Dicen que los mexicanos somos un pueblo escéptico y que recelamos porque pasó la mosca. Esta, que me parece una verdad del tamaño de una casa, tiene, según mi humilde opinión, explicaciones históricas directamente relacionadas con nuestra incapacidad congénita para transmitir certezas. Me pongo de humilde ejemplo; hace algunos meses viajé a la ciudad de Ensenada para asistir a un asunto binacional. Como no me daba la gana hacer el ridículo con mi inglés de la secundaria pedí unos audífonos y di a cambio mi credencial de elector. Este trueque no tuvo nada de notable, pero sí el hecho de que al llegar a Tijuana acompañado por un amigo me di cuenta que había olvidado mi maleta en el hotel, que la credencial de elector se encontraba exactamente a cien kilómetros de distancia y que en la bolsa derecha traía los audífonos de marras. La intención no es describir aquí mi estupidez congénita, sino sus consecuencias. Como ciudadano ejemplar que soy me dirigí al módulo del IFE de Churubusco y Universidad a las nueve de la mañana de un lunes. Ahí estaría todavía si un taquero samaritano no me hubiera explicado “que no llegaban a las nueve, sino a la hora que les da la gana”
Lo dicho... certezas.
“No se preocupe” la vida me ha enseñado de forma muy dolorosa que en el preciso momento que uno escucha la frase anterior hay que prepararse para lo peor. “No te preocupes, tomé clases de manejo” me dijo uno que era mi amigo cuando vio que el color abandonaba mi faz ante el inminente madrazo con un materialista, la siguiente escena de este drama se dio frente al ministerio público mientras mi amigo rendía declaración y le echaba la culpa a los frenos, después de haberse llevado por delante el portal de la casa de una familia respetable que recibió el sustazo de su vida.
“No se preocupe, a su edad ya no marcha” Me dijo un sargento del ejército mexicano al descubrir que había falsificado mi cartilla. Me sentí muy tranquilo y siguiendo sus indicaciones me presenté en la alberca olímpica con mi edad y mi optimismo. Lo siguiente que recuerdo es que todos los sábados de 1989 los pasé sirviendo al glorioso 28° regimiento blindado. Mis servicios a la patria consistieron en correr entre terregales, ponerme una boina de colegiala y desarmar un mosquetón que seguramente perteneció a don Francisco L. Urquizo.
“No te preocupes, pide tasa variable, el país está estable” Me dijo un experto financiero en diciembre de 1993, cuando un servidor, dando servicio a sus pretensiones pequeño burguesas, decidió comprar una casa. El servidor, es decir yo, que soy medio imbécil, hizo caso. Lo que siguió fue el infierno en chiquito; los intereses subieron tanto que decidí vender un riñón y convertirme al budismo, a ver si así salía de bruja, me creció la barba y empecé a hablar solo mientras iba por mis boletos del melate con la esperanza de que el Zacatepec hiciera la chica y venciera al Unión de Curtidores.
Mi último “no se preocupe” es más reciente y tiene que ver con las talachas domésticas. Resulta que el grifo de la regadera se desvencijó e hice lo que hace la gente que se asume inútil y que consiste en llamar al plomero. Después de analizar el caso, el hombre me dijo que no me preocupara, que era cosa de cambiar algo cuyo nombre no recuerdo. No me preocupé y procedí a pagarle, hizo lo que tenía que hacer y se fue después de elogiar una maceta que tengo en el patio. Al día siguiente me metí a la regadera y en el preciso momento de agarrar el grifo, recibí una descarga de cuatrocientos watts que me depiló las axilas y provocó baba en las comisuras... No se preocupe.
Por todo lo anterior es que creo firmemente que todos los muy mexicanos recelos y suspicacias son perfectamente explicables, que preferimos perecer a decirle a alguien que ya valió madre y que la cultura azteca nos ha heredado una muy inservible certeza: no preocuparse, que como se ha demostrado sirve lo mismo que una credencial de la Unión de saxofonistas de la delegación Miguel Hidalgo. Ni hablar.