miércoles, 12 de agosto de 2009

Los IG Nobel

El estudio de los cerebros de las razas humanas perdería la mayor parte de su interés y utilidad si la variación en el tamaño no significara nada
Paul Broca (1824-1880) Médico y antropólogo francés

De mis años escolares recuerdo con estremecimiento las visitas al laboratorio, enfundados en una bata blanca que nos daba el vago aspecto de médicos legistas sin sanforizar. La idea era elemental y profundamente fallida; en el salón de clases la maestra –una mujer que, sospecho, nunca conoció el amor- nos dictaba los pasos del método científico como se dicta el nuevo testamento y entonces nosotros escribíamos: “objetivo, hipótesis, procedimiento” y dejábamos abierta la casilla de resultados y conclusiones. Si bien yo mantenía ciertos rasgos de imbecilidad temprana, podía detectar las anomalías procedimentales en el esfuerzo didáctico ya que era absurdo que supiéramos el desenlace de algo sobre lo cual teóricamente nos hacíamos preguntas. Mezclábamos sustancias humeantes bajo pedido, descuartizábamos ranas o prendíamos foquitos de serie navideña sin tener la menor idea de lo que hacíamos. De hecho me parece muy razonable suponer que la aridez en el número de cuadros científicos nacionales se debe en gran medida a estos desencuentros tempranos con la ciencia escolar.
En el mundo científico existen varias formas de generar conocimiento que pueden ser diferenciadas de acuerdo a la nobleza de sus orígenes. En primer lugar están los investigadores que tienen intuiciones fundamentadas y las ponen a prueba a través de observaciones, comparaciones o experimentos específicos. Es el caso de los pesos pesados como Newton, Darwin, Einstein y el de la enorme mayoría de los científicos del mundo. Otro es el caso de aquellos que en su afán por destacar en la descarnada competición existente por la primacía de una teoría o un hallazgo comenten fraude y de ellos hablamos ya en el número 364 de Nexos. Una tercera categoría es la de aquellos hombres y mujeres de ciencia que parten de un prejuicio sin fundamento y sobre él construyen todo un cuerpo de investigación que tendrá que ser necesariamente equivocado. Esto se puede entender fácilmente si, por ejemplo, un servidor, que ya ha declarado su imbecilidad temprana, asume que los huesos son duros porque están hechos de titanio y dedica (o dedico) el resto de mi vida a demostrarlo. Es probable que pase a la historia como un hombre equivocado (por expresarlo de la mejor manera posible, ya que hay peores).
Un caso que ilustra a cabalidad esta última categoría es el de Paul Broca, un hombre que realizó hallazgos muy importantes como el área del cerebro que determina las facultades del habla pero que sin embargo, construyó una teoría basada en el pensamiento dominante de la época según el cuál, los hombres occidentales eran más inteligentes que el resto de sus congéneres, es decir, mujeres occidentales o negros y asiáticos, independientemente de su género. La siguiente cita de Paul Topinard –el principal discípulo de Broca- ilustra mucho mejor que mi pobre sintaxis a lo que me refiero:

El hombre que combate por dos o más en la lucha por la supervivencia, que carga con todas las responsabilidades y preocupaciones del día de mañana, que está continuamente en activo, combatiendo contra el medio ambiente y sus rivales humanos, necesita más cerebro que la mujer a la que debe proteger y alimentar, la mujer sedentaria, carente de vida interior alguna, cuyo papel es criar hijos, amar y ser pasiva[1].

Zas.
Broca, pensaba que el tamaño del cerebro y en consecuencia su peso, era un indicador de la inteligencia humana y se dedicó con la paciencia de un monje budista a serruchar cráneos y poner en la balanza la materia gris de hombres notables bajo el siguiente argumento:

En general, el cerebro es más grande en el hombre que en la mujer, más en los hombre eminente que en los hombres de talento mediocre, en las razas superiores que en las razas inferiores. Siendo todo lo demás igual, existe una marcada relación entre el desarrollo de la inteligencia y el del cerebro.

A su muerte en 1880, sus discípulos continuaron su tarea, lo mismo que un grupo de investigación norteamericano y mientras su muestra se ampliaba ocurrió lo que tenía que ocurrir y que cualquier estadístico competente hubiera vaticinado. Los datos mostraban una distribución normal, es decir algunos valores agrupados en ambos extremos y la mayoría concentrados en la zona promedio. De esta manera el cerebro del novelista ruso Iván Turguenev que pesaba dos kilos se encontraba a la extrema derecha de la gráfica, mientras que el del Nobel de literatura francés Anatole France pesó apenas un poco más de un kilo. El anterior resultado evidenció el gazapo cometido por Broca pero, sin embargo, esto no fue obstáculo para que personajes como el inglés Francis Galton propusieran teorías eugenésicas en las que se buscaba “el mejoramiento de la raza humana” y que sirvieron como una base para crímenes atroces.
Existe una última categoría de investigaciones que, dada su heterodoxia, parecerían el resultado de una broma y que sin embargo, son parte importante del metabolismo científico contemporáneo. Veamos…
Los IG nobel, de acuerdo a la inefable wikipedia “son una parodia de los premio Nobel que suele resolverse en las mismas fechas que los premios originales, aproximadamente en el mes de octubre. Están organizados por la revista de humor científica Annals of Improbable Research (AIR). La gala de entrega se realiza en el Sanders Theatre, de la Universidad de Harvard”.
Lo notable de esta celebración científica, establecida en 1991 y de popularidad creciente es que casi todos los galardonados han publicado en revistas científicas arbitradas por pares y en algunos casos de enorme prestigio. Permítame, querido lector, no extender el preámbulo y darle una muestra de algunos de los premiados:
El premio IG nobel de arqueología 2008 correspondió a Astolfo Mello y José Carlos Marcellino, de la universidad de Sao Paulo, Brasil, por su imprescindible estudio: El papel de los armadillos en el movimiento de materiales arqueológicos: un enfoque experimental”. El trabajo se publicó en la revista Geoarqueología vol. 18 no. 4 pp.344-60. El galardón de medicina 2007 fue para los investigadores Brian Witcomb del Reino Unido y Dan Meyers de Estados Unidos quienes publicaron ni más ni menos que en el British Medical Journal su trabajo:” Efectos colaterales de tragar espadas”. Este par además realizó observaciones fascinantes como que el caso de un hombre que se hizo daño en el esófago y al que se le inflamó la membrana protectora de los pulmones "cuando le distrajo un papagayo que tenía en el hombro y que se estaba portando mal".
El IG nobel de física 2006 correspondió a los franceses Basile Audoloy y Sebastian Neukirch de la Universidad de Paris VI por demostrar la razón por la cuál el espagueti seco se rompe siempre en más de dos partes, estudio que fue publicado en Physycal Review Letters. En la misma categoría, pero el año anterior, los australianos John Mainstone y Thomas Parnell condujeron (con paciencia, es necesario admitirlo) un estudio para analizar la viscosidad del alquitrán negro iniciado en 1927, estudiando una bola de alquitrán que gotea en promedio una vez cada nueve años. La referencia se puede hallar en el European Journal of Physics. En el año 2004 el premio de medicina correspondió a Steven Stack de la Universidad de Wayne y a James Gundlach de Auburn por publicar en la revista Social Forces el controvertido trabajo: El efecto de la música country en el suicidio”. Vale la pena decir que al recibir el premio ambos fueron boicoteados en internet por un grupo de melómanos agraviados. Cierro con mi favorito, que si bien no fue publicado en ninguna revista científica me parece una joya: El IG nobel de la paz 2001fue para el empresario lituano Viliumas Malinauskus, por crear un parque de diversiones en su país llamado “El mundo de Stalin”.
La lista es interminable y usted la puede consultar en la siguiente dirección electrónica: http://improbable.com/ig/winners/. Sin embargo, una reflexión se impone ante estos trabajos. Existe un creciente debate acerca de si la investigación científica debe tener una aplicación concreta y utilitaria para la satisfacción de nuestras necesidades y son cada vez más el número de voces que se alzan argumentando que los fondos deben ser destinados exclusivamente para aquellos que produzcan ciencia aplicada. Discrepo por dos razones; en primer lugar la ciencia es un proceso en construcción que cumple una función vital; satisfacer nuestra curiosidad por entender el mundo que nos rodea y esa me parece una razón suficiente para evitar justificaciones incómodas, como las de aquellos que invocan, desesperados por recursos, que sus trabajos son útiles cuando claramente no lo son en el sentido de producir más alimento o descubrir la cura de alguna enfermedad. Por otro lado, muchas de las investigaciones como las galardonadas, han servido de base conceptual para el desarrollo de trabajos con mayor aplicabilidad. De hecho así funciona la ciencia y lo seguirá haciendo, un buen ejemplo es el de los trabajos de Watson y Crick, descubridores de la estructura del ADN en 1953, que simplemente abrieron la puerta para el enorme desarrollo de la ingeniería genética y la biotecnología que han conseguido, por ejemplo descifrar el genoma humano.
Concluyo diciendo que al mundo de la economía no le pasan desapercibidos los IG nobel, recientemente la prestigiada revista The Economist, retomó el trabajo nobel de 2008 de los doctores Miller, Tybur y Jordan publicado en la revista Evolution an Human Behaviour de nombre: “El efecto del ciclo ovulatorio en las propinas de las bailarinas exóticas”…que no es poco titulo ¿no cree?
[1] Las citas provienen del recomendable libro de Stephen Jay Gould: El Pulgar del panda. Ediciones Orbis, 1986.

Los hombres-hombres (El Financiero 1996)

El otro día hojeaba en la peluquería una revista de moda para hombres (no de la que salen señoras encueradas, sino de las que dan recetas y consejos a los varones modernos) y tuve de pronto el escalofrío de que no pertenezco en realidad a tan noble género y soy un chotacabras. Desde el punto de vista de los editores de esta madre, para ser un hombre moderno hay que cumplir una serie de requisitos que ni mandados a hacer para producir depresión temprana. En primer lugar está el aspecto; los hombres-hombres, son aquellos que tienen más musculatura que el hombre araña, mirada de quiero contigo y pelo hasta en las orejas. Lo segundo que llama mi atención es la indumentaria que se basa en cosas que no me pondría ni en estado de ebriedad, como zapatos bicolores o gabanes de asesino serial. Luego están los anuncios que son sorprendentes. En alguno se presentan relojes que se pueden sumergir hasta 200 metros, que dan la temperatura de Bangok y resisten el impacto de un elefante. ¿Para que carajos? –pregunta mi enorme ingenuidad- necesita un hombre moderno que vive en esta noble ciudad tal artefacto. Supongo que la única forma de saber si el reloj funciona es que a uno lo asesine la mafia y lo mande al fondo del océano, la temperatura en Bangok me interesa tanto como la receta del pescado empapelado y los impactos no son previsibles en una vida tan pacífica como la mía. En uno de los anuncios, de hecho se presenta a un señor, que se ve que está morado de frío, enseñando el reloj que lo acompañó a la Antártida. Como yo no pienso ir ni amarrado paso la página.
Luego están los anuncios de autos que también tienen lo suyo. Con gran despliegue se anuncia que el carro fulanito llega de 0 a 100 kilómetros por hora en 12 segundos. En ese momento pienso en el Anillo Periférico a las tres de la tarde y me quedo pensando si en realidad hay alguien tan idiota como para ser seducido por esta maravilla. Luego está la velocidad máxima que siempre anda por los 200 km./hora. Asumo que este prodigio se alcanza dos segundos antes de matarse en un carreterazo por lo que ignoro cuál es el atractivo del asunto.
Acto seguido entré a la sección de “consejos para él” que es una maravilla. Desde la óptica del autor para tener éxito con las mujeres uno debe demostrar firmeza y seguridad es un trato hacia las féminas ¿qué implica esto? La respuesta me genera cierta ternura: “ordenar por ella en un restaurante”. Este es el momento de imaginar a un servidor sentado detrás de una vela diciéndole al mesero que la señora que está enfrente quiere la sopa de cabellitos de elote y la hamburguesa huérfana para luego esperar el primer madrazo. Otro tip notable se nos ofrece a los hombres-hombres a la hora de pedir el vino: “no repare en el precio, es de mal gusto” Pues será de mal gusto pero si uno no lo hace corre el riesgo de dejar a la que está atrás de la vela, empeñada. La siguiente escena es de un candor insuperable: “cierre los ojos y deje que el aroma del vino ascienda, agítelo en forma circular y dé un pequeño sorbo”. Lo anterior no solo me parece ridículo sino innecesario; no conozco a nadie que devuelva un vino aunque sepa a máscara del cartón y creo que más de las tres cuartas partes de chilangos no tenemos los argumentos enológicos para opinar una chingada.
La última zona es la de la ropa interior; ahí pude ver unos modelitos que deben causar varicoceles inguinales de lo apretados que estaban, así como “el mundo de los boxers” donde salen unos tipos semidesnudos con calzones de manga larga que cuestan más que mi orgullo.
Cerré la revista convencido de que estoy perdido entre los mares tenebrosos de la confusión de género; que no me da la gana comprar una pluma de ocho mil pesos y que soy una especie en peligro de extinción ante los avatares de la modernidad. Ni modo