sábado, 22 de junio de 2013
Manual de reglas para chatear (La Mosca 2007)
(A la señorita que paga en la caja de la Mosca que es una joya irrepetible)
La gente que me conoce y tiene sentido de la mercadotecnia sabe a la perfección que soy ejemplarmente pendejo para aquello de la promoción personal, por lo que me recomendaron enfáticamente que “pusiera mi correo electrónico al firmar mis artículos” y una amiga más osada propuso, inclusive, una especie de página personal para que mis numerosos lectores supieran quién chingados era yo. Muy bien, sin pasar por alto el nada omitible hecho de que me considero un pelagatos, que no creo contar con más lectores que mi difunta madre y mi perro, es que caí en la trampa mercadotécnica y desde entonces mi correo aparece religiosamente al pie de esta página y del resto de los medios en que colaboro (lo de la página personal probablemente lo dejaremos para una vida posterior). Por supuesto esta decisión promocional tuvo varias consecuencias y siguiendo la ruta de mi destino Dios me castigó como se castiga al peor de sus hijos pecadores.
Resulta que a través del correo los lectores de esta noble revista identifican mi chat e irrumpen en él siguiendo estrategias varias. Varios (señaladamente varias) piensan que soy un joven con alma de pandero, otros me consideran un oligofrénico y los más no entienden nada cuando yo mismo les explico que no entiendo nada. Se trata de un modo de comunicación lleno de misterios en el que siempre me ha parecido que del otro lado puede estar un sicópata chino que dice que se llama Paola o un pederasta irredento, Hace no mucho se me propuso un “free” asunto que me llevó al diccionario juvenil para enterarme que se trataba de sexo sin compromisos. El problema es que mi proponente no mandaba foto y mucho menos estado civil o de perdida género o especie. El caso es que a esta humilde computadora ha llegado de todo y ello me tiene muy preocupado. Ya sé que suena mamoncísimo, pero me parece necesario explicitar algún tipo de reglamento elemental para evitar desencuentros. Como desagravio anexo un ejemplo reciente con mis cumplidas disculpas para el autor o autora del siguiente texto que supongo nunca se imaginó que lo pondría como ejemplo (me apresuro a decir que “FC” soy yo).
theKILLERS dice:
olas
FC dice:
hola
theKILLERS dice:
que hases?
FC dice:
trabajo
theKILLERS dice:
mucho?
FC dice:
regular
theKILLERS dice:
y de qe escribes?
theKILLERS dice:
aora
FC dice:
te contesto luego ¿sale? estoy en medio de un artículo
Muy bien como puede verse el diálogo anterior es un ejemplo notable de aquello que llamo una charla sin destino. Me imagino a un joven aburrido y huevoneando una tarde de domingo sentado enfrente de la computadora, viéndola como los Incas veían a su tesoro, del otro lado estoy yo muy sentado observando que “the killers” no tiene precisamente sentido de la plática y mucho menos capacidad de entender que cuando alguien contesta a monosílabos es que la cosa no promete. El desastre ortográfico no me preocupa tanto porque me he acostumbrado a que mis interlocutores pongan cosas como “kien”, “okas” o “viejo pendejo” de acuerdo a las circunstancias.
En virtud del problema anterior propongo lineamientos elementales que permitan llevar a buen puerto el viejo arte de la conversación, renovado ahora por las técnicas del chat. Una primerísima regla es tener algo que decir: técnicas como el “¿qué haces?”, “¿ocupado?” o (mi favorita personal) “¿quién eres?”, son suicidas y solo deben aplicarse en caso de que uno tenga una navaja en la mano con propósitos suicidas y necesite charla. Una segunda es omitir pendejadas como “¿qué tipo de música te gusta?” o “¿tienes novia?” en este caso me niego a contestar.
Por supuesto no se trata de recibir un diálogo como el siguiente “¿sabías que Felipe Calderón impulsa la inversión privada?”, en realidad es un asunto mucho más simple; ser sensato y pensar que del otro lado hay un desconocido maduro, neurótico y receloso que se niega a adentrarse a la modernidad y mucho menos cuando le dicen cosas como: “me gustaría que me llevaras en un corcel rumbo al horizonte”
Dios mío.
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