lunes, 6 de mayo de 2013
Memorias futbolísticas (El Financiero 1994)
Cualquier insinuación de que el futbol es un deporte donde veintidós idiotas corretean una pelota, la rechazo enfáticamente ya que implicaría que soy más idiota dado mi gusto por dicho deporte. Desde luego, alucino las alegorías infumables de los psicólogos que sugieren un acto copulatorio entre el delantero y la portería cuya culminación --léase orgasmo-- es el gol. Detesto también, las interpretaciones sociológicas trasnochadas. En una ocasión escuché a un argentino bastante pendejón que me explicó lo siguiente: "en el futbol, el arbitro simboliza la presencia imperialista, los jugadores son las clases explotadas y un enfrentamiento, no es otra cosa que la división de los pueblos latinoamericanos". Luego vino un momento embarazoso porque el anfitrión le preguntó si no creía que el aguador simbolizaba las lágrimas del niñito Jesús y el argentino se enojó.
"No hay respeto" dijo.
La afición futbolística de nuestro país no deja de sorprenderme por su abnegación; parecería un suicidio que el deporte que más nos apasiona, el que nos vuelve locos, sea el futbol, en el que nuestro país es tan incompetente. El cura Hidalgo, Morelos, los Niños Héroes y Pancho Villa, son héroes mexicanos... todos ellos derrotados. No debemos olvidar que la historia mundialista mexicana está también plagada de desgracias; México recibió el primer gol en la historia de las copas del mundo en 1930. En 1962 un español --al que todo mundo llamó gachupín jijo de la tiznada-- nos anotó en el último minuto. En 1966, don Fernando Marcos se quejó ante el Ser Supremo de nuestro destino manifiesto cuando un tiro mexicano pegó en el poste. En 1978 Túnez (¡ Túnez!) nos aporreó. Quirarte y Servín fallaron en la serie penal contra Alemania en 1986 y luego, en el más glorioso estilo nacional, fuimos castigados por hacer chapuzas en 1990. Después de un empate decepcionante ante Colombia que provocó abucheos y mentadas de madre para nuestra selección, la afición mexicana (cual Marga López perdonando a Arturo de Córdova) se dio cita recientemente para apoyar a México en su juego contra el Ajax. La transmisión resultó fascinante, veamos:
El primer hecho insólito consistió en implantar un récord Guinness; un joven explicó que México era un país del que nos debíamos sentir orgullosos ya que poseía cuatro récords y luego puso un ejemplo patético (en Veracrúz, se cocinó un filete de pescado de ochenta metros). Luego al grito de ¡ uno, dos tres! todo mundo sacó sus banderitas y así nomás entramos a la memoria Guinness. Más tarde, un señor que le dicen el burro (ignoro por qué) y su cuate Esteban aparecieron en escena. Este último hizo un chiste lamentable acerca de cuál grupo de aficionados tenía más dinero, apareció el gordo pelón de la cámara "in fraganti" y empezó el juego. El primer tiempo, fatal, las cien mil banderitas se fueron al demonio cuando Petersen nos metió gol. Medio tiempo, los anuncios: sale un caballo jugando futbol. Eduardo Palomo dándole un agarrón a una joven bastante potable mientras come chicles. Una colonia anuncia a los "verdaderos hombres" que son aquellos que se desnudan cuando van a soplarle al carburador.
Segundo tiempo. Hermosillo salva al equipo de un abucheo con su gol pero el resultado no convence a nadie.
Pasa una semana, esta vez el rival es Estados Unidos, un país que en futbol tiene una potencia equivalente a la de Togo. Para sorpresa de todos, incluidos seguramente los propios gringos, recibimos un contundente uno a cero que determina reacciones encontradas: desde el "son unos inútiles" de mi cónyuge, hasta el huevazo que recibió el chofer del camión que conduce a la selección.
Esta sección, que seguirá con atención las incidencias de la copa del Mundo, propone (muy a tiempo) al secretario Serra Puche, que se suspenda la venta de huevos durante un mes. Las gallinas y los jugadores, se lo agradecerán. Palabra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)