miércoles, 2 de diciembre de 2009

De bibliotecas (El Financiero 1996)

Desde mi muy modesta experiencia existen dos métodos para clasificar los libros que uno a lo largo de su vida y a costa de grandes esfuerzos (si se es un miserable) logra reunir para formar una biblioteca privada. El primero se debe a la inventiva y muy probablemente a la ociosidad de Melvil Dewey que evidentemente no tenía nada mejor que hacer. Según Dewey el conocimiento humano se podía dividir en un sistema decimal en que las primeras diez clases representaban asuntos como la filosofía o ciencia pura (lo que sea que esto signifique). Así, dentro del 000 al 099 se acomodan enciclopedias y del 600 al 699 tecnología. Estas categorías tienen a su vez diez divisiones cada una por lo que, por ejemplo del 830 al 839 es literatura alemana. Luego vienen los puntos decimales; hay que seguir hasta que a uno le dé hueva. Dado que ese es el caso de un servidor paso directamente al segundo método que es mucho más elemental que el de Dewey: acomodar los libros como nos dé la gana.
Siguiendo esta premisa de libre albedrío es que una tarde de mudanzas nos encontramos mi concuño y yo en mi nueva casa frente a los siguientes elementos: un librero vacío, un banquito que se caía nomás de verlo, veinte cajas de libros, una botella de anís y un artefacto de limpieza con plumas que alguna vez pertenecieron a un guajolote. La mezcla de los diversos elementos produjo un efecto -digamos- ecléctico en nuestra conducta. La primera consecuencia fue la provocada por el anís y se manifestó por un leve reblandecimiento neuronal que determinó un método de acomodo muy simple: los libros se agruparían de acuerdo a categorías que iniciaron con una gran nobleza (literatura hispanoamericana) y terminaron vergonzosamente (varios). El chiste era organizar el librerío de acuerdo a los apellidos de los autores siguiendo un procedimiento elemental: Sergio se balanceaba en el banquito con su vaso de anís, yo me balanceaba en el suelo buscando el libro, le soplaba y luego le pasaba el plumero encima (al final el plumero se lo pasaba a Sergio) y lo entregaba con voz enérgica diciendo: “Leñero, Hispanoamérica, ele”. Sergio se paraba en el banquito (no sé como no se mato) y acomodaba el libro en la X, asunto que sugería un paso infructuoso por la escuela o una borrachera de órdago.
El asunto se fue llenando de sorpresas ya que encontré libros vergonzosos como el horóscopo erótico o los de Xaviera Hollander que se acomodaron en una nueva sección creada con el obscuro fina de compartimentalizar mis perversidades (estuvimos tentados a reunirlos con los de Henry Miller). También aparecieron libros que yo consideraba me habían robado y por los cuales perdí una amistad, así como libros que yo me había robado; ese es el caso de la Antología Mayor de Nicolas Guillén perteneciente a un tal José Luis Olmedo que probablemente se entere el día de hoy que su libro lo tengo yo. Salió también una colección completa de Horror y Misterio que representaba justamente eso: un misterio ya que no tengo la menor idea de como llegó a mi casa.
El resultado final fue desigual ya que logramos generar alrededor de dieciocho categorías entre las que se encontraba una de libros de texto de primaria, de esos en los que salía una mujer con boca de alcantarilla y una túnica de vestal romana.
Ahora mi criterio de acomodo ha producido prodigios tales como que Cabrera Infante se encuentre espalda con espalda con Carpentier; que Borges esté sobre Fuentes y que Krause con sus “Textos Heréticos” en los que elogia a un presidente (Salinas) tenga como vecino a Leduc que se pitorrea de la esposa de otro presidente (Díaz).
Sin embargo, la desgracia se abatió recientemente sobre el librero ya que Gaby -la muchacha que hace la limpieza- decidió, presa de un impulso renovador limpiar todo y no se percató del magnífico orden establecido. De esto me di cuenta el otro día que encontré a García Márquez al lado de Vargas Llosa, lo que represntaba un prodigio que ni siquiera mi biblioteca podría lograr.

martes, 1 de diciembre de 2009

Misterios navideños (El Financiero 2004)

En estos tiempos navideños muchos son los misterios que para mí resultan absolutamente inescrutables. Hoy por ejemplo es 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes y ello supondría que esta colaboración fuera una broma ya que así se estila en nuestras tierras. El origen de la costumbre se remonta a 2000 años y se basa en la idea de que Herodes -un verdadero jijo de la tiznada que había asesinado a su esposa- mandó matar infantes para impedir el nacimiento del niño Jesús. Lo primero que habría que concluir es su falta enorme de sentido del timming porque si Jesús nació el 24 y él ejecutó su crimen cuatro días después, estaba frito. Pero lo más notable es que una cosa horrenda se celebre en nuestro país haciéndole bromas pendejas a la gente y diciéndole mamadencias como aquella de “inocente palomita...” ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Evidentemente nada, pero así es de bizarra la nación mexicana.
Una segunda tradición de estas fechas que tampoco tiene que ver con nada, es la de Santa Claus; como se sabe la iconografía tradicional representa a este señor como un gordo de barba blanca y un traje escandaloso que se mete muerto de risa por las chimeneas para depositar regalos que no caben por esa vía. Usa lentes y un trineo que vuela guiado por una nube de renos con nombres ridiculones que surcan el aire como B-52, nomás que pertenecientes al orden de los mamíferos. Pues bien, el origen de esta tradición se remonta al siglo IV y se basa en un obispo de nombre San Nicolás que nació en el Asia Menor (aparentemente en lo que hoy es Turquía). Parece ser que entre sus logros más destacados se cuenta habérsele aparecido en sueños al emperador Constantino (lo cual supone un esfuerzo onírico innecesario porque podría perfectamente haberlo visitado en persona ya que se conocían) para salvar la vida de tres señores que eran inocentes no se sabe de qué. Una segunda leyenda lo ubica salvando a tres doncellas en desgracia; aparentemente el padre, desesperado ante la falta de lana para aportar la dote y poderlas casar, decidió dedicarlas al noble arte de la prostitución. En ese momento San Nicolás –horrorizado por el destino profesional de las señoritas- tuvo la idea de meter dinero por la chimenea para evitar una decisión tan extrema y hasta ahí las cosas. Ahora bien, ¿Cómo un señor que es buena persona, nace lejísimos y seguramente se vestía como los obispos de la época (ignoro el atuendo pero estoy seguro que era sin gorrito rojo de borlita blanca) se puede convertir en un gordo gagá que vive en el Polo Norte rodeado de enanos que fabrican juguetes? No tengo la menor idea pero alguna pista se puede hallar en la oligofrenia comercial de nuestros días.
Sin embargo, el misterio de los misterios se lo llevan los tres reyes magos ya que la ambivalencia profesional de estos señores es notable. No conozco a un rey que tenga la necesidad de hacerse mago y difícilmente me puedo imaginar a Enrique VIII ofreciendo un mazo y diciéndole al gran chambelán de la corte: “escoge una carta, cualquier carta”. Pero lo anterior es lo de menos; el evangelio según San Mateo habla de dos, cuatro o seis magos, nunca de tres reyes magos. El siguiente enigma es que supuestamente los tres reyes son nietos de Moisés y en este caso habría que suponer que la variación genética de la época era notable ya que Melchor es rubio como Beckham, Gaspar está un poquito más oscuro y Baltasar es de plano negro como la noche. Supuestamente los reyes iban a dar ofrendas; oro, incienso y mirra (con la particularidad de que nadie sabe lo que es la mirra) para el nacimiento justamente el día 24, sin embargo, nadie sabe qué fue de ellos hasta que aparecen dos semanas después para regalarles más juguetes a los niños y ser testigos de cómo la gente se come un pan incomible mientras mastica muñequitos de a peso que luego se convertirán en tamales el día 2 de febrero.
Creo que preguntarse por qué en nuestras mañanitas aparece el rey David es ya un exceso navideño así que aquí la dejamos. Felicidades querido lector.

lunes, 30 de noviembre de 2009

De cricket (El Financiero 2005?

Solo alguien muy imbécil no comprendería que un partido de futbol se desarrolla con señores en pantalones cortos que tratan de meter una pelota en una portería que es una caseta con dos palitos y un palote contenidos por una red. El asunto es elemental y supongo que ello explica la popularidad de este deporte en que lo único que se requiere es patear adecuadamente. Como este caso hay otros muchos en los que no es necesario ser físico nuclear para entender de qué va la cosa, entre ellos se cuenta el volibol y el básquetbol. Habría que ser ligeramente estúpido para no entender que una carrera consiste en llegar antes que los demás o que el señor que lanza más lejos un objeto es el campeón. Existen otros deportes ligeramente más crípticos como el béisbol o el futbol americano en los que se necesita un poco más de tiempo para averiguar de qué va la cosa. Hasta ahí todo bien pero ¿y el cricket? ¿quién carajo entiende el cricket?
El otro día estaba yo viendo la televisión (como se sabe la mitad de mi vida se ha documentado enfrente de un aparato televisivo) cuando sintonicé un juego de cricket y me quedé como las estatuas de marfil. Me encontré con un grupo de señores vestidos como me vestía yo para la tabla gimnástica, todos de blanco. Portaban unas cachuchitas escalofriantes idénticas a las que usaba yo en mis años de boy scout nomás que sin rayitas, esto es; un diseño que no pasa más allá de la coronilla con una visera de miriñaque que son muy útiles para lucir como un idiota. Un señor con casco y rodilleras se paraba delante de tres palitos portando una especie de palo de esos que se usan para amasar la harina, otro señor pegaba una carrerita y le lanzaba una pelota que el otro intentaba batear. Deduje que se trataba de tirar los palitos porque si el lanzador lo lograba su equipo se ponía muy contento y pegaba de brincos. También entendí que era una buena cosa atrapar la pelota en el aire aunque nunca quedó claro quién tenía que correr y con qué objeto. El conteo era temible ya que lo normal sería poner un uno y luego un dos cada que alguien logre hacer lo que se supone que hay que hacer (que ignoro todavía qué es) ya que el marcador era algo como 325-236. En ese preciso instante se acabó el procedimiento deductivo lo que me hizo sentir esencialmente un pendejo y para matizar esta idea pasé a la hipótesis de que los ingleses hacen las cosas por joder.
Veamos, si uno visita Inglaterra, el primer reto es que a uno no se lo lleven de corbata al cruzar la calle porque los vehículos circulan en sentido contrario y uno está adiestrado para mirar hacia otro lado. El segundo, si se tiene el tiempo y los recursos suficientes, es aprender a manejar un pinche carro que trae el volante en el lado derecho para llegar a una gasolinería donde nunca se sabe cuánto fue el importe ya que, a pesar de que ya adoptaron el sistema decimal los peniques viejos valen 2.4 peniques nuevos, lo que convierte todo en un desmadre.
Consciente de que puedo estar cometiendo una injusticia hacia los hijos de la blanca Albión es que apagué la televisión y acudí a la red para buscar las reglas de este noble juego. Primero hallé lo que supuse era el reglamento, una madre indescifrable, tanto así que solo hasta la media hora me di cuenta que se trataba de un juego de dardos. Luego accedí a la página de la Federación Internacional de cricket y me encontré con un texto de 37 cuartillas del cual entendí que una partida se juega entre 11 participantes por equipo y ahí me quedé porque el resto del documento era tan claro como la fórmula de fisión del Uranio. No entendí un carajo y me quedé profundamente deprimido. Pero lo que me pareció más notable es que en México se practica este deporte a través de una cosa que se llama Reforma Athletic Club. ¿Alguien me puede explicar este misterio indescifrable?

sábado, 28 de noviembre de 2009

Dos de Televisa dos (Etcétera 2008)

Hace no mucho escribí en estas páginas que el advenimiento de una competidora para Televisa en los tiempos en que Salinas Pliego pujó por Azteca nos había brindado esperanza a un grupo de idiotas que nunca entendimos el desastre que se avecinaba; Azteca simplemente multiplicó por dos la imbecilidad televisiva de la que todos hemos sido víctimas. Digo lo anterior por la sencilla razón de que hace no mucho una señora muy lista dijo en una entrevista de radio que las frecuencias se “tendrían que abrir” (imaginar frecuencias abriéndose) para evitar este duopolio que nos tiene a varios hasta la mismísima madre. Por supuesto si el efecto de esta apertura es el de hacer exponencial la propuesta de la televisión mexicana, más vale que nos agarren confesados y así -sin confesar- me tomaron dos iniciativas recientes del grupo Televisa.
La primera se vincula con la transmisión de los juegos olímpicos en la que fui testigo de hechos prodigiosos. Porque prodigioso es que viaje una delegación televisiva que supera en número a los atletas para presentarnos lo que nos presentaron. Lo que una persona lúcida esperaría es que un grupo de comentaristas especializados asistiera a las justas deportivas y nos narrara expertamente lo que ahí acontece. Sin embargo quien haya tenido la oportunidad de escuchara a Pepe Segarra gritar cosas como: “¡La diosa de ééébanooo, padres queridooos!” convendrá conmigo que por lo menos en este caso, se trata de un acto fallido. Hasta ahí estarían las cosas (un locutor estridente) de nos ser por la propuesta de “entretenimiento” que ha sido diseñada por un conjunto de idiotas y que parecería en su conjunto seguir una línea conceptual definida como: “Vayan a China, búrlense de los Chinos lo más que puedan y traten de ser chistosos”.
Por supuesto el efecto final se resume en dos cómicos que se fingen homosexuales españoles, una mano con ojos que alburea a gente que no entiende lo que le dice, una señora disfrazada de menesterosa (creo qué en México la gente no entiende que se están pitorreando de ella y por eso le da risa) acompañada de “su hijo” y un señor de nombre Facundo que ideó cosas para “averiguar si la paciencia de los chinos era una fama bien ganada” o se podían exasperar ante un idiota, agregaría yo editorialmente. También apareció Nadia Comaneci con cara de la mamá del muerto haciendo comentarios indescifrables, una buenona que presentaba espectáculos repugnantes y un niño oligofrénico con peinado de príncipe valiente y voz de pito apodado “El reporterito” (¡el reporterito! Dios mío) que decía cosas como: “%%&()?/%%&” y luego traducía: “el niño dice que le gustan los pescados”.
Lo tristemente notable es que Televisa arrastró en el rating a Azteca (que intentó lo mismo nomás que paupérrimamente), lo que me deja una sensación de orfandad intelectual de la que no me he podido reponer.
El segundo ejemplo ocurre los domingos en la noche en el canal dos. Se ha diseñado un formato de concurso en el que se elige a alguien medianamente famoso, como el hijo del perro Aguayo, y se le pone al lado de gente llamada “soñadora” que intenta hacer el ridículo a cambio de alguna prebenda económica. En este formato he visto cirqueros, gordos enormes tratando de bajar de peso y más recientemente a un grupo de gente que debe cantar y bailar para que un grupo de jueces que son mamoncísimos e ilegibles les pasen el camión por encima. Los familiares aparecen eventualmente echando porras y bendiciones, los soñadores se enfrentan a sus quince minutos de fama y el público (que imagino con la misma lucidez que mi pisapapeles) asiste al estudio con pancartas y matracas.
Cuando veo cosas como las que ejemplificado recurro a la misma pregunta de siempre ¿es esta la televisión que merecemos? Por supuesto concluyo que la respuesta es afirmativa y empiezo mis plegarias porque a alguien se le ocurra liberarnos de este tormento. Por cierto, si alguien cree que la salida es programar una orquesta de música clásica o a una nube de snobs explicándonos el origen de la palabra “pápaloquelite”, me apresuro a decirle que no es ahí por donde imagino la salida.
El problema es que creo honestamente que no hay salida, lo cual no deja de ser deprimente.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Coyoacán (Etcétera 1999)

Uno de los barrios de mayor interés sociológico es Coyoacán, fuente inagotable de observación.
En Coyoacán se advierten prodigios a cada paso; hay un hombre de voz siniestra que lee la mano y descubre adulterios (¡ven a ver si te ponen los cuernoootes!). Dice la leyenda que a las bellas las manosea mientras le escurre baba por las comisuras de los labios.
También hay mimos que hacen reir a la gente a costa de ella misma; las víctimas, generalmente son pobres diablos que pasan de prisa mientras el cómico los imita o de plano les mete un susto utilizando un perro de pelusa que les restriega en el fondillo.
En Coyoacán además de miles de palomas que se cagan en las estatuas de dos coyotes que parecen perros, hay miles de hombres y mujeres que venden chácharas cósmicas: pachulí, incienso, pirámides de energía y otras yerbas (en el sentido literal). También hay músicos que son fuente de sobresaltos extremos; está uno tomándose tranquilamente su café cuando de la nada, brota un charango y detrás del charango un tipo que canta "carnavalito cholitooo" con los ojos entornados.
Otros vendedores rematan colguijes y colgajos, flautas o ropa de Acamapichtli Tetenotzin. Se ofrecen servicios para fabricar trencitas que dejan calva a la gente o se practican perforaciones en la nariz a los visitantes que llegan a puñados.
Coyoacán es un refugio para los aspirantes a cualquier tarea intelectual. Si nos fijamos con atención encontraremos a un hombre barbado tomando notas frente a una tasa de café, las pausas en su trabajo son estudiadas y tienen la misión de advertir: "atención, aquí estoy, produciendo, creando", luego vuelve a su trabajo y a su nota que es, muy probablemente, la receta del pescado empapelado. Aquel de más allá, el de saco de pana, ofrece fragmentos de su última novela a un amigo que a esas alturas avanza ya al territorio insondable de la catalepsia. En otra mesa dos jóvenes teatreros hablan de la "propuesta escénica" sin que les dé vergüenza que los oiga la gente.
Si queremos ver a los verdaderos intelectuales, tendremos que esperar al domingo ya que están en su casa escribiendo o pintando.
Recientemente Coyoacán ha sido tomado por jóvenes, muy jóvenes que vienen de todas las escuelas activas del mundo. Portando sombreros de pesadilla y aretes en las narices, se sientan en los bares, piden wisquis dobles. hablan de "La maldita" o "La Santa" y se dan unos besos de escándalo. Todo ello con el desenfado producido por el contacto de muchos años con la señora Montessori y el señor Piaget.
El último alarido de la moda para los jóvenes activos es horrible: se visten de negro con ropa tres tallas mayor y lucen como Tontín el de Blancanieves. El pelo lateral es cortado a rape y el de la coronilla se deja caer libremente por los parietales lo que sugiere la forma del Nevado de Toluca. La mota les produce trastornos divagatorios terribles, en su charla los ejes ordenadores del lenguaje se alteran de una manera dramática lo que genera la impresión de que se está hablando con un finlandés y no con un joven activo.
Son insoportables.
El quince de septiembre Coyoacán luce sus mejores galas: es la noche del "Grito", la plaza se llena de puestos, la gente se llena de buñuelos y los asaltantes se llenan de carteras. La experiencia podría compararse con la de viajar en un vagón del metro al que le caben veinticinco mil personas y que va atestado. A las once de la noche el Delegado (una figurita que se pierde en el tumulto), se asoma por una ventana, saca una bandera y da el grito, luego regresa a sus oficinas a cenar con vino francés. La gente grita consecuentemente y después se dedica a caminar comiéndo elotes (cuya capacidad como arma contundente ha sido demostrada por varias víctimas lobotomizadas por un impacto).
El destino es incierto, en realidad se dan vueltas en círculos portando bigotes de Pancho Villa que producen septicemia. Luego hay que agredir a huevazos a más gente que uno no conoce o esquivar los cohetones que un grupo de sicópatas avientan aleatoriamente. A las dos de la mañana todo mundo se retira cuando algunos adolescentes se dedican a jugar coleadas y le aplastan la cara a tres niños. El coche, que ha quedado a una distancia equivalente a la que existe entre México y Yautepéc invariablemente es desvalijado.
La iglesia de Coyoacán es muy rara y en ella se presentó hace algunos años un fenómeno que me parece de interés sociológico. Resulta que una de las paredes del costado del templo, presentó una mancha de humedad que inmediatamente fue diagnosticada por el beaterío como la imagen de la Virgen. Al rato, el lugar se empezó a llenar de flores y de peregrinos que venían en busca de consuelo, la respuesta de un hombre seguramente formado bajo los cánones metodológicos de Francis Bacon fue simple: mandó encalar la pared y los peregrinos tuvieron que retirarse, con todos y sus ilusiones, a bailar a Chalma.
Los fines de semana Coyoacán se viste de fiesta y a ella van convocados cuarenta y cinco mil capitalinos. Las librerías se llenan de gente que lee de gorra o tapa el baño. En los cafés hay cola y los baratijeros despiertan de su letargo semanal. Ante tal afluencia la policía decidió tomar una medida ejemplarmente pendeja que consistió en prohibir la circulación de los automóviles. Esto ha determinado que las personas que logran llegar a la plaza coyoacanense, luzcan un tono azuloso producido por la caminata de cuatro hilómetros.
Es pues Coyoacán un abrevadero al que van a beber las clases ilustradas. La mamonería que se respira sólo es superada (esto que escribo será una fuente de desgracias) por la de los colonos de la colonia Condesa que sienten a su barrio como la Atenas capitalina... Qué con su pan se lo coman.
* La primera versión de este texto, fue utilizada como guión por Felipe Cazals para la producción de un programa sobre la Ciudad de México. La segunda versión forma parte de un libro que espera la luz en Editorial Planeta, a ella, salvo ligeras modificaciones, corresponde este ¿ensayo? (N. del A.)