La primera y única vez que fui a las luchas me encontraba en la ciudad de Guatemala visitando a unos primos que tenían esas costumbres de divertimento anómalas. Nos subimos a un coche y luego entré a un galerón muy parecido a la Merced, nomás que con un cuadrilátero en medio en el que había un grupo de señores semidesnudos y con escaso sentido de la moda dando brinquitos de un lado al otro. Recuerdo a uno de ellos en particular y ahora que lo describa será muy clara la razón; se trataba de “Masámbula, la amenaza africana” un señor que medía tres metros y tenía el mismo color que el piano en el que tocaba Agustín Lara aquella de “Farolito”. Masámbula portaba el traje que Tin Tan en El bello durmiente, es decir, una alfombra de leopardo que le rodeaba el tórax y la rete testis. Del cuello le colgaba una víbora mazacuata, que parecía no entender qué chingados hacía en tal escena. El peinado era notable y reflejaba que el africano era un adelantado ya que era igualito al de Rarotonga nomás que veinte años antes. El espectáculo era delirante ya que el público asistente Un grupo en conjunto impresentable), le aventaba corcholatas, que Masámbula se guardaba en su crespa cabellera para luego utilizarlas como armas no convencionales y rayarle la espalda a sus oponentes.
Pasaron los años, el Santo se murió y las luchas se desvanecieron de mi vida y la de todas las personas que no vivieran en Jungapécuaro, hasta que llegó la respiración de boca a boca vía una empresa llamada AAA y nuestros buenos amigos de Televisa. El primer mensaje de alerta lo recibí un día que veía las noticias y fui el mudo testigo de cómo un señor que es luchador y tiene un ojo como de canica se le fue encima al joven y lúcido dirigente político Jorge Kahwagi, sin que quedara muy clara la razón de la madriza. Otro día sintonicé la televisión y me enteré que las luchas están de vuelta pero en technicolor. Lo que vi fue lo siguiente:
Primero se apagan las luces y emergen chispas de afilador desde el suelo. Aparecen unas buenotas ligeras de ropa y atrás de ellas un grupo de señores con muy mala pinta que no se han enterado que el halloween es en noviembre y no en agosto, señaladamente uno de ellos de nombre “La Parca”. Avanzan hacia una especie de aviario de Chapultepec y se meten por una puertita para luego tomar un micrófono con el fin de denostar a otros señores que vienen en camino. El timbre de voz que utilizan es importante y suena como matraca del 16 de septiembre. Luego arranca la pelea en la que por lo menos yo, que no soy esencialmente imbécil, advierto que nadie le pega a nadie y que las coreografías utilizadas son mejores que las de Roberto y Mitzuko. Hasta ahí la descripción de un espectáculo que me dejó ciertamente estupefacto.
Entrar en una discusión acerca de si las luchas son reales o fingidas me parece tan productivo como sembrar papaya maradol, lo que no entiendo es la razón por la cual no se asume que el espectáculo vale la pena en la medida que hay buenotas, gente disfrazada y viejas chotas jalándose el cabello y dando marometas. En sí mismo ello es notable y estoy completamente seguro (las leyes del mercado son implacables) que hay mucha gente dispuesta a pagar dinero por presenciar tales iniciativas. Nada malo veo en ello ni seré yo quien lo juzgue, para que luego no se me acuse de neurótico e intolerante.
Lo único que se me ocurre es proponer, en este contexto, que vuelvan las películas de luchadores, en las que aparezca uno que es “El inspector” y también el equivalente posmoderno de las hermanas Velásquez personificando a Yadira, la reina del Universo o a una madrota que regentea mujeres de Alfa Centauro. Para científico loco me permito proponer al primer actor Jorge Ortiz de Pinedo y como patiño de Cibernético al no menos talentoso astrólogo Walter Mercado…les aseguro un éxito total.