martes, 17 de enero de 2012

De regreso al cine (El Financiero 1998)

Hay sucesos que a uno lo dejan conmovido, ya he relatado en esta página algunos de ellos, como el día que se metió un camión en el aula de la escuela secundaria o cuando el Porky dejó ver un gran testículo mientras agonizaba bailando la danza del venado. Sin embargo, hoy pretendo hablar de cine y en consecuencia, de cómo algunas de las películas que he visto han marcado mi vida. Veamos:
Sin duda el primer filme que me conmocionó fue Mary Poppins; en él una señora (Julie Andrews) bajaba del cielo por medio de un paraguas y se metía de nana de unos niños que nadie quería. El primero sobresalto me lo llevé cuando el perico –que estaba en el mango del paraguas- habló y regañó a Julie. Durante años prefería agarrar una pulmonía que tomar un paraguas. Inmediatamente después, la nana se llevaba a los niños y se encontraban a un señor con un saco parecido al que usan los árbitros de futbol americano o las gentes que no tienen sentido de la moda (Dick van Dyke) y bailaban tap con unos pingüinos que eran caricaturas. No recuerdo ya el final, sin embargo la última escena en la que Mary se va volando me parece imborrable ya que deja a los niños que encandiló mientras se encamina al cielo. Durante muchos años ello me hizo desconfiar de los adultos.
La siguiente película en mi lista de conmociones era una de Drácula; no recuerdo quiénes eran los actores pero si tengo nítidamente claro que desde mi humilde opinión eran unos pendejazos que no entendían que un señor vestido de frac, con ojos de pacheco y colmillos de vampiro, tenía que ser un vampiro que se los quería chupar. Los protagonistas eran tan pendejos, que en lugar de ir a las diez de la mañana al castillo, decidían entrar a las once de la noche. Luego, a la hora de caminar por los corredores en lugar de ir como formación de rugby se separaban y de pronto al dar la vuelta se encontraban al conde que de un mordisco los dejaba jodidos. El único que no moría era un joven bien parecido que tenía la notable característica de llevar una estaca en el momento justo. Al terminar la película el único comentario posible era: “como hay gente bruta”.
Otra película que llamó mi atención fue de arte: por algún misterio estético decidí ir a la cineteca nacional cuando todavía estaba en Churubusco y entré a ver una cinta checa que la vida no me dará para recordar el nombre. En ella sucedía lo siguiente: un señor (el protagonista) salía de su casa vestido como usted y como yo, la escena cambiaba y el mismo señor caminaba pero ahora con una capa de los tres mosqueteros. Al llegar a la esquina, se dirigía a un transeúnte y su voz era similar a la de una de las hermanas de Lorenzo Antonio. En ese avatar y usando el tono soprano, explicaba que él era una visión y entonces la escena cambiaba a una granja en la que e estaba cenando una familia: El papá tenía cara de chivo, la mamá de vaca y los hijos se repartían el resto de los animales de la granja. En el momento que salí del cine escuché a un tipo de barbita que decía “es maravilloso” y entonces sentí que era yo un badulaque sin sensibilidad artística.
La última película la vi en la tele y trataba de los extraterrestres. En ella llega una nave del tamaño de mis malos pensamientos y desbarata muchas ciudades. Lo que ellos no sabían es que teníamos científicos muy chinguetas que se podían subir a naves de guerra y meterle un virus a su computadora. Hay una escena en la que el presidente gringo se trepa a un avión (¡el presidente!) y con cara de melosvoyachingar dispara unos cohetes. Al final el mundo se salva gracias al científico y a un señor negro que duerme en calzones.
Por todo lo anteriormente expuesto es que yo no veo cine para niños, ni películas de vampiros. Mucho menos me dejo atrapar por el cine de arte húngaro y lo único que sé es, que el día que nos caigan los extraterrestres, voy a esperar que Obama se trepe a una nave y salve mi vida. Ojalá