lunes, 1 de julio de 2013

Tecnosexuales (El Financiero 2004)

Me queda claro que la dilución de roles es uno de los signos que vivimos; antes era común que una familia se compusiera de una mamá un papá y tres criaturas que eran criadas ortodoxamente con el fin de perpetuar la especie. La señora no trabajaba, se dedicaba “al hogar” lo que suponía cocinar, fregar, planchar y enseñarle la tabla del dos a su prole. Esta señora se ponía un trapo en la cabeza para la brega diaria y se maquillaba para salir al cine. El esposo trabajaba, llegaba muerto en la noche, fumaba y veía el futbol con las patotas sobre la mesa de la sala. Lo anterior es una reliquia histórica, hoy –como se sabe- las parejas pueden ser del mismo sexo e inclusive de diferente especie (como es el caso de una vieja estúpida que ha pedido la mano de su perro en matrimonio en Estados Unidos). El matrimonio no es necesario y mucho menos la generación de descendencia. Las niñas bien siguen modelos como los establecidos en un programa que se llama Sex and the city donde las cuatro protagonistas se cogen hasta al camarógrafo con plena liberalidad y los hombres jóvenes que se respetan, han encontrado una definición: metrosexual, que es el nuevo Grial por perseguir. Se me explica con toda paciencia (ya se sabe que soy un pendejo) que los metrosexuales no son violadores del subterráneo, sino en cambio, hombres que viven en grandes ciudades, invierten la mitad de su tiempo y su dinero en el cuidado corporal, son innovadores (lo que quiera que lo anterior signifique) y usan cremas y afeites para lucir rozagantes y lozanos. Yo con todo lo anterior tengo mucha simpatía, siempre he sostenido que cada quién es libre de hacer lo que le dé la gana y si los homosexuales se quieren casar o un grupo de señores tienen interés en untarse el tarro de lancome pues santas pascuas. No creo que hagan falta más argumentos ni justificaciones. Hasta ahí estaríamos de no ser por una entrevista que tuve la oportunidad de leer con un señor que es artista y se llama Valentino Lanus en la que declara abiertamente que es tecnosexual. Como me da mucha curiosidad saber qué chingados es eso, me devoré el interrogatorio hecho por Katy Díaz a la que imagino joven y exactamente con la lucidez , necesaria para el trabajo que desempeña. Según esto los tecnosexuales son “aquellos hombres heterosexuales que tienen estilo, porte, buena condición física y que tienen como vicio estar al tanto de los últimos adelantos tecnológicos” Valentino tiene una teoría (que leí con lágrimas en los ojos) para explicar su supuesta tecnosexualidad: “...la razón por la que a muchos hombres nos gusta estar pendientes de la tecnología es porque tenemos el complejo de que no podemos crear como lo hace la mujer. Es decir, las mujeres crean vida y nosotros buscamos alguna forma de crear, de inventar, yo creo que por eso nos clavamos tanto con la tecnología”. Pucha –digo yo- completamente en la lona ante la contundencia del argumento, supongo entonces que nuestra incapacidad de traer criaturas al mundo (asunto que nunca dejaré de agradecerle a la naturaleza) explica la razón para comprar un adaptador trifásico, sin que me quede claro que tiene que ver una cosa con la otra. Nuestra incapacidad de crear vida nos orilla entonces a buscar una pentiun y una palm pilot capaz de darnos el horóscopo chino ¿es así? Francamente lo dudo pero en mi casa me enseñaron a respetar las ideas ajenas lo cual resulta un reto casi imposible cuando continúo leyendo (de la mano de la entrevistadora que nos explica que a Valentino le gusta observar con detenimiento las estrellas y por eso tiene un sofisticado telescopio): “fíjate que soy muy romántico, me encanta la astronomía, me encanta escribir, ver atardeceres y de hecho así empezó mi pasión por la fotografía, porque cuando veía un atardecer decía: ¿por qué se tiene que ir esto, por qué no se puede quedar? Imaginándome el romanticismo de Galileo Galilei y de Copérnico me quedo reflexionando sobre mi incapacidad congénita para la vida moderna y lo único que me queda claro es que además de la pasión por la tecnología necesitan de una amplia dosis de imbecilidad que en este caso ha sido debidamente acreditada (para todos aquellos que se interesan en los vaivenes de la moda).

sábado, 22 de junio de 2013

Manual de reglas para chatear (La Mosca 2007)

(A la señorita que paga en la caja de la Mosca que es una joya irrepetible) La gente que me conoce y tiene sentido de la mercadotecnia sabe a la perfección que soy ejemplarmente pendejo para aquello de la promoción personal, por lo que me recomendaron enfáticamente que “pusiera mi correo electrónico al firmar mis artículos” y una amiga más osada propuso, inclusive, una especie de página personal para que mis numerosos lectores supieran quién chingados era yo. Muy bien, sin pasar por alto el nada omitible hecho de que me considero un pelagatos, que no creo contar con más lectores que mi difunta madre y mi perro, es que caí en la trampa mercadotécnica y desde entonces mi correo aparece religiosamente al pie de esta página y del resto de los medios en que colaboro (lo de la página personal probablemente lo dejaremos para una vida posterior). Por supuesto esta decisión promocional tuvo varias consecuencias y siguiendo la ruta de mi destino Dios me castigó como se castiga al peor de sus hijos pecadores. Resulta que a través del correo los lectores de esta noble revista identifican mi chat e irrumpen en él siguiendo estrategias varias. Varios (señaladamente varias) piensan que soy un joven con alma de pandero, otros me consideran un oligofrénico y los más no entienden nada cuando yo mismo les explico que no entiendo nada. Se trata de un modo de comunicación lleno de misterios en el que siempre me ha parecido que del otro lado puede estar un sicópata chino que dice que se llama Paola o un pederasta irredento, Hace no mucho se me propuso un “free” asunto que me llevó al diccionario juvenil para enterarme que se trataba de sexo sin compromisos. El problema es que mi proponente no mandaba foto y mucho menos estado civil o de perdida género o especie. El caso es que a esta humilde computadora ha llegado de todo y ello me tiene muy preocupado. Ya sé que suena mamoncísimo, pero me parece necesario explicitar algún tipo de reglamento elemental para evitar desencuentros. Como desagravio anexo un ejemplo reciente con mis cumplidas disculpas para el autor o autora del siguiente texto que supongo nunca se imaginó que lo pondría como ejemplo (me apresuro a decir que “FC” soy yo). theKILLERS dice: olas FC dice: hola theKILLERS dice: que hases? FC dice: trabajo theKILLERS dice: mucho? FC dice: regular theKILLERS dice: y de qe escribes? theKILLERS dice: aora FC dice: te contesto luego ¿sale? estoy en medio de un artículo Muy bien como puede verse el diálogo anterior es un ejemplo notable de aquello que llamo una charla sin destino. Me imagino a un joven aburrido y huevoneando una tarde de domingo sentado enfrente de la computadora, viéndola como los Incas veían a su tesoro, del otro lado estoy yo muy sentado observando que “the killers” no tiene precisamente sentido de la plática y mucho menos capacidad de entender que cuando alguien contesta a monosílabos es que la cosa no promete. El desastre ortográfico no me preocupa tanto porque me he acostumbrado a que mis interlocutores pongan cosas como “kien”, “okas” o “viejo pendejo” de acuerdo a las circunstancias. En virtud del problema anterior propongo lineamientos elementales que permitan llevar a buen puerto el viejo arte de la conversación, renovado ahora por las técnicas del chat. Una primerísima regla es tener algo que decir: técnicas como el “¿qué haces?”, “¿ocupado?” o (mi favorita personal) “¿quién eres?”, son suicidas y solo deben aplicarse en caso de que uno tenga una navaja en la mano con propósitos suicidas y necesite charla. Una segunda es omitir pendejadas como “¿qué tipo de música te gusta?” o “¿tienes novia?” en este caso me niego a contestar. Por supuesto no se trata de recibir un diálogo como el siguiente “¿sabías que Felipe Calderón impulsa la inversión privada?”, en realidad es un asunto mucho más simple; ser sensato y pensar que del otro lado hay un desconocido maduro, neurótico y receloso que se niega a adentrarse a la modernidad y mucho menos cuando le dicen cosas como: “me gustaría que me llevaras en un corcel rumbo al horizonte” Dios mío.

miércoles, 19 de junio de 2013

Subastas (El Financiero 2001)

Siempre he pensado que las subastas son eventos a donde asiste gente muy rara y llena de conocimientos que el resto de los mortales no poseemos. Se me ocurre, por ejemplo, que están a la caza de gangas que nadie advierte o que buscan cosas que un servidor ni borracho adquiriría como una silla de cocina del siglo XVI o un frutero oriental de la dinastía Chung. A la hora fijada a parece un señor muy elegante de buena voz que lee algo como: “cinturón de castidad, siglo XIII, policromado, sin llave original”, mientras esto ocurre un edecán alza a la vista de todos una especie de casco vikingo lleno de herrumbe y entonces empiezan las pujas. De acuerdo a la ortodoxia uno no debe cometer la naquencia de alzar la mano (que es lo primero que se me ocurriría si estuviera interesado en tal artefacto), no, la elegancia recomienda la mayor sutileza en la oferta. De esta manera lo que un observador puede apreciar mientras transcurre la subasta es a un grupo de señores llenos de tics que se agarran el bigote o se hurgan la nariz. Al final el objeto subastado es asignado al mayor ofertante y todos le dan un aplausito.
Así las cosas el pasado martes me enteré al leer este periódico es que la empresa Chivas Regal celebra sus doscientos años y para tal acontecimiento ha tenido la saludable idea de hacer una subasta cuya recaudación se utilizará con fines benéficos en una especie de Teletón del primer mundo. Hasta ahí no tengo problema; que los ricos le den a los pobres si bien no soluciona nada, hace la diferencia para el pobre que recibe y para el rico que alivia su alma. El problema, en realidad, tiene que ver con los lotes a susbastar, algunos de los cuales procedo a analizar:
Visite el Vaticano con los Caballeros de Malta y tenga una audiencia con el papa. Lo primero que hay que decir es que con los Caballeros de Malta yo no iría ni a la esquina, no digamos al Vaticano, no me imagino de qué platicaríamos, a lo mejor yo le pregunto a un señor vestido como paje de la corte del rey Luis ¿y cómo se hizo Caballero de Malta? o ¿y dónde queda Malta? o ¿son de ustedes los perros malteses? En fin el asunto estaría irremediablemente destinado al fracaso.
Adquiera un baño de plata firmado por 25 celebridades de Glastonbury 200 incluyendo a Jo Whiley, Sara Cox y a Fat Boy Slim. A este asunto no le entro porque lo siento rodeado por misterios insondables ¿qué es un baño de plata? ¿Glastonbury 2000? ¿quién carajo es Jo Whiley o Fat Boy Slim? ¿Son cantantes? ¿toreros? No lo sé.
Tome parte en el campeonato mundial de polo sobre elefantes en Nepal. La idea desde luego es notable por donde se le quiera ver. Usar elefantes para jugar polo –me parece- es una de las iniciativas mas estúpidas que se me puedan ocurrir, afortunadamente no se me ocurrió a mí sino a alguien con creatividad. Me imagino también que ir sobre los lomos de un elefante que huelen justamente a eso y dando tumbos no es precisamente la idea que tengo e vivir plenamente la vida por lo que también en este caso me excusaría.
Viva una semana inolvidable con los indios ashaninka. ¿Y si a los indios ashaninka no les da la gana vivir una semana inolvidable con un servidor? La idea me parece tan buena como la que tienen todos aquellos que aterrizan en casa ajena y se apropian del baño y el refrigerador y se vuelven una peste a los tres días. Ignoro las costumbres de la tribu ashaninka, es más ignoro dónde viven pero dudo mucho que entre sus costumbres se encuentre la de recibir a extraños de camarita y bermudas que van a aprender sobre su cultura. A menos que estén completamente mediatizados y si es el caso ¿a qué carajo va uno?
Aparezca en la portada de la revista Complot acompañado de un top model. La pregunta relevante es cómo se va a ver un gordo como yo al lado de una buenona que sería la top model. Mi pronóstico es que muy mal.
Por las razones expuestas este servidor se excusa de participar en la subasta, a lo más me tomare un wisquito a la salud de los enfermos.
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miércoles, 12 de junio de 2013

Conocimientos (El Financiero 2001)

Estaba yo el otro día embriagándome con unas amistades mientras jugábamos maratón. El juego consiste, de manera esencial, en evidenciar los diversos grados de imbecilidad propia y ajena y se basa en responder preguntas del siguiente calibre: “diga usted cuál es la altura del monte Mc Kinley” o bien “¿qué significa el siguiente proverbio nahuatl?”: iztlicoatl, ahuejotl micanarotzoatl. Huelga decir que mientras el juego avanzaba, tuvimos la penosa sensación de que éramos un grupo tirado a la mala vida cuya cultura general se podía medir en miligramos. Sin embargo, esa no fue la reflexión final, sin el recuerdo escalofriante de las épocas escolares por las que todos pasamos y que se convirtió en un catártico recuento de agravios.
En mis tiempos, la educación se concebía bajo un principio universal que puede sintetizarse de la forma siguiente: “tómese el conocimiento universal en una materia (la geografía, por ejemplo) divídase en un año de estudios y preséntese ante un grupo de estudiantes de secundaria que seguramente estarán ávidos de tal información”. Ello derivaba, desde luego, en excesos escandalosos que todos tuvimos que padecer y que paso a citar en una modesta lista que es la que mi memoria me otorga.
Se empezaba, por ejemplo, por los nombres de los ríos y las capitales de asuntos tan significativos como el Asia menor, en ése preciso momento se nos explicaba que había un cuerpo acuático de determinada extensión cuyo nombre podía ser: “Nacodon” y que se encargaba de surtir agua a capitales tan importantes como Pnohm Pun y Treskatacan. Acto seguido se sacaba un mapa y se ubicaban las diferentes ciudades capitales del mundo con el fin de identificarlas. La estrategia era un factor de disolución familiar ya que obligaba a nuestros padres a decidir en un volado y con el divorcio de por medio quién carajo era el responsable de repasar con el pobre infante los nombres y apellidos de información tan relevante.
En biología, por ejemplo, se nos explicaba con todo detalle que el cuerpo se forma de 206 huesos y un montón de músculos cuyos nombres era necesario memorizar de tal manera que se supiera con toda claridad que hay una cosa que se llama (lo juro) esternocleidomastoideo y que la sínfisis púbica es algo que hay que cuidar como a la niña de los ojos. Es evidente que este ejercicio lo único que provocaba era el uso temporal (dos días) de un espacio neuronal, ya que lo que se hacía era aprender los chingados nombres la noche previa al examen, para desecharlos, como se desecha una cáscara de plátano inmediatamente después de la evaluación. ¿Tiene usted idea, querido lector, cuánta vida útil se nos fue en ese negocio?
Las que no tenían desperdicio eran la física y la química; los maestros explicaban, por ejemplo, la ley general del estado gaseoso un concepto que resulta tan claro como el informe de labores de la Comisión nacional del Cacao, se estilaba entonces llenar el pizarrón con fórmulas que la vida no me da para recordar y se explicaba que un señor de nombre tal había discernido que los gases a volumen y temperatura constante sufrían algo que no me resulta claro pero que podría ser la dilatación. En química se explicaba que el estroncio, el vanadio y el xenon eran elementos químicos y se nos obligaba a aprender su estructura, razón por la cuál gasté el papel equivalente al que existe en los árboles del Bosque de Tlalpan en dibujar circulitos (que eran órbitas) rodeadas de pelotitas (que eran electrones).
La clase de español estaba rodeada de nombres temibles, como acento circunflejo, diptongo compuesto o subordinación pasiva el anterior un nombre con enormes virtudes entre la grey que se dedica a los excesos carnales). Lo anterior implicaba escribir frases que solo a un idiota se le ocurrirían como: “Juan es un granjero que tiene cinco vacas” y tratar de partirlas, como se parte un bistec, en sus componentes gramaticales.
Con todo lo anterior no quiero decir que defiendo la especialización o el conocimiento útil, sin embargo, estoy plenamente convencido de que el esfuerzo educativo se debe basar en enseñarle a la gente aquello que sea pertinente y desechar lo que no. De esa manera se formarán personas que puedan vivir la vida sin necesitar para ello del conocimiento de la ley de Ohm.

domingo, 9 de junio de 2013

Los diarios (El Financiero 2004)

En estos tiempos que corren la imagen se ha hecho un asunto importante que predomina dictatorialmente sobre otras formas de comunicación. Con el advenimiento de los medios masivos se ha vuelto moneda corriente que las personas públicas vivan a salto de mata y con el Jesús en la boca por el miedo que produce que a uno lo agarren en cuestiones inconfesables.
No pienso gastar su tiempo y el mío recetándole un análisis sobre los sucesos de la semana pasada ya que de ello se han encargado absolutamente todos y el asunto está de hueva. Me parece más importante reflexionar sobre el peso que tiene una imagen y la forma de obtenerla que –como se sabe- es absolutamente ilegal.
Algunas entrevistas he concedido en mi vida, las menos por mi actividad literaria y el resto en mi calidad de burócrata profesional. En ellas me llama la atención el sentido de urgencia por lo que los reporteros llaman la nota. Muchas cosas se han proscrito en la modernidad creciente, quizá una de las más lamentables es nuestro derecho a reflexionar sobre lo que decimos. Nuestra propia avidez por saberlo todo y rápidamente ha convertido al ejercicio periodístico en una carrera desenfrenada y poco lúcida en pos de las noticias del mundo. La metáfora es extrema pero creo que justa, me imagino a los reporteros como una jauría en pos de la presa, solo en el momento que se obtiene un bocado (que puede ser insustancial) se abandona la persecución. Hace algunos meses observé maravillado como Adolfo Aguilar Zínzer luego de ser defenestrado en la Secretaría de Relaciones Exteriores hacía un alto ante la nube de reporteros que lo esperaban en la puerta. Los siguientes veinte minutos generaron diálogos extraordinarios en los que él argumentaba que lo sentía, que no iba a dar ninguna declaración. Cualquier persona sensata ante una respuesta tan claramente desalentadora daría la vuelta y probaría suerte en otro sitio pero no los reporteros que continuaron preguntando, inclusive provocándolo para sacarlo de sus casillas.
Esta tendencia –decía- condena la reflexión a un mundo de timoratos y dubitativos. Es necesario ante los hechos fijar posiciones rápidamente, manifestarse inequívocamente, los eclécticos son considerados una nueva plaga, también quienes no tienen opinión o desconocen la respuesta a una pregunta. Hay que ver las zozobras de muchos entrevistados cuando se les pide un dato, una cifra, una ley que desconocen. Lo más práctico sería simplemente contestar “no sé”. Sin embargo esto nunca ocurre por temores varios, el más conspicuo, recibir una reprimenda del algún gurú mediático.
La tendencia actual ha inscrito a los medios en una batalla mercantil llena de códigos más propios de compañías petroleras que del servicio social que supuestamente prestan. Es frecuente que un medio determinado, anuncie con orgullo que es “el único (o el primero) de informar de tal suceso”. Supongo que estas declaraciones van dirigidas a una masa anónima que seguramente reconocerá la eficacia y el profesionalismo de la empresa por sobre la ineptitud de otras. También es frecuente que una noticia sea roída hasta los huesos para que los medios sigan vendiendo tiempo triple A. No tengo la menor duda que los que toman las decisiones atizan el fuego cuando las notas se empiezan a extinguir. La intensidad mediática ha logrado paradojas notables –lo ha señalado ya Kapuscinski- el reportero que recorre el mundo y que se encuentra in situ en el lugar de los hechos, puede ser la persona menos informada de lo que está pasando. El 11 de septiembre Lourdes Ramos y Jorge Berry, desde un estudio en la ciudad de México, hicieron favor de informarle a su reportero en Nueva York que un segundo avión se había estrellado en las torres gemelas.
Sin embargo creo que la mayor paradoja periodística estriba en su impunidad. Una premisa básica de la prensa para hacerse de la información es condenar a la picota a quien se niegue a darla. Los argumentos estallan de inmediato: “complicidades, corrupción, algo se esconde etc.”. Sin embargo ¿que ocurre cuando un medio obtiene (ilegalmente) información escandalosa y la publica de nuevo ilegalmente? En muchos casos reputaciones personales son afectadas indeleblemente y en el momento de pedir cuentas los términos se modifican casi por arte de magia: “acoso, censura, hostigamiento a la libertad de expresión, etc”. Percibo esto como algo escandaloso, sin embargo la soledad de mis argumentos prueban también que puedo estar equivocado.