Las llamadas “redes sociales” se han convertido en un fenómeno emergente que requiere cierto análisis. Es frecuente observar a señores de mi edad, es decir nacidos en el Pleistoceno, trabajando en su granjita de Facebook, o a psicópatas potenciales inundando la red con mensajes crípticos. Pero eso no es todo, las redes son canales de comunicación eficaces, que en tiempo real pueden lograr miles de impactos. Hace no mucho se acercó a mí una empresa para pedirme de manera literal “que hiciera publicidad en tuiter” el asunto me pareció ligeramente mamarracho (imaginarme diciendo “que buena está la coca light”) por lo que me negué, pero pensé de inmediato que en la propuesta se esconde una de las potencialidades de las redes, justamente su alcance.
Dado que no se necesita ser físico nuclear para llegar a la conclusión anterior es que muchos periodistas y hombres públicos han entrado a las redes con el fin de utilizarlas para ampliar su marco de resonancia. Gente como José Cárdenas, Raymundo Riva Palacio, Mario Campos o León Krauze se han convertido en activos usuarios que dialogan con sus escuchas en algunos casos en condiciones de igualdad que los medios tradicionales no permiten. A este fenómeno hay que agregar el de los políticos que ya advirtieron este potencial de comunicación y han entrado activamente en ellas. Se dice que Obama ganó la Presidencia gracias a esta estrategia (y a que tenía a un pelele por adversario, agregaría) y un estudio reciente publicado en El Universal da cuenta de que 135 Diputados de los quinientos existentes tienen cuenta en Tuiter y la usan de manera activa. El Presidente Calderón también lo hace (no con la mayor de las fortunas) y gente como Javier Lozano, Manuel Espino y Mony de Swann, andan por ahí dando algunos tumbos como procederé a exponer a continuación.
El día del informe Presidencial, Felipe Calderón mandó un mensaje a la red en el que decía que mandaría un “mensaje abusivo a la Nación”, considerando que la “l” y la “b” son letras distantes del teclado se trató de un lapsus que dio la vuelta a la red de manera instantánea y generó un pitorreo inmediato. Ese es el problema de mandar un mensaje instantáneo; no hay una turba de asesores que velen por su integridad y garanticen cierto control de daños. Hace poco también, Mony de Swann escribió de forma suicida un texto en el que decía –palabras más palabras menos- que estaba preparando su comparecencia en lugar de estar haciendo algo más divertido. La declaración anterior, imbécil en sí misma, de inmediato fue captada y este buen hombre con apellido de lateral derecho de Holanda, pasó por la picota.
Gente como Gerardo Fernández Noroña (la “Dama del buen decir”) utiliza Tuiter de manera permanente, de hecho en el mismo artículo de El Universal se le cita como el diputado federal con mayor número de seguidores con los que entabla diálogos de antología, ya que en la red no hay complacencias y frecuentemente entran sus adversarios a darle con todo. Sin embargo, el diputado Fernández demuestra que no está manco y escribe cosas como “animal” o “aprende ortografía” mientras lanza sus acostumbrados denuestos al Gobierno de la República. Javier Lozano, Secretario del Trabajo, es otro ente irascible al que se le cuestionó por la entrega de Centenarios y otras adquisiciones al personal sindicalizado y respondió burlándose mientras que su Oficial Mayor simplemente insultó a la persona que se había quejado de tal medida.
Esos son los saldos, que no son pocos, Tuiter, lo mismo que otras herramientas de comunicación modernas, desnudan a sus usuarios y los expone en sus niveles de intolerancia o de distracción. Es por ello que se ha generado una paradoja; los medios masivos de comunicación están buscando la nota, cada vez con más frecuencia, en las redes sociales en lugar de las fuentes tradicionales y estas expresiones dan cuenta de un universo que seguramente tendrá un efecto revolucionario en la forma de comunicar ideas.
Un servidor por lo pronto, seguirá valorando la idea de hacer publicidad en tuiter, siempre y cuando no me pidan que hable de unos tenis para gente imbécil que logran el prodigio de bajar 20 kilos con una caminadita de 10 minutos.
miércoles, 11 de abril de 2012
viernes, 6 de abril de 2012
El lado positivo (El Financiero 2002)
No soporto a la gente positiva, ésa que cuando alguien se petatea utiliza como herramienta solidaria frases del tipo: “Mejor así, que descanse” o a aquellos que después que el huracán le derrumbó la vivienda, entonan un himno de esperanza mientras remueven el cascajo en el que se encuentran las posesiones de toda su vida. Me he enterado entre escalofríos que existe un gremio llamado “club de los optimistas” que deben ser un grupo de infumables (imaginar en este momento a su servilleta en un sofá rodeado por optimistas que cantan una canción). Alguna vez me senté en la misma mesa que una a la que descubrí idiota en el preciso momento que, después que yo le contara una serie de plagas interminables que amenazaban mi estabilidad emocional, sugirió entre guiños: “regálame una sonrisa”. Por supuesto no le regalé ni un llavero y salí pitando convencido de que tendría que ser más cuidadoso en la elección de mis amistades futuras.
El problema es que tampoco soporto a los que se quejan de todo lo habido y por haber y tengo la dolorosa impresión de que los mexicanos somos una raza que ha hecho de la queja una forma de vida. Ignoro si ello se debe a que nos conquistaron o a que hemos perdido todas las guerras posibles pero eso es lo de menos. Pasemos a los ejemplos: las autoridades recientemente decidieron cambiar el pavimento de la colonia en la que vivo por lo que las calles se han convertido en verdaderas trincheras de la primera guerra. Por supuesto que todo es un desmadre; hoy que llevaba a mis hijos a la escuela quedamos en calidad de polvorón debido a los imbéciles que consideran adecuado acelerar en medio de un terregal. Para salir en la dirección correcta es menester que tome la incorrecta y dé una vuelta de ocho kilómetros, sin embargo me queda claro que a menos que la ingeniería civil nacional se reforme no hay de otra por lo que conviene apechugar. Sin embargo, ya los vecinos se están organizando para protestar por el desgarriate lo que me haría suponer que en este momento algún funcionario ha de estar recibiendo la queja y reflexionando acerca de no volver a dedicar presupuesto a una colonia de susceptibles que se enojan porque pasó la mosca. El problema es canijo ya que el otro día al salir de mi casa me encontré a un señor que llevaba una libreta de firmas en la que pedía que la repavimentación no solo se aplicara en ciertas calles sino en la suya también porque era injusto que solo algunos se beneficiaran y entonces ya no entendí nada.
Las cartas que mandan las personas a los periódicos normalmente se redactan diciendo cosas como: “es cierto que no pagué, pero es no les da derecho…” o “reconozco que llegué veinte minutos tarde pero ¿no dejarme subir al avión?” Lo que quiere decir que somos una nube de tira piedras que prácticamente nunca estamos dispuestos a asumir ninguna responsabilidad pero sí descargarla en otros. En una comida hace poco me senté al lado de un señor que se decidió tres horas a explicar que desde su punto de vista (era dentista) los segundos pisos eran una de las decisiones más idiotas de los últimos tiempos, varias veces intentamos cambiar de tema, que si las lluvias que si Hugo Sánchez y nanay, el sacamuelas terco con la vialidad. De pronto uno que también estaba hasta la madre le preguntó ¿y vas a votar? La respuesta es antologable: “no, porque ello implicaría validar el proceso”. Ahora resulta que si la gente es fodonga y no va a votar no es culpa de ella. Lo lamento pero el argumento me parece inaceptable.
Nos quejamos del clima, del gobierno, de la corrupción y de las mafias de todos los tipos, de las marchas y la basura. También de que en México no se lee y que estamos rodeados de sátrapas. De acuerdo, México es un país que da para que uno se enoje mucho, pero la neurosis colectiva alcanza ya niveles que de pronto hacen que uno añore a los optimistas y la verdad es que no se trata de eso.
El problema es que tampoco soporto a los que se quejan de todo lo habido y por haber y tengo la dolorosa impresión de que los mexicanos somos una raza que ha hecho de la queja una forma de vida. Ignoro si ello se debe a que nos conquistaron o a que hemos perdido todas las guerras posibles pero eso es lo de menos. Pasemos a los ejemplos: las autoridades recientemente decidieron cambiar el pavimento de la colonia en la que vivo por lo que las calles se han convertido en verdaderas trincheras de la primera guerra. Por supuesto que todo es un desmadre; hoy que llevaba a mis hijos a la escuela quedamos en calidad de polvorón debido a los imbéciles que consideran adecuado acelerar en medio de un terregal. Para salir en la dirección correcta es menester que tome la incorrecta y dé una vuelta de ocho kilómetros, sin embargo me queda claro que a menos que la ingeniería civil nacional se reforme no hay de otra por lo que conviene apechugar. Sin embargo, ya los vecinos se están organizando para protestar por el desgarriate lo que me haría suponer que en este momento algún funcionario ha de estar recibiendo la queja y reflexionando acerca de no volver a dedicar presupuesto a una colonia de susceptibles que se enojan porque pasó la mosca. El problema es canijo ya que el otro día al salir de mi casa me encontré a un señor que llevaba una libreta de firmas en la que pedía que la repavimentación no solo se aplicara en ciertas calles sino en la suya también porque era injusto que solo algunos se beneficiaran y entonces ya no entendí nada.
Las cartas que mandan las personas a los periódicos normalmente se redactan diciendo cosas como: “es cierto que no pagué, pero es no les da derecho…” o “reconozco que llegué veinte minutos tarde pero ¿no dejarme subir al avión?” Lo que quiere decir que somos una nube de tira piedras que prácticamente nunca estamos dispuestos a asumir ninguna responsabilidad pero sí descargarla en otros. En una comida hace poco me senté al lado de un señor que se decidió tres horas a explicar que desde su punto de vista (era dentista) los segundos pisos eran una de las decisiones más idiotas de los últimos tiempos, varias veces intentamos cambiar de tema, que si las lluvias que si Hugo Sánchez y nanay, el sacamuelas terco con la vialidad. De pronto uno que también estaba hasta la madre le preguntó ¿y vas a votar? La respuesta es antologable: “no, porque ello implicaría validar el proceso”. Ahora resulta que si la gente es fodonga y no va a votar no es culpa de ella. Lo lamento pero el argumento me parece inaceptable.
Nos quejamos del clima, del gobierno, de la corrupción y de las mafias de todos los tipos, de las marchas y la basura. También de que en México no se lee y que estamos rodeados de sátrapas. De acuerdo, México es un país que da para que uno se enoje mucho, pero la neurosis colectiva alcanza ya niveles que de pronto hacen que uno añore a los optimistas y la verdad es que no se trata de eso.
miércoles, 28 de marzo de 2012
El fraude como una de las bellas artes (Nexos 2008)
Los datos falsos son extremadamente dañinos para el progreso de la ciencia ya que permanecen por mucho tiempo. Charles Darwin
Hace algunos meses recibí un correo electrónico que me pareció notable; se trataba de una comunicación emitida por la señora Christabel Darwin, en la que me informaba que los hados y el destino me habían hecho el inesperado ganador de la lotería inglesa y que mi modesto premio consistía en cinco millones de euros. Tenía dos opciones; la primera ere simple, renunciar a mi vida de pelagatos, mentarle la madre a mi jefe y salir corriendo a buscar mi recompensa, o, en caso alternativo, seguir la ruta del mexicano escéptico al que todo le huele a fraude (me siento tentado a proponer ejemplos). La posdata de la señora Darwin me pedía cortésmente que depositara cien euros en una cuenta de banco para “no perder el premio” ya que mi suerte, si bien extraordinaria, tenía período de caducidad.
Los mexicanos hemos sido improntados en la cultura del fraude, no existe trámite, proceso electoral, pago de servicio o cualquier componente de nuestra vida en sociedad que no se preste para arreglos. “Se puede arreglar”, “¿no habrá manera?” o “póngale buena voluntad”, son algunas de las frases costumbristas con las que día a día evitamos el cumplimiento de ciertas normas en beneficio propio. Esta cesión de derechos antes las tentaciones cotidianas no es privativa de gremio alguno; ya se sabe que grupos presuntamente intachables como el ecleseástico, ceden consuetudinariamente a las trampas de la fe. En este contexto debemos ubicar a quienes se dedican a hacer ciencia y que son concebidos por el imaginario colectivo, como seres distraídos pero lumbreras, portando batas, torturando cobayos y en casos muy específicos queriendo dominar al mundo. Existen varios términos que pueden ser asociados al quehacer científico; escepticismo razonado, curiosidad, diligencia y muy señaladamente honestidad intelectual. En este último caso es documentable la tentación de los hombres de ciencia por pecar de vez en cuando y ello, si bien los humaniza, también los coloca del lado social correcto que es el de los pecadores cuyo número es creciente e infinito.
Quizá el caso más destacable en materia de fraudes científicos es el del coreano Woo Suk Hwang que en el año de 2004 anunció que había logrado la clonación de embriones humanos y en 2005 conmovió a la comunidad científica al publicar en la prestigiada revista Science que había obtenido la clonación de células madre embrionarias humanas. La trascendencia de este hallazgo era indudable ya que estos trabajos abrían la puerta para cambios sustanciales en el tratamiento de enfermedades como el Parkinson o la diabetes. Sin embargo, Woo –que había sido galardonado por el gobierno coreano por su méritos- no sabía que uno de sus colaboradores sufriría un arrebato de honradez y denunciaría al científico argumentando que los clones de células embrionarias generados por pacientes con diversas enfermedades eran simplemente falsos y que los datos reportados existían nomás en la imaginación del señor Hwang, quien fue inmediatamente defenestrado y expulsado de la Universidad Nacional de Seúl.
El rostizón fue global y notablemente público como puede advertirse en el siguiente fragmento aparecido en una nota del periódico mexicano El Universal (que normalmente no cubre estos temas) tomada de la agencia EFE y fechada el 29 de diciembre de 2005: La Universidad Nacional de Seúl asestó hoy el golpe definitivo contra la reputación del pionero de la clonación genética sudcoreana, Hwang Woo-suk, al acusarle de falsear sus experimentos con células madre de embriones humanos. Un comité investigador de ese centro oficial anunció que “ no encontró ninguna evidencia ” sobre la autenticidad de los logros de Hwang Woo-suk sobre las células madre de embriones humanos clonados, tal y como presentó este año la prestigiosa revista Science. Estos presuntos éxitos en el campo de la clonación tuvieron una gran repercusión en la comunidad científica internacional, pues habrían el camino para el tratamiento de enfermedades consideradas incurables actualmente, como la diabetes y el Parkinson. La portavoz del comité universitario que investiga el caso, la decana universitaria Roh Jong-hye, confirmó este jueves que no existe ninguna célula madre de embriones clonados a pacientes. “No se ha encontrado ninguna célula creada que coincida con el ADN de la célula del paciente y tampoco existen evidencias de que se crearan esas células clonadas ” , afirmó la portavoz en una reunión con periodistas. La revista Science publicó en mayo de 2005 que el equipo de Hwang obtuvo once células madre de embriones humanos clonados de diversos pacientes, experimento para el que se emplearon 185 óvulos. Las células madre pueden evolucionar en células de la sangre, el hígado, los músculos y otros sistemas vitales, de ahí el potencial para regenerar órganos que esta vía de investigación ofrece. Según la responsable de la Universidad de Seúl, las conclusiones del comité universitario de investigación (que hunden aún más, si cabe, la reputación del idolatrado profesor) se obtuvieron después de que se examinara en tres laboratorios diferentes el ADN de ocho células creadas por el equipo de Hwang.
La exposición de Hwang presenta varios elementos que son dignos de análisis y que explican la razón por la cual se convirtió en una bomba mediática. Por un lado se trata de un tema público, el de la clonación, que más allá de detalles técnicos, se encuentra en los debates populares, si bien en formas maniqueas como “es bueno” o “es malo”. Por otro lado, los científicos modernos se han visto sometidos a una enorme presión para ser los primeros en demostrar una teoría o probar algún hallazgo. Las políticas de financiamiento científico obligan a estas nobles personas a entrar en una carrera de vértigo para obtener la primacía y con ello la gloria. Una de las hipótesis de un grupo competidor al de Woo publicada en el periódico español El País para entender el fraude, es que el coreano estaba consciente de que sus rivales se acercaban peligrosamente por lo que se vio obligado a publicar sus resultados aunque estos fueran falsos. Finalmente se encuentra la rapidez con la que viajan las noticias científicas debido al uso de la red y que permiten un análisis casi inmediato de la veracidad de la información.
Para consuelo de Hwang, éste no se encuentra solo en su pecaminosa conducta, existen decenas de casos documentados de científicos que son atrapados con los dedos en la puerta y que pueden ser justificados con argumentos de nobleza desigual. Por ejemplo, en 1996 el físico de la Universidad de Nueva York Alan Sokal –harto de la impostura de ciertas revistas- mandó el texto: "Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica" a revisión en la revista Social Text, que hasta ese momento gozaba de un reconocido prestigio. Se estila que en las revistas especializadas un comité de revisores o “árbitros” dictaminen la pertinencia de publicar un determinado texto. El de Sokal fue aceptado sin reservas u hasta ahí hubiera quedado todo de no ser porque tres semanas después de ver su texto publicado, Sokal publicó un segundo artículo en la revista Lingua Franca, cuyo título lo dice simplemente todo: “El experimento de un físico en estudios culturales”. En ese texto el profesor Sokal confesaba sin rubor alguno que todo lo que había escrito para Social Text era un disparate, que las fórmulas usadas no demostraban nada y que en esencia los editores habían mostrado impostura y cretinismo (el segundo adjetivo es mío). Se trata obviamente de un fraude pero en este caso Sokal cuenta con mi simpatía irremediable ya que desenmascara la pomposidad de algunos grupos científicos que han generado códigos propios dignos de los búfalos mojados y que sin embargo, en algunos casos como este, no entienden lo que revisan pero para no lucir ignorantes y lo aceptan sin reserva por lo que su comportamiento es doblemente pernicioso para el avance científico.
Algunos casos históricos son ilustrativos como el de nuestro padre (lo digo en sentido literal) Mendel, el descubridor de la genética que hizo miles de cruzas de la planta del chícharo para demostrar sus teorías. Don Gregorio, que así se llamaba, aparentemente fue poco escrupuloso con sus datos ya que en 1936, el estadístico británico Ronald Fisher revisó las cuentas del monje agustino y decidió que algo se podría en Dinamarca; Es inconcebible obtener las relaciones de Mendel a menos que se hubiera producido un completo milagro del azar, declaró Fisher imperturbable. Palabras más palabras menos, se acusaba de “cuchareo” a Mendel. Para fortuna del monje y de la exacta ciencia de los milagros, el efecto mostrado era correcto y los datos solo se habían manipulado para hacerlos más contundentes, por lo que el daño científico fue menor y no mermó en nada la efigie de Gregor que, como se sabe, ocupa la página 154 de todos los libros de biología en el país.
Ejemplos abundan; en 1953 el paleontólogo Keneth Oakley demostró que el hombre de Piltdown, un fósil hallado en las canteras inglesas en 1913 era simplemente un fraude producto de la mezcla manipulada de la mandíbula de un simio y un cráneo humano fallecidos en fechas recientes. Nuestro supuesto antepasado Piltdown, que inclusive tenía un nombre científico: (Eoanthropus Dawsoni), tuvo que ser retirado discretamente de toda la literatura científica de la época.
Podría seguir documentando debilidades pero prefiero mejor, querido lector, recomendarle el libro de Horace Freeland: Anatomía del fraude científico de Editorial Crítica Barcelona 2006. Este buen hombre se dio a la tarea de cazar a un número mayor de científicos deshonestos al de mis malos pensamientos. En mi caso, creo que prefiero mostrar un punto: los científicos no son alienígenas, ni seres diferentes al resto de nosotros, tienen amores humores y de cuando en cuando muestran resquicios que nos permiten entender que no existe la perfección humana, lo que dicho sea de paso, me produce un profundo alivio.
Hace algunos meses recibí un correo electrónico que me pareció notable; se trataba de una comunicación emitida por la señora Christabel Darwin, en la que me informaba que los hados y el destino me habían hecho el inesperado ganador de la lotería inglesa y que mi modesto premio consistía en cinco millones de euros. Tenía dos opciones; la primera ere simple, renunciar a mi vida de pelagatos, mentarle la madre a mi jefe y salir corriendo a buscar mi recompensa, o, en caso alternativo, seguir la ruta del mexicano escéptico al que todo le huele a fraude (me siento tentado a proponer ejemplos). La posdata de la señora Darwin me pedía cortésmente que depositara cien euros en una cuenta de banco para “no perder el premio” ya que mi suerte, si bien extraordinaria, tenía período de caducidad.
Los mexicanos hemos sido improntados en la cultura del fraude, no existe trámite, proceso electoral, pago de servicio o cualquier componente de nuestra vida en sociedad que no se preste para arreglos. “Se puede arreglar”, “¿no habrá manera?” o “póngale buena voluntad”, son algunas de las frases costumbristas con las que día a día evitamos el cumplimiento de ciertas normas en beneficio propio. Esta cesión de derechos antes las tentaciones cotidianas no es privativa de gremio alguno; ya se sabe que grupos presuntamente intachables como el ecleseástico, ceden consuetudinariamente a las trampas de la fe. En este contexto debemos ubicar a quienes se dedican a hacer ciencia y que son concebidos por el imaginario colectivo, como seres distraídos pero lumbreras, portando batas, torturando cobayos y en casos muy específicos queriendo dominar al mundo. Existen varios términos que pueden ser asociados al quehacer científico; escepticismo razonado, curiosidad, diligencia y muy señaladamente honestidad intelectual. En este último caso es documentable la tentación de los hombres de ciencia por pecar de vez en cuando y ello, si bien los humaniza, también los coloca del lado social correcto que es el de los pecadores cuyo número es creciente e infinito.
Quizá el caso más destacable en materia de fraudes científicos es el del coreano Woo Suk Hwang que en el año de 2004 anunció que había logrado la clonación de embriones humanos y en 2005 conmovió a la comunidad científica al publicar en la prestigiada revista Science que había obtenido la clonación de células madre embrionarias humanas. La trascendencia de este hallazgo era indudable ya que estos trabajos abrían la puerta para cambios sustanciales en el tratamiento de enfermedades como el Parkinson o la diabetes. Sin embargo, Woo –que había sido galardonado por el gobierno coreano por su méritos- no sabía que uno de sus colaboradores sufriría un arrebato de honradez y denunciaría al científico argumentando que los clones de células embrionarias generados por pacientes con diversas enfermedades eran simplemente falsos y que los datos reportados existían nomás en la imaginación del señor Hwang, quien fue inmediatamente defenestrado y expulsado de la Universidad Nacional de Seúl.
El rostizón fue global y notablemente público como puede advertirse en el siguiente fragmento aparecido en una nota del periódico mexicano El Universal (que normalmente no cubre estos temas) tomada de la agencia EFE y fechada el 29 de diciembre de 2005: La Universidad Nacional de Seúl asestó hoy el golpe definitivo contra la reputación del pionero de la clonación genética sudcoreana, Hwang Woo-suk, al acusarle de falsear sus experimentos con células madre de embriones humanos. Un comité investigador de ese centro oficial anunció que “ no encontró ninguna evidencia ” sobre la autenticidad de los logros de Hwang Woo-suk sobre las células madre de embriones humanos clonados, tal y como presentó este año la prestigiosa revista Science. Estos presuntos éxitos en el campo de la clonación tuvieron una gran repercusión en la comunidad científica internacional, pues habrían el camino para el tratamiento de enfermedades consideradas incurables actualmente, como la diabetes y el Parkinson. La portavoz del comité universitario que investiga el caso, la decana universitaria Roh Jong-hye, confirmó este jueves que no existe ninguna célula madre de embriones clonados a pacientes. “No se ha encontrado ninguna célula creada que coincida con el ADN de la célula del paciente y tampoco existen evidencias de que se crearan esas células clonadas ” , afirmó la portavoz en una reunión con periodistas. La revista Science publicó en mayo de 2005 que el equipo de Hwang obtuvo once células madre de embriones humanos clonados de diversos pacientes, experimento para el que se emplearon 185 óvulos. Las células madre pueden evolucionar en células de la sangre, el hígado, los músculos y otros sistemas vitales, de ahí el potencial para regenerar órganos que esta vía de investigación ofrece. Según la responsable de la Universidad de Seúl, las conclusiones del comité universitario de investigación (que hunden aún más, si cabe, la reputación del idolatrado profesor) se obtuvieron después de que se examinara en tres laboratorios diferentes el ADN de ocho células creadas por el equipo de Hwang.
La exposición de Hwang presenta varios elementos que son dignos de análisis y que explican la razón por la cual se convirtió en una bomba mediática. Por un lado se trata de un tema público, el de la clonación, que más allá de detalles técnicos, se encuentra en los debates populares, si bien en formas maniqueas como “es bueno” o “es malo”. Por otro lado, los científicos modernos se han visto sometidos a una enorme presión para ser los primeros en demostrar una teoría o probar algún hallazgo. Las políticas de financiamiento científico obligan a estas nobles personas a entrar en una carrera de vértigo para obtener la primacía y con ello la gloria. Una de las hipótesis de un grupo competidor al de Woo publicada en el periódico español El País para entender el fraude, es que el coreano estaba consciente de que sus rivales se acercaban peligrosamente por lo que se vio obligado a publicar sus resultados aunque estos fueran falsos. Finalmente se encuentra la rapidez con la que viajan las noticias científicas debido al uso de la red y que permiten un análisis casi inmediato de la veracidad de la información.
Para consuelo de Hwang, éste no se encuentra solo en su pecaminosa conducta, existen decenas de casos documentados de científicos que son atrapados con los dedos en la puerta y que pueden ser justificados con argumentos de nobleza desigual. Por ejemplo, en 1996 el físico de la Universidad de Nueva York Alan Sokal –harto de la impostura de ciertas revistas- mandó el texto: "Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica" a revisión en la revista Social Text, que hasta ese momento gozaba de un reconocido prestigio. Se estila que en las revistas especializadas un comité de revisores o “árbitros” dictaminen la pertinencia de publicar un determinado texto. El de Sokal fue aceptado sin reservas u hasta ahí hubiera quedado todo de no ser porque tres semanas después de ver su texto publicado, Sokal publicó un segundo artículo en la revista Lingua Franca, cuyo título lo dice simplemente todo: “El experimento de un físico en estudios culturales”. En ese texto el profesor Sokal confesaba sin rubor alguno que todo lo que había escrito para Social Text era un disparate, que las fórmulas usadas no demostraban nada y que en esencia los editores habían mostrado impostura y cretinismo (el segundo adjetivo es mío). Se trata obviamente de un fraude pero en este caso Sokal cuenta con mi simpatía irremediable ya que desenmascara la pomposidad de algunos grupos científicos que han generado códigos propios dignos de los búfalos mojados y que sin embargo, en algunos casos como este, no entienden lo que revisan pero para no lucir ignorantes y lo aceptan sin reserva por lo que su comportamiento es doblemente pernicioso para el avance científico.
Algunos casos históricos son ilustrativos como el de nuestro padre (lo digo en sentido literal) Mendel, el descubridor de la genética que hizo miles de cruzas de la planta del chícharo para demostrar sus teorías. Don Gregorio, que así se llamaba, aparentemente fue poco escrupuloso con sus datos ya que en 1936, el estadístico británico Ronald Fisher revisó las cuentas del monje agustino y decidió que algo se podría en Dinamarca; Es inconcebible obtener las relaciones de Mendel a menos que se hubiera producido un completo milagro del azar, declaró Fisher imperturbable. Palabras más palabras menos, se acusaba de “cuchareo” a Mendel. Para fortuna del monje y de la exacta ciencia de los milagros, el efecto mostrado era correcto y los datos solo se habían manipulado para hacerlos más contundentes, por lo que el daño científico fue menor y no mermó en nada la efigie de Gregor que, como se sabe, ocupa la página 154 de todos los libros de biología en el país.
Ejemplos abundan; en 1953 el paleontólogo Keneth Oakley demostró que el hombre de Piltdown, un fósil hallado en las canteras inglesas en 1913 era simplemente un fraude producto de la mezcla manipulada de la mandíbula de un simio y un cráneo humano fallecidos en fechas recientes. Nuestro supuesto antepasado Piltdown, que inclusive tenía un nombre científico: (Eoanthropus Dawsoni), tuvo que ser retirado discretamente de toda la literatura científica de la época.
Podría seguir documentando debilidades pero prefiero mejor, querido lector, recomendarle el libro de Horace Freeland: Anatomía del fraude científico de Editorial Crítica Barcelona 2006. Este buen hombre se dio a la tarea de cazar a un número mayor de científicos deshonestos al de mis malos pensamientos. En mi caso, creo que prefiero mostrar un punto: los científicos no son alienígenas, ni seres diferentes al resto de nosotros, tienen amores humores y de cuando en cuando muestran resquicios que nos permiten entender que no existe la perfección humana, lo que dicho sea de paso, me produce un profundo alivio.
viernes, 16 de marzo de 2012
Memorias de un automovilista (El Financiero 2002)
Aprendí a manejar en una especie de batimovil que poseía el autor de mis días y cuya palanca de velocidades se encontraba pegada al volante. Cuando se avizoraba una vuelta, era necesario empezar a virar a mitad de la cuadra para que la maniobra surtiera efecto. Un día el joven Fabián se trepó en el cofre mientras yo avanzaba lentamente. Este es el momento de advertir que mi amigo pesaba lo mismo que el coche y es por esta razón que su volumen obstruyó mi visión lo que provocó que me diera de frente con un auto que había dado la vuelta. Fabián salió volando como una especie de acróbata gordo con el limpiador en la mano y cayó al piso en una escena que solo he vuelto a observar en Sea World cuando los cachalotes salían de la piscina. Fue mi primer accidente.
Con el paso del tiempo me di cuenta que no bastaba con aprender a manejar competentemente si uno ejercía esta actividad en esta muy noble y leal ciudad de México. No, en realidad se trataba de adquirir las mañas chilangas ya que un automovilista respetuoso de las normas viales es tan común en esta ciudad como el pulque en Reykiavik y en muchos de los casos pasa por idiota o ingenuo. Pongamos un ejemplo, todos los días para llegar a mi trabajo debo detenerme en el semáforo que se encuentra en el inicio de Constituyentes y el circuito interior, enfrente de unos puestos de flores y de la estatua de un señor que contempla impasible la nada. Por algún misterio la gente considera muy normal pasarse este alto si no vienen coches por la otra calle asunto que a mí me pone muy nervioso porque por la zona circulan unos camionsotes así de grandes. En todos los casos decido respetar la luz roja y esperar que me corresponda pasar, lo que sigue es que todos los conductores que tuvieron la mala pata de ponerse detrás de mí decidan mentarme la madre, metan reversa, pasen a mi lado y griten cosas como: “pendejo, estorbo o baboso”. Un servidor, curtido en el insulto nomás se queda pensando en quién nos enseña estas mañas a los chilangos y en general al pueblo mexicano.
Mi segundo ejemplo lo vivo al dejar el trabajo en la misma calle de Constituyentes. Cada tarde salgo por una puerta que da a esta avenida mientras los autos que la atraviesan pasan algo así como hechos la chingada hasta que se pone la luz roja de un semáforo. Los coches empiezan a frenar hasta que no tienen más remedio que bloquear mi acceso, por supuesto a nadie se le ocurre frenar para que yo pueda cruzar la avenida. Ello me ha llevado a la terrible disyuntiva diaria de tener que echar lámina para abrirme paso. No sé si la gente es imbécil y no advierte que ellos ya no pueden seguir adelante o si piensan que dejarme pasar es un acto que los convierte en más imbéciles porque al realizar la maniobra vuelvo a recibir una carretada de insultos.
Otra variante de estas disfunciones ciudadanas tiene que ver con las colas de autos que esperan salir de una gran avenida. Normalmente en este caso lo que ocurre es que queda un hueco en un carril que avanza inexorablemente hacia algún obstáculo por lo que nadie utiliza esa vía hasta que un taxista cabrón la utiliza para ganar tiempo y meterse a huevo en la línea de los que estaban esperando. Todas estas experiencias se aderezan por la nube de idiotas que consideran el claxon como una forma de incrementar la velocidad vial, de los microbuseros que manejan sus unidades por toda la ciudad como Atila manejaba a los hunos, por los guaruras que echan lámina y fusca en el peor de los casos para que uno los deje pasar. En fin, no parece haber ningún remedio para resolver estas psicopatías por lo que hay que entrenar a los infantes para que salgan a la calle preparados como el mariscal Montgomery para la batalla de El Alamein, hay que enseñarlos a gritar peladeces, hacer señas y no dejarse de nadie ya que con este sencillo principio no parecerán mutantes en una ciudad de locos.
Con el paso del tiempo me di cuenta que no bastaba con aprender a manejar competentemente si uno ejercía esta actividad en esta muy noble y leal ciudad de México. No, en realidad se trataba de adquirir las mañas chilangas ya que un automovilista respetuoso de las normas viales es tan común en esta ciudad como el pulque en Reykiavik y en muchos de los casos pasa por idiota o ingenuo. Pongamos un ejemplo, todos los días para llegar a mi trabajo debo detenerme en el semáforo que se encuentra en el inicio de Constituyentes y el circuito interior, enfrente de unos puestos de flores y de la estatua de un señor que contempla impasible la nada. Por algún misterio la gente considera muy normal pasarse este alto si no vienen coches por la otra calle asunto que a mí me pone muy nervioso porque por la zona circulan unos camionsotes así de grandes. En todos los casos decido respetar la luz roja y esperar que me corresponda pasar, lo que sigue es que todos los conductores que tuvieron la mala pata de ponerse detrás de mí decidan mentarme la madre, metan reversa, pasen a mi lado y griten cosas como: “pendejo, estorbo o baboso”. Un servidor, curtido en el insulto nomás se queda pensando en quién nos enseña estas mañas a los chilangos y en general al pueblo mexicano.
Mi segundo ejemplo lo vivo al dejar el trabajo en la misma calle de Constituyentes. Cada tarde salgo por una puerta que da a esta avenida mientras los autos que la atraviesan pasan algo así como hechos la chingada hasta que se pone la luz roja de un semáforo. Los coches empiezan a frenar hasta que no tienen más remedio que bloquear mi acceso, por supuesto a nadie se le ocurre frenar para que yo pueda cruzar la avenida. Ello me ha llevado a la terrible disyuntiva diaria de tener que echar lámina para abrirme paso. No sé si la gente es imbécil y no advierte que ellos ya no pueden seguir adelante o si piensan que dejarme pasar es un acto que los convierte en más imbéciles porque al realizar la maniobra vuelvo a recibir una carretada de insultos.
Otra variante de estas disfunciones ciudadanas tiene que ver con las colas de autos que esperan salir de una gran avenida. Normalmente en este caso lo que ocurre es que queda un hueco en un carril que avanza inexorablemente hacia algún obstáculo por lo que nadie utiliza esa vía hasta que un taxista cabrón la utiliza para ganar tiempo y meterse a huevo en la línea de los que estaban esperando. Todas estas experiencias se aderezan por la nube de idiotas que consideran el claxon como una forma de incrementar la velocidad vial, de los microbuseros que manejan sus unidades por toda la ciudad como Atila manejaba a los hunos, por los guaruras que echan lámina y fusca en el peor de los casos para que uno los deje pasar. En fin, no parece haber ningún remedio para resolver estas psicopatías por lo que hay que entrenar a los infantes para que salgan a la calle preparados como el mariscal Montgomery para la batalla de El Alamein, hay que enseñarlos a gritar peladeces, hacer señas y no dejarse de nadie ya que con este sencillo principio no parecerán mutantes en una ciudad de locos.
viernes, 9 de marzo de 2012
En tiempos del Chupacabras (El Financiero 1996)
Samuel Langhorne Clemens, conocido por los cuates como Mark Twain, vino a este mundo un 30 de noviembre de 1835, su llegada coincidió con la del cometa Halley, y el evento astronómico fue considerado como un augurio de grandeza que el autor de Tom Sawyer se encargó de cumplir cabalmente. Muy bien, mi hijo Fedro nació el 9 de mayo pasado (simplemente no le dio la gana de nacer el día de las madres y ese es un asunto que jamás dejaré de agradecerle). El asunto más notable que rodea el nacimiento del heredero lo he tratado de rastrear desde el sábado y los resultados han sido decepcionantes: no hay cometas, ni fuego en los cielos, ni nada, y asumo -quizá con cierta ligereza- que la transmisión de poderes en la CTM o el triunfo de los diablos rojos no guardan ninguna relación con el nacimiento de mi hijo.
¿Qué queda? Pues sólo el chupacabras, ese híbrido de guajolote, policía judicial y extraterrestre que se dedica a la saludable tarea de desangrar animales quien sabe para qué. ¿Qué significa que Fedro haya nacido en tiempos del chupacabras? ¿Qué será un chupasangre? ¿Qué será judicial? ¿Qué comerá tortas de pavo de don Polo? La verdad es que no lo sé y estoy desconcertado ante las posibilidades. Sin embargo el atarante del nacimiento ha generado algunas reflexiones sobre los hijos que quisiera compartir con usted, querido lector.
Sobre los hijos uno deposita expectativas en muchos casos excesivas; la imaginación se desborda y entonces hay que ser el primero de la clase o el más guapo, de pérdida el menos tonto o el que no se deja. Pero las expectativas son tan variables como este mundo y le abren al angustiado padre un abanico de opciones que es necesario atender de acuerdo a las ideologías que cada quien malamente construya. Para que, por ejemplo, el niño aprenda que la vida es dura no hay que dejarlo llorar si tiene fractura expuesta. Si lo que se quiere es éxito hay que ponerlo frente a un piano con el fin de que toque “Para Elisa” ante un grupo de adultos con más hueva que él. Otra alternativa es dejarlo en libertad de que haga lo que quiera hasta el día que asesine a sus padres por medio de un hacha, o que se haga artista alternativo y entonces se ponga un arete en el ombligo y huela a escroto de mapache.
Si se desea que tenga valores y se peine los domingos se le llevará a la iglesia, si en contraste se espera que sea un defensor del libre pensamiento se evitará la primera comunión y los tamales de la fiesta. Para politizarlo se le puede llevar a las juventudes revolucionarias del PRI dónde tendrá que vestirse como sólo un imbécil y los alumnos de cualquier facultad de derecho lo hacen. Cuándo la búsqueda se centre en un perfil izquierdoso, hay que ponerle Inti por nombre, meterlo en unas escuela activa y permitirle que hable, fume y tome con los grandes.
Si la expectativa es que nadie abuse de él. habrá que comprar una pera y ponerlo a entrenar hasta que llegue una demanda de la escuela. Si lo queremos ahorrativo le abriremos una cuenta en el banco y tendrá que rendir un informe pormenorizado del peso diario que tiene asignado. ¿Lo queremos calladito? un espadadrapo en la boca durante ocho horas; ¿intelectual? habrá que sentarse con él una hora diaria para explicarle todas y cada unas de las acciones parentales: “papá está verde porque se enojó con mamá”.
Como verá, querido lector, el ramillete de alternativas parece infinito y evidentemente si uno no toma las decisiones correctas el asunto se irá por la borda ¿Cómo educar a un hijo? No lo tengo claro. Sin embargo puedo decir que su nacimiento nos ha hecho felices a su madre y a mí, que espero que no se clave los cambios y que si es calvo lleve el asunto con la dignidad adecuada.
¿Qué queda? Pues sólo el chupacabras, ese híbrido de guajolote, policía judicial y extraterrestre que se dedica a la saludable tarea de desangrar animales quien sabe para qué. ¿Qué significa que Fedro haya nacido en tiempos del chupacabras? ¿Qué será un chupasangre? ¿Qué será judicial? ¿Qué comerá tortas de pavo de don Polo? La verdad es que no lo sé y estoy desconcertado ante las posibilidades. Sin embargo el atarante del nacimiento ha generado algunas reflexiones sobre los hijos que quisiera compartir con usted, querido lector.
Sobre los hijos uno deposita expectativas en muchos casos excesivas; la imaginación se desborda y entonces hay que ser el primero de la clase o el más guapo, de pérdida el menos tonto o el que no se deja. Pero las expectativas son tan variables como este mundo y le abren al angustiado padre un abanico de opciones que es necesario atender de acuerdo a las ideologías que cada quien malamente construya. Para que, por ejemplo, el niño aprenda que la vida es dura no hay que dejarlo llorar si tiene fractura expuesta. Si lo que se quiere es éxito hay que ponerlo frente a un piano con el fin de que toque “Para Elisa” ante un grupo de adultos con más hueva que él. Otra alternativa es dejarlo en libertad de que haga lo que quiera hasta el día que asesine a sus padres por medio de un hacha, o que se haga artista alternativo y entonces se ponga un arete en el ombligo y huela a escroto de mapache.
Si se desea que tenga valores y se peine los domingos se le llevará a la iglesia, si en contraste se espera que sea un defensor del libre pensamiento se evitará la primera comunión y los tamales de la fiesta. Para politizarlo se le puede llevar a las juventudes revolucionarias del PRI dónde tendrá que vestirse como sólo un imbécil y los alumnos de cualquier facultad de derecho lo hacen. Cuándo la búsqueda se centre en un perfil izquierdoso, hay que ponerle Inti por nombre, meterlo en unas escuela activa y permitirle que hable, fume y tome con los grandes.
Si la expectativa es que nadie abuse de él. habrá que comprar una pera y ponerlo a entrenar hasta que llegue una demanda de la escuela. Si lo queremos ahorrativo le abriremos una cuenta en el banco y tendrá que rendir un informe pormenorizado del peso diario que tiene asignado. ¿Lo queremos calladito? un espadadrapo en la boca durante ocho horas; ¿intelectual? habrá que sentarse con él una hora diaria para explicarle todas y cada unas de las acciones parentales: “papá está verde porque se enojó con mamá”.
Como verá, querido lector, el ramillete de alternativas parece infinito y evidentemente si uno no toma las decisiones correctas el asunto se irá por la borda ¿Cómo educar a un hijo? No lo tengo claro. Sin embargo puedo decir que su nacimiento nos ha hecho felices a su madre y a mí, que espero que no se clave los cambios y que si es calvo lleve el asunto con la dignidad adecuada.
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