Parece que la Real Academia de la Lengua (cuando escribo lo anterior me imagino a un puñado de viejitos que se pasan discutiendo llenos de ademanes si se dice “no hay nadie” y cosas de tan grueso calibre) nos ha hecho el favor de admitir un montón de términos que en México son clasificados genéricamente como “malas palabras” o bien “groserías”. De ello me enteré a través de las noticias que consignaban al presidente Fox cambiándole el nombre a Borges (por supuesto no es su culpa, sino de quien le pone a leer cosas que no entiende). En fin, el asunto es que en el terreno de las palabras incorrectas me considero sin ninguna modestia una autoridad nacional y por primera vez en muchos años considero que sé de lo que hablo al abordar este candente tema.
Muchos conductores de radio y televisión retomaron el asunto y se regodearon con la nota lo que supuso varias enseñanzas; la primera es que aquellos que tienen menores ratings fueron más a fondo y se despacharon por primera vez diciendo al aire palabras como chingada, nalgas y jodido. Otros fueron más cautos y algunos como Froylán López Narváez de plano diciendo “chifladeras” por chingaderas (forma eufemizante que siempre me ha parecido lamentable).
Una de las misiones educativas que los padres emprenden con mayor ahínco es la de dotar a los hijos de un equipaje de costumbres sociales que sigue invariablemente las mismas reglas; cuando los infantes son menores a cinco años es aceptado e inclusive se celebra que digan cosas como “tú caca” o “me duele la pirinola” acto seguido se entra en un proceso represivo que le vuela los dientes al menor si al referirse a su hermano lo llama imbécil o estúpido y si de plano sale con palabrotas como “puto” la familia entra en crisis y se realiza una exhaustiva investigación en la escuela y con los primos para saber de dónde saca el niño tanta grosería.
En la adolescencia los jóvenes suelen adoptar un lenguaje que envidiaría un carretonero y lo utilizan siempre sin ninguna mesura. Se adquieren en ése momento términos tan saludables como “te cojo”, “me la pelas” y demás yerbas. La vida adulta nos indica que tales términos son perfectamente aceptables en privado y con las conocencias pero nunca en público frente a desconocidos. La única excepción a la regla que conozco es la del gobernador Juan Sabines que en un discurso público y aparentemente hasta las manitas les dijo a sus enemigos políticos que hicieran favor de ir a chingar a su madre, es decir la de sus enemigos.
Estas reglas han sido particularmente seguidas en los medios de comunicación ya que las autoridades parten de una premisa (idiota) en el sentido de que permitir a los periodistas y demás miembros del sistema mediático que hablen con palabrotas es incitar a los oyentes a que hagan lo mismo. Por supuesto lo anterior es falso e inclusive ligeramente hipócrita ya que lo único que favorece es que la gente tenga que adquirir una personalidad como la del doctor Jekyll y mister Hyde y que hable de una forma hipocritona. Es por ello que las recientes noticias traen un soplo de are fresco a la vida pública y pueden ser las llaves que abran la cerradura que durante años nos han impuesto los señores de las buenas costumbres. ¿Ventajas? Muchas imagine usted, querido lector, por ejemplo que en las notas bursátiles el reportero dice, “la bolsa de valores perdió 6 puntos, ello se debe a los inversionistas hijos de la chingada que se llevaron sus capitales especulativos” o bien “ el ausentismo en la cámara alcanza una cifra record gracias a que la huevonería de los señores legisladores ha aumentado de manera exponencial los últimos años”. El ejercicio anterior podría permitir sacar de la jugada a términos que acusan ya cierto desgaste como “vándalos”, “multitud enfurecida” y “el diputado fulanito de tal (si, ése que usted piensa) estaba bajo los efectos del alcohol” y sustituirlos por “ojetes” una turba encabronadísima” y “estaba que se caía de pedo”. No veo que de malo podría haber en ello y si percibo que las modificaciones (ya con el avala de los viejitos de la Real Academia” nos permitirían ser más sinceros, lo cual es en sí mismo un logro nada desdeñable ¿o no?
lunes, 8 de noviembre de 2010
jueves, 4 de noviembre de 2010
De consultas (El Financiero 2008)
La costumbre de preguntarle a la gente lo que quiere por parte de la clase política está predestinada al fracaso en un país como el nuestro ya que resulta infinitamente acreditable nuestra enorme incapacidad para ponernos de acuerdo en absolutamente nada.
Imagine usted, querido lector, que un señor con iniciativa decide construir un edificio en algún lugar de esta ciudad, los trámites serán largos y exasperantes y es probable que algún funcionario le pida algún donativo para agilizarlo todo. Una vez que se encuentra con los papeles en regla viene un grupo de vecinos que: a) puede ser una nube de viejas chotas b) un señor que es vividor y tiene la capacidad de agitar las aguas o c) los tataranientos de don Vicente R. Gómez que sospecha que en el predio se encuentran los restos de su antepasado y piden la intervención del INAH. Es en ese momento que algún funcionario perspicaz habla de “realizar una consulta y transparentar las decisiones”, se prepara un salón, llega el grupo que está a favor seguido por la turba de viejas chotas, en diez minutos ya se están mentando la madre, mientras el inversionista ve con lágrimas en los ojos que acaba de perder un negocio.
En esta ciudad es prácticamente imposible realizar nada sin que alguien se oponga y ello –sospecho- se debe a lo redituable que resulta oponerse, normalmente las gentes que se amotinan reciben al final del proceso desde un desagravio hasta un préstamo para una vivienda de interés social. No importa si los motivos son delirantes, las autoridades temen a la masa lo mismo que los maoríes a los aviones.
Alguna vez cuando era burócrata y me encontraba en mi oficina llegó un grupo de gente menesterosa y gangsteril con el saludable propósito de “tener una audiencia”, le dije a mi secretaria que como no, que con todo gusto, nomás que hicieran una cita ya que a mí me enseñaron en mi casa que uno no se presenta sin previo aviso ya que eso es de muy mala educación. El líder de la turba dijo a su vez que estaba muy bien, que si no los recibía en ese preciso instante bloquearían la calle Constituyentes, me conmovió tanto como el cuento de la caperucita y los vi marcharse muy decididos. Efectivamente a los quince minutos la calle estaba bloqueada y la nube de claxonazos era infernal. Recibí en ese momento una llamada de los responsables del orden en la ciudad, no para advertirme que iba en camino un grupo de apoyo para desalojar a esta gente –que es lo que uno esperaría- sino para darme la instrucción de que los recibiera de inmediato “porque no querían desmadre”.
Las lecciones fueron varias; la primera es que yo era un pelagatos que tenía que recibir a cualquiera que cerrara una calle, la segunda fue didáctica, cada que este grupo, comandado por un señor tan honrado como Stalin quería algo, amagaban con el cierre y les era concedido su deseo.
Este primer factor (oponerse es redituable) se complementa con uno segundo que se puede resumir en algo que dijo la señorita Barrales hace poco “el pueblo no es tonto y debe opinar”. Pues bien no estoy de acuerdo ya que considero que una enorme mayoría de mis conciudadanos son ejemplarmente imbéciles, que les importa un pito lo que pase y que no están ni medianamente calificados para emitir opiniones en asuntos que no conocen. Lo que pasa es que decir una cosa así es terriblemente incorrecto y debemos recordar que vivimos en tiempos de corrección total.
Me cuentan que algunos funcionarios del DF fueron obligados a volantear mientras se preguntaban si para eso fueron a la universidad, otros recibieron la consigna de ir a votar a huevo y no por gusto (aunque supongo que nadie va a votar con gusto). Ignoro si lo anterior es verdad pero si lo es, me parece una barbaridad irremediable.
Una última y necesaria aclaración es que esta colaboración en nada pretende abonarle terreno a los panistas, que por otro lado me parecen peores. Es simplemente el exabrupto de un ciudadano que no entiende las consultas, ni su razón de ser.
Imagine usted, querido lector, que un señor con iniciativa decide construir un edificio en algún lugar de esta ciudad, los trámites serán largos y exasperantes y es probable que algún funcionario le pida algún donativo para agilizarlo todo. Una vez que se encuentra con los papeles en regla viene un grupo de vecinos que: a) puede ser una nube de viejas chotas b) un señor que es vividor y tiene la capacidad de agitar las aguas o c) los tataranientos de don Vicente R. Gómez que sospecha que en el predio se encuentran los restos de su antepasado y piden la intervención del INAH. Es en ese momento que algún funcionario perspicaz habla de “realizar una consulta y transparentar las decisiones”, se prepara un salón, llega el grupo que está a favor seguido por la turba de viejas chotas, en diez minutos ya se están mentando la madre, mientras el inversionista ve con lágrimas en los ojos que acaba de perder un negocio.
En esta ciudad es prácticamente imposible realizar nada sin que alguien se oponga y ello –sospecho- se debe a lo redituable que resulta oponerse, normalmente las gentes que se amotinan reciben al final del proceso desde un desagravio hasta un préstamo para una vivienda de interés social. No importa si los motivos son delirantes, las autoridades temen a la masa lo mismo que los maoríes a los aviones.
Alguna vez cuando era burócrata y me encontraba en mi oficina llegó un grupo de gente menesterosa y gangsteril con el saludable propósito de “tener una audiencia”, le dije a mi secretaria que como no, que con todo gusto, nomás que hicieran una cita ya que a mí me enseñaron en mi casa que uno no se presenta sin previo aviso ya que eso es de muy mala educación. El líder de la turba dijo a su vez que estaba muy bien, que si no los recibía en ese preciso instante bloquearían la calle Constituyentes, me conmovió tanto como el cuento de la caperucita y los vi marcharse muy decididos. Efectivamente a los quince minutos la calle estaba bloqueada y la nube de claxonazos era infernal. Recibí en ese momento una llamada de los responsables del orden en la ciudad, no para advertirme que iba en camino un grupo de apoyo para desalojar a esta gente –que es lo que uno esperaría- sino para darme la instrucción de que los recibiera de inmediato “porque no querían desmadre”.
Las lecciones fueron varias; la primera es que yo era un pelagatos que tenía que recibir a cualquiera que cerrara una calle, la segunda fue didáctica, cada que este grupo, comandado por un señor tan honrado como Stalin quería algo, amagaban con el cierre y les era concedido su deseo.
Este primer factor (oponerse es redituable) se complementa con uno segundo que se puede resumir en algo que dijo la señorita Barrales hace poco “el pueblo no es tonto y debe opinar”. Pues bien no estoy de acuerdo ya que considero que una enorme mayoría de mis conciudadanos son ejemplarmente imbéciles, que les importa un pito lo que pase y que no están ni medianamente calificados para emitir opiniones en asuntos que no conocen. Lo que pasa es que decir una cosa así es terriblemente incorrecto y debemos recordar que vivimos en tiempos de corrección total.
Me cuentan que algunos funcionarios del DF fueron obligados a volantear mientras se preguntaban si para eso fueron a la universidad, otros recibieron la consigna de ir a votar a huevo y no por gusto (aunque supongo que nadie va a votar con gusto). Ignoro si lo anterior es verdad pero si lo es, me parece una barbaridad irremediable.
Una última y necesaria aclaración es que esta colaboración en nada pretende abonarle terreno a los panistas, que por otro lado me parecen peores. Es simplemente el exabrupto de un ciudadano que no entiende las consultas, ni su razón de ser.
martes, 26 de octubre de 2010
Disfraces (El Financiero 2005)
Conservo una foto de mi niñez en la que estoy en el jardín de mi casa, miro fijamente a la cámara igual que mi hermana Diana, en realidad ése no es el problema ya que me parece razonable que los padres retraten a sus hijos, la tragedia se expresa en que un servidor está disfrazado de conejito con una bolita de algodón en la cola y mi hermana de abejita portando unas mallas escalofriantes y una varita desconcertante ya que ignoraba que estos insectos fueran magos,
Que la gente se disfrace me parece completamente idiota y es por ello que tengo por norma no hacerlo así me paguen por ello. Por esta razón me pareció notable la nota que encontré hace poco en el periódico Reforma en la que se ofrecen una serie de consejitos sobre disfraces para las fiestas de Halloween por venir y que –considero respetuosamente- están dirigidos a los múltiples idiotas del planeta. Veamos:
1) Primero encuentra el lugar de preferencia que sea cerrado, pues octubre es un mes de pura lluvia y así la gente no tendrá que irse como esquimal para el festejo. Por supuesto solo alguien estúpido asiste a un lugar abierto semidesnudo, sin embargo el mayor misterio consiste en dar consejos meteorológicos sobre el mes equivocado ya que halloween se festeja en Noviembre.
2) Como en todo, no siempre todo mundo y hasta tus mismos amigos no van a ser los más entusiastas, así que espera los comentarios de "que flojera" o "ni al caso" con el tema del disfraz. Para que todo mundo coopere, debes poner varios gadgets: Puedes empezar por ofrecer un premio a los mejores tres disfraces o invitar al Club para forzarlos a que si no van vestidos como se indica quedarán en evidencia. Supongo que los amigos sin entusiasmo son los únicos lúcidos del grupo aunque en este caso el misterio es qué carajo es un gadget y la razón por la cual el anónimo autor del reportaje escribe como idiota. No es claro para mí cuál es la relación entre hacer el festejo en un club y que la gente quede en evidencia pero sí afirmo que poca gente diría para sus adentros “¡qué vergüenza! Mira a Paco de momia y yo sin disfraz”.
3) El punto más importante es hacer una cadena de "rumores" que diga que tu fiesta va a ser la mejor, que los disfraces de la mayoría de los invitados están cañones, para así fomentar un poco de competencia e interés. Que joya, ignoro como se hace una cadena de rumores pero me parece conmovedor el consejo. Imaginar en este momento a la señorita Fer hablando por teléfono con la señorita Camila mientras le dice: “mi fiesta va ser la mejor, corre la voz”, lo que ignoro es cómo carajo la señorita Fer se entera con anticipación de algo que se supone es secreto y se devela en el momento de abrir la puerta para encontrar a Tony disfrazado de pan tostado.
4) Acuérdate de invitar a ciertas personas que sabes que son muy buena onda, chistosas, entusiastas y aunque suene ridículo populares y guapos (as) para que tu fiesta sea un "must" para el fin de semana. Nunca he invitado a nadie a mi casa por su “entusiasmo” y en este caso el consejo asume un toque de autocrítica ya que –efectivamente- es ridículo invitar gente porque está buenona. La tragedia es que nuestro anónimo amigo sigue escribiendo como retardado (imaginar a un servidor pensando “quiero que mi fiesta sea un must”)
5) Calcula súper bien comida y bebida, son fatales las fiestas en las que de repente ya no hay ni hielo, generalmente en los lugares como La Europea te pueden calcular perfecto la cantidad, para que ni sobre ni falte. Y no hay que ser codos, la comida es buen punto pues con unas papas, olvídate de la cantidad de borrachos en una hora. A la comida le puedes agregar ítems del tema de la fiesta para que se vea más cool. Si bien hay tramos ilegibles, como el de la comida y las papas, este último consejo confirma mi percepción inicial; sobra la gente idiota, que en este caso es inclusive incapaz de calcular los víveres para una fiestecita. Pobres.
Que la gente se disfrace me parece completamente idiota y es por ello que tengo por norma no hacerlo así me paguen por ello. Por esta razón me pareció notable la nota que encontré hace poco en el periódico Reforma en la que se ofrecen una serie de consejitos sobre disfraces para las fiestas de Halloween por venir y que –considero respetuosamente- están dirigidos a los múltiples idiotas del planeta. Veamos:
1) Primero encuentra el lugar de preferencia que sea cerrado, pues octubre es un mes de pura lluvia y así la gente no tendrá que irse como esquimal para el festejo. Por supuesto solo alguien estúpido asiste a un lugar abierto semidesnudo, sin embargo el mayor misterio consiste en dar consejos meteorológicos sobre el mes equivocado ya que halloween se festeja en Noviembre.
2) Como en todo, no siempre todo mundo y hasta tus mismos amigos no van a ser los más entusiastas, así que espera los comentarios de "que flojera" o "ni al caso" con el tema del disfraz. Para que todo mundo coopere, debes poner varios gadgets: Puedes empezar por ofrecer un premio a los mejores tres disfraces o invitar al Club para forzarlos a que si no van vestidos como se indica quedarán en evidencia. Supongo que los amigos sin entusiasmo son los únicos lúcidos del grupo aunque en este caso el misterio es qué carajo es un gadget y la razón por la cual el anónimo autor del reportaje escribe como idiota. No es claro para mí cuál es la relación entre hacer el festejo en un club y que la gente quede en evidencia pero sí afirmo que poca gente diría para sus adentros “¡qué vergüenza! Mira a Paco de momia y yo sin disfraz”.
3) El punto más importante es hacer una cadena de "rumores" que diga que tu fiesta va a ser la mejor, que los disfraces de la mayoría de los invitados están cañones, para así fomentar un poco de competencia e interés. Que joya, ignoro como se hace una cadena de rumores pero me parece conmovedor el consejo. Imaginar en este momento a la señorita Fer hablando por teléfono con la señorita Camila mientras le dice: “mi fiesta va ser la mejor, corre la voz”, lo que ignoro es cómo carajo la señorita Fer se entera con anticipación de algo que se supone es secreto y se devela en el momento de abrir la puerta para encontrar a Tony disfrazado de pan tostado.
4) Acuérdate de invitar a ciertas personas que sabes que son muy buena onda, chistosas, entusiastas y aunque suene ridículo populares y guapos (as) para que tu fiesta sea un "must" para el fin de semana. Nunca he invitado a nadie a mi casa por su “entusiasmo” y en este caso el consejo asume un toque de autocrítica ya que –efectivamente- es ridículo invitar gente porque está buenona. La tragedia es que nuestro anónimo amigo sigue escribiendo como retardado (imaginar a un servidor pensando “quiero que mi fiesta sea un must”)
5) Calcula súper bien comida y bebida, son fatales las fiestas en las que de repente ya no hay ni hielo, generalmente en los lugares como La Europea te pueden calcular perfecto la cantidad, para que ni sobre ni falte. Y no hay que ser codos, la comida es buen punto pues con unas papas, olvídate de la cantidad de borrachos en una hora. A la comida le puedes agregar ítems del tema de la fiesta para que se vea más cool. Si bien hay tramos ilegibles, como el de la comida y las papas, este último consejo confirma mi percepción inicial; sobra la gente idiota, que en este caso es inclusive incapaz de calcular los víveres para una fiestecita. Pobres.
jueves, 21 de octubre de 2010
Chilangolandia (El Financiero 1996)
En principio, cuesta trabajo entender cómo un señor que nació en Anenecuilco el Alto puede odiar con toda su alma a su paisano de Anenecuilco el Bajo, nomás porque quiso el destino que los separara el Río de los Perros. Sin embargo, así sucede y, lo que es peor, la tendencia es mundial. Prácticamente en todo el planeta los terrícolas se han dedicado alegremente a darse en la madre con sus semejantes por motivos muy diversos que casi siempre tienen que ver con que no les da la gana integrarse. Las razones sobran: en España los catalanes reaccionaron a los vetos que les impuso ese gran cochino que fue el general Franco. En Estados Unidos les ha preocupado toda la vida que señores que no tienen los dientes rubios gocen de los privilegios del sueño americano... y así nos seguimos.
En México, más allá de nuestra --aparentemente inevitable-- tendencia a tratar a los pueblos indígenas como el cabo Rusty trataba a su mascota (o peor), el asunto tiene un peculiar matiz que es el de los chilangos. Un chilango (en la modesta opinión de nuestros vecinos de toda la República) es un ser gordo, soberbio y prepotente que llega a su región con una actitud equivalente a la de Hernán Cortés cuando visitaba sus feudos; todo le perece pueblo y se desespera porque no hay treinta cines y dieciocho estéticas caninas. En síntesis: es un mamonazo (que por cierto habla como Pepe el Toro).
Es muy probable que la visión sea justa. Sin embargo, no es pareja. Evidentemente todo aquel que crea que el nacer en la ciudad de México representa alguna superioridad sobre los demás no puede ser otra cosa que un pendejo, y el asumir que todos los chilangos lo somos me parecería un exceso (aunque tengo una lista bastante amplia de paisanos que efectivamente se manejan con una imbecilidad ejemplar).
El Distrito Federal es una ciudad que se llenó a base de inmigrantes, yo mismo soy hijo de un chiapaneco y una guatemalteca (a la que le mando un saludo) y este origen (creo) nos da una visión en la que nuestros compatriotas no son vistos como jijos de la mala vida. En cambio cuando uno viaja al interior de la República se encuentra con actitudes recelosas en el mejor de los casos, o de franca violencia en el peor. Ya he narrado en algún lugar cómo una vez, comiendo tacos de panza de perro con Javier Aguirre en la ciudad de Guadalajara, se nos acercaron dos judiciales con la saludable misión de ponernos en la madre nomás porque les caían gordos los nacidos en esta noble capital. Evitamos la madrina actuando con una actitud que en aquel momento juzgué rastrera (miramos fijamente al suelo como si ahí estuviera Demi Moore encuerada) pero hoy, con el asunto filtrado por la pátina del tiempo, sé que me permitió conservar los veinticuatro dientes que aún poseo.
El problema tiene su origen, además de la obvia asimetría en la distribución de bienes y servicios, en la enorme susceptibilidad con que se maneja la honra. El asunto consiste en defender al país, al estado, al municipio o a los colores del equipo de futbol de la tlapalería. Nos parece terrible, por ejemplo, que un senador gringo (en general un marranazo) diga que somos corruptos, que no es otra cosa que la verdad. Al mismo nivel y en otra escala es lo mismo que si alguien tiene la infeliz ocurrencia de declarar que San Juan de las Pitas es horrible o que fue a Jingüenécuaro y se comió una cochinita que lo dejó ciego. Podremos esperar los respectivos actos de desagravio, que en el último caso podrían consistir en una manifestación encabezada por puerquitos bien cebados.
¿A dónde nos lleva este encono? Evidentemente a ningún lado que no sea la sensación del ridículo ajeno cuando se observa que en el momento de mencionar el nombre del estado natal de algún señor, éste siente la imperiosa necesidad de gritar y aventar el sombrero para arriba (que es lo que hacemos los mexicanos en el extranjero).
Hago, pues, desde esta humilde tribuna un llamado a la reconciliación nacional, no movido por la hermandad sino por la necesidad que tengo de viajar con frecuencia y la comprensible expectativa de conservar la dentadura aunque sea hasta los cuarenta años.
En México, más allá de nuestra --aparentemente inevitable-- tendencia a tratar a los pueblos indígenas como el cabo Rusty trataba a su mascota (o peor), el asunto tiene un peculiar matiz que es el de los chilangos. Un chilango (en la modesta opinión de nuestros vecinos de toda la República) es un ser gordo, soberbio y prepotente que llega a su región con una actitud equivalente a la de Hernán Cortés cuando visitaba sus feudos; todo le perece pueblo y se desespera porque no hay treinta cines y dieciocho estéticas caninas. En síntesis: es un mamonazo (que por cierto habla como Pepe el Toro).
Es muy probable que la visión sea justa. Sin embargo, no es pareja. Evidentemente todo aquel que crea que el nacer en la ciudad de México representa alguna superioridad sobre los demás no puede ser otra cosa que un pendejo, y el asumir que todos los chilangos lo somos me parecería un exceso (aunque tengo una lista bastante amplia de paisanos que efectivamente se manejan con una imbecilidad ejemplar).
El Distrito Federal es una ciudad que se llenó a base de inmigrantes, yo mismo soy hijo de un chiapaneco y una guatemalteca (a la que le mando un saludo) y este origen (creo) nos da una visión en la que nuestros compatriotas no son vistos como jijos de la mala vida. En cambio cuando uno viaja al interior de la República se encuentra con actitudes recelosas en el mejor de los casos, o de franca violencia en el peor. Ya he narrado en algún lugar cómo una vez, comiendo tacos de panza de perro con Javier Aguirre en la ciudad de Guadalajara, se nos acercaron dos judiciales con la saludable misión de ponernos en la madre nomás porque les caían gordos los nacidos en esta noble capital. Evitamos la madrina actuando con una actitud que en aquel momento juzgué rastrera (miramos fijamente al suelo como si ahí estuviera Demi Moore encuerada) pero hoy, con el asunto filtrado por la pátina del tiempo, sé que me permitió conservar los veinticuatro dientes que aún poseo.
El problema tiene su origen, además de la obvia asimetría en la distribución de bienes y servicios, en la enorme susceptibilidad con que se maneja la honra. El asunto consiste en defender al país, al estado, al municipio o a los colores del equipo de futbol de la tlapalería. Nos parece terrible, por ejemplo, que un senador gringo (en general un marranazo) diga que somos corruptos, que no es otra cosa que la verdad. Al mismo nivel y en otra escala es lo mismo que si alguien tiene la infeliz ocurrencia de declarar que San Juan de las Pitas es horrible o que fue a Jingüenécuaro y se comió una cochinita que lo dejó ciego. Podremos esperar los respectivos actos de desagravio, que en el último caso podrían consistir en una manifestación encabezada por puerquitos bien cebados.
¿A dónde nos lleva este encono? Evidentemente a ningún lado que no sea la sensación del ridículo ajeno cuando se observa que en el momento de mencionar el nombre del estado natal de algún señor, éste siente la imperiosa necesidad de gritar y aventar el sombrero para arriba (que es lo que hacemos los mexicanos en el extranjero).
Hago, pues, desde esta humilde tribuna un llamado a la reconciliación nacional, no movido por la hermandad sino por la necesidad que tengo de viajar con frecuencia y la comprensible expectativa de conservar la dentadura aunque sea hasta los cuarenta años.
viernes, 15 de octubre de 2010
Papelones (El Financiero 1994)
En este mundo traidor existen gentes llamadas a cumplir muy diversos propósitos; tenemos por ejemplo a los idiotas, grupo al que pertenecen las personas que cuando uno se va por una coladera preguntan: "¿te caístes?" Hay también Conciencias Nacionales que son aquellos que se meten en todo y parecen tener un genio de los mil demonios: ¿ qué fulanito ganó una beca?... caca, ¿ qué menganito tiene un nuevo libro?... caca, ¿ qué la gente lee a puro badulaque en lugar de a mí? (es decir a él)... caca. En esta gama de personas con destino, un gremio que me parece fascinante es el de aquellos que hemos sido convocados por el Altísimo para hacer papelones. Creo que es más fácil ejemplificar los papelones que definirlos, así que me permitiré ofrecer una lista de algunos de ellos, con la saludable intención, querido lector, de evitarle un momento que, estoy seguro, puede resultar lamentable.
El papelón funerario.-- Este tuvo lugar cuando murió mi abuela y la llevaron a velar. Sus dos hijas, es decir, mi madre y su hermana, entraron a la capilla ardiente a rezar una magnífica. Después de dos horas y cuando tenían chipotes en las rodillas, se pararon a despedirse de mi abuelita. Dentro del ataúd --y donde debería encontrarse una viejita de ochenta años-- encontraron un señor muy peripuesto de bigotes alacranados que las miraba desde el mas allá probablemente con gran agradecimiento, el equívoco produjo que mi madre tuviera un ataque de risa loca en plena capilla que generó en los deudos una impresión muy desfavorable.
El papelón del pajarito.-- El papelón del pajarito tuvo lugar cuando una amiga (o pariente política, no recuerdo) de mi hermana Diana, entró a su casa proveniente del supermercado y se encontró a su marido metido hasta la barriga abajo del fregadero. Siguiendo un impulso juguetón, la amiga, a la que llamaremos Mesalina, se agachó y tomó del pito a su cónyuge mientras decía: " ¿ De quién es este pajarito?". Se escuchó un sonido sordo (como aquél que se produce cuando el parietal hace contacto con una superficie metálica) y de abajo del fregadero salió la cabeza sangrante de un señor con aspecto de plomero madreado. Mesalina pegó un grito ultrasónico y el pobre hombre salió como endemoniado olvidando (para siempre) su herramienta.
El papelón pornográfico.-- En un momento de bonanza familiar y cuando cablevisión no se dignaba a llegar al rumbucho donde vivíamos, decidimos suscribirnos a Multivisión, pagamos nuestra suscripción y esperamos. A los 15 días se presentó un camión del cual bajaron tres muchachos, dos de ellos muy avispados, el comportamiento del tercero sugería, en cambio, un ligero retraso mental. Después de hora y media en la que los técnicos llenaron de cables la recámara y el retardado rompió un florero, todo estuvo listo; me mostraron que todos los canales funcionaban y accionaron la videocasetera, con tan mala pata que encontraron a un hombre y una mujer en posición de decubito prono fornicando alegremente, ambos, protagonistas principales de la película pornográfica que se había usado en la despedida de soltero de mi cuñado... Papelones.
El papelón del baño.-- Hace ya muchos años, mi tío Jacinto se presentó en casa de su novia para conocer a sus suegros (parece ser que el viejo era un temible y respetado hijo de la chingada y la señora un fiambre). El tío Jacinto tragó saliva y entró, fue recibido de manera cortante pero correcta, y como se venía meando pidió permiso para pasar al baño. Al levantar la tapa mi tío se encontró con dos enormes óbolos de mierda flotando en las aguas del excusado; aunque impresionado, decidió seguir adelante y liberó su riñón. En el momento de jalar la cadena, el desastre: el agua conteniendo la inmundicia y los orines de mi tío se desbordó de la taza con cierta violencia, el piso quedó hecho una porquería y mi pariente con unos gemiditos (que fueron malinterpretados) trató de pedir auxilio... Murió soltero.
El papelón funerario.-- Este tuvo lugar cuando murió mi abuela y la llevaron a velar. Sus dos hijas, es decir, mi madre y su hermana, entraron a la capilla ardiente a rezar una magnífica. Después de dos horas y cuando tenían chipotes en las rodillas, se pararon a despedirse de mi abuelita. Dentro del ataúd --y donde debería encontrarse una viejita de ochenta años-- encontraron un señor muy peripuesto de bigotes alacranados que las miraba desde el mas allá probablemente con gran agradecimiento, el equívoco produjo que mi madre tuviera un ataque de risa loca en plena capilla que generó en los deudos una impresión muy desfavorable.
El papelón del pajarito.-- El papelón del pajarito tuvo lugar cuando una amiga (o pariente política, no recuerdo) de mi hermana Diana, entró a su casa proveniente del supermercado y se encontró a su marido metido hasta la barriga abajo del fregadero. Siguiendo un impulso juguetón, la amiga, a la que llamaremos Mesalina, se agachó y tomó del pito a su cónyuge mientras decía: " ¿ De quién es este pajarito?". Se escuchó un sonido sordo (como aquél que se produce cuando el parietal hace contacto con una superficie metálica) y de abajo del fregadero salió la cabeza sangrante de un señor con aspecto de plomero madreado. Mesalina pegó un grito ultrasónico y el pobre hombre salió como endemoniado olvidando (para siempre) su herramienta.
El papelón pornográfico.-- En un momento de bonanza familiar y cuando cablevisión no se dignaba a llegar al rumbucho donde vivíamos, decidimos suscribirnos a Multivisión, pagamos nuestra suscripción y esperamos. A los 15 días se presentó un camión del cual bajaron tres muchachos, dos de ellos muy avispados, el comportamiento del tercero sugería, en cambio, un ligero retraso mental. Después de hora y media en la que los técnicos llenaron de cables la recámara y el retardado rompió un florero, todo estuvo listo; me mostraron que todos los canales funcionaban y accionaron la videocasetera, con tan mala pata que encontraron a un hombre y una mujer en posición de decubito prono fornicando alegremente, ambos, protagonistas principales de la película pornográfica que se había usado en la despedida de soltero de mi cuñado... Papelones.
El papelón del baño.-- Hace ya muchos años, mi tío Jacinto se presentó en casa de su novia para conocer a sus suegros (parece ser que el viejo era un temible y respetado hijo de la chingada y la señora un fiambre). El tío Jacinto tragó saliva y entró, fue recibido de manera cortante pero correcta, y como se venía meando pidió permiso para pasar al baño. Al levantar la tapa mi tío se encontró con dos enormes óbolos de mierda flotando en las aguas del excusado; aunque impresionado, decidió seguir adelante y liberó su riñón. En el momento de jalar la cadena, el desastre: el agua conteniendo la inmundicia y los orines de mi tío se desbordó de la taza con cierta violencia, el piso quedó hecho una porquería y mi pariente con unos gemiditos (que fueron malinterpretados) trató de pedir auxilio... Murió soltero.
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