viernes, 24 de julio de 2009

Chateando (El Financiero 2003)

Escribía en mi computadora asuntos que no me interesan ni a mí cuando de pronto apareció, como por hechizo, un recuadro en la parte inferior derecha de la pantalla acompañado del siguiente mensaje: “¿quieres platicar?”, como existía la posibilidad de que el remitente fuera Dios, no tuve valor para negarme y me las ingenié para contestar afirmativamente. Pasados tres minutos adiviné que mi interlocutora era una adolescente oligofrénica que estaba triste porque su novio se había ido con la mejor amiga y lo más sensato que se le ocurrió fue contárselo por vía electrónica a un desconocido con la edad suficiente para ser su padre y que en ese momento ponía la misma cara que usó San Sebastián cuando lo cocieron a flechazos. Por supuesto la aburrí de inmediato y me abandonó miserablemente dejándome con una sensación de orfandad cibernética pero muy maravillado de que fuera posible establecer tales contactos.
En mis tiempos el arte de la conversación, si bien iniciaba un proceso irreversible de naufragio, se cultivaba aún con cierto esmero. La gente al conocerse decía idioteces como: “mucho gusto” y luego se embarcaba en una plática que podía buena o mala de acuerdo a la capacidad de los circunstantes. No se requería más de una hora para saber si el que estaba enfrente era un bulto irremediable o la mujer de los sueños y ello generaba estrategias de diálogo para acomodar las cosas de acuerdo a lo deseado. Esta práctica dejaba pocas cosas a la imaginación: timbres de voz, estatura, aspecto físico eran revelados in situ y sin engaños. Alguna vez por ejemplo, me fue presentado un señor que carecía de apéndice nasal y decidí que el asunto me superaba por lo que huí de esa plática como se huye de una plaga sin importarme un pepino que el hombre sin nariz fuera encantador.
Las formas modernas de comunicación son instantáneas y faltas de inhibición, después de todo es más sencillo salir a explorar cuando nuestro contacto es un desconocido al que probablemente nunca enfrentaremos personalmente. Este patrón, que podría ser considerado como una virtud, es al mismo tiempo una fuente de riesgos inconmensurables ya que dicha falta de contacto visual puede producir fenómenos como el de que uno esté hablando con el más reciente asesino serial o con un gordo pelón (como le ocurrió a mi corresponsal adolescente). Por supuesto este anonimato es materia prima para el engaño; tengo un conocido que disfruta desdoblando sus personalidades en el chat y un día es octogenario senil que se transmuta en viuda libidinosa de acuerdo a las circunstancias. No sé por qué lo hace y supongo que las respuestas sólo las podría ofrecer un especialista en desórdenes de la conducta, el problema es que mi amigo es simplemente un ejemplo de un patrón que me parece universal (imaginar a un Chino diciendo que se llama María y es hondureña).
Los modernos chats permiten establecer listas de correos entre personas con intereses afines. En mi propia máquina las opciones son notables y hablan de 1) “romance” (un cogedero cibernético), 2) “estilos de vida” (entré a verificar porque el nombre era ilegible y me encontré con el siguiente texto: “hombres, solo hombres, sexo, deseo, amor, amistad”. Firma: “El perrote” por lo que concluyo que es también un cogedero en la noble compañía de este can), 3) “música” y 4) “generaciones” (en este caso se trata de opciones como: “rincón bohemio, juntos en armonía” o “30, 40, 50, opciones para la gente bonita de Guadalajara”, asunto que se me antoja tanto como una patada en los huevos (dicho sea con todo respeto para la gente bonita de Guadalajara).
De pronto las reglas se rompen y dos que se han conocido electrónicamente deciden pasar al terreno de los hechos y concertan una cita llena de misterios (“llevaré un clavel en la solapa y corbata de lunares”), si han sido cautos tendrán ya una imagen electrónica de su prospecto, pero las fotografías no tienen palabra de honor por lo que se llega rezando una magnífica a la espera de que no vengan las decepciones que pueden ser muchas y variadas... el amor en los tiempos del chat.

Soñé con Rocío Dúrcal

Comenzaré por el principio; en este artilugio publicaré artículos que han aparecido en medios como El Financiero, Milenio, Etcétera et al. Trataré de hacerlo diariamente en la honorable compañía de mi asesor de 13 años. Por lo pronto les cuento que acabo de publicar una novela: Soñé con Rocío Dúrcal (Debolsillo, Random House Mondadori). Es un divertimento que espero lean. En la siguiente dirección se puede hallar una entrevista alusiva.
http://terratv.terra.com.mx/Noticias/Actualidad/Sociedad/5180-122218/Fedro-Guillen-nos-habla-de-su-libro-Sone-con-Rocio-Durcal.htm

Hola

En contra de mi voluntad pero siguiendo la ruta del destino, escribo esta madre por recomendaciones múltiples y obsesivas de varias conocencias. Mi habilidad para el manejo de herramientas cibernéticas es similar a la que tiene la Tigresa para resolver ecuaciones de segundo grado y es por ello que me encuentro sentado viendo la pantalla y contando con la valiosa asesoría de mi hijo (mejor conocido como "El Frijol") a quien nunca dejaré de agradecerle este arrebato de amor filial.
No sé que voy a poner, probablemente lo que he escrito a lo largo de veinte años, así que sea lo que Dios quiera. No escapa a mi atención que esta herramienta es usada por psicópatas para mandar mensajes del tipo "viejo guango" o "ah pero que pendejo eres". Me parece bien, jugaré el juego sintiéndome francamente ridículo... pero resignado.