En mis tiempos la clase relativa al sexo iniciaba invariablemente con un espermatozoide fecundando a un óvulo. El profesor Talamantes -que a lo largo de su carrera docente dio innumerables prendas de su pendejez- respiraba profundamente y nos decía cosas incomprensibles acerca del viaje del esperma, de las barreras químicas del óvulo y de la formación del cigoto; algo que se parecía a los tres días a una mora o a la cara del un señor cacarizo y que pasados nueve meses se convertía en un infante. En ese instante todos nos quedábamos demudados ante la certeza de un conocimiento terrible, sin embargo la pregunta era obligada: ¿cómo había llegado ese espermatozoide a la zona referida? Misterio. Dado que nadie se atrevió a preguntar, la respuesta a tan candente pregunta llegó en formas diversas: a) el niño Toño del Castillo se enteró cuando le cayó a sus padres en el acto; b) el niño Aréchiga en la visita familiar al rancho presenció a las fuerzas de la naturaleza manifestarse por medio de una cópula descomunal entre dos caballos y sacó sus propias conclusiones; c) la niña Marín se embarazó y d) un servidor se dio cuenta de que algo había cambiado el día que vio la telenovela Rubí y en ella los senos de Fanny Cano, que produjeron una respuesta hasta entonces desconocida.
El autodidactismo, señoras y señores.
Hoy los tiempos han cambiado y de los padres lo menos que se espera es que en el momento indicado traguen saliva y les expliquen a sus retoños que en este mundo traidor a la gente -salvo la excepción de algunos curas- le da por conocerse en el sentido bíblico y para que tan noble fin se cumpla han sido dotados de ciertas características. Hasta ahí todos de acuerdo, sin embargo, una reciente polémica ha llamado mi atención; existe gente dispuesta a darse de golpes para discutir si la iglesia debe dar orientación sexual y sobre el punto aportaré mi modestísima opinión.
En principio debo decir que me resulta muy difícil confiar de señores que usan túnicas y viven regañando al prójimo para que evite las tentaciones. El papel que la Iglesia ha tenido en el avance de las ideas y de las libertades es equivalente al de Pinochet en el terreno de los derechos humanos; ¿qué la tierra gira alrededor del sol? Madres ¿qué las especies evolucionan? Madres ¿qué las mujeres quieren evitar embarazos por medio de pastillas? Madres y recontramadres. Para tener un referente más moderno le contaré que hace unos días los estudiantes adolescentes de una escuela de Turín hicieron un referéndum para colocar una máquina expendedora de condones en su centro educativo y así evitar el sida. La respuesta del L´Osservatore Romano (órgano oficial del Vaticano) fue que esa idea era “un incentivo para ser esclavos del sexo”... Dios mío.
En este país hemos tenido ya bastantes muestras del desengrane neuronal que sufren algunos grupos ligados a la Iglesia. Recordemos por ejemplo a la muchacha de senos atónitos (García Márquez dixit) que fue obligada a vestirse por mandato de algún cabeza de chorlito (me gusta, cabeza de chorlito), o a los alcaldes babosos que prohíben minifaldas, o a las viejas chotas que se escandalizan cuando oyen la palabra condón (condón, condón, condón, para que sufran). En ese contexto, la propuesta del arzobispado de tratar temas de sexualidad la encuentro rarísima e incomprensible. Sin embargo, si uno no es llevado de la mala vida debería regocijarse de que los eclesiásticos se estén sacudiendo las telarañas medievales y se integren a una discusión que es impostergable. Porque un mundo en el que el sexo es para procrear, en el que no se puede voltear a ver al prójimo con cierta intensidad o en el que hay que sacudirse los malos pensamientos por el temor de que venga un tipo en calzones y patas de cabra a llevarnos al infierno, simplemente ya no existe... corrijo, existe sólo en la cabeza de un puñado de señores que, si pudieran, se reproducirían por esporulación. En fin, bienven(d)ida la propuesta y a ver que pasa.
Quiero hacer notar, finalmente, que en este artículo no critiqué a los tarados de Pro Vida para que luego no me anden reclamando. Abur.