martes, 15 de diciembre de 2009

Antesalas (El Financiero 2007)

Recuerdo que hace muchos años acompañé a mi padre a cumplir una gestión que no recuerdo si era la obtención de la licencia para abrir una rosticería de pollos, un permiso de captura de la vaquita marina o la solicitud por escrito para un puesto en el consulado mexicano en Kuala Lumpur. El hecho es que nos presentamos en una oficina más grande que mis malos pensamientos en la que encontré, muy asombrado, una versión moderna de la corte de los milagros. Había gente con muy mala cara y que daba toda la impresión de estar ahí esperando desde la noche de los tiempos. Todos llevaban algún obsequio variopinto que podía consistir en medio kilo de huevo, una gallina de Guinea o una manualidad digna de una demanda penal, pero manufacturada con mucho cariño.
Detrás de un escritorio y sentado de mala manera había un señor de corbata que parecía el producto de algún experimento científico. Su función era la de anotar en una libreta el nombre del solicitante y el motivo de la audiencia. Cuando no estaba cumpliendo estas importante comisión, le pegaba una mordida a una torta siguiendo un principio blitzkrieg, esto es, abarcaba siete cm2 en cada acometida. De pronto sonaba un timbre que acompañaba el encendido de un foco de color amarillo. En ese momento todos veían al de la corbata como Colón a la tierra prometida mientras que éste revisaba la lista y le daba paso a uno que acababa de llegar dejando un misterio indescifrable; ¿por dónde salían los que estaba adentro? Nunca lo supe, lo mismo que el resultado de la encomienda paterna pero recuerdo que al momento de salir se me ocurrió algo que si bien no era un monumento a la lucidez, era medianamente sensato: ¿por qué chingados la gente cita a más de una persona en el mismo horario?
Por definición existe una brecha de castas entre el que pide y el que concede una cita. El primero tiene alguna necesidad y el segundo el poder definitorio acerca de si le da la gana concederla. Los médicos –ese noble gremio- son verdaderos artesanos en el arte de hacer esperar a la gente. Uno llama con el pulmón expuesto a una señorita eficiente y le comenta que necesita una cita. La señorita (supongo) revisa una libreta y dice “el doctor lo recibe el miércoles a las cuatro”. Por supuesto no le preguntan al enfermito si la fecha le acomoda y éste (con cara de que se sacó la lotería) confirma el encuentro. El día y la hora señalados uno se aparece con el pulmón en un frasco y se encuentra a siete personas con cara de nada sentadas en la antesala. Como ellos ya están acostumbrados a este tratamiento, se han vuelto previsores; la señora de por allá lleva su tejido, el niño idiota su nintendo y el compañero sentado a mi lado, las memorias de don Justo Sierra, que en paz descanse.
Recientemente visité un sitio con el propósito de acudir a una cita. La primera notabilidad es que no cuenta con lugar para estacionarse y se encuentra en medio de la nada. La única opción es dejarle las llaves a un señor que es delincuente pero se hace llamar “franelero” para que “lo cuide”. Me negué y encontré un espacio prohibido, pero había otros cincuenta vehículos que violaban ya el interdicto. Entré a mi cita (doce del día). Vi pasar a cincuenta señores antes que yo y a las dos de la tarde también vi pasar a la chingada madre (esto es una metáfora) de la persona que me había citado. Me recibió quince minutos con resultados ambivalentes. Por supuesto en el momento que salí y no encontré mi auto, entendí que algo muy malo había pasado. Le pregunté a uno que era idiota y me dijo “uyyy joven, se lo acaba de llevar la grúa”. Sin embargo, la información importante (a dónde) no la poseía ya que me explicó que eran tres corralones posibles. Tomé un taxi, llegué al primero después de atravesar un puente peatonal con riesgo de mi vida y me encontré a un perro echado y una señora que daba miedo nomás de verla. Por supuesto me indicó que el auto estaba en otro corralón y hacia ya me dirigí, maldiciendo en voz baja las pinches antesalas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nada mas cierto lo he padecido en carne propia, la diferencia entre usted y yo es que yo le sonrio al señor de la torta o chuleo a la señorita de la recepcion y me conceden entrar antes, las ventajas de ser mujer y bonita.

Fedro Carlos Guillén dijo...

Jajajaj q misterio "mujer y bonita" Yo soy hombre y feo" así que ni hablar, seguiré en antesalas. Saludos y gracias