El otro día me vi para desayunar con mi amigo Hugo, en uno de esos lugares posmodernos que ofrecen a sus comensales nomás cosas sanas bajo la premisa de que somos una sociedad tirada a la molicie y a la perdición y que nadie puede vivir setenta años si se empaca una pancita o una birria para iniciar el día.
El efecto es notable por donde se le quiera ver ya que, por ejemplo, a la hora de ver la lista de jugos me encontré con opciones muy imaginativas pero que yo no tomaría ni amarrado y que supongo pueden hacer vomitar a un buitre. Así se producen mezclas bastardas como la de jugo de tomate con apio y betabel, o zanahoria con atún. Luego están los platos que declaran su componente calórico para que aquel que los ingiere no sufra culpas. Me imagino al desayunante retorciéndose las manos mientras define si la torta de tamal lo puede llevar tempranamente a la tumba.
Pues en esas estábamos, yo con los huevos motuleños y Hugo comiendo no sé qué cuando nos trajeron un folleto de propaganda que es notable por donde se le quiera ver. En primer lugar está el diseño y la selección del color; por el anverso se anuncia a una planta cosechada de trigo y sus efectos benéficos en el cuerpo, el problema es que este anuncio se realiza por medio de tonos verdes y amarillos cuyo primer y paradójico efecto es nocivo ya que los pinches colores desmadran los bastones retinianos. En el reverso se aprecia una hoja verde en blanco por lo que uno sospecha que ya se quedó ciego, sin embargo observando con más atención se descubren letras del mismo color que el fondo lo que sugiere la hipótesis de que el diseñador es: a) un monstruo perverso que disfruta con estas chingaderas, b) un genio de la mercadotecnia ya que le hace pensar a la gente que no ve nada y le da el producto necesario para corregir el desperfecto, c) un imbécil.
Ya con mi lupa pude determinar el efecto positivo del producto anunciado y resultó también notable. En primer lugar nos ayuda a destoxificar el cuerpo de todo depósito de drogas y metales pesados como el plomo, el mercurio y el aluminio. En ese momento me imaginé el éxito potencial entre diversos gremios, particularmente entre la numerosa población que se alimenta de defensas de coche chocado o de varilla de albañil.
Luego se nos anuncia que el producto en cuestión ayuda a disolver cicatrices formadas en los pulmones por respirar porquerías. Lo anterior entraña un misterio ya que uno supondría que las cicatrices son una cosa que hay que eliminar cuando aparecen en la cara producto de un charrascazo, pero ¿los pulmones? ¿es estética la idea? ¿es terapéutica? En este momento estoy tratando de averiguar al tacto si tengo tales marcas de la vida en los pulmones y la verdad es que no sé.
El panfleto dice: “contiene muchas propiedades antienvejecedoras. Por su alto nivel nutricional, por ser un alimento completo y por su habilidad para sostener la vida no es de extrañarse que sea el más efectivo para la regeneración del cuerpo y la extensión de la vida”. Pues será de no extrañarse pero el párrafo anterior lo creeré el día que el dueño de la compañía cumpla 114 años. Antes no.
Hay un párrafo particularmente escalofriante que dice a la letra: “Sirve para lavar los ojos, encías, nariz y dientes, aplicado rectalmente contribuye a limpiar y a sanar el intestino largo”. Supongo que los científicos involucrados se refieren al intestino grueso, pero francamente eso es lo de menos, lo que realmente me preocupa es el método de aplicación ya que no entra en detalles y honestamente no me imagino la forma de aplicarme esta maravilla y a como van las cosas prefiero a mi intestino sufriendo que a entrar en averiguatas.
El colofón extraordinario a este marketing, lo dio el mesero que se acercó cuando nos descubrió leyendo el folleto y más o menos dijo: “es buenísimo, yo ya lo probé”. Le preguntamos por los resultados y respondió: “lo tuve que dejar de tomar porque me sentí un poco mal, pero es buenísimo”.
Salimos a la calle, Hugo rumbo a una boda y yo a escribir este artículo, mientras trato de leer más recomendaciones.
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