Existe gente cuya misión en la vida parece ser la de estar jodiendo al prójimo con la manera en que se expresan: que si no se dice “gentes”, que “lapso de tiempo” es una redundancia y demás mamadencias. Recuerdo un programa de Jorge Saldaña en el que invitaba a una nube de viejitos para explicar cosas tan fascinantes como el origen de la palabra “catatonia” y que se dedicaban a contarnos acerca de las costumbres sexuales de los mesopotamios. Sin embargo, esta opción -que parece diseñada por el marqués de Sade- era mucho mejor que oír cantar a Saldaña, cuyo timbre de voz era extrañamente parecido al del apareo de los chotacabras.
A mí en principio el asunto de si la gente habla bien, mal o regular me importa un pito. Sin embargo. he descubierto en nuestro lenguaje algunos términos que me parecen muy destacados porque cada que alguien los emite me quedo en blanco: hablemos de ellos.
Llegué a tu casa.- Cuándo alguien me dice la frase anterior sufro desconcierto; ¿llegó a mí casa? Entonces la siguiente pregunta es ¿a qué chingaos? Luego descubro que lo que quiere decirme es que en realidad llegó a su casa (que es también la mía). Una derivación posible es “tu pobre casa” que ya tiene un matiz socieconómico escalofriante ¿No es pendejísimo?
Pompis.- Difícilmente es posible hallar una palabra más siniestra que pompis o pompas. Esta la usan frecuentemente las viejas chotas para describir las nalgas “¡Hay chula! me di un sentón en las meras pompas”. La pregunta en este caso es ¿quién fue el imbécil que decidió que nalgas era algo innombrable? y ¿quién el estúpido que recurrió a pompis como alternativa? No lo sé. Algunas derivaciones colaterales de estos términos son palabras tales como “pajarito”, “pizarrín”, “pirinola” y “bubis”. Las tres primeras se refieren al pene (en castizo: “pito”) y la última (creo) a los pezones.
O sea ¿no?.- Esta es un frase que distingue al que la usa, y digo lo distingue porque lo señala como alguien profundamente pendejo. En su origen ha sido utilizada por adolescentes que se sienten noruegos para dirigirse a sus semejantes. Lo notable es que pese al pitorreo que ha generado el uso del vocablo, éste no ha disminuido. El otro día en el aeropuerto le conté catorce a una muchacha que estaba platicándole a un amigo lo importante que es el vestirse adecuadamente para no ir por el mundo dando malas impresiones.
Buga.- El otro día me explicaron que yo era un buga y me quedé mirando al cielo con cara de azoro. Acto seguido aprendí que “buga” es el término con el que los homosexuales designan a quienes no lo son. La frase no es babosa pero sí desconcertante ¿Por qué Buga? ¿Por bugambilio? ¿Por Buey Usted que Goza Alternativamente? la verdad es que no tengo la menor idea y me encantaría que alguien me diera una explicación.
Niña.- En principio la palabra niña (o niño) no tienen ningún problema ya que resulta claro que describe a seres humanos que no han cumplido los once años, que juegan con muñecas o se madrean como los Power rangers. Sin embargo, la modernidad ha definido que los adolescentes se refieran a una niña o a un niño como alguien que perfectamente puede tener treinta años y vello en las partes prudentes. “Conocí a una niña lindísima” dicen y entonces uno se los imagina relamiéndose los bigotes mientras esperan con un chicharrón en la mano afuera de una primaria federal, cuando en realidad la susodicha es secretaria bilingüe y tiene su cartilla para votar. Es pendejisísimo.
En fin, con esto de los términos no hay nada que hacer ya que desde luego la opción de ponerse a regañar a la gente me parece inaceptable, así que hagamos de tripas corazón y sigamos hablando como nos dé la gana que después de todo... no pasa nada.