domingo, 26 de julio de 2009

Un viernes como cualquier otro (El Financiero 1994)

Cuando uno es de esas personas que en Semana Santa se rehusa a salir de la capital para visitar lugares llenos de gordos en trusa y niños subnormales, la opción ideal es quedarse en casa, no deshacer la cama en tres días hasta que parezca un nido de chotacabras y ver televisión como un idiota. ¿ Podría haber algo mejor? Sin embargo, esta vez fue diferente.

Exactamente a las 9:36 antes meridiano del viernes 1 de abril, desperté con un susto terrible; el vecino de arriba se dedicaba a azotar en el piso algo que podría ser: A) un tren eléctrico, b) una vajilla de Bavaria o c) a su chingada madre. El caso es que el ruido arruinó mis planes de dormir hasta las doce. A las 10:03, cuando veía en la televisión cómo una Presa reventaba se fue la luz. Este es el momento de aclarar que detesto que esto ocurra porque ello implica que: baje tres pisos en pantuflas, con un desarmador, mueva con profundo terror la palanquita, meta la mano para sacar los fusibles e invariablemente reciba una descarga eléctrica que me traba la mandíbula 20 minutos. A las 10:12, me di un toque que me trabó la mandíbula, grité una peladez enfrente del niño de los vecinos de abajo que nomás se rió. A las 11:04 sonó el teléfono; era Toño Penella, que si quería ir a ver a Valenzuela en el parque del Seguro Social, acepté. A las 11:18 emergió de las tinieblas un rescoldo de juventud, me puse unos tenis y salí hacia los Viveros de Coyoacán con la intención de dar una vuelta. Tenía tanta hueva que antes de entrar al circuito me dediqué a ver el futbol. Jugaban dos equipos extraordinariamente incompetentes que se gritaban entre sí (¡ agárrala güey!; ¡ pinchi pendejooo!, etcétera), el espectáculo era delicioso; al portero de uno de los equipos le dieron un balonazo en los testículos, la bola rebotó y en lugar de atender al infeliz que estaba tirado en el suelo, el delantero volvió a tirar, esta vez le dio en la cara y lo dejó cataléptico. Cuando el juego terminó fui a las canchas de basquet. Estaba viendo el partido cuando se apareció Lali, un compañero de la infancia al que le decíamos así porque parecía Lalibélula bigotona. Platicamos de todo lo que pueden platicar dos personas que no se han visto en 20 años. Se fue porque le tocaba jugar, ofrecí verlo un rato, le pusieron una putiza escandalosa. Finalmente me animé a correr, cuando iniciaba se cruzó en mi camino Paulina Lara con un niño, su aspecto era el de alguien al que le acaba de explotar el boiler en la cara, el infante se veía normal. "Es que corrí dos vueltas dijo". Luego me explicó que su esposo estaba trotando con la mamá del niño, ella a su vez corría con el esposo de la mamá del niño. El hijo de Paulina sólo dios sabe dónde estaba. Me preguntó que cómo iba mi segundo matrimonio. Le pregunté, a mi vez, si estaba ebria porque yo nomás me he casado una vez. Nos despedimos, corrí una vuelta y salí con la lengua de corbata hacia mi casa.

A las 13:34 llamé a mi hermana Diana y la felicité porque era su cumpleaños, le ofrecí regalo, evento sorprendente si se considera que ella nunca regala nada. A las 15:43 llegamos al Parque del Seguro Social, estaba hasta la madre. Cómo no ha había un lugar en sombra decidimos irnos a sol. Compramos boletos de reventa (pinches revendedores) y nos metimos dentro de un tumulto siniestro. El mejor lugar que encontramos estaba en el jardín central, Valenzuela era un puntito gordo a lo lejos, "qué suerte que traje la gorra, porque el sol está muy fuerte" comenté como un idiota (como se verá más adelante). El partido inició, hicimos la ola, comimos tacos de frijoles y tomamos cervezas. En lo mejor del juego, el destino en forma de un aguacero miserable nos sacó empapados del parque;"es que es viernes santo" dijo una viejita.

Al salir había un señor orinando en dirección al viaducto. Decidimos terminar nuestro día en el cine. Otro tumulto, atrás de mí había una pareja criticando las fachas de todos. Cuando los vi entendí muchas cosas: ella iba vestida como una prostituta tailandesa y él llevaba un chaleco de billarista de Las Vegas, botas de serpiente y unos pantalones rayados.

Salí del cine pensando que el año próximo me voy a Acapulco.