miércoles, 5 de mayo de 2010

Impunidades (El Financiero 2002)

Leo que nuestro país es una especie de campeón mundial de la impunidad y que de cada 10 delitos que se cometen 9 quedan sin castigo alguno. El dato desde luego es escalofriante pero tiene varias explicaciones que parten desde la esencia misma de nuestra formación y que nos troquelan la conducta de manera irremediable.
Cuando yo era estudiante había una maestra que tenía un carácter similar al de Atila el huno y el aspecto de cualquiera de sus guerreros, con esta buena mujer no había lugar a ninguna especulación; a principio de año advertía sobre las reglas a seguir y todo aquel infeliz que se apartara del camino podía sufrir las consecuencias entre las que se contaba la didáctica estrategia de “ir a la dirección” donde lo dejaban a uno parado como policía de crucero para que “reflexionara sobre su conducta”. Pongo el caso no porque crea que mi maestra es ejemplo de nada, sino para explicar que las consecuencias advertidas son un principio didáctico que en este país tiene el mismo valor que un mazapán de a peso.
Actualmente las cosas empiezan con los padres de familia que quieren enmendar a sus hijos por medio de castigos que son simplemente incumplibles. Normalmente en un arrebato de ira los padres generan amenazas que bordan los límites del ridículo y que luego tienen que ser desmentidas por la vía de los hechos “!Si no te comes la sopa¡” –dice la señora con el hígado en las muelas- “!No vuelves a ir al cine¡”. Por supuesto lo anterior es una pendejada, lo mismo que matar a Santa Claus y sin embargo, a cada minuto padres y madres se enfrascan en estos menesteres sin darse cuenta que lo que aprendemos los mexicanos es justamente a pasarnos por el arco del triunfo cualquier normativa.
Ayer me enteré que en Sonora unas señoras tomaron las casetas de peaje y dejaron pasar a 2 300 coches de gorra para protestar por lo cara que está la luz. Estas medidas han probado permanentemente su eficacia y son la muestra de que en este país puede ser más redituable una zacapela de este estilo que cualquier otra forma de protesta. Efectivamente, lo más probable es que si llega una señora muy decente y manda una carta al funcionario correspondiente expresando sus objeciones al alza de la luz, el destino de tal misiva será el bote de la basura. En cambio si la misma señora enloquece y le da por amarrarse con mecate al jardín público la cosa gana en rating y ello implica, ahora sí, que nuestro funcionario sea levantado de la cama a las tres de la mañana y mentando madres mientras se dirige a negociar.
Otra fuente fundamental en la didáctica del incumplimiento tiene que ver con lo que se llama eufemísticamente “condonación” que no es otra cosa que permitir que todos aquellos que incumplieron con sus pagos de una cosa o de otra se “regularicen” lo que presupone que los que sí cumplieron se sientan como una nube de imbéciles que fueron estafados por nuestras autoridades y a la siguiente decidan hacerse los suecos porque la consecuencia será exactamente la misma. Gracias a este principio los que se roban la luz, aquellos que no pagan impuestos e inclusive los que instalaron un aparato de recepción pirata pueden entrar al aro bajo el mexicanísimo principio de “cuenta nueva y borrón”. Hace unos años cuando pedí un préstamo hipotecario, el “error de diciembre” me dejó como al señor que escenifica la pasión en la Semana Santa. Tardé cuatro años en reponerme y llegué a pensar en medidas extremas para poder pagar, como seducir a viejitas seniles o poner una fábrica de gelatinas. Cuando finalmente me liberé y llegué muy contento a contar mi nueva condición de no deudor, un primo me dio unas palmadas y me dijo que el se había negado a pagar y que finalmente había negociado con el banco por una cantidad tres veces menor a la que yo pagué. Lo miré como veía la Medusa y en ese momento me fui a la ferretería a comprar mi machete para ver si, ahora sí, la revolución me hace justicia.