martes, 25 de mayo de 2010

Infancia cinematográfica (El Financiero 2005)

Los niños que eran niños cuando yo lo fui, teníamos una serie de opciones francamente letales en cuanto a entretenimiento cinematográfico se refiere; la primera y más conspicua alternativa era comandada por las huestes del señor Disney que nos recetaban películas por kilo. Algunas de ellas con argumentos francamente imbéciles como el de Blancanieves que era una niña tan bruta que nunca se dio cuenta de lo que advertíamos todos los espectadores; una señora decrépita y sin dentadura, con ojos de coatí, gorrito de maleante y una verruga con pelos, tenía que ser una malviviente, y no una anciana-bondadosa-regala-manzanas. De pronto, el señor Disney entró en una fase (llamémosla experimental) y realizó “Fantasía” una película que de niño no entendí y que me produjo pesadillas horrorosas durante meses
Sin embargo, las opciones nacionales eran desastrosas. La película, que guardo en mi memoria entre estremecimientos, es la de Caperucita Roja, estelarizada por una niña que hablaba como tarada (María Gracia) y que era acosada por un lobo al que se le veía la cara (El Loco Valdéz) y un zorrillo enano. Lo anterior no es una metáfora, el señor que interpretaba al zorrillo era enano y se llamaba “Santanón”. Varias eran las notabilidades de este filme; la primera es que la niña Caperucita se arrancaba a la cantada porque pasó la mosca, utilizando una voz que entiendo ha sido prohibida recientemente por la Convención de Ginebra. La segunda notabilidad era la voz del zorrillo, que era un híbrido entre las de las ardillitas y la de uno que sale dando consejos financieros en la radio, es medio mamón y cuyo nombre simplemente no puedo recordar. Pero, sin duda, lo más notable del todo es que los créditos del guión son compartidos entre un señor que nadie conoce y Ricardo Garibay, gloria literaria de nuestro país y que seguramente pasaba por un mal momento (o por uno bueno, depende cómo se mire)
Otra opción infantil de lesa humanidad fue promovida desde España, país al que nos unen profundos lazos que estuvieron en riesgo cuando empezaron a mandar esas porquerías y yo propuse romper relaciones con la dictadura, cosa que hizo más tarde el Presidente Echeverría pero por otros motivos. Había un niño llamado Joselito que se vestía como asumo se vestían los campesinos de la época en Andalucía, esto es, con gamuzas y sombreros de plumita. El infante corría mil aventuras y al igual que la niña Gracia se lanzaba a la menor provocación a pegar de gritos. Ignoro cuáles eran los criterios de estética musical en la época, lo que sí me queda claro es que yo no los compartía ya que sentía a la primera andanada del “Ruiseñor de las cumbres” un vértigo que me recorría el espinazo para culminar en mi todavía joven próstata. No contento con ello, este joven actor vino a México y filmó una película dirigida por René Cardona y acompañado de otro niño actor: Cesáreo Quezadas, “Pulgarcito” ¿el resultado? Un novedoso instrumento de tortura que ya hubiera querido el maestro Torquemada para un día de fiesta. Joselito acabó de mala manera su carrera con una última película en 1969 ya con 26 años pero con la misma estatura y timbre de voz que lo llevó a la fama.
Ante el panorama hubo que refugiarse en las películas de Pedro Infante y Jorge Negrete y le confieso, querido lector, que ésas eran las más gratas, a pesar de los esfuerzos argumentales de los realizadores por lograr unos pinches dramones imposibles en la vida real. Al Torito se le chamusca un hijo; a Pedro Infante le nace un niño negro; al indio Tizoc le matan a la mujer y él se clava un flechazo o algo así para estar con su amada en el cielo. En fin, un batidillo francamente logrado.
Como padre profesional del niño Frijol y la niña María me he dado a la tarea de cumplir mi misión histórica y veo francamente sorprendido, que las películas para niños hoy en día, son francamente mejores y con argumentos bastante logrados. ¿Será que los infantes de hoy son más inteligentes? ¿Será que los que hoy somos adultos éramos más pendejones? No lo sé de cierto, pero supongo que la evolución es de agradecerse profundamente.