Los datos falsos son extremadamente dañinos para el progreso de la ciencia ya que permanecen por mucho tiempo. Charles Darwin
Hace algunos meses recibí un correo electrónico que me pareció notable; se trataba de una comunicación emitida por la señora Christabel Darwin, en la que me informaba que los hados y el destino me habían hecho el inesperado ganador de la lotería inglesa y que mi modesto premio consistía en cinco millones de euros. Tenía dos opciones; la primera ere simple, renunciar a mi vida de pelagatos, mentarle la madre a mi jefe y salir corriendo a buscar mi recompensa, o, en caso alternativo, seguir la ruta del mexicano escéptico al que todo le huele a fraude (me siento tentado a proponer ejemplos). La posdata de la señora Darwin me pedía cortésmente que depositara cien euros en una cuenta de banco para “no perder el premio” ya que mi suerte, si bien extraordinaria, tenía período de caducidad.
Los mexicanos hemos sido improntados en la cultura del fraude, no existe trámite, proceso electoral, pago de servicio o cualquier componente de nuestra vida en sociedad que no se preste para arreglos. “Se puede arreglar”, “¿no habrá manera?” o “póngale buena voluntad”, son algunas de las frases costumbristas con las que día a día evitamos el cumplimiento de ciertas normas en beneficio propio. Esta cesión de derechos antes las tentaciones cotidianas no es privativa de gremio alguno; ya se sabe que grupos presuntamente intachables como el ecleseástico, ceden consuetudinariamente a las trampas de la fe. En este contexto debemos ubicar a quienes se dedican a hacer ciencia y que son concebidos por el imaginario colectivo, como seres distraídos pero lumbreras, portando batas, torturando cobayos y en casos muy específicos queriendo dominar al mundo. Existen varios términos que pueden ser asociados al quehacer científico; escepticismo razonado, curiosidad, diligencia y muy señaladamente honestidad intelectual. En este último caso es documentable la tentación de los hombres de ciencia por pecar de vez en cuando y ello, si bien los humaniza, también los coloca del lado social correcto que es el de los pecadores cuyo número es creciente e infinito.
Quizá el caso más destacable en materia de fraudes científicos es el del coreano Woo Suk Hwang que en el año de 2004 anunció que había logrado la clonación de embriones humanos y en 2005 conmovió a la comunidad científica al publicar en la prestigiada revista Science que había obtenido la clonación de células madre embrionarias humanas. La trascendencia de este hallazgo era indudable ya que estos trabajos abrían la puerta para cambios sustanciales en el tratamiento de enfermedades como el Parkinson o la diabetes. Sin embargo, Woo –que había sido galardonado por el gobierno coreano por su méritos- no sabía que uno de sus colaboradores sufriría un arrebato de honradez y denunciaría al científico argumentando que los clones de células embrionarias generados por pacientes con diversas enfermedades eran simplemente falsos y que los datos reportados existían nomás en la imaginación del señor Hwang, quien fue inmediatamente defenestrado y expulsado de la Universidad Nacional de Seúl.
El rostizón fue global y notablemente público como puede advertirse en el siguiente fragmento aparecido en una nota del periódico mexicano El Universal (que normalmente no cubre estos temas) tomada de la agencia EFE y fechada el 29 de diciembre de 2005: La Universidad Nacional de Seúl asestó hoy el golpe definitivo contra la reputación del pionero de la clonación genética sudcoreana, Hwang Woo-suk, al acusarle de falsear sus experimentos con células madre de embriones humanos. Un comité investigador de ese centro oficial anunció que “ no encontró ninguna evidencia ” sobre la autenticidad de los logros de Hwang Woo-suk sobre las células madre de embriones humanos clonados, tal y como presentó este año la prestigiosa revista Science. Estos presuntos éxitos en el campo de la clonación tuvieron una gran repercusión en la comunidad científica internacional, pues abrían el camino para el tratamiento de enfermedades consideradas incurables actualmente, como la diabetes y el Parkinson. La portavoz del comité universitario que investiga el caso, la decana universitaria Roh Jong-hye, confirmó este jueves que no existe ninguna célula madre de embriones clonados a pacientes. “No se ha encontrado ninguna célula creada que coincida con el ADN de la célula del paciente y tampoco existen evidencias de que se crearan esas células clonadas ” , afirmó la portavoz en una reunión con periodistas. La revista Science publicó en mayo de 2005 que el equipo de Hwang obtuvo once células madre de embriones humanos clonados de diversos pacientes, experimento para el que se emplearon 185 óvulos. Las células madre pueden evolucionar en células de la sangre, el hígado, los músculos y otros sistemas vitales, de ahí el potencial para regenerar órganos que esta vía de investigación ofrece. Según la responsable de la Universidad de Seúl, las conclusiones del comité universitario de investigación (que hunden aún más, si cabe, la reputación del idolatrado profesor) se obtuvieron después de que se examinara en tres laboratorios diferentes el ADN de ocho células creadas por el equipo de Hwang.
La exposición de Hwang presenta varios elementos que son dignos de análisis y que explican la razón por la cual se convirtió en una bomba mediática. Por un lado se trata de un tema público, el de la clonación, que más allá de detalles técnicos, se encuentra en los debates populares, si bien en formas maniqueas como “es bueno” o “es malo”. Por otro lado, los científicos modernos se han visto sometidos a una enorme presión para ser los primeros en demostrar una teoría o probar algún hallazgo. Las políticas de financiamiento científico obligan a estas nobles personas a entrar en una carrera de vértigo para obtener la primacía y con ello la gloria. Una de las hipótesis de un grupo competidor al de Woo publicada en el periódico español El País para entender el fraude, es que el coreano estaba consciente de que sus rivales se acercaban peligrosamente por lo que se vio obligado a publicar sus resultados aunque estos fueran falsos. Finalmente se encuentra la rapidez con la que viajan las noticias científicas debido al uso de la red y que permiten un análisis casi inmediato de la veracidad de la información.
Para consuelo de Hwang, éste no se encuentra solo en su pecaminosa conducta, existen decenas de casos documentados de científicos que son atrapados con los dedos en la puerta y que pueden ser justificados con argumentos de nobleza desigual. Por ejemplo, en 1996 el físico de la Universidad de Nueva York Alan Sokal –harto de la impostura de ciertas revistas- mandó el texto: "Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica" a revisión en la revista Social Text, que hasta ese momento gozaba de un reconocido prestigio. Se estila que en las revistas especializadas un comité de revisores o “árbitros” dictaminen la pertinencia de publicar un determinado texto. El de Sokal fue aceptado sin reservas u hasta ahí hubiera quedado todo de no ser porque tres semanas después de ver su texto publicado, Sokal publicó un segundo artículo en la revista Lingua Franca, cuyo título lo dice simplemente todo: “El experimento de un físico en estudios culturales”. En ese texto el profesor Sokal confesaba sin rubor alguno que todo lo que había escrito para Social Text era un disparate, que las fórmulas usadas no demostraban nada y que en esencia los editores habían mostrado impostura y cretinismo (el segundo adjetivo es mío). Se trata obviamente de un fraude pero en este caso Sokal cuenta con mi simpatía irremediable ya que desenmascara la pomposidad de algunos grupos científicos que han generado códigos propios dignos de los búfalos mojados y que sin embargo, en algunos casos como este, no entienden lo que revisan pero para no lucir ignorantes y lo aceptan sin reserva por lo que su comportamiento es doblemente pernicioso para el avance científico.
Algunos casos históricos son ilustrativos como el de nuestro padre (lo digo en sentido literal) Mendel, el descubridor de la genética que hizo miles de cruzas de la planta del chícharo para demostrar sus teorías. Don Gregorio, que así se llamaba, aparentemente fue poco escrupuloso con sus datos ya que en 1936, el estadístico británico Ronald Fisher revisó las cuentas del monje agustino y decidió que algo se podría en Dinamarca; Es inconcebible obtener las relaciones de Mendel a menos que se hubiera producido un completo milagro del azar, declaró Fisher imperturbable. Palabras más palabras menos, se acusaba de “cuchareo” a Mendel. Para fortuna del monje y de la exacta ciencia de los milagros, el efecto mostrado era correcto y los datos solo se habían manipulado para hacerlos más contundentes, por lo que el daño científico fue menor y no mermó en nada la efigie de Gregor que, como se sabe, ocupa la página 154 de todos los libros de biología en el país.
Ejemplos abundan; en 1953 el paleontólogo Keneth Oakley demostró que el hombre de Piltdown, un fósil hallado en las canteras inglesas en 1913 era simplemente un fraude producto de la mezcla manipulada de la mandíbula de un simio y un cráneo humano fallecidos en fechas recientes. Nuestro supuesto antepasado Piltdown, que inclusive tenía un nombre científico: (Eoanthropus Dawsoni), tuvo que ser retirado discretamente de toda la literatura científica de la época.
Podría seguir documentando debilidades pero prefiero mejor, querido lector, recomendarle el libro de Horace Freeland: Anatomía del fraude científico de Editorial Crítica Barcelona 2006. Este buen hombre se dio a la tarea de cazar a un número mayor de científicos deshonestos al de mis malos pensamientos. En mi caso, creo que prefiero mostrar un punto: los científicos no son alienígenas, ni seres diferentes al resto de nosotros, tienen amores humores y de cuando en cuando muestran resquicios que nos permiten entender que no existe la perfección humana, lo que dicho sea de paso, me produce un profundo alivio.
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