Así como mayo tiene al general Zaragoza con sus anteojitos de Lennon y su peinado de maestra de piano, diciembre se inunda de personajes y tradiciones que --me parece-- no resisten un análisis serio. Veamos:
Santa Claus. El primer Santa Claus que conocí llegó a casa para orinar. Venía completamente beodo lo mismo que mi padre que lo había levantado en la Alameda. Recuerdo el asombro que me causó el hecho de que Santa usara el baño.
Durante mi niñez, Santa Claus era una fuente de paradojas interminables. ¿ Cómo era que un gordazo como él se dedicara a bajar por las chimeneas de las casas en lugar de entrar por una ventana o de plano por la puerta? ¿ Por qué se vestía así? ¿ Estaba loco? ¿ Cómo es que cabían los juguetes de todos los niños del mundo en un saco del mismo tamaño que el del ropavejero? ¿Cuál era el sentido de vivir en el Polo Norte durante todo el año? ¿Por qué sus ayudantes eran enanos? ¿De qué se reía? ¿Cómo es que anunciaba licuadoras en la televisión?
Para un niño positivista, estas interrogantes eran una fuente inescrutable de duda. Cuando me avisaron que en realidad Santa Claus no existía... sentí un gran alivio. Al que me diga que todo eso es fantasía le responderé que fantasía es pensar que el PRI suelte el poder. Nada más.
Los Santos Reyes. Melchor (con enormes virtudes para el albur), Gaspar y Baltazar. Una encuesta relámpago que apliqué entre mis amistades arrojó algunos datos interesantes. Supongo que se puede afirmar sobre mis amistades que son gente muy pendeja. Es cierto... pero no tenía otra muestra.
a) nueve de cada diez entrevistados no tienen ni la más remota idea de lo que es la mirra (uno de los regalos de los Reyes). La respuesta más desconcertante la ofreció un encuestado (cuyo nombre callaré) que sugirió que la mirra era "una tierrita como morada"; b) ocho de cada diez no distinguen a Gaspar de Melchor (de Baltazar saben que es "el negro del elefante"); c) ninguno de los entrevistados supo cuáles eran los reinos de los reyes ni en qué consistían su dotes de magos; d) el total de la muestra mostró una profunda oscuridad ante el hecho de que los reyes lleguen el 6 de enero y no el 24 de diciembre (el 2 por ciento lo atribuye a la competencia desleal de Santa Claus); e) nueve de cada diez entrevistados no entienden la razón de que se use un calcetín para dejar el regalo; f) el 84 por ciento de la muestra ha sacado el muñequito en una rosca y se ha hecho el sueco con los tamales del 2 de febrero. Ante la evidencia empírica, no me parece arriesgado suponer que absolutamente nadie está enterado a ciencia cierta del origen de esta tradición.
Las posadas. Una posada que se respete debe tener a 50 pelados gritando afuera de una casa: mi nombre es Mariiía... El rito se acompaña con una vela que siempre se apaga y una letanía en la que se revisa la pulcritud del canto. La historia es simple pero nadie repara en ella: una pareja que la pasa muy mal pide posada, el posadero los confunde con rateros, la pareja habla del divino verbo, el posadero se enoja, la pareja se identifica, el posadero (que es probablemente un hombre muy pendejo) los reconoce, les abre la puerta y los asila en su hogar.
Así empieza la posada.
Lo que sigue es de todos conocido; se rompen piñatas en las que por algún misterio gastronómico se introducen cosas que nadie comería en su santo juicio como cañas, limas y tejocotes. Luego se presenta una pastorela en la que Luzbel sale derrotado y al final se toma ponche con piquete y se comen buñuelos. Generalmente la reunión termina cuando algún borracho toma el palo de la piñata y le atiza a un contertulio por alguna diferencia interpretativa.
En fin, si estas tradiciones desaparecen (y sería una lástima) no las extrañaré porque las entienda. Estoy seguro.
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