el hombre sin nariz fuera encantador.
Las formas modernas de comunicación son instantáneas y faltas de inhibición, después de todo es más sencillo salir a explorar cuando nuestro contacto es un desconocido al que probablemente nunca enfrentaremos personalmente. Este patrón, que podría ser considerado como una virtud, es al mismo tiempo una fuente de riesgos inconmensurables ya que dicha falta de contacto visual puede producir fenómenos como el de que uno esté hablando con el más reciente asesino serial o con un gordo pelón (como le ocurrió a mi corresponsal adolescente). Por supuesto este anonimato es materia prima para el engaño; tengo un conocido que disfruta desdoblando sus personalidades en el chat y un día es octogenario senil que se transmuta en viuda libidinosa de acuerdo a las circunstancias. No sé por qué lo hace y supongo que las respuestas sólo las podría ofrecer un especialista en desórdenes de la conducta, el problema es que mi amigo es simplemente un ejemplo de un patrón que me parece universal (imaginar a un Chino diciendo que se llama María y es hondureña).
Los modernos chats permiten establecer listas de correos entre personas con intereses afines. En mi propia máquina las opciones son notables y hablan de 1) “romance” (un cogedero cibernético), 2) “estilos de vida” (entré a verificar porque el nombre era ilegible y me encontré con el siguiente texto: “hombres, solo hombres, sexo, deseo, amor, amistad”. Firma: “El perrote” por lo que concluyo que es también un cogedero en la noble compañía de este can), 3) “música” y 4) “generaciones” (en este caso se trata de opciones como: “rincón bohemio, juntos en armonía” o “30, 40, 50, opciones para la gente bonita de Guadalajara”, asunto que se me antoja tanto como una patada en los huevos (dicho sea con todo respeto para la gente bonita de Guadalajara).
De pronto las reglas se rompen y dos que se han conocido electrónicamente deciden pasar al terreno de los hechos y concertan una cita llena de misterios (“llevaré un clavel en la solapa y corbata de lunares”), si han sido cautos tendrán ya una imagen electrónica de su prospecto, pero las fotografías no tienen palabra de honor por lo que se llega rezando una magnífica a la espera de que no vengan las decepciones que pueden ser muchas y variadas... el amor en los tiempos del chat.

Soñé con Rocío Dúrcal

Comenzaré por el principio; en este artilugio publicaré artículos que han aparecido en medios como El Financiero, Milenio, Etcétera et al. Trataré de hacerlo diariamente en la honorable compañía de mi asesor de 13 años. Por lo pronto les cuento que acabo de publicar una novela: Soñé con Rocío Dúrcal (Debolsillo, Random House Mondadori). Es un divertimento que espero lean. En la siguiente dirección se puede hallar una entrevista alusiva.
http://terratv.terra.com.mx/Noticias/Actualidad/Sociedad/5180-122218/Fedro-Guillen-nos-habla-de-su-libro-Sone-con-Rocio-Durcal.htm

Hola

En contra de mi voluntad pero siguiendo la ruta del destino, escribo esta madre por recomendaciones múltiples y obsesivas de varias conocencias. Mi habilidad para el manejo de herramientas cibernéticas es similar a la que tiene la Tigresa para resolver ecuaciones de segundo grado y es por ello que me encuentro sentado viendo la pantalla y contando con la valiosa asesoría de mi hijo (mejor conocido como "El Frijol") a quien nunca dejaré de agradecerle este arrebato de amor filial.
No sé que voy a poner, probablemente lo que he escrito a lo largo de veinte años, así que sea lo que Dios quiera. No escapa a mi atención que esta herramienta es usada por psicópatas para mandar mensajes del tipo "viejo guango" o "ah pero que pendejo eres". Me parece bien, jugaré el juego sintiéndome francamente ridículo... pero resignado.