Los primeros 25 años de mi vida se condujeron en un letargo pasmoso que sugería retardo mental prematuro. Cuando niño, salía a jugar a la calle y destaqué siempre por ser el último en resultar elegido a la hora de formar equipos, en la adolescencia me enamoré de una muchacha que daba atención a unos viejitos y meses más tarde fui mordido en la entrepierna por el perro Tufi en el preciso momento que declaraba mi amor a otra mujer llamada Britta que era hija de europeos y que me dejó en el momento que se percató que conmigo nomás no había futuro. Todo esto ocurrió en la calle de Yácatas exactamente entre Torres Adalid y Concepción Béistegui, lo pasmoso es que ignoré siempre el significado de estas tres unidades semánticas.
Siguiendo un principio lógico asumí con ligereza que “Yácatas” eran unas ruinas ubicadas seguramente en el culo del mundo, esto lo deduje porque las calles paralelas eran Uxmal y Palenque. Sin embargo entendí rápidamente que no se puede pedir ningún razonamiento sensato a la hora de la nomenclatura y descubrí que en realidad las yácatas son unas piedrotas prehispánicas. Pero: ¿Torres Adalid? ¿Concepción Béistegui? Lo primero es simplemente anómalo; ¿el señor y probable prócer se llamaba Torres? ¿era ése su apellido? ¿si es apellido corre la probabilidad de que sea señora? Misterios múltiples pero todos ellos muy idiotas ya que si algún día alguien decide nombrar una avenida en mi honor, espero que no sea tan imbécil para bautizarlo “boulevard Guillén Rodríguez”. En una pequeña búsqueda me enteré que hubo un oligarca de nombre Ignacio Torres Adalid cuyos probables servicios a la patria se limitan a la construcción de un ferrocarril y a la adquisición de una hacienda en Ometusco. El caso de Concepción Béistegui resultó más lamentable ya que lo único que encontré es a una señora Benitez viuda de don Nicanor Béistegui que fundo un hospital a principio del siglo pasado en Navarra, lo que me deja con la ligera noción de que eso a mí que me importa.
Los misterios continuaron ya que la siguiente calle paralela a las dos anteriores se llamaba “Eugenia”, asunto que me deja como las estatuas de marfil ya que ignoro si el homenaje es múltiple y por lo tanto inequitativo ya que entonces tendría que haber una calle “Patricia” y otra “Melquíades”. Ahora si el honor le corresponde a una Eugenia en específico evidentemente la pasaron a joder ya que no hay manera de reconocerla con un criterio tan parco.
A los que nombran calles los imagino idiotas y faltos de imaginación. Hay obviedades como ponerle a una calle el nombre de algún héroe nacional. El problema es que las calles son miles y nuestras figuras legendarias se cuentan en un puñado. Ello explica que en la ciudad de México existan 117 calles Hidalgo y 14 Josefas Ortiz. Para paliar esta desperfecto se usa un criterio muy lambiscón consistente en utilizar el nombre del mandatario en cuestión lo que me parece lamentable. Si yo viviera en la avenida López Portillo me cambiaría de inmediato nomás de la pura vergüenza. El siguiente mecanismo es buscar cosas que tengan algo en común y desgranarlas. Supongo que están sentados en la mesa los de la comisión de nomenclatura y dicen cosas como: “¿Y si le ponemos a la colonia fulanita de tal: profesionistas?” La idea es aprobada por unanimidad y ello explica que un señor viva en la calle torneros # 47 o astrónomos # 18 lo que resulta ligeramente idiota. Otro problema es cuando se usan miembros notables de alguna ocupación humana. En la colonia del Valle (muy cerca de donde yo vivía) se arrancaban con la calle Pitágoras y continuaban (como es lógico) con Anaxágoras. Lo razonable era esperar que llegara Sócrates con todo y cicuta pero nones, aparecía de la nada un señor que se llamó Enrique Rébsamen y era pedagogo. Así nomás no hay manera.
El último y más fácil criterio es hacer lo que hace la gente fodonga, nombrar una ubicación de la siguiente manera: “manzana # 4, lote # 8, andador # 2, casa # 3” que si uno lo recuerda pues ya está del otro lado. Creo que francamente prefiero este método.