La trascendencia de los hombres (y las mujeres) ha sido medida con distintas varas desde que la historia es historia; en la Edad Media supongo que alguien podía aspirar a este valor porque conservaba todos los dientes a los treinta años. Entre los cristianos el asunto de la trascendencia se ha evaluado a través de un comportamiento impecable y un destino funesto, como ser quemado con leña verde o pasar a mejor vida devorado por una nube de hormigas entre los gritos de aborígenes que se negaron (¡pérfidos!) a ser catequizados. Los hare krishnas deben trascender de acuerdo con el número de corcholatas que golpean con las puntas de los dedos en los aeropuertos... y así nos seguimos.
Actualmente los criterios de trascendencia son confusos: uno puede aspirar al recuerdo de sus congéneres por la notable capacidad de tirar una pelota que va hecha la chingada; por escribir una obra maestra sobre el amor o simplemente en base a una propuesta escénica donde los protagonistas se lanzan huevazos mientras gritan: "¡La imaginación al poder!".
Los que nacimos para pelagatos, sin embargo, debemos conformarnos con criterios más elementales de trascendencia. La sabiduría popular recomienda la mamadencia ésa de escribir libros, plantar árboles o llenarnos de críos. De las tres consignas me preocupa profundamente el asunto del árbol, ya que no veo cómo los misteriosos caminos del Señor me enfrenten jamás con un prado verde, una pala y un pirul, y si esto llegar a suceder tampoco veo cómo se me antojaría hacer un hoyo en el suelo en lugar de tumbarme en él.
Con los hijos es otro cantar; ya he contado en este espacio la historia de María, ese pequeño pedazo de energía que me patea en las noches y que el jueves casi me deja tuerto mientras comía "frijolitos". Ahora María tendrá un hermano que si todo sale bien nacerá en el mes de mayo.
Decía Borges que decía no sé quién: los espejos y las cópulas son abominables, porque multiplican el número de los hombres". La cita --repugnante por cierto-- está bien para Borges pero no para un padre angustiado que ve venir a un hijo como se ve venir un meteorito. Por supuesto dentro de las cargas que se suman a los hombros destaca la decisión del nombre: "Fedro" propuse desde que me casé. Sin embargo, he recibido una multitud de comentarios (algunos sutiles y otros no) en los que se manifiesta que sólo alguien muy imbécil o de plano pendejo podrá cometer (así dicen, cometer) semejante monstruosidad con un niño pequeñito e indefenso que no tiene que sufrir las inseguridades de su padre. Por supuesto ignoré los comentarios... pero de dientes para afuera, ya que al poco tiempo dejé de dormir mientras soñaba que era apuñalado por mi propio hijo que en la mano blandía un acta de nacimiento. Ante la cochina duda decidí ir a Sanborns y comprar el libro "Nombres para el bebé" de Salvador Salazar. El texto es notable desde varios puntos de vista: primero por un epígrafe que dice a la letra "Para un niño es lo mismo llamarse Ciriaco, Cirilo, Casiano o Espiridión; pero no lo es ni para un joven ni para un adulto". Madres --pensé-- he ahí una verdad del tamaño de una casa y mis dudas se acrecentaron (lo mismo que mis pesadillas). A continuación me dispuse a hojear el libro y encontré el primer nombre "Aban", que según Salazar era un genio benéfico (que desde luego no tenía otro remedio que ser bueno con ese pinche nombre); "Abujajía" era nada menos que la tercera opción. Suspiré y seguí leyendo: "Batimona" (una divinidad que comía sesos); Huixtocíhuatl (un compatriota); Restituto (un mártir); Estaquis (un cristiano íntimo de Pablo el apóstol); Sucha (el dios andino del trago); ¿Fedro? Por ningún lado.
Al final de la lectura me dominaron dos sensaciones; la primera es que ni borracho me hubiera dado a la tarea que tan cumplidamente se enfrentó el autor. La segunda es que el nombre estaba decidido (que Dios y Abujajía me amparen)... cosas de la trascendencia.
jueves, 25 de marzo de 2010
lunes, 22 de marzo de 2010
¿Qué le pasó al Centro? (EL Financiero 1993)
Todos los días a partir del 15 de julio ha sido necesario que asista al centro de la ciudad para cumplir un trabajo. Exactamente a las nueve de la mañana, encamino mis pasos hacia el metro Miguel Angel de Quevedo y me trepo con rumbo a los Indios Verdes. La temperatura en el interior del carro debe se la misma que la que se necesita para derretir al tungsteno. El vagón es asaltado por gente que vende "tupsi de a peso" o que canta De colores acompañado por una guitarra con cuerdas de metal. El transbordo es en Hidalgo, una marea humana tomar por asalto el andén en dirección Tasqueña, allí hay que ponerse águila o a uno se lo lleva la tiznada, porque sale una cantidad de gente inimaginable del vagón. La bajada es en el Zócalo donde al salir por las escaleras que llevan a la gran plaza hay un olor que se mastica.
Una de las primeras cosas que llaman la atención al caminar por el centro es la cantidad de puestos y las eternas obras de reparación que dejan como polvorón a los caminantes. Se vende absolutamente todo; hay pilas, relojes, radios, supongo que hasta porcelana china. El detalle siniestro está dado por las patas de pollo, una especie de "snack" que se vende en cucuruchos de papel, y los tacos de algún animal cuyo cráneo descansa en la mesa, supongo que como evidencia de que no son de perro. No se puede caminar. Al atravesar las calles los taxistas, que son unos jijos de su tiznada madre, le avientan a uno el carro. Se siente horrible. La Plaza de la Constitución ha sido invadida por un número considerable de manifestantes que se instalan en tiendas de campaña de plástico. Hay pequeños cubículos que funcionan como baños (ignoro si hicieron un hoyo en el piso, aunque parece que no). Desde luego supongo que esta gente se encuentra allí protestando por alguna injusticia que el gobierno o algún empresariete (qué raro) cometió y podría parecer una frivolidad criticarla, pero ni modo, hay que decirlo, es terrible. Otra forma de protesta son las manifestaciones,los motivos son de lo más diverso y las consignas que se gritan son de una variedad extraordinaria. Hay mirones, paleros y manifestantes reales, hace poco una turba de viejas chirimoleras se plantó afuera del edificio en el que me encontraba. José Mateo y yo nos asomamos por la ventana y una gorda inició la siguiente consigna: "a, e-sos, mi-rones, les faltan, panta-lones". Cerramos la cortina.
Nadie en pleno uso de sus facultades mentales puede apoyar este deterioro. El centro debería ser un lugar al que se va con gusto y no con el corazón oprimido. No se trata, desde luego, de meter tanques y sacar a la gente o de prohibir las manifestaciones. Hay que ofrecer opciones y esa es una responsabilidad del gobierno. Que se reubique a los ambulantes (a los que venden patas de pollo no), que se dialogue con los manifestantes (con las viejas chirimoleras no) y que se genere mayor justicia para que la gente no tenga que hacer su camping enfrente de palacio, a costa suya (estoy seguro) y de la pituitaria de los transeúntes. Que a los taxistas se les haga manita de puerco cada vez que se lleven un cristiano. Así lo espero. Invito desde esta modesta tribuna a todos aquellos interesados en el destino del primer cuadro a que manifiesten sus inquietudes en una asociación de "amigos del centro histórico" en la que seguramente se anotará algún loro huasteco como presidenta y que, desde luego, logrará más que lo que un servidor con este pequeño desahogo.
Una de las primeras cosas que llaman la atención al caminar por el centro es la cantidad de puestos y las eternas obras de reparación que dejan como polvorón a los caminantes. Se vende absolutamente todo; hay pilas, relojes, radios, supongo que hasta porcelana china. El detalle siniestro está dado por las patas de pollo, una especie de "snack" que se vende en cucuruchos de papel, y los tacos de algún animal cuyo cráneo descansa en la mesa, supongo que como evidencia de que no son de perro. No se puede caminar. Al atravesar las calles los taxistas, que son unos jijos de su tiznada madre, le avientan a uno el carro. Se siente horrible. La Plaza de la Constitución ha sido invadida por un número considerable de manifestantes que se instalan en tiendas de campaña de plástico. Hay pequeños cubículos que funcionan como baños (ignoro si hicieron un hoyo en el piso, aunque parece que no). Desde luego supongo que esta gente se encuentra allí protestando por alguna injusticia que el gobierno o algún empresariete (qué raro) cometió y podría parecer una frivolidad criticarla, pero ni modo, hay que decirlo, es terrible. Otra forma de protesta son las manifestaciones,los motivos son de lo más diverso y las consignas que se gritan son de una variedad extraordinaria. Hay mirones, paleros y manifestantes reales, hace poco una turba de viejas chirimoleras se plantó afuera del edificio en el que me encontraba. José Mateo y yo nos asomamos por la ventana y una gorda inició la siguiente consigna: "a, e-sos, mi-rones, les faltan, panta-lones". Cerramos la cortina.
Nadie en pleno uso de sus facultades mentales puede apoyar este deterioro. El centro debería ser un lugar al que se va con gusto y no con el corazón oprimido. No se trata, desde luego, de meter tanques y sacar a la gente o de prohibir las manifestaciones. Hay que ofrecer opciones y esa es una responsabilidad del gobierno. Que se reubique a los ambulantes (a los que venden patas de pollo no), que se dialogue con los manifestantes (con las viejas chirimoleras no) y que se genere mayor justicia para que la gente no tenga que hacer su camping enfrente de palacio, a costa suya (estoy seguro) y de la pituitaria de los transeúntes. Que a los taxistas se les haga manita de puerco cada vez que se lleven un cristiano. Así lo espero. Invito desde esta modesta tribuna a todos aquellos interesados en el destino del primer cuadro a que manifiesten sus inquietudes en una asociación de "amigos del centro histórico" en la que seguramente se anotará algún loro huasteco como presidenta y que, desde luego, logrará más que lo que un servidor con este pequeño desahogo.
viernes, 19 de marzo de 2010
Aserejé (El Financiero 2001)
Los ritmos se modifican con los tiempos y eso no tiene remedio; lo que para algunos tiene valor en cierto momento se diluye irremediablemente y se modifica por nuevos aires musicales. Las excepciones (que siempre son las menos) se llaman –de acuerdo a los entendidos- “clásicos”. Este fenómeno de durabilidad es notable por varias razones la primera y más conspicua es que debe haber varios cientos de miles de melodías que se han perdido en la noche de los tiempos, lo mismo que las personas que la interpretaban, esto supone un desperdicio de corcheas que se ha ido acentuando día con día por medio de música que para todo fin práctico puede ser considerada desechable, es decir de óigase y tírese.
El otro día escuché por ejemplo una canción llamada “seasons in the sun” que puede ser calificada limpiamente como una mierda. El misterio es que esta melodía (en la que un badulaque le dice a su papa que rece por él) era de mis favoritas cuando tenía corta edad lo que sugiere varias cosas vergonzosas entre las que destaca el hecho de que yo era un imbécil perdido. El asunto es que este hecho generacional también sugiere que los gustos se modifican para bien o para mal y que además la música moderna se ha convertido en una suerte de kleenex por medio del que se suenan los particulares miembros de una generación.
Los que se resisten a esta suerte de destino forman una nube ligeramente patética que busca espacios para recordar los tiempos perdidos. Es por eso que existen lugares especializados en proveer a los cuarentones y cincuentones de la música que se ha ido y que les recuerda su juventud. El otro día por ejemplo me invitaron a una discoteca para oír “música de nuestros tiempos” la invitación me atrajo lo mismo que me atraería una cena privada con Pati Chapoy y me negué rotundamente mientras me imaginaba a mis congéneres bailando disco sobre una pista que se prende y se apaga.
Por supuesto un problema asociado es replicar las taras de nuestros mayores y decir que todo lo nuevo es una porquería (en este momento recuerdo a una persona mayor que le daba bastonazos a una bocina bajo el argumento de que eso no era música sino puro tamborazo). El problema objetivo es que efectivamente lo que he escuchado como novedades me parecen simplemente impresentables y para muestra procederé a dar dos botones: Hace poco fui a una boda, de ésas en las que los comensales se sientan, comen de gorra y a la hora apropiada se lanzan a la pista para dar zapatazos. En algún momento mi hija María (ocho años) sintió que los dioses de la danza la poseían y sacó a su avejentado padre a mover lo que los clásicos llama “el bote”. La canción que propuso para bailar se llamaba “aserejé” o algo así y me fue explicado que la interpreta un trío de muchachonas. El tema dice más o menos así: “asereje ku dejaja la quicola matro meco mimorre” lo cual en principio resulta notable pero lo es más aún la técnica para bailarlo consistente en agitar los brazos frente a la cara en un gesto que solo he visto en la gente que es atacada por una nube de abejas y se las quiere sacudir a manotazos. Supuse que las chicas eran finlandesas y por ello no entendía yo nada, hasta que alguien con la debida modernidad me explicó paternalmente que en realidad eran españolas y se consideraba altamente probable que la letra de marras tuviera un mensaje satánico (imaginar a Guillén bailando con la niña Guillén a manotazos un ritmo diabólico). Acto seguido vino otra canción acerca de la mayonesa también con una ortodoxia propia que en este caso se basa en mover los brazos como si uno estuviera batiendo los huevos del rompope mientras balancea las caderas en un movimiento que todavía recuerdo entre estremecimientos y sudoraciones varias.
Mi incompetencia fue tal que supongo que hice pasar una vergüenza a la heredera que me liberó aliviada y me mandó a sentar entre la nube de borrachos que simplemente no entendemos que los tiempos cambian.
Para bien o para mal.
El otro día escuché por ejemplo una canción llamada “seasons in the sun” que puede ser calificada limpiamente como una mierda. El misterio es que esta melodía (en la que un badulaque le dice a su papa que rece por él) era de mis favoritas cuando tenía corta edad lo que sugiere varias cosas vergonzosas entre las que destaca el hecho de que yo era un imbécil perdido. El asunto es que este hecho generacional también sugiere que los gustos se modifican para bien o para mal y que además la música moderna se ha convertido en una suerte de kleenex por medio del que se suenan los particulares miembros de una generación.
Los que se resisten a esta suerte de destino forman una nube ligeramente patética que busca espacios para recordar los tiempos perdidos. Es por eso que existen lugares especializados en proveer a los cuarentones y cincuentones de la música que se ha ido y que les recuerda su juventud. El otro día por ejemplo me invitaron a una discoteca para oír “música de nuestros tiempos” la invitación me atrajo lo mismo que me atraería una cena privada con Pati Chapoy y me negué rotundamente mientras me imaginaba a mis congéneres bailando disco sobre una pista que se prende y se apaga.
Por supuesto un problema asociado es replicar las taras de nuestros mayores y decir que todo lo nuevo es una porquería (en este momento recuerdo a una persona mayor que le daba bastonazos a una bocina bajo el argumento de que eso no era música sino puro tamborazo). El problema objetivo es que efectivamente lo que he escuchado como novedades me parecen simplemente impresentables y para muestra procederé a dar dos botones: Hace poco fui a una boda, de ésas en las que los comensales se sientan, comen de gorra y a la hora apropiada se lanzan a la pista para dar zapatazos. En algún momento mi hija María (ocho años) sintió que los dioses de la danza la poseían y sacó a su avejentado padre a mover lo que los clásicos llama “el bote”. La canción que propuso para bailar se llamaba “aserejé” o algo así y me fue explicado que la interpreta un trío de muchachonas. El tema dice más o menos así: “asereje ku dejaja la quicola matro meco mimorre” lo cual en principio resulta notable pero lo es más aún la técnica para bailarlo consistente en agitar los brazos frente a la cara en un gesto que solo he visto en la gente que es atacada por una nube de abejas y se las quiere sacudir a manotazos. Supuse que las chicas eran finlandesas y por ello no entendía yo nada, hasta que alguien con la debida modernidad me explicó paternalmente que en realidad eran españolas y se consideraba altamente probable que la letra de marras tuviera un mensaje satánico (imaginar a Guillén bailando con la niña Guillén a manotazos un ritmo diabólico). Acto seguido vino otra canción acerca de la mayonesa también con una ortodoxia propia que en este caso se basa en mover los brazos como si uno estuviera batiendo los huevos del rompope mientras balancea las caderas en un movimiento que todavía recuerdo entre estremecimientos y sudoraciones varias.
Mi incompetencia fue tal que supongo que hice pasar una vergüenza a la heredera que me liberó aliviada y me mandó a sentar entre la nube de borrachos que simplemente no entendemos que los tiempos cambian.
Para bien o para mal.
martes, 16 de marzo de 2010
Los diarios (El Financiero 2004)
En estos tiempos que corren la imagen se ha hecho un asunto importante que predomina dictatorialmente sobre otras formas de comunicación. Con el advenimiento de los medios masivos se ha vuelto moneda corriente que las personas públicas vivan a salto de mata y con el Jesús en la boca por el miedo que produce que a uno lo agarren en cuestiones inconfesables.
No pienso gastar su tiempo y el mío recetándole un análisis sobre los sucesos de la semana pasada ya que de ello se han encargado absolutamente todos y el asunto está de hueva. Me parece más importante reflexionar sobre el peso que tiene una imagen y la forma de obtenerla que –como se sabe- es absolutamente ilegal.
Algunas entrevistas he concedido en mi vida, las menos por mi actividad literaria y el resto en mi calidad de burócrata profesional. En ellas me llama la atención el sentido de urgencia por lo que los reporteros llaman la nota. Muchas cosas se han proscrito en la modernidad creciente, quizá una de las más lamentables es nuestro derecho a reflexionar sobre lo que decimos. Nuestra propia avidez por saberlo todo y rápidamente ha convertido al ejercicio periodístico en una carrera desenfrenada y poco lúcida en pos de las noticias del mundo. La metáfora es extrema pero creo que justa, me imagino a los reporteros como una jauría en pos de la presa, solo en el momento que se obtiene un bocado (que puede ser insustancial) se abandona la persecución. Hace algunos meses observé maravillado como Adolfo Aguilar Zínzer luego de ser defenestrado en la Secretaría de Relaciones Exteriores hacía un alto ante la nube de reporteros que lo esperaban en la puerta. Los siguientes veinte minutos generaron diálogos extraordinarios en los que él argumentaba que lo sentía, que no iba a dar ninguna declaración. Cualquier persona sensata ante una respuesta tan claramente desalentadora daría la vuelta y probaría suerte en otro sitio pero no los reporteros que continuaron preguntando, inclusive provocándolo para sacarlo de sus casillas.
Esta tendencia –decía- condena la reflexión a un mundo de timoratos y dubitativos. Es necesario ante los hechos fijar posiciones rápidamente, manifestarse inequívocamente, los eclécticos son considerados una nueva plaga, también quienes no tienen opinión o desconocen la respuesta a una pregunta. Hay que ver las zozobras de muchos entrevistados cuando se les pide un dato, una cifra, una ley que desconocen. Lo más práctico sería simplemente contestar “no sé”. Sin embargo esto nunca ocurre por temores varios, el más conspicuo, recibir una reprimenda del algún gurú mediático.
La tendencia actual ha inscrito a los medios en una batalla mercantil llena de códigos más propios de compañías petroleras que del servicio social que supuestamente prestan. Es frecuente que un medio determinado, anuncie con orgullo que es “el único (o el primero) de informar de tal suceso”. Supongo que estas declaraciones van dirigidas a una masa anónima que seguramente reconocerá la eficacia y el profesionalismo de la empresa por sobre la ineptitud de otras. También es frecuente que una noticia sea roída hasta los huesos para que los medios sigan vendiendo tiempo triple A. No tengo la menor duda que los que toman las decisiones atizan el fuego cuando las notas se empiezan a extinguir. La intensidad mediática ha logrado paradojas notables –lo ha señalado ya Kapuscinski- el reportero que recorre el mundo y que se encuentra in situ en el lugar de los hechos, puede ser la persona menos informada de lo que está pasando. El 11 de septiembre Lourdes Ramos y Jorge Berry, desde un estudio en la ciudad de México, hicieron favor de informarle a su reportero en Nueva York que un segundo avión se había estrellado en las torres gemelas.
Sin embargo creo que la mayor paradoja periodística estriba en su impunidad. Una premisa básica de la prensa para hacerse de la información es condenar a la picota a quien se niegue a darla. Los argumentos estallan de inmediato: “complicidades, corrupción, algo se esconde etc.”. Sin embargo ¿que ocurre cuando un medio obtiene (ilegalmente) información escandalosa y la publica de nuevo ilegalmente? En muchos casos reputaciones personales son afectadas indeleblemente y en el momento de pedir cuentas los términos se modifican casi por arte de magia: “acoso, censura, hostigamiento a la libertad de expresión, etc”. Percibo esto como algo escandaloso, sin embargo la soledad de mis argumentos prueban también que puedo estar equivocado.
No pienso gastar su tiempo y el mío recetándole un análisis sobre los sucesos de la semana pasada ya que de ello se han encargado absolutamente todos y el asunto está de hueva. Me parece más importante reflexionar sobre el peso que tiene una imagen y la forma de obtenerla que –como se sabe- es absolutamente ilegal.
Algunas entrevistas he concedido en mi vida, las menos por mi actividad literaria y el resto en mi calidad de burócrata profesional. En ellas me llama la atención el sentido de urgencia por lo que los reporteros llaman la nota. Muchas cosas se han proscrito en la modernidad creciente, quizá una de las más lamentables es nuestro derecho a reflexionar sobre lo que decimos. Nuestra propia avidez por saberlo todo y rápidamente ha convertido al ejercicio periodístico en una carrera desenfrenada y poco lúcida en pos de las noticias del mundo. La metáfora es extrema pero creo que justa, me imagino a los reporteros como una jauría en pos de la presa, solo en el momento que se obtiene un bocado (que puede ser insustancial) se abandona la persecución. Hace algunos meses observé maravillado como Adolfo Aguilar Zínzer luego de ser defenestrado en la Secretaría de Relaciones Exteriores hacía un alto ante la nube de reporteros que lo esperaban en la puerta. Los siguientes veinte minutos generaron diálogos extraordinarios en los que él argumentaba que lo sentía, que no iba a dar ninguna declaración. Cualquier persona sensata ante una respuesta tan claramente desalentadora daría la vuelta y probaría suerte en otro sitio pero no los reporteros que continuaron preguntando, inclusive provocándolo para sacarlo de sus casillas.
Esta tendencia –decía- condena la reflexión a un mundo de timoratos y dubitativos. Es necesario ante los hechos fijar posiciones rápidamente, manifestarse inequívocamente, los eclécticos son considerados una nueva plaga, también quienes no tienen opinión o desconocen la respuesta a una pregunta. Hay que ver las zozobras de muchos entrevistados cuando se les pide un dato, una cifra, una ley que desconocen. Lo más práctico sería simplemente contestar “no sé”. Sin embargo esto nunca ocurre por temores varios, el más conspicuo, recibir una reprimenda del algún gurú mediático.
La tendencia actual ha inscrito a los medios en una batalla mercantil llena de códigos más propios de compañías petroleras que del servicio social que supuestamente prestan. Es frecuente que un medio determinado, anuncie con orgullo que es “el único (o el primero) de informar de tal suceso”. Supongo que estas declaraciones van dirigidas a una masa anónima que seguramente reconocerá la eficacia y el profesionalismo de la empresa por sobre la ineptitud de otras. También es frecuente que una noticia sea roída hasta los huesos para que los medios sigan vendiendo tiempo triple A. No tengo la menor duda que los que toman las decisiones atizan el fuego cuando las notas se empiezan a extinguir. La intensidad mediática ha logrado paradojas notables –lo ha señalado ya Kapuscinski- el reportero que recorre el mundo y que se encuentra in situ en el lugar de los hechos, puede ser la persona menos informada de lo que está pasando. El 11 de septiembre Lourdes Ramos y Jorge Berry, desde un estudio en la ciudad de México, hicieron favor de informarle a su reportero en Nueva York que un segundo avión se había estrellado en las torres gemelas.
Sin embargo creo que la mayor paradoja periodística estriba en su impunidad. Una premisa básica de la prensa para hacerse de la información es condenar a la picota a quien se niegue a darla. Los argumentos estallan de inmediato: “complicidades, corrupción, algo se esconde etc.”. Sin embargo ¿que ocurre cuando un medio obtiene (ilegalmente) información escandalosa y la publica de nuevo ilegalmente? En muchos casos reputaciones personales son afectadas indeleblemente y en el momento de pedir cuentas los términos se modifican casi por arte de magia: “acoso, censura, hostigamiento a la libertad de expresión, etc”. Percibo esto como algo escandaloso, sin embargo la soledad de mis argumentos prueban también que puedo estar equivocado.
domingo, 14 de marzo de 2010
Mexicanidades (El Financiero 2001)
¿Cómo reconocer un compatriota viajando por el mundo? El indicador más usado consiste en determinar en medio de un tumulto a la persona que trae la bandera tricolor, un sombrero gigante y que avanza gritando ¡viva México cabrones! Otra manera sencilla es identificar al que trae zapatos blancos sin calcetines o la señora que se untó tres kilos de manteca vegetal en la cara con el fin de subir a la torre Eiffel. Sin embargo, este método presenta serias deficiencias ya que no permite suponer más que la forma más superficial de nuestra herencia. Es por ello que me he propuesto construir un índice de mexicanidad que permita analizar de manera científica el nivel de identificación patrio de todos aquellos que tuvimos la suerte de nacer en estas bellas tierras. Asumo, sin ninguna modestia, que esta es una valiosa aportación a un territorio en el que las únicas explicaciones sobre nuestro comportamiento se basan en la idea de que sufrimos un trauma irreversible cuando los españoles llegaron a quemarnos los pies. Para ello le pido, querido lector, que conteste el siguiente cuestionario diseñado ex profeso para que se conozca mejor. Si el asunto pega, procederé a publicar un manual de autoayuda que usted encontrará en todas las librerías de prestigio y puestos de periódicos.
1.- Usted ha tenido una sensación de derrota e impotencia cuando se enteró que:
a) Hernán Cortés tomó preso a Cuauhtemoc y le achicharró los pies para que dijera dónde estaba la lana.
b) El cura Hidalgo fue apresado en Acatita de Baján (¿qué carajos será eso?), lo confesaron, fusilaron y decapitaron.
c) Nuestra gloriosa selección nacional fue derrotada por el poderoso equipo de Honduras en el Azteca.
2.- La luz del semáforo está en verde, usted advierte que seguir adelante provocará que los autos que circulan por la otra calle no puedan avanzar cuando corresponde, entonces decide:
a) Frenar de inmediato, sonreír cortésmente al vecino y esperar con paciencia.
b) Mandar una carta a las autoridades en donde, con toda civilidad, reflexiona acerca de la necesidad de que los semáforos de la ciudad se sincronicen adecuadamente.
c) Echar la lámina para adelante, bloquear el camino y observar al vacío mientras le mientan la madre.
3.- Ha ganado un viaje a Australia en el que, junto con otras cuarenta personas se dispone a conocer las llanuras. En un paisaje magnífico y rodeado de canguros usted decide:
a) Comentar con sus compañeros de viaje lo imborrable que le resulta la experiencia que está viviendo.
b) Caminar en silencio mientras reflexiona en lo maravillosa que es la naturaleza.
c) Darle de comer a un canguro un pedazo de quesadilla, chiflarle al animal para ver si se espanta y en el momento cumbre entonar la canción mixteca mientras grita: ¡jay-ja-jay¡.
4.- Frente a usted hay una pared completamente encalada, recibe de pronto un litro de pintura y una brocha del dos, en ese momento:
a) Decide donar tales implementos al museo nacional de arte, donde seguramente recibirán un mejor uso.
b) Se aleja del lugar y al llegar a su casa le ofrece a su vecino ayuda para pinta su casa (la del vecino).
c) Entra en una especie de episodio histérico y se pone a llenar la pared con leyendas tales como: “aquí estuvo el Pitirijas”, “Claudia te amo” o “putos lo de la San Joaquín”.
5.- Enfrente de usted hay doce botellas de vino descorchadas y listas para servirse, entonces:
a) Inaugura un club de cata de vino e invita a amigos y familiares para realizar la primera prueba.
b) Tira el contenido de las botellas por la coladera ya que considera que el alcohol es perjudicial para la salud.
c) Invita a tres cuates y empieza a tomar, a la segunda botella dice cosas como: “es que te quiero un chingo”, en la cuarta botella balancea la cabeza como elefante anestesiado y en la sexta decide hablarle (son las tres de la mañana) a la novia de la juventud para decirle lo mucho que la ama. Luego orina en el camellón.
Bien, si usted ha contestado la opción “C” en las cinco ocasiones, no cabe duda de que es más mexicano que el pulque y un digno exponente de nuestra nacionalidad, por lo que le sugiero enviar una carta al Secretario Castañeda para que le dé un hueso en algún consulado y nos pueda representar con la dignidad que merecemos.
1.- Usted ha tenido una sensación de derrota e impotencia cuando se enteró que:
a) Hernán Cortés tomó preso a Cuauhtemoc y le achicharró los pies para que dijera dónde estaba la lana.
b) El cura Hidalgo fue apresado en Acatita de Baján (¿qué carajos será eso?), lo confesaron, fusilaron y decapitaron.
c) Nuestra gloriosa selección nacional fue derrotada por el poderoso equipo de Honduras en el Azteca.
2.- La luz del semáforo está en verde, usted advierte que seguir adelante provocará que los autos que circulan por la otra calle no puedan avanzar cuando corresponde, entonces decide:
a) Frenar de inmediato, sonreír cortésmente al vecino y esperar con paciencia.
b) Mandar una carta a las autoridades en donde, con toda civilidad, reflexiona acerca de la necesidad de que los semáforos de la ciudad se sincronicen adecuadamente.
c) Echar la lámina para adelante, bloquear el camino y observar al vacío mientras le mientan la madre.
3.- Ha ganado un viaje a Australia en el que, junto con otras cuarenta personas se dispone a conocer las llanuras. En un paisaje magnífico y rodeado de canguros usted decide:
a) Comentar con sus compañeros de viaje lo imborrable que le resulta la experiencia que está viviendo.
b) Caminar en silencio mientras reflexiona en lo maravillosa que es la naturaleza.
c) Darle de comer a un canguro un pedazo de quesadilla, chiflarle al animal para ver si se espanta y en el momento cumbre entonar la canción mixteca mientras grita: ¡jay-ja-jay¡.
4.- Frente a usted hay una pared completamente encalada, recibe de pronto un litro de pintura y una brocha del dos, en ese momento:
a) Decide donar tales implementos al museo nacional de arte, donde seguramente recibirán un mejor uso.
b) Se aleja del lugar y al llegar a su casa le ofrece a su vecino ayuda para pinta su casa (la del vecino).
c) Entra en una especie de episodio histérico y se pone a llenar la pared con leyendas tales como: “aquí estuvo el Pitirijas”, “Claudia te amo” o “putos lo de la San Joaquín”.
5.- Enfrente de usted hay doce botellas de vino descorchadas y listas para servirse, entonces:
a) Inaugura un club de cata de vino e invita a amigos y familiares para realizar la primera prueba.
b) Tira el contenido de las botellas por la coladera ya que considera que el alcohol es perjudicial para la salud.
c) Invita a tres cuates y empieza a tomar, a la segunda botella dice cosas como: “es que te quiero un chingo”, en la cuarta botella balancea la cabeza como elefante anestesiado y en la sexta decide hablarle (son las tres de la mañana) a la novia de la juventud para decirle lo mucho que la ama. Luego orina en el camellón.
Bien, si usted ha contestado la opción “C” en las cinco ocasiones, no cabe duda de que es más mexicano que el pulque y un digno exponente de nuestra nacionalidad, por lo que le sugiero enviar una carta al Secretario Castañeda para que le dé un hueso en algún consulado y nos pueda representar con la dignidad que merecemos.
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